jueves, 24 de diciembre de 2020

De los años de la infancia

 



        Estábamos en la playa. Eran años de poco más que una infancia recién inaugurada. Nada te permitía pensar que allí habríamos de volver en tiempos en los que ni siquiera podías recordar estos de ahora por los que discurriese la inocencia primera de la vida. Eran los años en que, ensimismados en la playa, tu alma infantil se sentía prisionera de la inmensa soledad de la mar, con un azul tan próximo y un horizonte tan lejano. Las noches en las que una estrella era siempre algo tan distante que podría llamarse Dios o luz misteriosa. Horas de juego en la arena donde los pies dejaban huellas que el mar robaba para esconderlas en el fondo, donde los peces nadaban sin saber para qué, igual que nuestras almas, puras todavía, volaban en el aire transparente de la tarde. Eran impresiones dominadas por la fuerza atrayente del mar, que algún tiempo después, lector voraz de Juan Ramón Jiménez, te ayudarían a comprender toda la belleza del poema “Pureza del mar” del admirado poeta, del que más tarde, en ese más tarde duro que te espera, aprenderías con Francisco Umbral a llamarle “maestro y padre, que nos une para siempre”.

 

         Años de infancia que incapaces de comprender situaciones de violencia que pronto te alcanzarían, dejarían marcado en el recuerdo realidad y fantasía que servirían para endulzar horas amargas. Cuantas veces recordarían en esos años que se aproximaban la inocente primera impresión de la visita a las Cuevas de Altamira, creyendo en el silencioso galopar de los bisontes guiado por la mano mágica de Simón “el de las Cuevas”. La inocencia del niño que eras entonces dejó grabada en ti una perenne impresión que quedó unida al que aquellas olas que en Suances dibujaban el mar sobre un azul inacabable.

 

        Unidos a estos infantiles y primeros recuerdos marchaban inocentes las horas, los días y los años de entonces en aquella vida cotidiana que una madre guiaba con la misma mano 

 

        Lecturas posteriores te enseñaron a comprender que también existía otra vida, la de la edad que te iba a llevar a la escuela. A aquel colegio en que un día viste llorar al maestro en el momento en que la política obligó a arriar la bandera para poner en su lugar la del bando triunfante. Eran pocos años todavía los tuyos, para concederle a ese acto la importancia que tenía, pero que significó la primera lección de una manera de vivir que desde entonces te esperaba, en las que aquella rejas de hierro que cerraban las ventanas de la escuela iban a alcanzar un duro significado en otras paredes que llegarían a ser tan íntimamente tuyas cuando los años te hicieran dar el paso de la infancia a la adolescencia, donde llegarías a aprender con Umbral que “no se podía ser de Juan Ramón y solo habría poetas oficiales, oficialmente de izquierdas o de derechas”.

 

         Empezaste a entenderlo en el momento en que tus lecturas te llevaban a meditar sobre el contenido de aquellas páginas. ¿Recuerdas? Entre aquel pasto de poesía, Speyler (Spengler), con La decadencia de Occidente, para comprendernos a todos; las obras de Unamuno y Ortega, para aguzar el ingenio y Nietzcher, para rodear de osadía el futuro hombre que todos teníamos que ser... los novelistas rusos y los franceses. Cuanta indigestión, a veces, muchas, sin posibilidad de digerirlo. De todo aquello surtía la biblioteca pública, que estaba abriendo el duro camino que esperaba a todos pocos años después, en el que aquella incipiente cultura, cultivada con fervor, te iba a llevar a una honestidad en el comportamiento civil no frecuente entre aquellos que convivías.



NOTA: Primera versión del primer capítulo del libro Estampas de un tiempo pasado. Publicado, en edición no venal en 2001

lunes, 21 de diciembre de 2020

La dimensión humana de Hierro

 Hoy, 21 de diciembre, nos volvemos a acordar del amigo José Hierro. Para ello publicamos el artículo escrito por Aurelio García Cantalapiedra: La dimensión humana de Hierro. A la vez de traernos el recuerdo del poeta, nos trae a la memoria a Mauro Muriedas, que el próximo 8 de enero hará 30 años que nos dejó. Quizás sería oportuno hacer algo para que algunos lo recordemos y otros conozcan el artista que fue.

 

La dimensión humana de Hierro

 


 

            En agosto de 1991 publiqué un artículo, en este mismo periódico, con el título. «Encuentro de Torrelavega con José Hierro». Estaba reciente la concesión al poeta del Premio de las Letras.

 

            En aquellas líneas, en las que evocaba las relaciones amistosas de Pepe Hierro con Torrelavega en sus, relativamente frecuentes, visitas en esas fechas a nuestra ciudad, quedó fuera del texto publicado, por razones de espacio, las alusiones a Mauro Muriedas entre los que se citaban como felices acompañantes de Hierro.

 

            Fue el propio poeta quien; posiblemente como un reflejo de aquella omisión, me preguntó días después, estando en Santander: «¿Cómo fue lo de Mauro?», aludiendo a las últimas horas de la vida del escultor. Al relatarle yo lo penoso que había sido el tránsito hacia la hora última, lo recibió con un gesto dolorido, sin palabras, muy elocuente.

 

            Hoy, en esta celebración gozosa del Premio Cervantes, vuelve a mi recuerdo aquel artículo en el que recogí ciertas vivencias de la estancia entre nosotros de Pepe Hierro y surge el nombre de Mauro Muriedas con la fuerza que le concede el haber sido uno de los amigos más entrañables con los que había contado Hierro en Torrelavega.

 

            En un artículo publicado por el poeta el 13 de abril de 1949, se expresaba así, refiriéndose al escultor: «Son muchos años de tarea artística, muchos años haciendo decir a la madera lo que él quiere que diga, muchos años acostumbrado a no recibir, sino de tarde en tarde, vagas palabras de estímulo ... (como el astro, sin precipitación y sin descanso) ... Mauro Muriedas es una especie de rey Midas de Torrelavega: Cuanto toca con su gubia se le convierte automáticamente en escultura ... »

 

            Aquella pregunta resultó un nuevo encuentro con el escultor, esta vez emocional, que completó los recuerdos de los que daba cuenta en mi artículo. En todo momento el acercamiento del poeta a la recia humanidad de Mauro, estaban presentes las dos vertientes, la humana y artística. Y en Mauro estaban presentes las dos vertientes, la humana y la artística. Y Mauro, desde su retraimiento, desde su timidez, había correspondido siempre con cordial generosidad a las muestras de afecto del poeta.

 

            He traído a colación este encuentro de Hierro con Mauro Muriedas y Torrelavega, para unir en él al poeta con nuestra ciudad. Sé que, algunos otros puntos geográficos pueden también presumir de lo mismo, incluidos libros completos de poesía (el reciente “Cuaderno de Nueva York”), pero la relación de Hierro con Torrelavega ha ido más allá, tocando lo humano, sobre todo.

 

            No está lejos su última presencia, en la que ocupó lugar de honor en el salón de Plenos del Ayuntamiento, dejando memoria imborrable entre los asistentes a aquel acto y en los que le siguieron, que ha llevado a nuestra alcaldesa a sumarse con auténtica emoción y cariño, mediante escrito a José Hierro, con motivo de la concesión del Premio Cervantes.

 

 


 

Publicado en:

El Diario Montañés, 13 de diciembre de 1998

 


jueves, 10 de diciembre de 2020

La Enseñanza Primaria en Torrelavega. En los años 40 del siglo XIX

 


            En esta década de los años cuarenta se produjo un importante impulso de la enseñanza primaria a nivel nacional, con la natural repercusión en la provincia de Santander. Era la consecuencia del esfuerzo que en este sentido se venía realizando desde los años próximos anteriores. Las Cortes reunidas durante el periodo liberal de 1820 a 1823, habían aprobado el Reglamento General de Instrucción Pública, en el que se establecía el carácter público y gratuito de esta primera etapa de la educación, al que añadirían, en 1834, una "Instrucción para régimen y gobierno de las escuelas primarias". Como anécdota podemos añadir que en una nueva disposición de 1837 se prohibió el castigo de azotes en estos centros. Fueron pasos decisivos con los que se trató de dignificar las enseñanzas y al profesorado que las impartía.

 

            Hasta el 1 de diciembre de 1844 no se abrió en Santander una Escuela Normal para maestros. La falta de este centro había dado lugar a que, con frecuencia, los maestros que regían las escuelas no estuvieran en posesión del correspondiente título que les acreditaba para ejercer la profesión, lo que propiciaba que en algunos casos estuvieran al frente de ellas personas con escasa preparación. "Sin principios, y sin medios para adquirirlos, solo poseen una práctica de ejecutarlo que cuando eran niños vieron hacer a sus maestros". (José Arce Bodega. Memoria sobre la visita general de las Escuelas, Santander, 1849. Debo el conocimiento de este trabajo a Don Juan González, inspector jefe de enseñanza en Cantabria.). Así resultaba que en las cinco escuelas públicas de los pueblos que comprenden el Ayuntamiento de Torrelavega (Campuzano, Tanos, Barreda, Ganzo y la de la propia villa), no tenía título oficial más que el que regentaba la de Torrelavega.

 

            Había transcurrido cerca de un siglo desde que se elaboró el Catastro de Ensenada y el número de escuelas era en este municipio el mismo que entonces, más una en Tanos que carecía de local propio, y las enseñanzas las impartía el maestro en el pórtico de la Iglesia del pueblo.

 

            No obstante, como hemos dicho al principio, la enseñanza estaba mejorando sensiblemente. La provisión de plazas de maestros se hacía ya por concurso público. El 8 de marzo de 1842 apareció un anuncio en el Boletín Oficial de la Provincia para cubrir la plaza de maestra de niñas en la villa de Torrelavega: "Hallándose vacante la escuela de educandas que ha de establecerse en esta villa, cuya dotación cuenta con 2.200 reales pagados de fondos comunes como una de las primeras atenciones de esta municipalidad, con más el emolumento de cuatro reales mensuales que ha de satisfacer cada alumna que concurra de los pueblos… ". De la redacción del anuncio parece desprenderse que era la primera escuela que se creaba en el Ayuntamiento destinada exclusivamente para niñas. La plaza fue adjudicada a doña Irene de los Corrales, natural de Omoño, que empezó a desempeñar su cometido el 27 de mayo de ese año 1842. No debieron ser fáciles para la nueva maestra los primeros pasos, como se puede deducir de un escrito que la dirigió el Ayuntamiento con fecha 15 de mayo de 1843, en el que se la comunicaba que se tenían quejas verbales "acerca del poco celo que vd. manifiesta en la enseñanza del sexo que dirige respecto a algunas educandas, dando preferencia a otras … ". En el mismo escrito se la conminaba a respetar el horario de tres horas por la mañana y otras tantas por la tarde. Este escrito de amonestación fue pronto rectificado por el Ayuntamiento, pues en agosto del mismo año, con motivo del brillante resultado de los exámenes a que fueron sometidas las alumnas, acordaron "las recompensas al mérito que ha contraído doña Josefa Irene de los Corrales .. ".

 

            La Comisión Superior de Instrucción Primaria de la provincia, seguía de cerca la labor de los maestros. De la visita realizada por el inspector José Arce Bodega a las escuelas comprendidas en los partidos judiciales de Reinosa, Potes, San Vicente de la Barquera, Cabuérniga y Torrelavega, nos ha quedado un informe redactado por el propio Arce Bodega, que permite conocer pormenorizadamente la situación de las escuelas publicas en estos años.( José Arce Bodega. Op. Cit.)

 

            Por lo que se refiere a las de Torrelavega y las de los pueblos de su Ayuntamiento, los datos que aporta el autor son los siguientes:

 

            La villa de Torrelavega tenía una escuela para niños, al frente de la cual se encontraba don Ángel González Soberón, maestro que estaba en posesión del correspondiente título para ejercer. Asistían a su escuela 46 niños y 6 niñas, "en un local bueno", cosa no frecuente entonces, situado en la Plaza de la Iglesia, y el Ayuntamiento le tenía fijada una asignación de 4.370 reales. Existía también una escuela de niñas, a la que acabo de referirme en líneas anteriores, a la que acudían 62 alumnas, pero en este caso el local que ocupaban era "Tan sumamente pequeño, que ni aún puede contener el aire suficiente para la libre respiración de las niñas".

 

            En el informe sobre las escuelas de Campuzano nos dice que estaba dirigida por don Benito Carrera, natural de Torrelavega, que no tenía título y que enseñaba a 25 niños y 4 niñas, sin que anote en el informe que el local presentara mayores problemas en cuanto a su estado. Pero si los tenían en Tanos, donde no existía local especifico para este menester, dándose las clases, como he dicho antes, en el pórtico de la Iglesia, a donde acudían 10 niños y una niña, procedentes de la Montaña, LobioSierrapando y el propio Tanos. Su maestro se llamaba Fernando de la Peña, era vecino de Campuzano, sin titulo para enseñar.

 

            Torres y Dualez carecían de escuela. Los niños del primero de estos pueblos asistían a la de Torrelavega y los de Dualez, a la de Ganzo. Esta última era regida por Don Juan Antonio Sánchez, maestro sin título que vivía en Torres y enseñaba a 18 niños y 6 niñas. Sus honorarios procedían de dos Obras Pías; una de ellas fundada por don Domingo Bustamante, del que dice Arce Bodega que era Doctoral de la Santa Iglesia Metropolitana de Toledo. La otra obra había sido establecida por don Pedro Carriedo, Virrey de México. Ambos eran naturales de Ganzo.

 

            En Barreda existía una escuela dirigida por don Enrique Palacio, sin título, que vivía en el mismo pueblo y a ella acudían 12 niños y 5 niñas. Esta escuela estaba subvencionada por una Obra Pía que había fundado don Juan de Mar y Barreda.

 

            En un resumen que el autor acompaña a este informe, se dice que en el partido judicial, de Torrelavega, de los 20.992 habitantes que le componían, 7.031 sabían leer y 5.475 leer y escribir, es decir, un 33,6 y un 26,1 % respectivamente, del total.

 

            En los Boletines Oficiales de la Provincia del 27 de septiembre de 1844 y 5 y 6 de diciembre de 1845, puede encontrar el lector interesado, información sobre el tipo de enseñanzas que se impartían, deducido de unos exámenes realizados por los niños y las niñas de Torrelavega en los años 1844 y 1845, publicados en dichos Boletines.

 


Publicado en:

La revista Quima nº 19. Diciembre 1988.

Posteriormente se incluiría en el libro Torrelavega en el siglo XIX. Editado por la Librería Estudio en 1989

 





martes, 24 de noviembre de 2020

49 años de PEÑA LABRA

Hoy, 24 de noviembre, se presentaba al público la revista "PEÑA LABRA pliegos de poesía. En la primera página se pudo leer este artículo que iba sin firma. Nadie duda de que es de Aurelio García Cantalapiedra, su director 



Presentación


         ¿Qué es y qué pretende PEÑA LABRA?
         Qué es. La INSTITUCION CULTURAL DE CANTABRIA, es un organismo de la Diputación Provincial de Santander, por el que ésta viene encauzando sus actividades relacionadas con la cultura. Una serie de Institutos, cada uno especializado en una faceta, son los encargados de hacerlo realidad. Estaba previsto, desde el primer momento, la puesta en marcha de una revista poética que, hija predilecta de la Institución, la diera el tono lírico y, si queréis intranscendente, que toda obra importante necesita para que los ojos y el cerebro, fatigados por el rigor de lo científico, descansen en sus aguas.

         Qué pretende. Ya lo habéis leído; ser remanso y oasis lírico en las actividades de la Institución. Espejo claro para los cantos de los poetas nuevos. Páginas estremecidas que levanten el secreto de lo cotidiano por su lado más vulnerable, el poético, y que, como siempre, resulten vislumbre de lo porvenir, que es la misión más alta del poeta. Todos tendrán cabida en sus hojas para este menester y a todos acudimos en una amplia y generosa llamada.

         En nuestra presentación, queremos dejar constancia de afecto y gratitud a las revistas que nos precedieron en nuestra provincia: desde La isla de los ratones, de Manuel Arce, última desaparecida, hasta el alto magisterio de la inolvidable Carmen, de Gerardo Diego; Proel y su equipo inigualable, que dejaron honda huella cultural, El gato verde, de Alejandro Gago, de tan corta vida ...

         Lo demás, lo que nos deparen los días, ya lo iremos viendo. Nacemos con entusiasmo y esto creemos que ya es bastante para empezar.



Publicado en:
El nº 1 de la Revista Peña Labra. Otoño 1971





domingo, 22 de noviembre de 2020

Romanticismo musical


En marzo de este mismo año inserté en este blog el primer escrito que Aurelio García Cantalapiedra había publicado sobre Torrelavega. Hoy traigo a estas páginas el primer escrito que leyó en público. Quizás haya algún otro, pero eso yo lo desconozco. Se trata de la presentación, en nombre a la asociación Los Amigos del Arte, de un acto en honor de Santa Cecilia.

Romanticismo musical



Sras. y Sres., amigos todos:

         El grupo organizador de LOS AMIGOS DEL ARTE, a quien represento en este acto, tiene 1a satisfacción de comunicaros que ya han sido aprobados por la Superioridad, los Estatutos que han de regir la vida de esta Sociedad.

         Y he aquí, antes de dar forma concreta a la misma, nuestro primer acto.

         Es nuestro propósito, como en aquellos Estatutos se dice, el fomento del Arte en esta ciudad, en todas sus manifestaciones y proporcionar a los artistas locales toda clase de apoyo. Con conferencias, exposiciones y actos como el de hoy, elevar al rango que merece, el nivel artístico de Torrelavega. Sin excesivas pretensiones, pero con deseo de superación. Los actos organizados con anterioridad a éste, cuando todavía no tenía vida oficial la Sociedad, han sido pasos en el mismo sentido: el homenaje a nuestro querido José Luis Hidalgo, las exposiciones locales y provincial de Arte, el recuerdo de Antonio Machado en esta misma sala, son los prolegómenos en los que nos apoyamos.


         Tenemos la suerte de iniciar nuestra vida oficial bajo el signo del Romanticismo. Esto es un símbolo. Implícita en nuestros propósitos fundacionales, está la idea de que ser romántico, no solo no es cursi, como opinan los que no son capaces de llegar a ello, sino que es una forma bella de vivir. El dominio del espíritu sobre la materia en todas las manifestaciones de la vida, en las Bellas Artes, y en los negocios, harían más feliz la humanidad. Conozco un comerciante de esta localidad, de los más importantes, que me decía un día con gran satisfacción: “Mi negocio no ha conocido el estraperlo” ¡Qué tire la segunda piedra quien esté capacitado!

         Este es nuestro más lejano objetivo. Ya sé que es una utopía, pero por eso le hemos hecho nuestro. Queremos que nuestros convecinos, no sólo asistan a conferencias, conciertos, exposiciones, sino que también modifiquen sus escaparates, que traten de dar a todo cuanto les rodea, un poco de belleza, pues con ello, les podemos asegurar, serán más felices. Que llegue el día en que, en Torrelavega, no se de el espectáculo vergonzoso, que he presenciado recientemente en Santander, en una sala de cine, al proyectar una de las mejores películas que ha dado el séptimo arte, “Maclovia”, del Director mejicano Emilio Fernández, que fue silbada y pataleada, sin el menor asomo de sensibilidad y ni siquiera de educación. Con estos propósitos, iniciamos hoy, como os decía al principio, nuestra vida oficial, invitándoos, al propio tiempo, a que acudáis a la reunión que se celebrará en esta misma sala en el curso de esta semana, para poner en marcha la Sociedad.

         Sin un fastuoso piano de cola, pero con el entusiasmo, la maestría y la humildad que en sus conciertos íntimos les ha guiado, la “Agrupación Local de Música Clásica”, base de nuestra Sección de Música, nos ofrece hoy las primicias de su repertorio romántico. Rosita Teira contribuye a la belleza de este acto, con la suya y con sus recitales. Y Julio Maruri, poeta en primera fila de la generación actual y magnífico conferenciante, nos prepara magistralmente para llegar al concierto.

         A ellos y a vosotros por vuestra asistencia, y en especial a Luis Pando, dueño de esta Sala, nuestro agradecimiento.




 Leído en la presentación de la conferencia-concierto celebrada con motivo de la festividad de Santa Cecilia por la asociación Los Amigos del Arte, en la Sala Tablanca del café España de Torrelavega el 22 de noviembre de 1949.


martes, 17 de noviembre de 2020

Homenaje a Francisco Brines

Saliéndome del tema habitual de este blog, quiero unirme a las felicitaciones a Francisco de Brines por la merecida concesión del Premio Cervantes. Para lo cual les hago llegar a ustedes, desde este humilde blog, el manuscrito de Francisco de Brines que se publicaron en la Revista Peña Labra nº 57 en primavera de 1986. En este mismo número, podemos encontrar también, una serie de trabajos sobre la poesía de Brines y un encarte con su poema manuscrito: El oro adolescente.

Francisco Brines colaboró también en el número 4, homenaje a Gerardo Diego, con un trabajo titulado: Una mirada nueva para Gerardo Diego.













jueves, 12 de noviembre de 2020

PROEL en la vida cultural de Santander

    



         Cuando en el verano de 1973 se publicó un número monográfico de la revista Peña Labra dedicado a PROEL, por sus páginas volcaron la nostalgia algunos de los que, casi treinta años antes, habían sido promotores y colaboradores activos de aquella revista. Guillermo Ortiz, Leopoldo Rodríguez Alcalde, Julio Maruri, Enrique Sordo y María Teresa de Huidobro; el director que fue de la revista recordada, Pedro Gómez Cantolla; la del entusiasta e imprescindible mecenas Joaquín Reguera Sevilla,... Sus escritos revivirían, para las nuevas generaciones, lo que había sido aquel encuentro de mocedad que, como un milagro, irrumpió en un Santander en el que el conservadurismo consuetudinario parecía seguir marcando la vida de sus habitantes.

 

            "No hay duda que el distanciamiento afectivo permite ver las cosas con mayor objetividad", escribía Pedro Gómez Cantolla en el Peña Labra citado. "La galopada juvenil -continuaba- necesita el regreso y la serenidad del tiempo remansado para que los hechos puedan enjuiciarse con una cierta perspectiva histórica".

 

            Había pasado el tiempo que se admite como el ocupado por una generación y la historia que lo recreaba lo hacía con serenidad. Hoy, a la distancia de medio siglo, el veredicto es el mismo. La presencia de PROEL en Santander estuvo llena de fructíferas resonancias, en un tiempo en que todo parecía difícil; más en el mundo de la cultura.

 

            Que Santander, en una época como aquélla, en la que, como las demás capitales españolas pasaba por las duras penalidades de la postguerra, pudiera alcanzar el nivel intelectual a que llegó entonces, ha sido un hecho no fácil de comprender en un primer acercamiento. Agravado en nuestro caso particular por el tremendo incendio que había destruido una parte importante de la ciudad pocos años antes.

 

            ¿Cuales fueron las circunstancias que dieron lugar a este fenómeno cultural? Fundamentalmente tuvo su razón en la presencia en la ciudad de grupos de personas con afanes culturales, que encontraron en el gobernador civil, Joaquín Reguera Sevilla, el mecenazgo generoso para cuantas actividades de este tipo le fueron propuestas por algunos de aquellos grupos.

 

            PROEL fue grupo pionero en este despliegue en los años centrales del siglo. Detrás, o contemporáneos, vendrán el "Saloncillo de Alerta", las publicaciones de La Isla de los ratones y la galería de arte Sur, de Manuel Arce; la Escuela de Altamira, con proyección internacional; las actividades del Ateneo; otros grupos intelectuales que se movían en torno a la Biblioteca Menéndez Pelayo, en el domicilio del Ateneo, en el Centro de Estudios Montañeses... Enseguida la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.

 

            Dan fe de ello y rubrican esa actividad, su proyección en el más de un centenar de libros de creación y ensayo que aquí se publicaron, y el que dentro de tan importante cantidad encontremos, como autores de ellos, a algunos de los más prestigiosos escritores de entonces, junto a otros que, en el medio siglo que ha transcurrido, han pasado a ocupar hoy un puesto preeminente en la vida intelectual española. Gregorio Marañón, Julián Marías, Enrique Lafuente Ferrari, Eugenio d'Ors, Gerardo Diego, Vicente Aleixandre, Camilo José Cela, Ricardo Gullón, Eugenio Frutos, Jesús Pabón, Luis Felipe Vivanco, Antonio Ballesteros Beretta, José María de Cossío, Carlos Barral, Blas de Otero, Gabriel Celaya, Claudio Rodríguez, José García Nieto... y nuestros José Hierro, José Luis Hidalgo, Julio Maruri, Carlos Salomón... forman parte de la relación de nombres que avala el prestigio de aquellas colecciones de libros. Fue precisamente este esplendor editorial el que llevó al conocimiento del resto del país el desarrollo intelectual que se estaba produciendo en una de las ciudades de la periferia española.

 



 

 

Publicado en:

El Diario Montañés el 12 de noviembre de 1994

















sábado, 31 de octubre de 2020

Ernest Renan

Este mes hace 128 años de la muerte del filósofo francés  Ernest Renan. Con tal motivo publica Aurelio García Cantalapiedra este artículo recordando las lecturas de juventud cuando se cumplía el centenario.



Hace cien años que murió Ernesto Renan


            Hablar hoy de Renan, recordar su muerte ocurrida en 1892 como un centenario a tener en cuenta, parecerá fuera de lugar ante la resonancia del Quinto Centenario que recorre el mundo. Ernesto Renan no es una figura actual; el ilustre pensador francés parece borrado de la vida intelectual de hoy. Pero, ¿por qué es esto así? ¿quedó apagado para siempre el eco de su obra después de aquella «búsqueda ( ... ) de nuevas posibilidades racionales de fe» a que se refiere Francisco Pérez Gutiérrez en su Renan en España? El mismo autor citado, en otra parte del libro invita con estas palabras a la revalorización del personaje: « … la suposición de un Renan fenecido y desprovisto hoy de todo interés obedece tan solo a que se le ignora. Basta leerle ( ... ) para sentirle revivir y volverse nuestro contemporáneo».

            Para nosotros, los españoles de mi generación, que llegamos a los libros en los años anteriores y próximos a la guerra civil en la vida cultural de Torrelavega, ya teníamos entonces a nuestra disposición, en la Biblioteca Popular, la Vida de Jesús y los dos tomos de Los Apóstoles del escritor francés. Era en una edad joven, en que la curiosidad intelectual empujaba hacia todos los caminos y en una época en la que, dichosamente, éstos estaban abiertos siempre para todo aquel que quisiera adentrarse por ellos. Unamuno y Ortega fueron nuestros mentores en este primer acercamiento. Ortega había publicado un artículo en El Imparcial, en 1908, en el que se leía esta frase: «En el cauce del siglo XX va hinchándose más y más el claro nombre de Renan». Y en otra ocasión: «Los libros de Renan me acompañan desde niño; en muchas ocasiones me han servido de abrevadero espiritual». Pero esto ocurría en fechas en que, muy pronto, todo iba a discurrir por un camino único en el que Renan no tenía cabida. Su Vida de Jesús no volvería a estar a nuestro alcance hasta el año 1958, cuando una editorial argentina consiguió hacer llegar a España una pequeña parte de su edición, proporcionándonos así su relectura, aún cuando tuviera que ser de una manera clandestina.

            Aquella primera indagación de hacia más de veinte años encontraba en el reencuentro más madura con el libro, nuevos e importantes motivos para intentar conocer el terreno en el que su autor se movió. Y cuando en fecha más reciente Francisco Pérez Gutiérrez dio a conocer su Renan en España (Taurus 1988), aquel interés se vio colmado en su acercamiento a la vida y a la obra del autor que había suscitado nuestra temprana curiosidad. Ya teníamos a nuestra disposición todas las claves para adentrarnos con seguridad en las razones de la trascendencia de la obra de Renan y en el conocimiento de la convulsión provocada por su Vida de Jesús.

            («Basta leerle [a Renan] para sentirle revivir ... »).

            Pocos libros han puesto a su autor en el camino de la celebridad, en tan breve tiempo como le sucedió al escritor francés. La Vida de Jesús apareció en junio de 1863; el 1 de septiembre del mismo año ya estaba incluida por el Vaticano en el Índice, con una rigurosa puntualidad. Para un entendimiento correcto de este proceder y de las reacciones de todo tipo que produjo el contenido del libro, no se puede separarlo del contexto histórico en que se publicó, que llevó, a unos, a condenarle con todo el rigor, y a otros, a tomar con no menor rigor y el mayor interés, el pretendido estudio exhaustivo de la figura humana de Jesús de Nazareth.

            El libro de Renan había caído con un fuerte impacto sobre las aguas ya revueltas por el racionalismo en Europa. Y en España de una manera particular, donde, siguiendo a Francisco Pérez Gutiérrez, se puede asegurar que «… la influencia de Renan vendría a modelar en notable proporción la fisonomía religiosa del movimiento llamado krausista».

            Si volvemos ahora nuestros ojos hacia la peculiaridad histórica de nuestro país en el último tercio del siglo XIX y a la importancia que aquellos años tuvieron como origen de la contemporaneidad que les siguió, estaremos en condiciones de valorar en su justa medida la obra de Ernesto Renan, que contribuyó, de manera indudable, al discurrir de la vida espiritual de entonces.

            Y con ello, a lo justo que es recordar su figura, con el eclecticismo que requiere, en este centenario de su muerte.


 

Publicada en:
El diario El Diario Montañés, 31 de octubre de 1992


sábado, 24 de octubre de 2020

La efímera vida de una Biblioteca Popular

 

Hoy, Día de las Bibliotecas, os presentamos otro de los escritos de Aurelio García Cantalapiedra sobre la Biblioteca Popular de Torrelavega del que se dio referencia en este blog hoy hace un año.




El centro cultural, creado hace ahora sesenta años,

fue clausurado por los franquistas en 1937

 

            El día 13 de noviembre de 1927, hace ahora sesenta años, se inauguraba oficialmente en Torrelavega un centro cultural, al que sus fundadores dieron el nombre de Biblioteca Popular. La vida de esta entidad se iba a desarrollar durante una década, hasta agosto de 1937, fecha en la que fue clausurada cuando ocuparon la ciudad las fuerzas del Ejército del general Franco. Fueron diez años de intensa actividad cultural, de los que han quedado profunda huella en los hombres que tuvieron la suerte de vivirlos.

 

            Como bien lo comprendieron sus fundadores, y así quedó escrito en el prólogo de la Memoria editada por esta entidad al final del curso 1927-28, "Torrelavega había entrado ya en el segundo estadio de evolución por el que normalmente atraviesa toda agrupación humana. Asentada sobre firmes bases su vida material, bases constituidas, en primer lugar, por su estratégica situación, que la convierte en centro de la vida económica de una amplia comarca, y, en segundo término, por los factores agrícolas, ganaderos, mineros, industriales y comerciales, que en halagüeña coordinación y concertada armonía vivifican su valle ubérrimo, era imperativo de necesidad social entonar tales actividades puliendo y refinando sus características con aquellas otras más íntimas y permanentes que presta la vida consciente del espíritu colectivo". En este comentario se citaban como precedentes que venían laborando en igual sentido la Escuela de Artes y Oficios, las entidades musicales, la Cámara de Comercio y otros círculos sociales.

 

            Las gestiones para su creación fueron iniciadas oficialmente el 18 de septiembre del año anterior, 1926, cuando Ramón Miguel y Crisol y Joaquín Barquín Fernández, en nombre y representación de la recién constituida Sociedad Pro Cultura Popular, se dirigieron a la Corporación municipal exponiendo sus propósitos y solicitando para la instalación de una biblioteca pública el salón que existía en la planta baja del Palacio Municipal. La petición en este sentido fue rechazada, ofreciendo a cambio el local que había ocupado la Contaduría en el antiguo edificio del Ayuntamiento, en la Plaza de Baldomero Iglesias, que fue reparado y puesto a punto para el nuevo que se le iba a dar, según acuerdo tomado por la Corporación el 15 de febrero de 1927.

 

            En este local se iniciaron, con carácter provisional, las actividades de la Biblioteca Popular, pero iba a ser por poco tiempo, pues pronto se vio obligado el Ayuntamiento a disponer de él para instalar el Juzgado de Primera Instancia. Era un problema muy grave que iba a dar lugar a que se interrumpiera la labor iniciada, pero que fue resuelto con facilidad gracias a la colaboración de la Cámara de Comercio de Torrelavega, que les cedió una parte del local que venía ocupando esta entidad mercantil en el número 32 de la calle Consolación, donde permanecería la biblioteca hasta el final de sus días.

 

            Vencidas estas primeras dificultades, resuelta la primordial cuestión del local, incrementado el número de socios y consolidada la entidad como tal biblioteca, con un importante aumento de libros en sus estanterías, no quedaba más que proceder a la inauguración oficial para cancelar el carácter de provisionalidad que había venido arrastrando durante un año. Para este fin fue fijada la fecha del domingo 13 de noviembre, invitando a Víctor de la Serna, quien había de pronunciar la conferencia de inauguración.

 

            El acto tuvo lugar a las once y media de la mañana del día citado, bajo la presidencia del que lo era de la sociedad, don Ramón Miguel y Crisol, ocupando un lugar en los sitios de honor don Jorge García, que ostentaba la representación del alcalde; el cura párroco, don Emilio Revuelta; el juez de Instrucción, don Emilio Macho Quevedo; el comandante de la Caja de Reclutas de la ciudad, don Alberto Guerrero; el registrador de la Propiedad, don Francisco Vega; el capitán de carabineros, señor Cornejo; el farmacéutico titular, señor Herrero; el presidente del Círculo de Recreo, señor Cacho; el presidente de la Coral, Carrasco; el del Orfeón torrelaveguense, García de los Ríos; el de la Junta del Asilo, un representante del Centro Obrero y otros.

 



 

Publicado en:

El diario Alerta, 13 de noviembre de 1987

sábado, 17 de octubre de 2020

TRES ARTISTAS EN EL TORRELAVEGA DEL SIGLO XX


TRES ARTISTAS EN EL TORRELAVEGA DEL SIGLO XX


         Mauro Muriedas, Eduardo López Pisano y José Luis Hidalgo: he aquí tres nombres de artistas locales que con su destacada personalidad brillaron de manera muy singular en la vida de la ciudad. Las vivencias de estos tres fueron tan significativas que en cualquier escrito en el que se pretenda hablar del desarrollo cultural de Torrelavega en el siglo XX han de ser presentados como ineludible referencia. No solamente por lo que juntos y cada uno representaron sino porque los tres fueron proyección ejemplar de una época. No vacilaríamos  en dar lo nombres de Muriedas, Pisano e Hidalgo como buques insignias de la vida cultural del Torrelavega de entonces, sino también y en cierta manera, de la que se les pueda considerar en la vida social. Los dos primeros desde su presencia en las aulas de la Escuela de Artes y Oficios y, más tarde, como socios de la Biblioteca Popular, en cuyo centro cultural encontraron los alumnos de aquella Escuela el terreno idóneo para el cultivo de su vida en relación con el ambiente en que se desenvolvían, pues la Biblioteca constituyó, para un elevado número  de aquellos alumnos de Alcalde del Río el complemento cultural que elevó su nivel dentro del ambiente local en que se movían los vecinos del pueblo. Hidalgo, por su edad, no pudo disfrutar de aquella base que supuso la Escuela de Artes y Oficios, pero encontró en otros ambientes, y principalmente en la Escuela de Bellas Artes de Valencia, la formación precisa. Su sensibilidad lírica colaboró notoriamente en el desarrollo artístico.
        
         La Biblioteca Popular, cuya institución comenzó su andadura en 1926, no se limitó a funcionar como una biblioteca pública como parecía querer indicar su nombre. Su labor se proyectó más allá, a base de organizar actos culturales en su domicilio social (conferencias, cursillos, exposiciones...) a los que el público de la ciudad respondió con entusiasmo, que no iba a cesar hasta la clausura del centro en 1937. En un escrito de Manuel Teira se pudo leer: “En la Biblioteca se habló de arte, de literatura, de ciencias, de filosofía; nunca se habló de política, ni de religión, aunque política y religión llenaban el enfervorizado clima de la España de la época; el recinto de la Biblioteca, amparando las opiniones y los sentimientos de todos, no fue campo para la discusión”, y en otro escrito del pintor Eduardo López Pisano publicado el 12 de noviembre de 1977, se hacia referencia a la relación de la Escuela de Artes y Oficios y la Biblioteca: “La Biblioteca Popular estaba en una relación muy estrecha con la Escuela de Artes y Oficios y con todas entidades de arte popular. No había en sus actividades una intención elitista entre las personas que después de su jornada laboral buscaban en ella un enriquecimiento de su saber”.

         Han transcurrido más de treinta años desde la publicación de otro escrito mío en el que me permití calificar a la labor de estos dos centros como la “Universidad del Pueblo”. Fue con motivo de una exposición conjunta de la obra de Mauro y Pisano; los dos fueron proyección ejemplar de la labor que desarrolló aquella “Universidad”. Y los cito como destacada muestra a la que se pueden unir el nombre de otros artistas locales que omito para no alargar este escrito.

Mauro Muriedas


         En otro escrito mío referido a este escultor, me permití hablar de él como artista “de la más pura estirpe montañesa”, expresión  que apoyaba afirmando que “sigue con la gubia el camino que con la pluma fue abriendo Manuel Llano”. Esta comparación que me permití entonces, entiendo que continua siendo válida desde el punto de vista artístico y humano para quienes se acerquen a la obra que nos dejaron los dos. En la obra del uno y del otro se unen, de manera inseparable, las expresiones escritas de Llano y las esculturas de Muriedas en su vertiente lírica. En otro lugar me referí hace más de veinte años a que a Muriedas  los árboles que tocaba con su gubia acababan convirtiéndose en poesía, en una metáfora contradictoria llena de dolor por una de las vertientes en la obra terminada y por el otro asomaba su lirismo, en este ir de la madera al humanismo que quedaba reflejado en sus esculturas realizadas en los años  por los que transcurrió su vida.
        
         Escuchemos la voz escrita de Manuel Llano al juzgarlo: “Rostros de madera que parecen rostros de carne con sus melancolías, con sus meditaciones...Vidas en estado de ánimo que reflejan el reposo, la tristeza, el hastío...”

         Recordábamos aquel estudio de la galería de cristales en Campuzano, más tarde el reducido taller en una buhardilla.

         La última vez que vi a Mauro Muriedas era ya nada más que una escultura de sí mismo. Se había dejado caer sobre una cama. Era el hombre derrumbado que él hubiera podido esculpir con los postreros golpes de una gubia y una maza ya imposibles.        

Eduardo L. Pisano


         Cuando hace ya un largo tiempo me pidieron un escrito sobre el arte y la vida de Pisano, mí amigo llevaba ya treinta años viviendo en París y nuestras relaciones a muy esporádicas y breves cartas. Pero mí conocimiento de su personalidad me permitió afirmar que “Eduardo Pisano lleva ya treinta años largos viviendo en París, lo que quiere decir que lleva treinta años pintando en París, porque para Pisano vivir es pintar”.

         Después de estos años, en los que habían pasado por su delicada retina todos los ismos y todas la formas de las artes plásticas, en aquel París por el que todo pasaba, su vuelta a España había sido muy escasa, llamado en ocasiones por galerías de arte que eran conocedoras de su obra.

         La pintura de Pisano había profundizado en unos caminos que le separaban de los que él había venido pisando hasta su marcha a París. Las imágenes que se ofrecían a su vista le habían abierto nuevos caminos en los temas que en él eran habituales, aquellos que el profesor Lafuente Ferrari había llamado pintura montañesa de todos los tiempos, entroncándole con nuestros clásicos, Riancho, Iturrino, Solana, María Blanchard, etc. En la pintura de nuestro amigo había calado la pasión por aquellos nuevos caminos y su pintura volvía a España afectada por lo que estaba viendo y viviendo.

         Cuando Pisano y Mauro Muriedas expusieron juntos en noviembre de 1976, en una sala que había dispuesto para ellos el Banco de Bilbao de Torrelavega, se leyó en el catálogo una expresión que reflejaba perfectamente lo que había sido y era el resultado de su arte. De la exposición conjunta se decía que tenía en común su motivo siempre humano, “desgraciadamente humano, terriblemente humano. Sin concesiones en Mauro. Entre muecas irónicas en Pisano.”.

         La pintura que Pisano nos traía era hondamente personal.        

José Luis Hidalgo


         Fue otro discípulo aventajado de la “Universidad del Pueblo” vinculado a la Biblioteca Popular de manera muy destacada. Pintor y poeta del que Juan Ramón Jiménez dijo: “... aquel muchacho que escribió el admirable libro de Los Muertos... era, quizás, el poeta más natural y espontáneo de estos años. Muy conseguido. Algo así como el Bécquer de nuestra época.”.

         Su obra pictórica quedó oscurecida públicamente ante la presencia de la lírica. Fueron muy pocos sus años de vida (de 1919 a 1947) para que lograra alcanzar un paralelo entre las dos actividades. Pero, para los profesionales y críticos de arte, quedó bien de manifiesto lo que se esperaba en su camino por la plástica, principalmente  por lo que había en él como maestro del dibujo, siempre acertado y de una fuerza exquisita. Desde muy joven quedó esto de manifiesto en los grabados en madera que hacía para ilustrar las páginas de un periódico local. Y como artista plástico dejó pronto buena prueba en una exposición que colgó en 1936 en la sala de su admirada Biblioteca Popular.

           Los años últimos de su permanencia en el ejército con motivo de la guerra civil española que le tocaron vivirlos en Valencia, aprovechó para ingresar en la Escuela de Bellas Artes de aquella ciudad, estudios que concluyó con muy buen aprovechamiento en 1943.

         Su dedicación a la poesía y a la pintura fue constante en la presencia poética al público por ser más asequible. En pintura tomó parte en diversas exposiciones individuales y colectivas, en Valencia, Madrid y Santander, en las que su obra fue elogiada por reconocidos críticos quienes no cesaron en insistir en el porvenir que le esperaba.

         Falleció en Madrid el 3 de febrero de 1947, dejando -a los que conocían su obra, tanto pictórica como poética, con la tristeza que producía “aquel salto en el vacío” que conmovió a todos.


Publicado en:
Color y Latras. Tertulia Sago nº 2 octubre de 2004