lunes, 14 de noviembre de 2022

Memoria de otro fin de siglo

  Torrelavega: memoria de otro fin de siglo

(La tercera encrucijada)

 


            Este acercamiento al nuevo siglo al que nos están llevando paso a paso los días y las noches que estamos viviendo, me trae al recuerdo las circunstancias en que se movió la vida local en aquel tránsito hace cien años, hacia el siglo XX. Y entre ellas, al feliz hecho de que aquí coincidieran dos personalidades, forasteras las dos, cuya actividad iba a dar forma a la manera de ser y de entender la vida ciudadana, que a partir de entonces quedaría marcada por la pasión e inteligencia que pusieron los dos en su labor.

 

            Me refiero a don Ceferino Calderón, cura párroco de la ciudad a partir del año 1879 y a don Hermilio Alcalde del Río, creador y director de la Escuela de Artes y Oficios que inició sus actividades en 1892. Cada uno con un entendimiento propio de la misión a realizar; los dos con un acertado criterio resolutivo en cuanto a los problemas que se plantearon; ambos con la firmeza precisa para llevarlo a cabo. Y siempre contando, uno y otro, con el apoyo decidido de las clases pudientes que no vacilaron en ello, con la intuición de saber lo importante que podía ser dejar a un lado las preferencias ideológicas para fijarse como objetivo común el porvenir de Torrelavega.

 

            Don Ceferino Calderón, «de altos ideales con concebidos con tenacidad y ardoroso en el celo de las almas», como se dijo de él en un libro publicado por Teodoro Andrés Marcos, en Salamanca, el año 1948. Don Hermilio Alcalde del Río, con veinte años menos de edad que don Ceferino, llegado a la educación escolar superior cuando los ideales sociológicos de la Institución Libre de Enseñanza habían arraigado ya en España, con un tenaz deseo de ponerlo al servicio de la clase obrera, en la que se habían volcado las orientaciones de la Institución. Aún cuando no tengo referencias concretas que me permitan asegurar la asistencia de Alcalde del Río como alumno a alguno de los centros creados por dicha Institución, la orientación pedagógica con que enfocó los cursos de la Escuela de Artes y Oficios fue claramente institucionalista.

 

            Siempre que me he planteado este tema de la benéfica coincidencia en Torrelavega de estas dos figuras, lo he visto como la tercera encrucijada de los caminos que se encontraron a lo largo de los años en nuestra geografía local y que marcaron indeleblemente su desarrollo. Primero «el camino carretero», que a partir del año 1753 abrió las posibilidades comerciales de la comarca con Castilla, y daría lugar a la primera encrucijada, cuando, con la puesta en servicio de la carretera de Vizcaya a Asturias se encontraron ambos en lo que hoy llamamos Cuatro Caminos. La próspera vida económica que se inicia modestamente entonces, se vería incrementada un siglo después con el trazado del «camino de hierro» , el ferrocarril de Isabel II, del que el primer tren pasó por Torrelavega el 22 de octubre de 1858, cruzado a estos efectos, en enero de 1895, por el que enlazaría Santander con Asturias (segunda encrucijada). Dos encrucijadas, o encuentro de caminos, que proporcionaron al pueblo un notable incremento en el movimiento de población y con él un fuerte aumento del vecindario fijo.

 

            Llamo tercera encrucijada, como un encuentro de caminos, a la que dio lugar la presencia contemporánea del párroco y del director de la Escuela de Artes y Oficios; en esta ocasión encuentro de ideas y creencias.

 

            Torrelavega estaba ya, en aquellos años próximos al fin del siglo, con los problemas de subsistencia resueltos en condiciones bastante favorables. Había un capital que se movía, generando una bonanza económica; en la proporción que se quiera, pero lo había, incorporándose entonces la ciudad al movimiento que esta llevando al resto del país hacia la «modernidad» y a las formas de desarrollo que van a concurrir en el siglo XX. Como en la vida española en general, se está formando también aquí un núcleo importante de clases medias, compuesto por pequeños comerciantes, artesanos, funcionarios liberales, etc., que iba a ser el principio de una burguesía acomodada en las que se afianzaría el porvenir de la ciudad. Las dos personalidades a que me refiero iban a ser modelo y guía a seguir por unos y otros.

 

            Don Ceferino Calderón, fue designado párroco de Torrelavega, con 37 años de edad, y llegaba dotado con una solida formación eclesiástica y humanística.

 

            En un libro, publicado en Barcelona el año 1902 por José María Martínez y Ramón, con el título de Grandeza de un cura, biografía de nuestro párroco, nos presenta así lo que a su juicio era la vida de Torrelavega cuando el nuevo párroco se hace cargo de su misión: «Es uno de los pueblos que sintieron con mayor vehemencia el influjo de las ideas revolucionarias.... Las cuatro quintas partes de mi pueblo eran republicanos aferrados, sino convencidos». Y habla de la existencia de un club de esta tendencia política y del «ajetreo de mítines callejeros y manifestaciones». No vamos a discutir al autor la veracidad o no de estas expresiones, aun cuando como afirma Francisco Pérez Gutiérrez en su libro Renán en España, «desde una perspectiva cerradamente ortodoxa, podemos referimos a esa época como irreligiosa». Don Ceferino se enfrenta a ello desde un integrismo sin fisuras, dentro de la más sólida orientación del Concilio Vaticano I que intentó proyectarlo sobre el pueblo en todas las facetas de la vida. Teodoro Andrés Marcos publicó el año 1948 en Salamanca otro libro en el que se afirma que «el programa parroquial puesto en marcha (por don Ceferino) se iba apoderando de muchas almas».

 

            En este camino por el que discurrían las actividades del párroco en su misión, se encontró, a partir de 1892, con el que iba a representar don Hermilio Alcalde del Río en la labor que se había propuesto al crear la Escuela de Artes y Oficios.

 

            Un importante grupo de vecinos, todas destacadas personalidades de la vida local, los mismos que habían apoyado al párroco en su proyecto de construcción de un nuevo templo, se sumaron también al empeño de Alcalde del Río: Buenaventura Rodríguez Parets, José María Quijano, Carlos Castañeda, Ramón y José Fernández Hontoria y Joaquín Hoyos, entre otros, figuraron en ambos proyectos desde el primer momento. Estaban modelando con su ejemplo la vida del pueblo. En una llamada «Asociación para el fomento de la instrucción de las clases populares» dejaron reflejados sus propósitos, paralelos en todo a los criterios en que se basaba Alcalde del Río, en los que fundamentalmente se insistía en la necesidad de la debida formación de la clase obrera.

 

            Un proceso que podemos llamar de ósmosis humana se produjo a partir de entonces entre los dos conceptos o maneras de entender la convivencia, proporcionada por el patriotismo local de aquellos antepasados nuestros que supieron poner el amor al pueblo por encima de las convicciones personales.

 

            En los discursos que don Hermilio pronunció en el comienzo de cada curso, se proyectaron apasionadamente las ideas y fines pedagógicos que le guiaban. Cito como ejemplo el que pronunció en la iniciación del curso 1896-97: «Es un acto de justicia, de comprensión y de gratitud, todo lo que tienda al mejoramiento de esta clase [hablaba de las clases populares], que al fin y al cabo es la que más contribuye con su óbolo de sudor y de sangre al sostenimiento de las cargas sociales». Y en el discurso del año siguiente insistía, con el mismo convencimiento, en la necesidad y urgencia, de «mejorar la enseñanza general y especialmente la profesional, la popular, la de industrias, artes y Oficios».

 

            Unas y otras acciones, las de don Ceferino y las de don Hermilio, orientadas hacia aspectos morales y religiosos o a los educativos y cultivo de la mente, dejaron huella importante en la vida de la ciudad. Importancia que se pondría de manifiesto destacadamente en los años siguientes, dentro ya del siglo XX, al que pasaron aspectos materiales y espirituales procedentes del desarrollo de aquella misión que se habían propuesto estas dos personalidades.

 

            En el discurrir diario de años siguientes a aquellos, encontramos la proyección de esta «tercera encrucijada», que añadió, al favorable comportamiento de la economía local, el decisivo impulso en el cultivo de los valores del espíritu. En la memoria de todos está hoy aquel discurrir de la vida en Torrelavega a partir de esa tercera encrucijada, en los que unos y otros vecinos se unían en agrupaciones de todo tipo: sociedades de apoyo mutuo, culturales, musicales ... Recordemos, para terminar, una de las más destacadas actividades en esta vida de convivencia pacífica y culta, la presencia de la Biblioteca Popular a partir de su creación el año 1927. Muchos de los alumnos de don Hermilio Alcalde del Río encontraron en ella un complemento importante para el cultivo de su sensibilidad, en lo que el maestro había puesto siempre tanto interés y en esa convivencia se puede advertir, sin gran esfuerzo, la herencia espiritual que había aportado don Ceferino Calderón en su labor parroquial.

Publicado en El Diario Montañés, 14 de noviembre de 1997

 

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