SOBRE LA EVOLUCIÓN
CULTURAL Y SOCIAL
DE TORRELAVEGA
EN EL SIGLO XX
Con la misma intención con que a nivel nacional se creó una entidad con el nombre de “España. Nuevo Milenio” Torrelavega, desde la posición de localidad atenta a su historia, debe de plantearse una reflexión sobre su pasado con lo que pueda alcanzar una perspectiva de futuro. Se que mí aportación en este sentido no puede servir a tan altos fines, pero en estas líneas que les voy a leer a continuación, recopilaré ciertos aspectos de nuestra historia local que pueden contribuir a una meditación sobre este tema, apoyado en dos instituciones culturales que considero fundamentales para tal fin: la Escuela de Artes y Oficios y la Biblioteca Popular.
El desarrollo de la vida social y cultural de Torrelavega en el siglo XX, tan cercano todavía, ha tenido su base fundamental en estas dos instituciones, sin las cuales se puede pensar que su evolución hubiera ido por otros caminos en los que los valores humanos y culturales de sus habitantes no habrían alcanzado el nivel a que han llegado. En la revista que publicó el Ayuntamiento de Torrelavega a finales del siglo XX, ya anticipé algunos párrafos sobre este tema, insistiendo en que la Escuela de Artes y Oficios que inició sus labores docentes en 1892 y la Biblioteca Popular, cuyas actividades tuvieron lugar desde 1927 hasta 1937, fueron estas dos instituciones a las que me quiero referir particularmente en el planteamiento del tema, consideradas pilares básicos en el discurrir sobre el mismo.
No olvido que en los años de su existencia y en los anteriores y posteriores, hubo también otros centros intelectuales y cívicos que coadyuvaron en la misma misión, pero me permito manifestar que no con la misma fuerza y significado.
Aun cuando los primeros años de gestión y puesta en marcha de la Escuela de Artes y Oficios transcurrieron durante la última década del siglo XIX, su evolución posterior, desde diversos puntos de vista, autoriza a unirlos a los primeros cincuenta del siglo XX.
Si la puesta en marcha de esta Escuela marcó una fecha imborrable en nuestra historia local, no se debe olvidar aspectos colaterales y anteriores a su labor pedagógica, que influyeron en ello. Una entidad, como ésta, no nace por generación espontánea; siempre se dan algunas singularidades que colaboran a su aparición.
En los años anteriores a aquel 1892, Torrelavega se había visto inmersa en un desarrollo económico de significativo impacto en su vida social. La creación de esta Escuela en nuestra ciudad fue una consecuencia -si se quiere hasta lógica- de la presión que en todos los órdenes ejercía el relativo progreso social continuo que estaba experimentando el pueblo. Desde los años siguientes a la presencia de las tropas francesas en Torrelavega, cuando la llamada Guerra de Independencia y de los que vendrían a continuación, Torrelavega vive una época cuya prosperidad se iba a ir reflejando paulatinamente en lo social. Una vitalidad económica, con naturales pausas en su desarrollo, que dio los primeros pasos cuando se afianzó el mercado semanal, más tarde con las ferias de ganado autorizadas en 1844 y, a partir de 1856, con el inicio de las explotaciones mineras por parte de la Real Compañía Asturiana de Minas.
Esta visión nada más que panorámica que queda esbozada en las líneas que anteceden, iba a llevar a la aparición del obrero mixto como consecuencia de la fusión humana de lo agrícola y lo industrial y de una clase burguesa que toma las riendas de aquel desarrollo, a lo que contribuyen los capitales que empiezan a llegar de ultramar y la laboriosidad de los vecinos, a los que se han unido las inmigraciones pasiegas con su decidida aportación.
En los cincuenta últimos años de aquel siglo XIX el resultado de este esfuerzo colectivo conduce a una vida social en la que empiezan a tener importancia las horas de ocio y la presión de una minoría selecta nacida entre la clase burguesa, a la que me he referido antes. Significativo de ello es la aparición de publicaciones locales impulsadas por estos grupos de presión; la primera el 21 de agosto de 1873 con el título de El Porvenir de Torrelavega, a la que siguieron otras con cabeceras del mismo sentido, respondiendo a la mentalidad que dominaba la vida local: El Impulsor, El Progreso, El Fomento, ...
Torrelavega se sentía en aquellos años con una voluntad de desarrollo importante, de lo que juzgamos como una prueba el empeño en que se encuentra embarcada la colectividad en la construcción de un templo religioso de una envergadura que parecía salirse de sus posibilidades. Me refiero a lo que iba a ser la Iglesia de la Asunción, cuya primera piedra se colocó contemporáneamente a las fechas en que fueron aprobados los artículos del reglamento que iba a regular la vida de la Escuela de Artes y Oficios, reglamento agrupado dentro de un significativo título: “Asociación para el fomento de la instrucción de las clases populares” que estaba reflejando el interés que movía a aquella minoría selecta. Repito: la instrucción de las clases populares.
Algunas de aquellas personas promotores de la construcción de la iglesia: Buenaventura Rodríguez Parets, José María Quijano, Carlos Castañeda, Ramón y José Fernández Hontoria, Joaquín Hoyos,... son las mismas que habrían de perfilar lo que iba a ser la Escuela de Artes y Oficios, hecho este a destacar por lo que hubo en él de reflejo de las vivencias ciudadanas comunes. Los nombres de aquellos convecinos de entonces deben de ser recordados por los de hoy con el debido agradecimiento y con orgullo por parte de sus descendientes directos.
Este grupo de distinguidas personas se iban a encontrar, por fortuna, con un hombre que no vacilamos en afirmar que fue guía providencial en el desarrollo que nos iba a llevar a los años del siglo XX, tanto desde el punto de vista social como cultural. Me refiero a don Hermilio Alcalde del Río, que había llegado a Torrelavega en el año 1891 con el título recientemente obtenido en la Escuela de Bellas Artes de Madrid.
Era don Hermilio una personalidad fuerte influida por las doctrinas pedagógicas de la Institución Libre de Enseñanza, y los propósitos de aquellos vecinos, encontraron en él la mejor disposición y condiciones para llevar a la práctica la apetencia común de un futuro con nuevas y beneficiosas condiciones de existencia para todos. Situemos estas orientaciones y propósitos en los años en que estaban sucediendo, lo que nos confirmará en este criterio que pretendo hacer prevalecer, de que la Escuela de Artes y Oficios fue el origen en nuestro pueblo de una mentalidad humana radicalmente distinta a la que se había vivido hasta entonces, y que iba a marcar en parte importante el siglo XX.
Cuando cincuenta años más tarde un grupo de convecinos, preferentemente alumnos y exalumnos de Alcalde del Río, organizaron un acto en su homenaje, pronunció éste un discurso en el que aludía así a los años iniciales de la vida de la Escuela: Corría el año 1892 y se echaba de menos en la entonces villa, pero ya promesa pujante de Torrelavega, un centro de esta clase donde atender el perfeccionamiento técnico de los distintos oficios.
A lo largo de la vida de la Escuela no faltó en la inauguración de cada curso lo que podemos considerar como la lección magistral a cargo de su director. Como ejemplo de ello recordemos una frase del discurso que pronunció en el correspondiente al de 1896-97, que nos confirma la intención que le guiaba en su labor: Es un acto de justicia, –dijo- de compensación y de gratitud, todo lo que tienda al mejoramiento de una clase que, al fin y al cabo, es la que más contribuye con su óbolo de sudor y de sangre al sostenimiento de las clases sociales.
Cuando en 1972 se cumplió el 25 aniversario de la muerte de Alcalde del Río, recordé desde las páginas de un diario de nuestra provincia, remembranzas que, en parte, estaban dormidas en ese rincón en el que vamos depositando todo lo que constituye lo más hermoso del bagaje de nuestra vida. Una de estas imágenes que guardo de don Hermilio fue la de mí último encuentro con él. Cruzaba el maestro la calle Consolación en dirección a su casa, procedente de la Escuela. Era un recorrido que hizo durante muchos años y aquella lanzadera inteligente y constante, que iba de casa a la Escuela y de la Escuela a casa, con ejemplar dedicación, dejó en el telar de sus alumnos una de las obras más importantes y de mayores consecuencias espirituales y morales que se han dado en Torrelavega. Tuvo, entre otros méritos, el de que jamás fue para él una rutina ni cada curso ni el tablero de cada discípulo.
El nivel cultural medio y el social de nuestro pueblo se elevó, gracias a esta labor didáctica, muy por encima del de otras localidades de su misma modesta categoría. De no haber existido la Escuela de Artes y Oficios, el paso siguiente al de las enseñanzas primarias hubiera quedado reservado para unos pocos alumnos, a los que los medios económicos familiares les hubiera permitido ampliar los estudios en Centros privados fuera de Torrelavega. A don Hermilio Alcalde del Río se debe que, parte importante de los vecinos, llegaran a los talleres con una formación y una inquietud intelectual fuera de lo normal. Téngase en cuenta, respecto a esto que acabo de comentar, que la labor de don Hermilio no se limitaba a la perfección en el desarrollo de los oficios como tales, sino que, en numerosas ocasiones, esta labor se complementaba con la organización de visitas acompañado por los alumnos a monumentos artísticos próximos a Torrelavega y a cuevas prehistóricas, principalmente a la de Altamira, de cuyo conocimiento era una destacada autoridad, dejando en nosotros, los alumnos que tuvimos la posibilidad de participar en estas visitas pedagógicas, la siempre grata costumbre de repetir cuantas veces nos fue posible, en los años siguientes, la visita a Altamira y con ello a Santillana del Mar.
Torrelavega pudo contar durante muchos años, ya en el siglo XX, con un sobresaliente plantel de profesionales, auténticos maestros en su oficio y en el de las relaciones humanas, gracias a la inteligencia y el esfuerzo de don Hermilio. Las enseñanzas en la Escuela dotaban al albañil, al cantero, al ebanista, al ajustador,... de un elevado concepto sobre la importancia de su labor profesional y del comportamiento cívico para la colectividad. Felizmente fueron muchos los que llegaron a integrar este grupo de destacados profesionales.
Esta labor, este deseo noblemente ambicioso de ascender en el rango cultural y en el del comportamiento social, que era mantenido por una parte importante de convecinos, creó un clima favorable que entró con incontenible ímpetu en los primeros años del siglo XX, reflejándose en la creación de asociaciones que proliferaron en años siguientes, como el Orfeón Torrelaveguense, la Banda Popular de Música, la Coral de Torrelavega,... que iban a ser el embrión de otras asociaciones similares, que estaban mostrando una favorable acusada sensibilidad colectiva.
Un grupo de convecinos que habían venido nutriendo a aquella minoría de que he hablado anteriormente, crea en 1926 una asociación con el nombre de “Sociedad Pro-Cultura Popular de Torrelavega”, que iba a dar origen poco después a la “Biblioteca Popular”, a la que me he referido al principio de estas notas concediéndola, lo mismo que a la Escuela de Artes y Oficios, la meritoria labor que las ha correspondido en esta positiva evolución.
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Cuenta Serafín Fernández Escalante, en su libro Medio siglo de Torrelavega que la idea partió de un grupo de contertulios que se reunían en el Café de Cabrillo, en la Plaza Mayor, quienes invitaron a secundarles a algunos “impenitentes aficionados a los libros: Valeriano Gómez, Gabino Teira, Miguel y Crisol, Alfredo Vallejo, Pedro Lorenzo,...” La idea se puso en ejecución enseguida y abogados, médicos, maestros de primera enseñanza, distinguidos comerciantes e industriales se unieron pronto a aquel grupo inicial, solicitando el apoyo del Ayuntamiento de la ciudad. Pronto se formó una Comisión integrada por Fermín Abascal, y Carlos Pondal por parte del Ayuntamiento y los convecinos Gabino Teira, Francisco Vega, Luis Villegas y Serafín F. Escalante que habría de dirigir y asesorar en todas las cuestiones culturales a la nueva Sociedad.
Se trataba de una entidad cuyos propósitos no se limitaban a funcionar como una biblioteca pública, como parecía indicar su nombre. Su labor pretendía proyectarse más allá, a base de organizar actos culturales en el domicilio social que habría de gestionarse inmediatamente.
Los alumnos que lo habían sido de la Escuela de Artes y Oficios encuentran en el nuevo centro un lugar idóneo para continuar cultivando su formación. Lo que la Biblioteca Popular supuso para Torrelavega en sus años de existencia, 1926 a 1937, en cuanto a la vida social y cultural local, está en el ánimo de todos los que vivieron la actividad de aquel centro. El bien recordado Manuel Teira supo situarlo en diversos escritos en el lugar que le corresponde. De uno de ellos copio lo siguiente: La Biblioteca Popular no vino a llenar un hueco, sino que creó su propio espacio en el pueblo, en el que hizo una labor inmensa... el pueblo halló, de pronto, un manantial de saber, donde todas las clases sociales acudían.
La dedicación incansable y la desinteresada entrega que sus directivos pusieron en la misión que se habían propuesto, dieron enseguida sus frutos. De ello iba a sacar provecho la vida local. No solamente desde un punto de vista cultural; el espíritu de nuestros convecinos de entonces, en general, se sintió influido por aquella labor que entrañaba una misión educadora que se reflejaría en las relaciones humanas de la colectividad. En aquel grupo de alumnos de la Escuela de Artes y Oficios de que he hablado, numéricamente importante, no todos iban a sobresalir en este mundo de la cultura. Pero sí hubo una gran parte que hicieron camino al andar por la senda artística y aun cuando todos no llegaron a ocupar un lugar destacado, contribuyeron con su dedicación a que en Torrelavega se hablara de esta actividad. Se hace preciso insistir en el papel que jugaron en el óptimo desarrollo de las relaciones ciudadanas, de gran trascendencia para los adversos años que se avecinaban, en los que tanta importancia tuvo el cultivo de la sensibilidad personal, obligada a enfrentarse con duras situaciones.
La labor que emprendía la Biblioteca Popular dio comienzo oficialmente el 13 de noviembre de 1927 con un acto en el que pronunció una conferencia don Víctor de la Serna, ante la presencia de la totalidad de las autoridades locales y diversas personalidades de asociaciones y entidades de todo tipo que realizaban su labor en la ciudad. Acto que tuvo lugar en un salón que les había cedido la Cámara de Comercio en el nº 32 de la calle Consolación, en el que quedó de manifiesto el apoyo con que iba a contar la Biblioteca Popular en lo sucesivo.
José del Río Sainz, Pick, publicó en El Diario Montañés un artículo en su columna diaria “Aires de la calle”, en el que refiriéndose al ambiente cultural local decía: Este ritmo de vida interno se manifiesta en la pujante vida intelectual, que se produce al compás mismo de la vida comercial y laboral. Los mismos hombres de mostrador y de trabajo que durante el día libran la batalla económica del pueblo, son los mismos hombres de ideas y de letras que, después de cerrar el taller o la tienda, avivan las hogueras literarias o artísticas en las tertulias. Y más adelante añade: Hacía falta para crear esta institución -se refería a la Biblioteca Popular- un sentido comprensivo de las cosas que no la convirtiera en un coto cerrado, y una gran abnegación para lanzarse a la calle a buscar adhesiones. Y ambas cosas las hubo. Torrelavega respondió espléndidamente.
En la Biblioteca Popular, como digo anteriormente, encontraron los alumnos de la Escuela de Artes y Oficios, el terreno idóneo para desarrollar sus conocimientos. El servicio como biblioteca circulante que utilizaban los socios para leer los libros en sus domicilios, funcionó desde el primer momento, y en ello tuvo parte destacada Pablo del Río que cuidaba del menester del servicio de los libros a domicilio. Las aportaciones de particulares y las adquisiciones que decidía la junta directiva permitieron muy pronto reunir una colección de una cuantía e interés verdaderamente destacado. Empezaron también muy pronto las exposiciones de arte, que tenían lugar en el mismo local, así como las conferencias sobre los más diversos temas y con una cadencia semanal, que no iba a cesar hasta la clausura del Centro en 1937.
La presencia diaria en el local de miembros de su junta directiva era un aliciente más para que fuera muy frecuentada por algunos socios que recibían de ellos consejos para la lectura, lo que contribuyó al enriquecimiento del conjunto de esta entidad. El mismo José del Río Sainz, al que he citado anteriormente, se refirió a algunas de estas personas de la directiva en uno de sus “Aires de la calle”, de los que ofrecía el perfil que los ennoblecía y su valía.
De Gabino Teira, que ocupaba la presidencia del centro, comentó que sabía tanto de la historia y conquista de América “como si hubiera sido lego a las órdenes de Fray Bartolomé de las Casas”; de Pedro Lorenzo, otra persona fundamental en este centro, que era “un hombre ejemplar en la ciudadanía y el entusiasmo; de Alfredo Velarde, el chileno, que actuaba de bibliotecario, habló de “su perfecta preparación cultural, que le ha permitido elegir entre lo mejor que las personas publican para hacerlo llegar a las estanterías de la Biblioteca.
De aquella meritoria labor de este centro surgió en su seno una sección con el nombre de “Amigos del Arte” que ayudó a la directiva de esta institución en su obra cultural, principalmente en la realización de exposiciones que tenían lugar en un espacio dedicado a tal fin. “Amigos del Arte” llegaba con un nuevo impulso. Recordemos entre los que formaban esta sección a Julio Mayora, Fermín Cianca, Charines, Teodoro Calderón, Tomás Cañas, José Luis Hidalgo o Ángel Laguillo, ya fallecidos. La memoria guarda también otros nombres que harían muy larga su mención, pero están en el recuerdo inolvidable de los que lo vivimos, como lo está la presencia dichosamente viva de Pablo del Río.
En una entrevista con el pintor Eduardo Pisano, que firmaba “Muriedas”, publicada en El Diario Montañés. Del 12 de noviembre de 1977, comentaba: “La Biblioteca Popular estaba en una relación muy estrecha con la Escuela de Artes y Oficios y con todas entidades de arte popular. No había en sus actividades una intención elitista entre las personas que después de su jornada laboral buscaban en ella un enriquecimiento de su saber”
La vida de la Biblioteca Popular terminó en agosto de 1937, al ser clausurada esta entidad después de que las fuerzas del ejercito franquista ocuparan la ciudad. Como ya he dicho en otro lugar, en el haber de esta entidad cultural quedó reflejada esta destacada labor que se proyectó muy favorablemente en la población local.
Hubo una segunda parte, promocionada por el Ayuntamiento de la ciudad. El 19 de marzo de 1946 se abrió una biblioteca con el nombre de “José María de Pereda”, en otro local de la misma calle Consolación y con los fondos bibliográficos que habían sido incautados oficialmente a la Biblioteca Popular, cuya dirección fue encomendada, con gran acierto, a don Ignacio Aguilera. Se trataba de dar una continuación a aquella labor que había quedado interrumpida en 1937, y con el mismo afán en cuanto a su labor: exposiciones artísticas, conferencias y otros actos públicos que continuaron concitando la atención de los vecinos del pueblo. Era la época en que empezaron a habilitarse, esporádicamente, otras salas para este mismo fin en determinadas entidades públicas a las que se sumaron muy pronto algunas de carácter privado, lo que propició en la vida cultural local un mayor campo de desarrollo.
También a esta biblioteca, con el nombre de “José María de Pereda”, le llegó su final. En el verano de 1990 fueron trasladados nuevamente los fondos bibliográficos a un edificio adquirido por el Ayuntamiento, que había sido propiedad de la familia de los Condes de Torreanaz, en la calle que lleva este mismo nombre, donde continua actualmente, pero nada más que como tal biblioteca. El nuevo centro recibió el título de “Biblioteca Popular Gabino Teira”, en recuerdo de quien fue uno de los promotores más destacados en esta labor cultural de Torrelavega.
Como dijo Günter Grass, al recibir el Premio Príncipe de Asturias de las Letras del año 1999: “El siglo XX seguirá arrojando su sombra hasta muy entrado el próximo siglo”. En Torrelavega tenemos muestra de ello y los que en el futuro lo puedan comprobar personalmente, observarán como la sombra cultural y social de aquella centuria a la que me he referido se estará proyectando con fuerza en las próximas.
Y ya que a enseñanza y bibliotecas nos hemos referido, permítanme que termine volviendo a Günter Grass para decir con una oportuna frase suya: “No hay espectáculo más hermoso que la mirada de un niño que lee”, expresión que merece quedar grabada con letras de oro en nuestra memoria y cuidada y fomentada en todo su valor didáctico.
Leído en la Casa de Cultura de Torrelavega el 8 de noviembre de 2001
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