Caracolas y conchas marinas
A Nereida, que tiene nombre marino
y que colecciona caracolas en
su casa de La Laguna (Tenerife).
El coleccionismo es una actividad humana que se practica, en forma popular, desde hace relativamente poco tiempo. Hasta hace unos años, los coleccionistas no perdían el tiempo en reunir objetos de escaso valor material -como ahora se suele hacer-, y sus campos de acción eran las obras de arte en todas sus vertientes: cuadros, esculturas, porcelanas, muebles de lujo, etc. Gracias a este “vicio” que mantuvieron algunos poderosos, hoy podemos admirar estupendas colecciones de arte que han pasado de la propiedad privada a los museos públicos. Nuestro Museo del Prado es un ejemplo típico de esto que decimos, ya que su fondo principal está constituido por los cuadros que sucesivamente fueron encargando los reyes de España a los pintores famosos de sus respectivas épocas. Otras colecciones, las arqueológicas, por ejemplo, se van formando como consecuencia de los hallazgos que se hacen en las excavaciones.
Pero no es a este tipo de coleccionismo caro, aristocrático, al que nosotros queremos referirnos hoy. Nos interesa el coleccionismo popular, el que está al alcance de todas las manos, y que puede constituir un magnífico -hobby- para nuestras horas de ocio. Existen muy diversas formas de este coleccionismo, que creemos se deben deslindar debidamente, y que se pueden dividir en dos importantes: colecciones de objetos que no tienen más valor que el puramente “reunidor” de piezas diferentes de un mismo tipo, en los que se cifra su importancia en alcanzar la mayor cantidad posible. Generalmente, son piezas que, aisladas unas de otras, no presentan una calidad especial: ni su belleza, por ejemplo, ni su procedencia o significado nos dicen nada. Incluso su busca y captura es anodina y la mayor parte de las veces se limita a ir guardando lo que nos van proporcionando los amigos que conocen nuestra afición. No citamos ejemplos porque el coleccionista de este tipo de objetos que podríamos mencionar quizá pensase que le estábamos despreciando, y nada más lejos de nuestro comentario. Lo que pretendemos es diferenciar un tipo de colección de otro y dejar sentado, eso sí, que creemos que es más interesante el coleccionismo de objetos bellos, de objetos interesantes por sí mismos, individualmente, de objetos que nos obliguen a estudiar su significado y que nos muevan a su busca, con todo lo que esto lleva como actividad y, por tanto, como auténtico -hobby- formativo.
Entre estas posibles colecciones, traemos hoy a las páginas de nuestra Revista las caracolas y conchas marinas. Las fotografías que presentamos harán ver al lector que estos “objetos” reúnen debidamente las condiciones de ese tipo segundo de coleccionismo a que nos hemos referido: son bellas en formas y colores y el reunirlas nos puede proporcionar una grata manera de ocupar algunas horas de nuestra vida. El coleccionista de caracolas y conchas ya no se contentará con tumbarse en la playa esperando que le tueste el sol: nada más pisar la playa, estará deseoso de recorrerla en uno y otro sentido para buscar la posible pieza que falta en su mini-museo, con el aliciente de que a cada nueva marea el mar puede depositar en la orilla nuevos tipos de conchas.
Bajo el nombre de caracolas marinas, hemos de comprender a estos efectos toda clase de moluscos y caracoles que viven en el mar, cuyo estudio científico corre a cargo de una rama de las ciencias naturales que se llama Malacología. Como podemos observar a primera vista en estas fotografías, hay dos tipos muy diferenciados, que se conocen con el nombre vulgar de caracoles, los unos, y conchas, los otros; más científicamente, gasterópodos y lamelibranquios, respectivamente. En cada uno de ellos se desarrolla la vida de un ser marino que, al morir y ser desposeído de su “casa”, nos ha dejado la “joya” de su habitad.
Si la concha o el caracol que hemos recogido guarda aún en su interior el animal, al llegar a casa hemos de meterlo en agua hirviendo unos minutos y extraerlo después con unas pinzas. Una vez limpia, se la deja secar al aire, cuidando de que no le dé el sol, pues éste puede deteriorar su bello color, Si hemos llevado nuestra afición hasta hacerla tocar con el estudio, debemos pasar a clasificarla, para lo que se ha de utilizar alguna de las tablas que existen en el mercado; de lo contrario, el procedimiento más sencillo es agruparlas por su forma externa. A cada pieza debemos acompañarla de una tarjetita con indicación de la fecha y lugar donde ha sido encontrada y su nombre; para esto último, tendremos que recurrir a esas tablas que hemos citado. Después procederemos a colocarlas en vitrinas apropiadas o en cajitas adecuadas, protegiéndolas, si su fragilidad lo exigiera, con algodón hidrófilo.
En algunas zonas turísticas se ha recurrido a hacer con estos caracoles y conchas marinas objetos de adorno, que venden como “souvenir”, pero esto se sale del coleccionismo y además, la mayor parte de las veces, dan gato por liebre, ya que suelen vender como recuerdo del lugar en que se compran conchas que proceden de los mares de la China o del Caribe.
Publicado en:
La revista “Sniace. Nuestra vida social” Nº 137
julio-agosto 1973
No hay comentarios:
Publicar un comentario