Mañana, exposición homenaje a… Ricardo Bernardo
El primero abril de 1925, desembarcaba del “Cristóbal Colón”, en el muelle de Santander, el pintor Ricardo Bernardo. Regresaba de cumplir una nueva etapa de su corta vida. A los veintiocho años de edad su espíritu inquieto había pasado ya por horas subyugantes de París, por la tranquila residencia de El Paular y por la cosmopolita Habana. Ricardo, que era un artista, pero sobre todo un hombre de ojos muy abiertos y de mente sensible, recogería en cada una de estas estancias impresiones que iban a modelar de alguna manera su existencia. París, El Paular y Coba y más tarde Orán y el mediodía francés, aparte de la escapada a Mojácar, constituirían, con la Montaña nativa, el pasto visual; de cada uno quedó reflejo en la obra y en la vida de este pintor. Y separó vida y obra porque, aun cuando la segunda pueda presentar reflejos de la primera -y de hecho los presenta-, la vida del artista, su personalidad, tenía rasgos propios para distinguirle.
El hombre que fue Ricardo Bernardo, el maestro de profundo eco humano, dejó entre los que tuvimos la dicha de tratarle, una Impresión tanto más imperecedera que la de su obra. Si no pareciera un “sacrilegio” ante algunos ojos ahora que se le rinde homenaje con una exposición, yo me atrevería a decir que en sus amigos tuvo más resonancia la atracción personal, fruto de un talento extraordinario.
En unas declaraciones a Gabino Teira, poco después de llegar de La Habana, podemos rastrear una muestra de la preocupación que le movía: «Es un camelo eso de que podemos observar el alma con solo mirar para adentro. No; el alma hemos de apreciarla proyectada en obra, y yo quiero saber cómo es la mía» (El Cantábrico, Santander, 28 abril 1925). Las obras de Ricardo fueron sus óleos y sus dibujos, pero también fueron obras suyas las amistades que se granjeó; en estas últimas quedó reflejado, de manera admirable, el hombre que conseguiría proyectarse en el espejo claro de la amistad. Alfredo Velarde, Pedro Lorenzo, Gabino Teira, Víctor Serna, José Simón Cabarga, Laureano Miranda, Jesús Otero, Jesús Cancio, Luis Corona, Jesús Alonso Peña... son ejemplo, y testigos algunos todavía hoy, de lo cierto que es cuanto he escrito más arriba.
De la generación siguiente, algunos muchachos tuvimos la suerte de entrar también en su circulo: Ricardo Lorenzo, Leopoldo Rodríguez-Alcalde... , Yo conocí a Ricardo Bernardo cuando realizaba el examen de ingreso en el bachillerato; él forma parte del tribunal examinador. Entre las preguntas que era preciso contestar por escrito, figuraba una en la que se exigía se citaran poemas en los que se detectaran «imágenes» poéticas. Yo llevaba muy fresca la lectura de Lorca y reproduje en el papel algunos versos de la muerte de Antoñito el Camborio; cuando los leyó me preguntó si recordaba alguno más y declamó a media voz ciertos pasajes del mismo romance. Después estuve siempre cerca de él, en el instituto y en la Biblioteca de Torrelavega, hasta que marchó al exilio.
Ricardo era, cronológicamente, de la generación del 27, cuyas obras poéticas conocía muy bien. Nada le era ajeno en su entusiasmo humanístico; su inteligente curiosidad, su vitalidad desbordante mientras se lo permitió la salud, y un espíritu sensible, le llevaron en los pocos años de su vida, a buscar con afán y a entregarse con pasión a la amistad y al arte, que constituyeron quizás los dos renglones más importantes de su existencia.
En la exposición-homenaje que se inaugurará mañana, hemos puesto sus amigos todo el entusiasmo, todo el fervor a que se hizo acreedor. La obra plástica que presentamos, permitirá a las nuevas generaciones conocer su arte, todavía en marcha cuando murió; a los que convivimos con él, nos traerá a la memoria, con mayor insistencia, el recuerdo del amigo que un día de agosto de 1937 se alejó de nuestro lado empujado por las trágicas circunstancias de la guerra civil y a quien un día de octubre de 1938, perdimos para siempre en tierras de Francia.
Publicado en La Hoja del Lunes, el 31 de julio de 1978
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