Problemas y elogios
del libro
A mi me parece ciertamente
extraño el que vuestras manos estén cargadas de libros, que los libros
constituyan para vosotros una obsesión en estos años de la vida y que no exista
una asignatura que se llame, sencillamente, “El libro”. El problema se presenta
como al carpintero que maneja todos los días el martillo y que no se ha hecho
cuestión de lo que es un martillo, o no se lo han explicado. La familiaridad
que supone el tenerle constantemente consigo, le llega a producir
subconscientemente la idea, de que es una continuación de su brazo. Esto le
pasa al carpintero con su martillo, al pintor con su brocha y al estudiante con
sus libros, que de tanto llevarlos en la mano parecen una prolongación natural
de esta. Y, sin embargo, el
conocimiento del martillo para el carpintero, de la brocha para el pintor y del
libro para el estudiante, me parece que es fundamental, pues puede permitir
sacar un mayor provecho de la herramienta. O, por lo menos, un mayor amor por
ella, ya que conocimiento, como sabéis, es sinónimo de amor. Puede ser que me
estéis maldiciendo, y yo as doy la razón. ¡Lo que nos faltaba!, diréis, una
asignatura más. Pero si a vosotros os pidieran ahora que escribierais un
ejercicio de redacción sobre el tema “El libro”, muchos empezaríais a morder el
bolígrafo, dándole vueltas entre los dientes y os costaría poner las primeras
palabras sobre la hoja blanca que tendríais enfrente. Para vuestra tranquilidad
os diré que esto sería una situación que casi podemos calificar de normal.
Tenéis tan cerca el libro de vosotros que, como al carpintero, no habéis
necesitado haceros problema de él. Le utilizáis como movéis vuestros dedos,
cuando queréis apretar un objeto, sin que, a primera vista, parezca que
intervenga vuestro yo. Y, sin embargo, ni los dedos se mueven por si, ni el
libro está ahí, en vuestras manos o debajo de vuestros brazos también porque
si. Para que el libro llegue a vuestro poder han tenido que pasar muchas cosas,
sobre las cuales vamos a hablar un momento hoy, con el propósito de que cuando
dirijáis la mirada a vuestro reglamentario montón de textos, por mucha manía
que tengáis a alguno de ellos, porque no os guste la asignatura, sepáis, por lo
menos, apreciar su valor material. Y no solamente el material -que ya sería
suficiente-, sino su importancia desde el punto de vista humano, reconociendo
la transcendencia que tiene el 1ibro para la vida de los hombres.
* * *
Un día le preguntaron a
Lord Byron, que era un libro y contesto: “Un libro es un libro”, aclarando que
lo que quería decir es como si hubiera contestado “una perla es una perla”, o
sea, un objeto precioso por si. Estoy seguro de que más de uno de vosotros estará
pensando en este momento en el cero que le habrían puesto, en sus notas si
hubiera contestado de esta manera a la pregunta de un profesor; pero pensar que
con los años y con los libros precisamente, se puede alcanzar la categoría
intelectual de un Lord Byron y poder contestar así, con lo que en principio
parece una boutade, pero que encierra una bella definición.
Si esa pregunta os la
hacéis a vosotros mismos o a cualquiera que este a vuestro lado, lo primero que
os vendrá a la mente es que un libro es una “cosa” material: es papel, es
cartón, todo reunido en una forma determinada, con un texto impreso sobre
ellos, a cuyo conjunto hemos convenido en designar con ese nombre. Pero para
que esta “cosa” llegue a adquirir tal forma, han sido muchas las manos del
hombre que han tenido que intervenir. Aún cuando se que algunos de vosotros
conocéis más o menos el currículum de un libro, vamos a dar un breve repaso a
ese itinerario para los demás, con el fin de que se puedan hacer una idea de
los caminos que ha de seguir hasta concretarse como tal.
* * *
En primer lugar, existe el
Autor, el hombre que con sus
conocimientos y su capacidad se sienta ante un puñado de hojas en blanco y va
volcando en ellas su saber -en el caso de los libros de texto que vosotros
manejáis-, o su imaginación, cuando se trata de lo que se llama “obras de
creación”: novelas, cuentos, poesías, ensayos, etc. Aquí está el principio del
libro, en el autor, ese nombre que a veces aparece en la cubierta del volumen
en letra pequeñita y que lo normal es que vosotros, en los años de
bachillerato, no le recordéis. Hacer la prueba ahora mismo de pensar en el
nombre de quién escribió el libro de matemáticas que estáis estudiando y es
posible que muchos no lo sepáis. Más adelante, si continuáis con estudios
superiores, ya será otra cosa, porque la peculiaridad de cada texto con el que
habréis de enfrentaros, os obligará a familiarizaros con el nombre de quien le
escribió y esto ya significará un paso importante respecto a vuestra evolución
mental. Dentro de unos años, muy pocos para los que estáis ya en los últimos
cursos, ocuparán un lugar preferente en vuestra memoria no solamente los
títulos de los libros, sino también los hombres de los autores, singularmente
los nombres de estos, y a base de ellos elegiréis vuestras lecturas. Será el
momento transcendental en que, ya hombres, habréis tropezado con el hombre y su
circunstancia, como diría un maestro del pensamiento español. El momento en que
crecerá en vuestra consideración la figura de quien fue capaz de escribir, de
crear aquellas páginas que tenéis ante vuestros ojos y que causan vuestra
admiración. El novelista Ramón Pérez de Ayala escribió a este respecto, que el
autor tiene la esperanza “casi siempre desesperada, de hallar en sus semejantes
una replica comprensiva y fraterna.” No olvidéis esta frase cuando leáis un
libro, que está dicha por un autor,
es decir, por un hombre entregado a escribir libros para los demás. Si el libro
os conmueve, aunque no sea más que como tal libro (“una perla es una perla”),
podréis siempre tener ante el una actitud comprensiva y fraterna, como pide
Pérez de Ayala. Si además os interesa lo que se dice en sus páginas, estaréis
en el camino de la devoción que se le debe a quien lo escribió. Ha pasado ya,
por lo menos en parte, y en un cierto sentido, la intención que encerraba la
frase de Mariano José de Larra, de que “escribir en España es llorar”, pero, así y todo, no olvidéis que la
creación siempre es dolorosa y por lo tanto digna de alta estima. El propio Larra
escribió también que “la literatura es la expresión del progreso de un pueblo”,
lo que nos confirma aún más, si fuera necesario, en la consideración que debe
merecernos el autor de un libro.
Como complemento de esto y
para que veáis lo que puede representar económicamente para un autor la edición
de sus libros, puedo comentaros que, a finales del siglo pasado, escritores
como Pérez Galdós, Palacio Valdés, la Condesa de Pardo Bazán, nuestro José
María de Pereda, tuvieron que imprimir a su costa muchos de sus libros, pues no
encontraban quien quisiera correr el riesgo de editarlos. Pio Baroja también
tuvo que imprimir por su cuenta Vidas
sombrías, su primer libro y Azorín algunos de sus folletos iniciales. En
uno de los escritos de don Miguel de Unamuno podemos leer que de su Vida de don Quijote y Sancho, publicado
en 1905, después de transcurridos cinco años no había vendido más que 1300
ejemplares, que le habían proporcionado un beneficio de 1.745 pesetas y
concluye Unamuno: “En resolución, que en doce años de labor literaria mis diez
libros me habían producido unas cuatro mil pesetas.”
* * *
Como podéis comprender,
para no hacer largos y más pesados estos minutos que me estáis dedicando, he
simplificado hasta límites excesivos, la problemática del autor; sería preciso aquí situarle en su contexto geográfico
y político, en su mentalidad, en su intención, etc., pero esto nos llevaría
lejos y no procede en estos momentos, ni es ocasión para ello.
Después del autor y para
que el libro en potencia
siga su camino, ha de existir “el editor”,
que es el hombre o la entidad social que se compromete con el autor a
comercializar su obra. El editor corre con el riesgo económico de hacer el
libro, pagando al autor unos derechos convenidos, y a la imprenta que compone
la labor que a de realizar hasta conseguirlo. Generalmente, el autor y el
editor firman un contrato en el que ambos se obligan a unas ciertas
condiciones, tanto en cuanto al pago al autor por lo que se llaman sus
derechos, como a la limitación de la tirada de la edición, es decir, número de
ejemplares que se van a hacer del libro, etc. etc.
En toda empresa editorial,
se trate de una persona o de varias reunidas en una sociedad para este fin,
cabe distinguir dos orientaciones; mejor dicho, tres: propósitos exclusivamente
económicos, como los de un negocio cualquiera, o sea ganar dinero con la
edición; propósitos culturales, proyectando su cometido con un fin
estrictamente cultural para lo que seleccionan y cuidan escrupulosamente los
títulos que publican y, por último, una suerte de mezcla de los dos anteriores.
No dejaría de ser noble el primero de los tres caminos, el puramente económico,
si no estuviera abusivamente bastardeado. Pensar el negocio desde el punto de
vista exclusivamente monetario, también puede permitir una acción positiva si
se escogen los títulos, aunque no sean todos, con un cierto decoro. La
estructura política del mundo occidental al menos, está pensada para ganar
dinero, de lo que no se libran sus editoriales en general, pero, como decimos,
cabe la posibilidad de que al mismo tiempo de que incrementan su capital,
sirvan a los lectores libros de un nivel admisible desde el punto de vista
cultural.
En estos principios del
último cuarto del siglo XX, estamos viviendo unas circunstancias especiales, en
las que reina un cierto desafío a la personalidad, lo que da lugar a esa
ansiedad que se palpa, principalmente entre la gente joven, por conocer los
procesos intelectuales que se producen en el mundo entero, lo que está empujando,
felizmente, a los editores por ese último aspecto del negocio a que me he
referido, en el que se pueden conjugar el interés económico con el espiritual.
No se debe de perder de vista que el libro que no es precisamente el de texto
obligado para los estudios oficiales, es un complemento vital para la formación
integral del estudiante y cualquier aberración que distorsione su
comercialización, debiera de quedar fuera de la ley, por lo menos de la ley
humana.
Volvamos a nuestro camino.
El editor, dueño ya del original por cesión del autor, lo entrega a una imprenta para que llegue el
libro en la forma característica a nuestras manos. Pero todavía, antes de que
nosotros podamos leerle, han de intervenir otras dos personas: el distribuidor y el librero. El distribuidor recibe
del editor los ejemplares que ha hecho la imprenta y los reparte entre los
libreros, que constituyen el ultimo eslabón de la cadena entre el autor y el
lector.
Como podéis ver, la cosa
no es tan sencilla. Para que un libro llegue a nuestras manos, tiene que pasar
antes por otras cinco. El cuadro quedara completo si añadís, como interventores
marginales, al dibujante o diseñador
de la portada, cosa que ha adquirido recientemente un gran auge. Se puede
asegurar que en este mundo loco del consumismo que nos está tocando vivir, y en
el que nos han metido astutamente, un simple cambio de portada, un dibujo
brillante y atractivo de la cubierta de un libro, puede dar lugar a doblar 0
triplicar su venta. Y después viene el crítico,
que oportunamente se ocupará de escribir sobre el libro en periódicos o
revistas especializadas, en una labor que se estima habitualmente como
orientadora.
También tendríamos que
hablar aquí del traductor, el
gran trabajador en el campo de los libros, pero tenemos que contentarnos con
mencionarle nada más, por razones de tiempo, pero eso sí, con el respeto que se
merece. Puedo contaros como anécdota en este aspecto de la traducción, anécdota
que se me ocurre que es un tanto desorientadora y que precisaría así mismo un
comentario esclarecedor: entre los autores más traducidos durante estos últimos
años, como Cervantes y Lenin, aparece nuestra compatriota Corín Tellado, que
ocupa un lugar muy próximo a Cervantes. Siento tener que limitarme a enunciarlo
nada más, sin extenderme en el problema, porque, efectivamente, que los
engendros del “corazón” de Corín Tellado se divulguen por el mundo de esta
manera, nos tiene que producir sonrojo; a nosotros y al resto del mundo.
Y ya que hablamos de
estadísticas, no terminemos sin dejar constancia de que España ocupa el séptimo
lugar en cuanto a número de títulos
editados, aun cuando tengamos que decir también que la tirada media no pasa de
dos a tres mil ejemplares por título (y más que media podíamos apuntar que
máxima), cuando en los países de la Europa Occidental es fácil llegar a los
cincuenta mil ejemplares y en Estados Unidos o la Unión Soviética, por
circunstancias que no son ahora comentables, se cuentan por centenas de millar.
Veamos otro aspecto en la
comercialización del libro que puede tener un cierto interés también; me
refiero al económico. ¿Cómo se distribuyen el autor y los cuatro intermediarios
el importe de un libro? Pongamos un ejemplo con el que lo único que pretendo es
generalizar y facilitar la cuenta. Supongamos que pagamos en una librería cien
pesetas por un libro. Estas 100 pesetas quedarán repartidas, aproximadamente,
en la siguiente forma: El editor
pagará al autor el 10%, es
decir, diez pesetas por cada ejemplar. Además, habrá de pagar a la imprenta la correspondiente
factura por su confección, que podemos fijar en un 33% del valor en venta, o
sea 33 pesetas. Cuando el editor entrega los libros al distribuidor para que proceda a su venta, le hace una bonificación
del 40% sobre el precio con que sale al mercado; en este caso que hemos puesto
como ejemplo, cuarenta pesetas, de las que a su vez el distribuidor concede al librero e1 25%, equivalente a
veinticinco pesetas, quedándose él, por lo tanto, con quince. En resumen: para
el autor, son diez pesetas;
para la imprenta treinta y
tres; para el distribuidor
quince y para el editor
diecisiete. Aparentemente el autor es el que lleva la peor parte, ya que nada
más que le corresponden diez pesetas, pero no seríamos justos si no hiciéramos
mención a que tanto el editor, como la imprenta, como el distribuidor y el
librero, tienen una serie de gastos propios de su tipo de negocio que para
conocer su ganancia hay que deducirlos del importe que les ha correspondido. La
lógica consecuencia es que para que el autor perciba una cantidad que responda
en importancia a su esfuerzo, es necesario que la tirada, el número de
ejemplares que se editan de cada título, sea elevado, cosa que hoy por hoy no
es nada fácil en España.
¿En injusta la forma
actual de comercialización de los libros? Particularmente pienso que se podrían
encontrar otras, pero me parece que lo que hay que tratar es de conseguir que
se lea más, lo que incrementaría el número de las tiradas y sería una solución
al problema económico del autor y a otros problemas que se derivan de esta
escasa afición a la lectura.
La problemática del libro
quedaría muy incompleta si no hacemos mención al objeto del libro, que podemos
centrar en estos tres aspectos: “el libro como objeto específico de derechos,
el libro como reflejo de la capacidad creadora del hombre y el libro como
portador específico de la inteligencia y de la historia humana” (Cuadernos para el Dialogo, diciembre
1972) que en algún aspecto hemos tocado a la ligera en estas notas apresuradas.
Tendríamos que hacer
referencia a otros problemas de tipo sociológico en torno al libro, como por
ejemplo el que constituye la censura. Pero no la censura entendida
superficialmente, no. Me refiero a la autocensura que el escritor se impone a
si mismo, como consecuencia de una mentalización de años, que puede llevar a la
labor de creación -y de hecho la está llevando- a resultados catastróficos.
Pero también es un tema que ha de quedar marginado hoy
Como complemento de lo que
antecede y con el deseo de singularizar la importancia que ha alcanzado el
desarrollo del libro, voy a leer a continuación algunos de los epígrafes del
articulado que compone la Carta del Libro, establecida por la UNESCO el año
1972: “Todos tienen derecho a leer”; “Los libros son indispensables para la
educación”; “La sociedad tiene el deber específico de crear condiciones
propicias para la actividad creadora de los autores”; “Las bibliotecas son un
medio valiosísimo para la difusión de la información y del conocimiento, para
el disfrute del saber y de la belleza”; “La libre circulación de los libros
entre los países constituye el complemento imprescindible de la producción
nacional y favorece la comprensión internacional.” Como veis, son temas que
requerirían también otra larga y compleja explicación a la luz de realidad.
Nos quedaría hablar del
libro en su compleja relación con la televisión, ambos como medios de cultura,
pero no tenemos tiempo tampoco para este menester. Solo quiero decir a este
respecto que me horroriza que entre los dos medios de formación, alguien pueda
pensar que con la televisión tiene bastante.
Sin la pretensión de haber
dejado agotada la problemática del libro, sino sencillamente apuntada, pasemos
a la segunda parte prometida en el enunciado de mi intervención en este acto:
Elogio del libro.
Volvamos a la definición
de Lord Byron: “Un libro es un libro” y al sentido que le daba el ilustre
escritor, y a partir de ella recojamos algunos trozos, de diversas
personalidades, en una especie de antología del elogio del libro, con la que
saldréis ganando, pues siempre será mejor que lo que yo pueda decir. Leamos a
Víctor de la Serna Espina: “El libro, como todas las conquistas lentas de la
humanidad, es una conquista fundamental y definitiva. Yo no se si la
televisión, la radio o algún sistema moderno de fijación del pensamiento y de
las expresiones humanas, logrará sustituir al libro en el porvenir Pero,
¿durante cuántos siglos el libro, como el lecho, como la tumba, como la cuna,
como el plato en que comemos, como la espada con que nos destruimos, ha sido
igual, ha tenido la mis a forma, ha constado de los mismos elementos
fundamentales? ¿Os dais cuenta del respeto que debe inspirar el libro, el libro
material y tangible, el libro objeto, como creación humana?”
Y el admirable Manuel
Llano dejó escritas estas frases en una de sus bellísimas páginas: “El libro,
como un apero más; como un apero esencialísimo en el área moral de las tierras
labradas, que sea elemento familiarizado con las expansiones diarias de las
gentes rurales. El libro, manejado como una herramienta, como una esteva, como
una legra, como un bieldo…” Continuando,
“hay tiempo para reír, para llorar, para el trabajo, para el descanso, para
permanecer sentado en una piedra escuchando lo que dicen unos libros.”
* * *
Tenéis en lo que antecede
dos ejemplos admirables de amor, de devoción hacia los libros. Cuando a un
famoso estadista inglés le hablaron elogiosamente de su mansión, respondió:
“Prefiero de ella tener una estancia apacible, bien abastecida de libros, que
todo lo que podáis ofrecerme en punto a decoración y ornato del arte más
costoso”; y continuaba así su entusiasmo: “Estoy convencido de que no hay mayor
ventura que proporcionar a la familia de un artesano, como inculcar el amor a
los libros.” Y de otro inglés, Raskin, es esta expresión: “Quisiera persuadir
al joven que va a fundar un hogar que comience por formar una colección de
libros lo antes posible… colección bien escogida, que ha de ir aumentando
constantemente. De esta pequeña biblioteca debe hacer la pieza más distinguida
y mejor amueblada de la casa.”
¡Para que seguir copiando!
Leer, os aseguro, es una de las posibilidades más hermosas que nos proporciona
la vida. En esto podemos resumir el tema de hoy. Leer como Pachico, el
personaje de Paz en la guerra, de don
Miguel de Unamuno, que “dedicábase con ardor a la lectura”, con “voracidad
intelectual”, con “deseo de saberlo todo”. Leer apasionadamente, aunque
encontremos momentos en que nos parezca que no nos enteramos de lo que dicen
algunas páginas que están ante nuestros ojos, porque siempre, siempre, y esto
permitidme que os lo diga por experiencia, siempre dejará en vosotros un poso
inapreciable que un día, pasados los años, agradeceréis.
Leído en el Instituto
Besaya de Torrelavega 29 de abril de 1975
No hay comentarios:
Publicar un comentario