Futuro del libro
Los diversos medios de
comunicación de que dispone hoy el hombre nos vienen recordando machaconamente
la existencia de los libros: “libros para todos”, “un libro te hará triunfar”,
etc., son “slogans” de moda. No cabe duda de que cada día se lee más, que cada día se venden más libros, aún
cuando todavía no hayamos llegado a las cotas alcanzadas por otros países
europeos; pero nosotros nos preguntamos: ¿habremos llegado tarde a la cita de
las grandes ediciones? Y nos hacemos esta pregunta porque también es frecuente
oír comentar que el libro acabará por desaparecer, aplastado por el disco, la
radio, la televisión, el cassette, el video-cassette, etc., o sea por todos
esos sistemas de comunicación y relación que la técnica está poniendo a nuestro
alcance. Cierto autor, al hacerse esta reflexión, decía que esta afirmación
viene haciéndose hace demasiado tiempo para que sea verdadera. Y añadía que es
como un “slogan” repetido mecánicamente y engañoso, y que la realidad viene
demostrando precisamente lo contrario. Podríamos añadir si este “slogan” no
será una diabólica propaganda montada por los intereses económicos que
representan esos procedimientos que parecen enemigos del libro.
De ser esto cierto -coso
que nos resistimos a creer-, nos parece que el resultado va a ser precisamente
el contrario del propuesto, yo que el promedio de lectores es hoy muy superior
a cuando estos medios auditivos se iniciaban en el mundo.
Aún cuando el ser humano
tiende, par naturaleza, al
mínimo esfuerzo, que estaría representado
en la lectura por escuchar una novela que nos da la radio o que nos mete por
los ojos la televisión, en vez de ser nosotros quienes recorran las páginas del
libro con los propios ojos, nos parece que el lector, el auténtico lector,
nunca podrá sustituir una cosa por otra. Por bien que esté grabada o
representada una novela, y aún cuando esta sea de calidad y no un horrible
serial de esos que se emiten con demasiada frecuencia, por bien que este hecho,
repetimos, siempre será “otra cosa”. Indudablemente, si las emisoras de estos
espacios elevaran la calidad de los mismos, su labor cultural resultaría
importante, pues más de un oyente, si no fuera par este procedimiento, no
llegaría a conocer ciertas obras literarias; pero para esto es preciso que se
dejen para siempre los seriales lacrimógenos y las versiones resumidas tipo
“Reader´s Digest”. Por otra parte, del oyente satisfecho al escuchar la lectura
de un buen libro puede salir un lector contumaz.
Hay un tipo de lectores
para los que no existe procedimiento mecánico que les pueda separar del libro
jamás. Son aquellos que aman el libro por si; los que sienten el placer de ir
abriendo sus hojas morosamente con la plegadera, a medida que las van leyendo.
Para estos no existe sustitución posible. Y no digamos de aquellos que gozan
acariciándolo y hasta oliéndolo y que se entusiasman con la belleza
tipográfica. Estos se han ido a la otra esquina, pues su pasión por el libro es
casi sensual, con muy escasa relación con la literatura.
Volviendo a los medios mecánicos
de audición, podríamos ponerles algunas trabas que los sitúan en condiciones de
inferioridad con respecto a los libros. La radio, por ejemplo, nos “lee” la
novela cuando ella quiere, no cuando nosotros lo deseamos, y no nos permite el
placer de la relectura, del paladeo de una página estremecedora, de volver
sobre un pasaje que en aquel momento y en aquella situación necesitamos
repetirnos. El disco o la cassette parece que podrían obviar esto, pero siempre
nos dan la impresión de que nosotros, los
“auditores”, somos terceras personas, lo que no nos ocurre con la
lectura directa, en la que nos sentimos como dentro de las páginas del libro y
hasta protagonistas. Nos da la impresión de que nuestra imaginación queda
marginada cuando la “lectura” es ajena a nosotros, cuando no somos nosotros los
que provocamos la resonancia que produce en nuestra mente. Los ojos humanos no
pueden ser sustituidos por la lectura magnética o por una aguja para arrancar
su misterio al libro, ya que estos elementos, precisamente por su carácter
mecánico, le hacen perder encanto. La voz ajena crea unos paisajes de la
fantasía naturalmente extraños.
Como resumen de estas
notas, podemos decir que los medios audiovisuales pueden ser un leal aliado de
la lectura, si se les da el tono y el sentido requerido para ello; nunca a
podrán sustituir, por muy perfeccionados que nos los sirvan. La ideo de la
proclamación del final de la “era Gutenberg” y el inicio de la “era electrónica”, en la que la comunicación
audiovisual barrería por entero comunicación escrita, creemos que esta
equivocada.
A.G.C.
Publicado
en la revista: “Sniace. Nuestra vida social” Nº 134 enero-febrero 1973
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