Un
libro
Un libro es tan entrañable como lo puede ser un hijo. Esta
afirmación y la ya larga vida transcurrida de mi existencia, en la que siempre
han estado a mi lado los libros, dificulta el que yo pueda definir, sin
apasionamiento, lo que pienso sobre la lectura y cuales han sido mis páginas
preferidas. Los libros, la lectura, han formado parte de mi vida. Os puedo
asegurar, a la hora de plantearme las preguntas que me hacéis en vuestra carta,
que mi imaginación es incapaz de concebir que mi vida haya podido transcurrir
sin ellos a mi lado. ¡Qué gran compañía los libros!. Son los amigos que todo lo
dan sin pedir nada a cambio.
Hay momentos en los que los medios auditivos que todo lo invaden
hoy, parece que van a sustituir pronto al libro. Pero no; no podrán. El placer
de abrir un libro; de tenerle entre nuestras manos; de acariciarlo cuando la
pasión por la letra impresa se desborda; de admirar su presencia física; de
olerlo, incluso, cuando es reciente su salida de la imprenta, llegan a
constituir un placer sensual. Son sensaciones previas a su lectura, que
alcanzan niveles insospechados cuando los cerramos y entornados los ojos pasa
por la memoria el contenido de sus páginas. El placer de la relectura, el goce
repetido de una página, todo conduce a ese amor imperecedero que nos reporta un
libro, que provoca a la imaginación del lector.
¿Que qué libros me gustaron más en la infancia? No lo se; no puedo
recordarlos. Viven en el fondo de mi memoria algunos libros que me permitieron
volar con el pensamiento por países y aventuras que sacaron de la rutina
habitual hechos que solo se antojaban sueños. Allí estaban Julio Verne
preferentemente y menos Salgari, que pronto mi insatisfacción y las
circunstancias que me tocó vivir, fueron sustituidos por los novelistas rusos
Tolstoi, Dostoyevski, Gogol, Gorky, Chejov.
Un paso más y la poesía llenó mis apetencias de lectura. Juan
Ramón Jiménez, Rubén Dario, Antonio Machado... con ellos los prosistas del 98
(Baroja, Valle Inclán, Azorín...). Enseguida los poetas del 27 y la sugestiva
prosa de Ortega y Gasset. En años más cercanos la vida me ha llevado a la
lectura de la historia.
De aquello y de esto, queda un poso en mi memoria que agradezco a
las circunstancias que lo han provocado.
Permitirme que, para terminar estas notas, os comente que ninguna
lectura es desdeñable. Ni aquella que os parezca más árida, más difícil de
llegar a su profundo contenido. Cuántas veces, al leer hoy un libro que pasó
por mis manos en años de adolescencia, en los que creí inútil su lectura por el
poco provecho que sacaba de ella, aparece su contenido en mi memoria al volver
ahora sobre sus páginas.
Pensad amigos que, como dijo el poeta José Hierro, “leer es
caminar". Caminar por la senda del espíritu en la que vais a encontrar la
mayor satisfacción.
Os agradezco mucho lo que para mi supone como distinción esta
carta que me habéis escrito y su intención.
15 de abril de 1997
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