LA REVISTA “PEÑA LABRA”
Cuando aun no hace muchos días la Obra Social de la Caja de Cantabria organizó unos actos en torno a mi persona, con la colaboración como comisario de Carlos Galán, entre otros aspectos, todos emocionantes para mi, se les ocurrió editar unos pliegos bajo el título de Cuasi Peña Labra, de igual características tipográficas que aquel Peña Labra cuya vida yo guié durante dieciocho años. Era una idea que se dedicó a apoyar con toda la fuerza Mary, la hija de Gonzalo Bedia, el admirable impresor que en aquellos momentos murió y me afecto en lo más intimo con el recuerdo de aquellos años.
Aquel Cuasi Peña Labra se iba a convertir en la joya de la corona del homenaje, rebasando mi capacidad de sentimiento, abrumado con el recuerdo de aquellos años de 1971 a 1989 en los que de mi mano fueron apareciendo los 68 números de vida que logró alcanzar la revista. El mismo Carlos Galán, en el escrito con que se abría esta edición, recordaba aquella generosa frase en la que Ricardo Gullón la calificaba como la revista mas bella del mundo hispánico.
Pero vayamos a aquellos años en que nació Peña Labra. Yo llegue a la revista con la fortuna de contar con, que Miguel Ángel García Guinea ostentaba la dirección de la Institución Cultural de Cantabria, organismo dependiente de la Diputación Provincial de Santander, de la que era presidente entonces Rafael González Echegaray, personalidad muy destacada en la vida cultural local, que iba a serlo también de la revista poética. Y digo la fortuna porque como yo mismo lo iba a recordar años después, en un breve texto hablando de la personalidad de García Guinea aludía a su ir de estudioso irrefrenable, que se formó en el yunque de dos visiones: el del mar abierto, igual y distinto a cada instante, que le acompañaba en su rutina de entonces y la llanura extendida, inamovible, de su Campoo natal en las visitas circunstanciales a sus orígenes. En los dos casos la poesía había ocupado lugar preferente en su culta personalidad.
La Institución Cultural de Cantabria, organismo por el que venían encauzando sus actividades relacionadas con la cultura, la entonces Diputación Provincial de Santander tenía previsto, prácticamente desde su creación, la puesta en marcha de una revista poética que, hija predilecta de la Institución, le diera el tono lírico y, si queréis intrascendente, como toda obra que se pretende importante, donde los ojos y el cerebro, fatigados por el rigor de lo científico, encuentren descanso en sus aguas. Ser remanso y oasis lírico de las actividades de la Institución, sin dejar por eso de ser espejo claro para los cantos de los poetas nuevos. Páginas fundamentales para levantar el secreto de lo cotidiano por su lado mas vulnerable, el poético, y que, como siempre, resulten vislumbre de lo porvenir, que es la misión más alta de la poesía. Todos los poetas tendrían cabida en sus páginas y a todos se acudiría en una amplia y fervorosa llamada.
Cuando me llamó García Guinea para hablar del proyecto de la Institución de editar una revista de poesía, lo hizo expresándolo con tal entusiasmo y tan lleno de fe en las posibilidades de la misma, que no vacilé en aceptar la dirección que en aquel momento me proponía.
Yo llegaba a Peña Labra obsesionado por la preocupación de que la vida, esta vida atropellada, mecanicista, saturada de índices económicos que nos rodeaban por todas partes, necesitaba un pequeño istmo que la uniera al continente de lo espiritual. No ignoraba que la publicación de una revista poética cuatro veces al año, como en el proyecto se me proponía, iba a ser poco para compensar aquellos conceptos, pero también pensaba que por lo menos cada tres meses iba yo a contribuir a recordar a sus lectores que aún existía la poesía.
Quiero aprovechar esta oportunidad para volver a agradecer públicamente, como lo he hecho en diversas ocasiones, la generosa disposición, tanto del Presidente de la Diputación de entonces, a su vez de la Institución Cultural de Cantabria editora de la revista proyectada y el afán indesmallable de Miguel Ángel García Guinea, cuyos desvelos se volcaban en la Institución.
El número 1 se publicó en el otoño de 1971. En unas líneas de presentación se decía: ¿Qué es y que pretende Peña Labra?, a lo que se contestaba con expresiones como las que se recogen en líneas anteriores.
En páginas siguientes, se abría con dos poemas de Julio Maruri y un soneto de Gerardo Diego, y en un artículo escrito por Marcelo Arroita-Jauregui, con el título de “Recuerdo de Carlos Salomón”, se detallaban ciertos aspectos, desde el punto de vista poético, de la época, en Santander, al que seguirían poemas de diversos autores de Cantabria y con la presencia en Peña Labra de José Hierro con un largo poema al que titulaba “Fuegos artificiales en honor a don Pedro Calderón de la Barca” ilustrado con la reproducción del texto original de este autor clásico, así como de unos pliegos de cordel de Rodrigo de Reinosa, presentado con el mismo criterio. A estos textos seguían otros destacando el nombre de Luis Cernuda, así como los de Celia Valbuena, Francisco de Susinos, y Leopoldo Rodríguez Alcalde.
Todo ello ilustrado con dibujos de Juan Cagigal, y su precio de venta era cincuenta pesetas.
En este primer numero quedó de manifiesto el buen hacer de la imprenta Bedia, en la que desde el año 1948 se veía claramente la presencia de la mano de Pablo Beltrán de Heredia en las actividades tipográficas que allí tenían lugar. En un artículo que en el año 1983 publicó Carlos Galán en el diario Alerta con el titulo “Pablo Beltrán de Heredia, cincuenta años de cultura viva en Santander” quedó un buen reflejo de la presencia de Beltrán de Heredia en la vida cultural de Santander en los años de medio siglo y siguientes.
El formato con que se presentaba Peña Labra en esta primer aparición iba a seguir siendo el mismo hasta su final, después de 68 números, intercalándose abundantes números monográficos a partir del que estuvo dedicado a José Luis Hidalgo en el que se aludía en su conjunto al 25 aniversario de su muerte, con la colaboración de algo más de treinta escritores, alguno de los cuales le habían conocido y tratado en vida, ilustrado con dibujos del propio Hidalgo y con la reproducción autógrafa de media docena de poemas entresacados del libro Los muertos.
Con este mismo criterio se fueron publicando otros números monográficos, que tuvieron muy buena acogida por los lectores. Al de Hidalgo le siguieron el 4 (verano de 1972) que fue un amplio homenaje a Gerardo Diego; el 6 resumiendo lo que fue la revista valenciana Corel; el 7, si bien no era en su integridad, reproducía poemas de José del Rio Sainz. El 8 estuvo dedicado íntegramente a Proel, en un alarde de emocionado recuerdo a su contenido y a sus creadores.
Poco más adelante, en el número 11, en un meditado contenido, otro centenario, el de Manuel Machado, servía para incluir muy acertados estudios sobre el Modernismo.
Con el siguiente, el 12, se daba cuenta de la colaboración en este mismo de Pablo Beltrán de Heredia, en la organización de sus páginas, cosa que se repetiría en algunos siguientes para felicidad del director, que encontró en su apoyo una brillante puerta abierta.
Como he indicado, esta serie de monográficos eran recibidos con interés por los lectores y así lo entendió su director, continuando en el 14 con uno dedicado a la revista Espadaña, el 16 a Antonio Machado, en el que sobresalía en encarte la reproducción autógrafa de la última carta de este poeta, que estaba dirigida desde Collioure a José Bergamín.
El 20 fue un monográfico especial en el que se reunieron un apretado número de autores en homenaje a Juan Ramón Jiménez.
En el 21 (otoño 1976) destacaban un escrito homenaje a Gerardo Diego firmado por José Mª de Cossío y una carta, reproducida autógrafa, de Gerardo Diego dirigida “A Aurelio y su Pena Labra”. Todo el número estaba ilustrado con dibujos de Ramón Muñoz Serra. Y en el 22 se recordaban los treinta años de la muerte de Hidalgo con una serie de artículos.
La serie de monográficos continuará apareciendo. En un número doble extraordinario (24 y 25 del verano de 1977) con una amplia serie de artículos sobre los poetas del 27, ilustrado con dibujos de artistas destacados. Lo mismo iba a ocurrir con el 28-29, a nombre de Vicente Aleixandre, a quien se había concedido el Premio Nobel de Literatura, en el que añadíamos, y lo digo aprovechando la ocasión de que se encuentra hoy entre nosotros, que se daba una antología poética de Manuel Arce.
Todavía iban a publicarse hasta el final de la vida de Peña Labra, algunos números monográficos más, pero para no alargar mi intervención en este acto de hoy, dejémoslo aquí en esta referencia. No representa esto una minusvaloración del contenido de los demás números en cuanto a los autores que llenaron sus páginas con trabajos muy valiosos, uno de ellos dedicado a José Hierro.
Fanny Rubio, en su amplio estudio sobre las revistas poéticas españolas de 1939 a 1975, publicado por la Universidad de Alicante el pasado año, hace referencia a Peña Labra en estos términos: “Valgan estas líneas para recordar a esta revista como una de las mas rigurosas del último momento poético en cuanto que revitaliza con un valido tono historicista publicaciones de antaño ligadas a la provincia y que hubieran permanecido olvidadas”, y a lo largo del amplio estudio que nos ofrece la autora en su obra, es relativamente frecuente la alusión a nuestra Peña Labra. Así, recuerda los términos que años más tarde la dedicó Víctor García de la Concha; era un artículo en los que decía que esta revista “ha tenido la ambición de rescatar de un olvido avasallador, numerosas joyas, fruto casi siempre de un anónimo y generoso esfuerzo”.
Aprovechando que se encuentra en esta misma mesa Manuel Arce, para hablarnos a continuación de su inolvidable revista La isla de los ratones, que él creo y dirigió desde 1948 hasta 1955,con un total de 26 números, de la que tuve la satisfacción de que fui el primer suscritor, quiero agradecerle una vez más aquella labor que permitió a sus numerosos lectores conocer a fondo la obra de los más importantes poetas.
Leído en Ámbito Cultural, 2 de febrero de 2005
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