domingo, 17 de julio de 2022

León Felipe

 Los años santanderinos de León Felipe

Las fechas redondas en la vida y los hechos de los hombres, parecen propicias para recapitular sobre estas vidas y sobre estos hechos. La circunstancia cronológica convoca de manera apremiante y, como resultado, siempre se llega a encontrar algún dato nuevo que enriquece lo ya dicho hasta entonces.

 

            León Felipe no ha sido excepción. En el centenario de su nacimiento han tenido lugar aptos conmemorativos, publicándose estudios con perfiles más seguros sobre su biografía o ahondando en la riqueza lírica y humana de su obra poética. Numerosos lugares de la geografía personal del poeta han acudido a la cita: Tábara, donde le nacieron; Almonacid de Zorita, donde maduró su poesía primera; Madrid, lugar frecuente de una vida trashumante; México, refugio y tumba... No podía faltar Santander. Aquí transcurrieron los años de niñez, adolescencia y juventud.

 

            Si en estos años de la vida del poeta no se hubieran producido hechos de singular significado -que se produjeron-, teniendo en cuenta aun cuando no fuera más que lo que aportan normalmente a la formación del ser humano, sería suficiente para prestarles especial atención. Recuerden, para conceder a priori toda su importancia a estos años santanderinos, el verso tan repetido del poeta en que habla de una juventud sombría transcurrida en la Montaña.

 

            Con mis comentarios que siguen a continuación, pretendo que quede debidamente aclarado el significado de este verso, así como otros aspectos de su vida en la época en que residió en Santander.

 

            En el otoño de 1974 ya intente un primer acercamiento a este tema, pero entonces, como me dijo Gerardo Diego, quedaron zonas oscuras. El feliz hallazgo posterior de unos documentos me ha permitido ampliar aquel trabajo de hace diez años, concretando algunos de los puntos que carecían de precisión.

 

            Seré breve, porque todos estamos deseosos de oír a Francisco Giner de los Ríos, estrella invitada de hoy.

 

            La vida de nuestro poeta se presenta al biógrafo llena de pequeños misterios y de grandes dificultades para aclararlos. Fue una existencia larga, azarosa, contradictoria, en la que a quien intenta profundizar en ella, se le van quedando por el camino las posibilidades de concretar fechas y hechos. Cuando se va tras de sus pasos produce la impresión de que se preocupó de borrar las huellas que iban dejando.

 

            La meritoria biografía publicada por Luis Rius en México, en 1968, si bien ofrece datos abundantes, no se ajusta, en ocasiones, a la realidad, a pesar de que la información procede de labios del propio biografiado. O precisamente por eso. Por poco que se conozca a León Felipe, se tiene que pensar que la razón de este desenfoque que se refleja en el texto de Rius, esta en el mismo poeta. Naturalmente, me estoy refiriendo a la época de su vida en Santander, para la que es necesario tener también presente el origen memorístico de esta información a Rius, aportada, además, a tantos años vista. Y, sobre todo, la fantasía con que frecuentemente envolvió León Felipe el recuerdo del itinerario de su vida. El resultado ha sido una serie de precisiones equivocadas que está costando esclarecer.

 

            Por otra parte, el que el libro de Luis Rius fuera escrito sobre testimonios del mismo León Felipe, le concedió visos de una autenticidad absoluta, a pesar de que el autor de la biografía ya puso sobre aviso a futuros estudiosos. Cuando, transcribiendo las palabras del poeta, escribió: “Santander está cerrado a la hospitalidad, es el pueblo más nacionalista de España”, añade a continuación: “En eso exageraba muy a su estilo”. Esta afirmación me parece un feliz hallazgo de expresión para definir al poeta en la faceta de relator de su propia vida y puede ser valida para enfocar múltiples circunstancias de ella.

 

            Los años de residencia en Santander resultaron muy afectados en la recreación del recuerdo, por ser los primeros de su existencia y, por lo tanto, los más alejados en la memoria. Había llegado a Santander, con nueve años de edad, en noviembre de 1893. Con cierta morosidad desgranó ante Rius recuerdos ciertos y recuerdos inventados, velados por el hecho de aquella juventud sombría pasada en la Montaña.

 

            Frases del libro de Rius como “Era un mal estudiante… su caso llegó a juzgarse grave”, o “No le gustaba Santander. No le gustó nunca”, forman parte de una leyenda negra tejida alrededor de estos años santanderinos, que ha continuado rodando en los siguientes a la publicación del libro.

 

            En los diversos trabajos publicados en este centenario que celebramos, las referencias a Santander han sido escasas y no muy felices, y de ninguna manera aclaratorias. El 26 de febrero apareció un artículo en el diario Alerta de esta ciudad, firmado por Andrés Sorel, en el que se lee: “Una estancia en Santander y al fin Madrid, donde concluyó la carrera de Farmacia”. En otro artículo, en el ABC del 11 de abril, escrito por Trinidad de León-Sotelo, se habla del paso de León Felipe por Santander sin concretar nada, y en una cronología que recoge el mismo diario le dedican estas breves líneas: “1908. Viene a Santander para instalarse como farmacéutico. Allí, por su falta de sentido práctico en las finanzas, estuvo tres años en la cárcel.”

 

            Referencias más amplias y con datos más concretos, las he encontrado en el trabajo que firmado por R. Ayala apareció en el diario YA del 15 de abril, en el que se habla de que no fue mal estudiante, en contra de lo que en algunos escritos se ha venido asegurando, y de que no es cierto que odiara a Santander, en lo que también se ha venido insistiendo. Este artículo y la reproducción reciente de otro del farmacéutico santanderino Luis Mateo de Celis, que había visto la luz en 1974, ofrecen información más pormenorizada y fiel a la realidad.

 

            Con los datos que he podido reunir trataré de poner en su sitio algunos de los aspectos que se han venido ofreciendo al público de manera incompleta o equivocada, relacionados con los años santanderinos de León Felipe, cuando todavía se llamaba Felipe Camino Galicia.

 

            El que ha venido suscitando mayor interés en los medios literarios, es el relacionado con los posibles escritos del poeta en estos años de juventud en Cantabria. Con la prudencia con que se pueden asegurar estas cosas, creo que puedo afirmar que León Felipe no escribió poesía en estas fechas a que me vengo refiriendo. Y me atrevo a afirmarlo así después de conocer dos artículos del periodista y poeta santanderino José del Río Sainz, buen amigo de Felipe Camino casi desde su llegada a Santander.

 

            Las aficiones literarias de Río son manifiestas y precoces. Si Felipe Camino hubiera tenido la misma inclinación que su amigo, éste habría sido participe de ella, por lo menos por aquellos del inevitable “me lees y te leo” de los escarceos literarios de la adolescencia y juventud. Pues bien, cuando el periodista montañés acusó recibo del primer libro de Felipe Camino, ya con el nombre de León Felipe en un artículo publicado el 25 de marzo de 1920 en La Atalaya, atribuye la obra a otro amigo que, -singular coincidencia-se llamaba León Felipe Gutiérrez. No le relaciona para nada con Felipe Camino Galicia. Y cuando al día siguiente, advertido del error por amigos comunes, escribe un nuevo artículo rectificando, no hay en él una sola línea en la que haga referencia al conocimiento como poeta del autor verdadero del libro. Por otra parte, en ninguna de las revistas y periódicos de Santander que he podido consultar de aquellos años, he encontrado su firma ni seudónimo que pudiera atribuirse a Felipe Camino como autor.

 

            He pasado por encima del nombre de León Felipe Gutiérrez, solamente citándole, pero creo que merece la pena volver a el para hacernos una pregunta: ¿No estará en este nombre el origen del seudónimo adoptado por Felipe Camino a partir de la publicación de Versos y Oraciones de Caminante? En el primero de los artículos citados de José del Río, con el que acusa recibo del libro, hace una semblanza de León Felipe Gutiérrez en la que se lee” “Recordamos a un León Felipe Gutiérrez, místico, arbitrario, poeta, utopista, tormentoso y visionario, que en nuestra tierra vivió y estudio y que de nuestra tierra marchó un buen día hace ya quince años, sin decir nada a nadie de a dónde iba.” Estos calificativos que repito: místico, arbitrario, poeta, utopista, tormentoso, visionario, creo que nadie vacilaría en atribuírselos a nuestro León Felipe posterior a los años de cárcel; al hombre que purificado por el cautiverio tornó en misticismo su frivolidad mundana anterior.

 

            León Felipe pudo conocer a su homónimo en los años de estudiante y sentirse atraído por aquella personalidad desbordada que, en la descripción de José del Río se ajusta fielmente a la que configuró al poeta de Versos y Oraciones de Caminante. Pero quede esto así, solo en una interrogante, sin que por mi parte disponga de pista alguna que pueda conducir a su confirmación.

 

            Desde la publicación del tantas veces citado libro de Luis Rius, se ha insistido en la mala condición como estudiante de Felipe Camino. Los argumentos que se pueden esgrimir en contra, perfectamente documentados, evidencian lo contrario. Rius dice textualmente; “En Santander y en el colegio empieza ya el malestar, el desasosiego del niño. Era un mal estudiante… Su caso como escolar llegó a juzgarse grave.” Estas frases, referidas a los años de estudio de la primera enseñanza, se repiten para los de Bachiller, que inició en el Instituto de 2ª Enseñanza de Santander, los continuó en el Colegio de religiosos Escolapios de Villacarriedo, terminándolos en el mismo Instituto donde los había iniciado: “Aprobó de mala manera -dice Rius- el primer año de Bachillerato”, insistiendo en que el padre de Felipe tuvo que llevarle interno a Villacarriedo para tratar de enderezarle.

 

            Como se puede comprobar en el libro de actas de exámenes del Instituto, aprobó normalmente tanto el examen de ingreso como los correspondiente al primer curso. En Villacarriedo, donde estudió segundo y tercero, fue calificado en algunas asignaturas con notable y sobresaliente, sin que fuera suspendido en ninguna. Nuevamente en el Instituto de Santander, donde cursó los dos últimos años, se repiten las buenas calificaciones, en las que no faltan notables y sobresalientes.

 

            Al dictado de León Felipe, Rius interpreta el ingreso en el Colegio de Villacarriedo como un intento de resolver el problema del supuesto mal estudiante, sin conocer o tener en cuenta que, en aquellos años, las familias pudientes internaban a sus hijos en este Colegio más que por razones de estudia, buscando el prestigio social que reportaba.

 

            En cuanto a los estudios de Farmacia se repite la misma leyenda negra. Si los autores que han insistido en esta condición de mal estudiante hubieran consultado el expediente académico de Felipe Camino, podrían haber comprobado la normalidad con que fueron realizados, encontrándose con la sorpresa de que en una asignatura fue calificado con matricula de honor.

 

            Cono ustedes recordaran, en el poema de León Felipe titulado “¡Qué lastima!” están incluidos los versos

 

Pasé los días azules de mi infancia en Salamanca,

y mi juventud, una juventud sombría, en la Montaña.

 

Versos tan manoseados con diversa intención y a los que he aludido anteriormente.

 

            El lector que se haya acercado a estos versos sin un conocimiento mínimo de la vida del poeta, habrá podido hacer una lectura literal que le ha llevado a interpretar los años santanderinos de León Felipe como llenos de una profunda tristeza. Interpretación que le habrá conducido a dar por cierta la otra parte de la leyenda negra, la que le atribuye su antipatía hacia Santander, su odio a la Montaña. Frases como “No le gustaba Santander, No le gustó nunca”, que se pueden leer en el libro de Rius, han dado origen a esta opinión.

 

            Conozco dos testimonios, que invalidan las expresiones citadas y confirman el reconocimiento por el autor de que León Felipe exageraba muy a su estilo. Uno es de Gerardo Diego, el viejo amigo de León Felipe, quien escribió: “1958. México. En casa de un santanderino, con otros exiliados de mi ciudad, nos reunimos para leerles yo versos de Mi Santander, todavía inéditos… Me contaban los amigos comunes que de nada sabía hablar con ellos (León Felipe), sino de los recuerdos de infancia y juventud en la querida ciudad, viva en el recuerdo de todos.”

 

            El otro testimonio es de Domingo José Samperio, buen amigo del poeta en el exilio mexicano. Se trata de un artículo publicado en la revista Índice en 1959. Dice así: “Lo cierto es que estamos paseando, imaginativamente, por las viejas calles grises y húmedas del Santander antiguo… Con frecuencia nos dedicamos a estos paseos, el más grato entretenimiento para León Felipe.” E insiste el autor del artículo en que refrescan y estimulan la memoria del poeta, “reviviendo lejanos y amados recuerdos”. Al final del artículo pone en labios de León esta frase: “Entre las pocas ilusiones que me quedan, sin duda, la mayor es esa de volver allí”

 

            Que el poeta dijera en los versos citados que su juventud había sido “una juventud sombría en la Montaña”, esta suficientemente claro que es una referencia a los años de cárcel transcurridos en esta ciudad como consecuencia del proceso que se le siguió con la calificación de estafa.

 

            Nada más lejos de la realidad que hablar de una juventud sombría al referirse a los años santanderinos de León Felipe. Gerardo Diego y Luis Rius enjuician con el mismo criterio su vida en los últimos años de estancia en Santander. Rius habla de “el señorito achulado, que en cierta ocasión se había comprado un foulard parecido a otro que le había visto al rey elegante”. Habla del jugador sin suerte, que iba al Casino a intentar remediar las zozobras económicas de su oficina de farmacia. Gerardo Diego insiste en el mismo sentido; “Felipe se divierte -escribe-, no se preocupa demasiado del negocio.”

 

            Las relaciones de Felipe Camino con la clase más distinguida de la ciudad; las representaciones teatrales en las que tomaba parte como consumado actor -“actorazo” le llama un cronista de esos años- consumen lo mejor de su exhaustiva hacienda y las más de sus horas. La puerta de la farmacia que había abierto en la calle San Francisco y más tarde en la Plaza de la Esperanza, fueron pronto lugar de cita y de mira para los amigos que tomaban parte con él en esta vida regalada de aquel Santander de la segunda década del siglo, en la que todo parecía presagiar los grandes negocios que la guerra europea iba a proporcionar enseguida.

 

            Desde 1908, en cuyos primeros días ya estaba establecido como farmacéutico, hasta noviembre de 1912, en que desapareció de la ciudad, se le va el tiempo en una casi constante diversión, propiciada por el ambiente que crean los veraneos regios, que dejaban marcado el modo de vida de la alta sociedad santanderina para el resto del año.

 

            Estos días de frivolidad trajeron aquellos lodos que le llevaron a la juventud sombría.

 

            Para instalar la primera oficina de farmacia, la de la calle San Francisco, el padre de Felipe, don Higinio, se vio obligado a garantizar un préstamo de diez mil pesetas, que le fue concedido al hijo el 1 de enero de 1908 por Atilano Vaquero Rodríguez.

 

            Este préstamo tenía fijado su vencimiento a los cuatro años. Pocos meses después de formalizada la operación, falleció don Higinio Camino, no antes de abrir Felipe la farmacia, como escribió Guillermo de Torre en el epílogo de la Antología Rota. Los cuatro años transcurrieron sin que Felipe le cancelara. Los ingresos que reportaba la farmacia no eran suficiente para ayudar a la familia y cubrir los abundantes gastos propios. Ninguna de las combinaciones realizadas por el para tratar de resolver la difícil situación económica, dio fruto favorable. La última de estas, la entrega al prestamista de las existencias y enseres de la farmacia para liquidar la deuda, tampoco lo fue; más bien aceleró el final. Al no ser un profesional el nuevo propietario, se la dejó en arriendo a Felipe Camino, mediante documento firmado el día 31 de enero.

 

            En el mes de octubre escribe Atilano Vaquero una carta al farmacéutico, en la que le comunica su deseo de vender el establecimiento, ofreciendo a Felipe Camino la opción de que pudiera recuperarla. Aceptado esto por el farmacéutico, promete realizar la operación antes de final de dicho mes, pero como pasara la fecha sin que lo formalizara, se presentó el prestamista en la farmacia donde le informaron los empleados que Felipe había marchado de Santander el 8 de noviembre.

 

            Aquí hubiera terminado la vida santanderina de León Felipe si antes de salir de la Montaña no hubiera pedido un préstamo con la garantía del contenido de la Farmacia, sin que este contenido fuera de él. Cuando el nuevo prestamista se enteró de la huida del boticario, presentó una demanda judicial que dio lugar a la correspondiente orden de busca y captura.

 

            Este es otro de los aspectos de esta historia que han sido tratados indebidamente por los biógrafos. Al referirse a ello Guillermo de Torre escribió: “Pocos años después (alude a la instalación de la primera farmacia), solucionado un oscuro trance familiar, libre ya de trabas que desvían su vocación, se entregó al teatro”. La versión de Luis Rius también difiere de la realidad: “Se enteró el en su ausencia de Santander -escribe Rius-, que su madre había vendido la farmacia, no había obtenido dinero suficiente para pagar a todos los acreedores y uno de ellos, el usurero que le había dado las 3.000 pesetas lo había perseguido judicialmente.”

 

            Detenido en Madrid fue trasladado a Santander, celebrándose el juicio el 15 de abril de 1915, en el que fue condenado a una pena de prisión de un año, ocho meses y veintiún días. El verso de León Felipe que todos recordamos, “viví tres años en la cárcel”, también parece responder a esa exageración verbal a que alude Luis Rius. Aun cuando es posible que al poeta le quedara en la memoria la pena que había solicitado el fiscal, que fue de tres años.

 

            En mis comentarios que anteceden sobre el “oscuro trance” en que se vio envuelto Felipe Camino he hecho una exposición basada en los documentos que poseo. Y lo he hecho no sólo para situar en su lugar el verso del poeta, como ofrecí al principio, sino para concederlo toda la transcendencia que tuvo.

 

            Fue una circunstancia que cambió la personalidad del hasta entonces Felipe Camino, convirtiéndole en el León Felipe que todos admiramos. A la poesía llegará el hombre transformado, alcanzando ese sistema luminoso de señales con que definió Tailhard de Chardin su teoría de la parusía. El frívolo señorito de la calle San Francisco dejó en la cárcel de Santander lo más de su frivolidad. Y digo que dejó solamente una parte, porque en los meses inmediatos a la puesta en libertad, cuando residía con su hermana Consuelo en el pueblo vizcaíno de Valmaseda, un ramalazo de esta frivolidad, no eliminada todavía de todo, le llevó a huir hacia Barcelona tras de una señorita peruana. Poco tiempo faltaba ya para que el poeta llegara a la dura serenidad reflejada en Versos y Oraciones de Caminante, libro en el que queda de manifiesto la purificación total de su espíritu.

 

            La vida de León Felipe estuvo marcada por vientos contrarios. Fue una existencia en que lo humano se fue sublimando con el paso del tiempo, llegando a alcanzar altas cotas de misticismo.

 

            José del Río Sainz y José Luis Cano, dos hombres que conocieron, al poeta en épocas distintas, nos han ofrecido un testimonio de la importancia que tuvieron los años de cárcel para León Felipe. Río habla de que “salió de aquella crisis con el corazón en alto y con el rostro hacia la verdad.” Cano comenta: “Cuando terminó su condena y salió de nuevo a la calle, era otro hombre y su mirada sobre el mundo fue más profunda y conocedora.”

 

Leído el 17 de julio de 1984 en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo
 


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