jueves, 24 de noviembre de 2022

PEÑA LABRA, 51 años de su creación

  LA REVISTA “PEÑA LABRA”


            Cuando aun no hace muchos días la Obra Social de la Caja de Cantabria organizó unos actos en torno a mi persona, con la colaboración como comisario de Carlos Galán, entre otros aspectos, todos emocionantes para mi, se les ocurrió editar unos pliegos bajo el título de Cuasi Peña Labra, de igual características tipográficas que aquel Peña Labra cuya vida yo guié durante dieciocho años. Era una idea que se dedicó a apoyar con toda la fuerza Mary, la hija de Gonzalo Bedia, el admirable impresor que en aquellos momentos murió y me afecto en lo más intimo con el recuerdo de aquellos años.

 

            Aquel Cuasi Peña Labra se iba a convertir en la joya de la corona del homenaje, rebasando mi capacidad de sentimiento, abrumado con el recuerdo de aquellos años de 1971 a 1989 en los que de mi mano fueron apareciendo los 68 números de vida que logró alcanzar la revista. El mismo Carlos Galán, en el escrito con que se abría esta edición, recordaba aquella generosa frase en la que Ricardo Gullón la calificaba como la revista mas bella del mundo hispánico.

 

            Pero vayamos a aquellos años en que nació Peña Labra. Yo llegue a la revista con la fortuna de contar con, que Miguel Ángel García Guinea ostentaba la dirección de la Institución Cultural de Cantabria, organismo dependiente de la Diputación Provincial de Santander, de la que era presidente entonces Rafael González Echegaray, personalidad muy destacada en la vida cultural local, que iba a serlo también de la revista poética. Y digo la fortuna porque como yo mismo lo iba a recordar años después, en un breve texto hablando de la personalidad de García Guinea aludía a su ir de estudioso irrefrenable, que se formó en el yunque de dos visiones: el del mar abierto, igual y distinto a cada instante, que le acompañaba en su rutina de entonces y la llanura extendida, inamovible, de su Campoo natal en las visitas circunstanciales a sus orígenes. En los dos casos la poesía había ocupado lugar preferente en su culta personalidad.

 

            La Institución Cultural de Cantabria, organismo por el que venían encauzando sus actividades relacionadas con la cultura, la entonces Diputación Provincial de Santander tenía previsto, prácticamente desde su creación, la puesta en marcha de una revista poética que, hija predilecta de la Institución, le diera el tono lírico y, si queréis intrascendente, como toda obra que se pretende importante, donde los ojos y el cerebro, fatigados por el rigor de lo científico, encuentren descanso en sus aguas. Ser remanso y oasis lírico de las actividades de la Institución, sin dejar por eso de ser espejo claro para los cantos de los poetas nuevos. Páginas fundamentales para levantar el secreto de lo cotidiano por su lado mas vulnerable, el poético, y que, como siempre, resulten vislumbre de lo porvenir, que es la misión más alta de la poesía. Todos los poetas tendrían cabida en sus páginas y a todos se acudiría en una amplia y fervorosa llamada.

 

            Cuando me llamó García Guinea para hablar del proyecto de la Institución de editar una revista de poesía, lo hizo expresándolo con tal entusiasmo y tan lleno de fe en las posibilidades de la misma, que no vacilé en aceptar la dirección que en aquel momento me proponía.

 

            Yo llegaba a Peña Labra obsesionado por la preocupación de que la vida, esta vida atropellada, mecanicista, saturada de índices económicos que nos rodeaban por todas partes, necesitaba un pequeño istmo que la uniera al continente de lo espiritual. No ignoraba que la publicación de una revista poética cuatro veces al año, como en el proyecto se me proponía, iba a ser poco para compensar aquellos conceptos, pero también pensaba que por lo menos cada tres meses iba yo a contribuir a recordar a sus lectores que aún existía la poesía.

 

            Quiero aprovechar esta oportunidad para volver a agradecer públicamente, como lo he hecho en diversas ocasiones, la generosa disposición, tanto del Presidente de la Diputación de entonces, a su vez de la Institución Cultural de Cantabria editora de la revista proyectada y el afán indesmallable de Miguel Ángel García Guinea, cuyos desvelos se volcaban en la Institución.

 

            El número 1 se publicó en el otoño de 1971. En unas líneas de presentación se decía: ¿Qué es y que pretende Peña Labra?, a lo que se contestaba con expresiones como las que se recogen en líneas anteriores.

 

            En páginas siguientes, se abría con dos poemas de Julio Maruri y un soneto de Gerardo Diego, y en un artículo escrito por Marcelo Arroita-Jauregui, con el título de “Recuerdo de Carlos Salomón”, se detallaban ciertos aspectos, desde el punto de vista poético, de la época, en Santander, al que seguirían poemas de diversos autores de Cantabria y con la presencia en Peña Labra de José Hierro con un largo poema al que titulaba “Fuegos artificiales en honor a don Pedro Calderón de la Barca” ilustrado con la reproducción del texto original de este autor clásico, así como de unos pliegos de cordel de Rodrigo de Reinosa, presentado con el mismo criterio. A estos textos seguían otros destacando el nombre de Luis Cernuda, así como los de Celia Valbuena, Francisco de Susinos, y Leopoldo Rodríguez Alcalde.

 

            Todo ello ilustrado con dibujos de Juan Cagigal, y su precio de venta era cincuenta pesetas.

 

            En este primer numero quedó de manifiesto el buen hacer de la imprenta Bedia, en la que desde el año 1948 se veía claramente la presencia de la mano de Pablo Beltrán de Heredia en las actividades tipográficas que allí tenían lugar. En un artículo que en el año 1983 publicó Carlos Galán en el diario Alerta con el titulo “Pablo Beltrán de Heredia, cincuenta años de cultura viva en Santander” quedó un buen reflejo de la presencia de Beltrán de Heredia en la vida cultural de Santander en los años de medio siglo y siguientes.

 

            El formato con que se presentaba Peña Labra en esta primer aparición iba a seguir siendo el mismo hasta su final, después de 68 números, intercalándose abundantes números monográficos a partir del que estuvo dedicado a José Luis Hidalgo en el que se aludía en su conjunto al 25 aniversario de su muerte, con la colaboración de algo más de treinta escritores, alguno de los cuales le habían conocido y tratado en vida, ilustrado con dibujos del propio Hidalgo y con la reproducción autógrafa de media docena de poemas entresacados del libro Los muertos.

 

            Con este mismo criterio se fueron publicando otros números monográficos, que tuvieron muy buena acogida por los lectores. Al de Hidalgo le siguieron el 4 (verano de 1972) que fue un amplio homenaje a Gerardo Diego; el 6 resumiendo lo que fue la revista valenciana Corel; el 7, si bien no era en su integridad, reproducía poemas de José del Rio Sainz. El 8 estuvo dedicado íntegramente a Proel, en un alarde de emocionado recuerdo a su contenido y a sus creadores.

 

            Poco más adelante, en el número 11, en un meditado contenido, otro centenario, el de Manuel Machado, servía para incluir muy acertados estudios sobre el Modernismo.

 

            Con el siguiente, el 12, se daba cuenta de la colaboración en este mismo de Pablo Beltrán de Heredia, en la organización de sus páginas, cosa que se repetiría en algunos siguientes para felicidad del director, que encontró en su apoyo una brillante puerta abierta.

 

            Como he indicado, esta serie de monográficos eran recibidos con interés por los lectores y así lo entendió su director, continuando en el 14 con uno dedicado a la revista Espadaña, el 16 a Antonio Machado, en el que sobresalía en encarte la reproducción autógrafa de la última carta de este poeta, que estaba dirigida desde Collioure a José Bergamín.

 

            El 20 fue un monográfico especial en el que se reunieron un apretado número de autores en homenaje a Juan Ramón Jiménez.

 

            En el 21 (otoño 1976) destacaban un escrito homenaje a Gerardo Diego firmado por José Mª de Cossío y una carta, reproducida autógrafa, de Gerardo Diego dirigida “A Aurelio y su Pena Labra”. Todo el número estaba ilustrado con dibujos de Ramón Muñoz Serra. Y en el 22 se recordaban los treinta años de la muerte de Hidalgo con una serie de artículos.

 

            La serie de monográficos continuará apareciendo. En un número doble extraordinario (24 y 25 del verano de 1977) con una amplia serie de artículos sobre los poetas del 27, ilustrado con dibujos de artistas destacados. Lo mismo iba a ocurrir con el 28-29, a nombre de Vicente Aleixandre, a quien se había concedido el Premio Nobel de Literatura, en el que añadíamos, y lo digo aprovechando la ocasión de que se encuentra hoy entre nosotros, que se daba una antología poética de Manuel Arce.

 

            Todavía iban a publicarse hasta el final de la vida de Peña Labra, algunos números monográficos más, pero para no alargar mi intervención en este acto de hoy, dejémoslo aquí en esta referencia. No representa esto una minusvaloración del contenido de los demás números en cuanto a los autores que llenaron sus páginas con trabajos muy valiosos, uno de ellos dedicado a José Hierro.

 

            Fanny Rubio, en su amplio estudio sobre las revistas poéticas españolas de 1939 a 1975, publicado por la Universidad de Alicante el pasado año, hace referencia a Peña Labra en estos términos: “Valgan estas líneas para recordar a esta revista como una de las mas rigurosas del último momento poético en cuanto que revitaliza con un valido tono historicista publicaciones de antaño ligadas a la provincia y que hubieran permanecido olvidadas”, y a lo largo del amplio estudio que nos ofrece la autora en su obra, es relativamente frecuente la alusión a nuestra Peña Labra. Así, recuerda los términos que años más tarde la dedicó Víctor García de la Concha; era un artículo en los que decía que esta revista “ha tenido la ambición de rescatar de un olvido avasallador, numerosas joyas, fruto casi siempre de un anónimo y generoso esfuerzo”.

 

            Aprovechando que se encuentra en esta misma mesa Manuel Arce, para hablarnos a continuación de su inolvidable revista La isla de los ratones, que él creo y dirigió desde 1948 hasta 1955,con un total de 26 números, de la que tuve la satisfacción de que fui el primer suscritor, quiero agradecerle una vez más aquella labor que permitió a sus numerosos lectores conocer a fondo la obra de los más importantes poetas.

 

 


Leído en Ámbito Cultural, 2 de febrero de 2005

 

 

 

viernes, 18 de noviembre de 2022

DEMETRIO CASCÓN

 

Nos unimos al merecido homenaje a don Demetrio Cascón que le dedica el Instituto Marqués de Santillana

El maestro Demetrio Cascón

  

         En el confuso mundo actual de la pintura, en cuya cazuela está entrando más gato que liebre, y que no lleva camino de alcanzar la serenidad necesaria, bueno es tener la suerte de encontrarse alguna vez ante la honestidad, condición tan escasa en esta actividad humana. El arte de Demetrio Cascón, es una de esas rara avis que existen para confirmación de nuestro enunciado. Y es ho­nesto, de manera fundamental, porque su autor está volcado, desde hace muchos años, en la noble tarea de enseñar; es, por tanto, la suya, la obra de un Maestro, en la que se aprecian medios técnicos y tratamientos dispares, que son el resultado de una sincera indagación, en la que ha pesado tanto la propia in­quietud como la hermosa ilusión de ofrecer sus hallazgos a los demás. Porque Cascón es un Maestro, y ya sabemos lo que esto significa. Un Maestro que ha tenido abiertas todas las ventanas para exhibir sus realizaciones, pero que ha preferido para ellas la mejor proyección: ponerlas al alcance de sus alumnos. No hay egoísmo en esta pintura llena de caudales de entrega. Ha huido de la exposición ruidosa para refugiarse en el campo silencioso e imperecedero de la enseñanza.

 

         De su labor como artista hablarán siempre sus obras, que están ahí para eso, para poner ante los ojos de los visitantes la evidencia de su capacidad, que es mucha, y de su dominio de la técnica, que en él no tiene limites. Pero del Maestro Cascón, del profesor de generaciones, hay tanto que decir como de su pintura; yo me atrevería a asegurar que más, aun a riesgo de que alguien con malas entendederas no lo comprenda.

 

         Dejemos hoy a un lado las expresiones estereotipadas que parece debieran usarse; vamos a no hablar ni de nueva figuración, ni de constructivismo, ni de neorealismo, ni de tantas y tantas otras expresiones con pretensiones definidoras, que en la mayor parte de las ocasiones no hacen más que encubrir cosas para las que no hay nombre de pila. Por una vez cataloguemos al expositor con un nombre común: llamémosle nada más (y nada menos), que Maestro.

 


Publicado en: 

Catalogo de la exposición en la Sala de Arte Espi. Torrelavega. 9-27 de Febrero de 1976

 


Insertado en el libro: Torrelavega. Érase una vez el arte… los artistas y el mundo que les rodea. Editado por el Ayuntamiento de Torrelavega 1999

lunes, 14 de noviembre de 2022

Memoria de otro fin de siglo

  Torrelavega: memoria de otro fin de siglo

(La tercera encrucijada)

 


            Este acercamiento al nuevo siglo al que nos están llevando paso a paso los días y las noches que estamos viviendo, me trae al recuerdo las circunstancias en que se movió la vida local en aquel tránsito hace cien años, hacia el siglo XX. Y entre ellas, al feliz hecho de que aquí coincidieran dos personalidades, forasteras las dos, cuya actividad iba a dar forma a la manera de ser y de entender la vida ciudadana, que a partir de entonces quedaría marcada por la pasión e inteligencia que pusieron los dos en su labor.

 

            Me refiero a don Ceferino Calderón, cura párroco de la ciudad a partir del año 1879 y a don Hermilio Alcalde del Río, creador y director de la Escuela de Artes y Oficios que inició sus actividades en 1892. Cada uno con un entendimiento propio de la misión a realizar; los dos con un acertado criterio resolutivo en cuanto a los problemas que se plantearon; ambos con la firmeza precisa para llevarlo a cabo. Y siempre contando, uno y otro, con el apoyo decidido de las clases pudientes que no vacilaron en ello, con la intuición de saber lo importante que podía ser dejar a un lado las preferencias ideológicas para fijarse como objetivo común el porvenir de Torrelavega.

 

            Don Ceferino Calderón, «de altos ideales con concebidos con tenacidad y ardoroso en el celo de las almas», como se dijo de él en un libro publicado por Teodoro Andrés Marcos, en Salamanca, el año 1948. Don Hermilio Alcalde del Río, con veinte años menos de edad que don Ceferino, llegado a la educación escolar superior cuando los ideales sociológicos de la Institución Libre de Enseñanza habían arraigado ya en España, con un tenaz deseo de ponerlo al servicio de la clase obrera, en la que se habían volcado las orientaciones de la Institución. Aún cuando no tengo referencias concretas que me permitan asegurar la asistencia de Alcalde del Río como alumno a alguno de los centros creados por dicha Institución, la orientación pedagógica con que enfocó los cursos de la Escuela de Artes y Oficios fue claramente institucionalista.

 

            Siempre que me he planteado este tema de la benéfica coincidencia en Torrelavega de estas dos figuras, lo he visto como la tercera encrucijada de los caminos que se encontraron a lo largo de los años en nuestra geografía local y que marcaron indeleblemente su desarrollo. Primero «el camino carretero», que a partir del año 1753 abrió las posibilidades comerciales de la comarca con Castilla, y daría lugar a la primera encrucijada, cuando, con la puesta en servicio de la carretera de Vizcaya a Asturias se encontraron ambos en lo que hoy llamamos Cuatro Caminos. La próspera vida económica que se inicia modestamente entonces, se vería incrementada un siglo después con el trazado del «camino de hierro» , el ferrocarril de Isabel II, del que el primer tren pasó por Torrelavega el 22 de octubre de 1858, cruzado a estos efectos, en enero de 1895, por el que enlazaría Santander con Asturias (segunda encrucijada). Dos encrucijadas, o encuentro de caminos, que proporcionaron al pueblo un notable incremento en el movimiento de población y con él un fuerte aumento del vecindario fijo.

 

            Llamo tercera encrucijada, como un encuentro de caminos, a la que dio lugar la presencia contemporánea del párroco y del director de la Escuela de Artes y Oficios; en esta ocasión encuentro de ideas y creencias.

 

            Torrelavega estaba ya, en aquellos años próximos al fin del siglo, con los problemas de subsistencia resueltos en condiciones bastante favorables. Había un capital que se movía, generando una bonanza económica; en la proporción que se quiera, pero lo había, incorporándose entonces la ciudad al movimiento que esta llevando al resto del país hacia la «modernidad» y a las formas de desarrollo que van a concurrir en el siglo XX. Como en la vida española en general, se está formando también aquí un núcleo importante de clases medias, compuesto por pequeños comerciantes, artesanos, funcionarios liberales, etc., que iba a ser el principio de una burguesía acomodada en las que se afianzaría el porvenir de la ciudad. Las dos personalidades a que me refiero iban a ser modelo y guía a seguir por unos y otros.

 

            Don Ceferino Calderón, fue designado párroco de Torrelavega, con 37 años de edad, y llegaba dotado con una solida formación eclesiástica y humanística.

 

            En un libro, publicado en Barcelona el año 1902 por José María Martínez y Ramón, con el título de Grandeza de un cura, biografía de nuestro párroco, nos presenta así lo que a su juicio era la vida de Torrelavega cuando el nuevo párroco se hace cargo de su misión: «Es uno de los pueblos que sintieron con mayor vehemencia el influjo de las ideas revolucionarias.... Las cuatro quintas partes de mi pueblo eran republicanos aferrados, sino convencidos». Y habla de la existencia de un club de esta tendencia política y del «ajetreo de mítines callejeros y manifestaciones». No vamos a discutir al autor la veracidad o no de estas expresiones, aun cuando como afirma Francisco Pérez Gutiérrez en su libro Renán en España, «desde una perspectiva cerradamente ortodoxa, podemos referimos a esa época como irreligiosa». Don Ceferino se enfrenta a ello desde un integrismo sin fisuras, dentro de la más sólida orientación del Concilio Vaticano I que intentó proyectarlo sobre el pueblo en todas las facetas de la vida. Teodoro Andrés Marcos publicó el año 1948 en Salamanca otro libro en el que se afirma que «el programa parroquial puesto en marcha (por don Ceferino) se iba apoderando de muchas almas».

 

            En este camino por el que discurrían las actividades del párroco en su misión, se encontró, a partir de 1892, con el que iba a representar don Hermilio Alcalde del Río en la labor que se había propuesto al crear la Escuela de Artes y Oficios.

 

            Un importante grupo de vecinos, todas destacadas personalidades de la vida local, los mismos que habían apoyado al párroco en su proyecto de construcción de un nuevo templo, se sumaron también al empeño de Alcalde del Río: Buenaventura Rodríguez Parets, José María Quijano, Carlos Castañeda, Ramón y José Fernández Hontoria y Joaquín Hoyos, entre otros, figuraron en ambos proyectos desde el primer momento. Estaban modelando con su ejemplo la vida del pueblo. En una llamada «Asociación para el fomento de la instrucción de las clases populares» dejaron reflejados sus propósitos, paralelos en todo a los criterios en que se basaba Alcalde del Río, en los que fundamentalmente se insistía en la necesidad de la debida formación de la clase obrera.

 

            Un proceso que podemos llamar de ósmosis humana se produjo a partir de entonces entre los dos conceptos o maneras de entender la convivencia, proporcionada por el patriotismo local de aquellos antepasados nuestros que supieron poner el amor al pueblo por encima de las convicciones personales.

 

            En los discursos que don Hermilio pronunció en el comienzo de cada curso, se proyectaron apasionadamente las ideas y fines pedagógicos que le guiaban. Cito como ejemplo el que pronunció en la iniciación del curso 1896-97: «Es un acto de justicia, de comprensión y de gratitud, todo lo que tienda al mejoramiento de esta clase [hablaba de las clases populares], que al fin y al cabo es la que más contribuye con su óbolo de sudor y de sangre al sostenimiento de las cargas sociales». Y en el discurso del año siguiente insistía, con el mismo convencimiento, en la necesidad y urgencia, de «mejorar la enseñanza general y especialmente la profesional, la popular, la de industrias, artes y Oficios».

 

            Unas y otras acciones, las de don Ceferino y las de don Hermilio, orientadas hacia aspectos morales y religiosos o a los educativos y cultivo de la mente, dejaron huella importante en la vida de la ciudad. Importancia que se pondría de manifiesto destacadamente en los años siguientes, dentro ya del siglo XX, al que pasaron aspectos materiales y espirituales procedentes del desarrollo de aquella misión que se habían propuesto estas dos personalidades.

 

            En el discurrir diario de años siguientes a aquellos, encontramos la proyección de esta «tercera encrucijada», que añadió, al favorable comportamiento de la economía local, el decisivo impulso en el cultivo de los valores del espíritu. En la memoria de todos está hoy aquel discurrir de la vida en Torrelavega a partir de esa tercera encrucijada, en los que unos y otros vecinos se unían en agrupaciones de todo tipo: sociedades de apoyo mutuo, culturales, musicales ... Recordemos, para terminar, una de las más destacadas actividades en esta vida de convivencia pacífica y culta, la presencia de la Biblioteca Popular a partir de su creación el año 1927. Muchos de los alumnos de don Hermilio Alcalde del Río encontraron en ella un complemento importante para el cultivo de su sensibilidad, en lo que el maestro había puesto siempre tanto interés y en esa convivencia se puede advertir, sin gran esfuerzo, la herencia espiritual que había aportado don Ceferino Calderón en su labor parroquial.

Publicado en El Diario Montañés, 14 de noviembre de 1997

 

martes, 8 de noviembre de 2022

EVOLUCIÓN CULTURAL Y SOCIAL DE TORRELAVEGA

SOBRE LA EVOLUCIÓN

CULTURAL Y SOCIAL

DE TORRELAVEGA EN EL SIGLO XX  

            Con la misma intención con que a nivel nacional se creó una entidad con el nombre de “España. Nuevo Milenio” Torrelavega, desde la posición de localidad atenta a su historia, debe de plantearse una reflexión sobre su pasado con lo que pueda alcanzar una perspectiva de futuro. Se que mí aportación en este sentido no puede servir a tan altos fines, pero en estas líneas que les voy a leer a continuación, recopilaré ciertos aspectos de nuestra historia local que pueden contribuir a una meditación sobre este tema, apoyado en dos instituciones culturales que considero fundamentales para tal fin: la Escuela de Artes y Oficios y la Biblioteca Popular.

 

            El desarrollo de la vida social y cultural de Torrelavega en el siglo XX, tan cercano todavía, ha tenido su base fundamental en estas dos instituciones, sin las cuales se puede pensar que su evolución hubiera ido por otros caminos en los que los valores humanos y culturales de sus habitantes no habrían alcanzado el nivel a que han llegado. En la revista que publicó el Ayuntamiento de Torrelavega a finales del siglo XX, ya anticipé algunos párrafos sobre este tema, insistiendo en que la Escuela de Artes y Oficios que inició sus labores docentes en 1892 y la Biblioteca Popular, cuyas actividades tuvieron lugar desde 1927 hasta 1937, fueron estas dos instituciones a las que me quiero referir particularmente en el planteamiento del tema, consideradas pilares básicos en el discurrir sobre el mismo.

 

            No olvido que en los años de su existencia y en los anteriores y posteriores, hubo también otros centros intelectuales y cívicos que coadyuvaron en la misma misión, pero me permito manifestar que no con la misma fuerza y significado.

 

            Aun cuando los primeros años de gestión y puesta en marcha de la Escuela de Artes y Oficios transcurrieron durante la última década del siglo XIX, su evolución posterior, desde diversos puntos de vista, autoriza a unirlos a los primeros cincuenta del siglo XX.

 

            Si la puesta en marcha de esta Escuela marcó una fecha imborrable en nuestra historia local, no se debe olvidar aspectos colaterales y anteriores a su labor pedagógica, que influyeron en ello. Una entidad, como ésta, no nace por generación espontánea; siempre se dan algunas singularidades que colaboran a su aparición.

 

            En los años anteriores a aquel 1892, Torrelavega se había visto inmersa en un desarrollo económico de significativo impacto en su vida social. La creación de esta Escuela en nuestra ciudad fue una consecuencia -si se quiere hasta lógica- de la presión que en todos los órdenes ejercía el relativo progreso social continuo que estaba experimentando el pueblo. Desde los años siguientes a la presencia de las tropas francesas en Torrelavega, cuando la llamada Guerra de Independencia y de los que vendrían a continuación, Torrelavega vive una época cuya prosperidad se iba a ir reflejando paulatinamente en lo social. Una vitalidad económica, con naturales pausas en su desarrollo, que dio los primeros pasos cuando se afianzó el mercado semanal, más tarde con las ferias de ganado autorizadas en 1844 y, a partir de 1856, con el inicio de las explotaciones mineras por parte de la Real Compañía Asturiana de Minas.

 

            Esta visión nada más que panorámica que queda esbozada en las líneas que anteceden, iba a llevar a la aparición del obrero mixto como consecuencia de la fusión humana de lo agrícola y lo industrial y de una clase burguesa que toma las riendas de aquel desarrollo, a lo que contribuyen los capitales que empiezan a llegar de ultramar y la laboriosidad de los vecinos, a los que se han unido las inmigraciones pasiegas con su decidida aportación.

 

            En los cincuenta últimos años de aquel siglo XIX el resultado de este esfuerzo colectivo conduce a una vida social en la que empiezan a tener importancia las horas de ocio y la presión de una minoría selecta nacida entre la clase burguesa, a la que me he referido antes. Significativo de ello es la aparición de publicaciones locales impulsadas por estos grupos de presión; la primera el 21 de agosto de 1873 con el título de El Porvenir de Torrelavega, a la que siguieron otras con cabeceras del mismo sentido, respondiendo a la mentalidad que dominaba la vida local: El Impulsor, El Progreso, El Fomento, ...

 

            Torrelavega se sentía en aquellos años con una voluntad de desarrollo importante, de lo que juzgamos como una prueba el empeño en que se encuentra embarcada la colectividad en la construcción de un templo religioso de una envergadura que parecía salirse de sus posibilidades. Me refiero a lo que iba a ser la Iglesia de la Asunción, cuya primera piedra se colocó contemporáneamente a las fechas en que fueron aprobados los artículos del reglamento que iba a regular la vida de la Escuela de Artes y Oficios, reglamento agrupado dentro de un significativo título: “Asociación para el fomento de la instrucción de las clases populares” que estaba reflejando el interés que movía a aquella minoría selecta. Repito: la instrucción de las clases populares.

 

            Algunas de aquellas personas promotores de la construcción de la iglesia: Buenaventura Rodríguez Parets, José María Quijano, Carlos Castañeda, Ramón y José Fernández Hontoria, Joaquín Hoyos,... son las mismas que habrían de perfilar lo que iba a ser la Escuela de Artes y Oficios, hecho este a destacar por lo que hubo en él de reflejo de las vivencias ciudadanas comunes. Los nombres de aquellos convecinos de entonces deben de ser recordados por los de hoy con el debido agradecimiento y con orgullo por parte de sus descendientes directos.

 

            Este grupo de distinguidas personas se iban a encontrar, por fortuna, con un hombre que no vacilamos en afirmar que fue guía providencial en el desarrollo que nos iba a llevar a los años del siglo XX, tanto desde el punto de vista social como cultural. Me refiero a don Hermilio Alcalde del Río, que había llegado a Torrelavega en el año 1891 con el título recientemente obtenido en la Escuela de Bellas Artes de Madrid.

 

            Era don Hermilio una personalidad fuerte influida por las doctrinas pedagógicas de la Institución Libre de Enseñanza, y los propósitos de aquellos vecinos, encontraron en él la mejor disposición y condiciones para llevar a la práctica la apetencia común de un futuro con nuevas y beneficiosas condiciones de existencia para todos. Situemos estas orientaciones y propósitos en los años en que estaban sucediendo, lo que nos confirmará en este criterio que pretendo hacer prevalecer, de que la Escuela de Artes y Oficios fue el origen en nuestro pueblo de una mentalidad humana radicalmente distinta a la que se había vivido hasta entonces, y que iba a marcar en parte importante el siglo XX.

 

            Cuando cincuenta años más tarde un grupo de convecinos, preferentemente alumnos y exalumnos de Alcalde del Río, organizaron un acto en su homenaje, pronunció éste un discurso en el que aludía así a los años iniciales de la vida de la Escuela: Corría el año 1892 y se echaba de menos en la entonces villa, pero ya promesa pujante de Torrelavega, un centro de esta clase donde atender el perfeccionamiento técnico de los distintos oficios.

 

            A lo largo de la vida de la Escuela no faltó en la inauguración de cada curso lo que podemos considerar como la lección magistral a cargo de su director. Como ejemplo de ello recordemos una frase del discurso que pronunció en el correspondiente al de 1896-97, que nos confirma la intención que le guiaba en su labor: Es un acto de justicia, –dijo- de compensación y de gratitud, todo lo que tienda al mejoramiento de una clase que, al fin y al cabo, es la que más contribuye con su óbolo de sudor y de sangre al sostenimiento de las clases sociales.

 

            Cuando en 1972 se cumplió el 25 aniversario de la muerte de Alcalde del Río, recordé desde las páginas de un diario de nuestra provincia, remembranzas que, en parte, estaban dormidas en ese rincón en el que vamos depositando todo lo que constituye lo más hermoso del bagaje de nuestra vida. Una de estas imágenes que guardo de don Hermilio fue la de mí último encuentro con él. Cruzaba el maestro la calle Consolación en dirección a su casa, procedente de la Escuela. Era un recorrido que hizo durante muchos años y aquella lanzadera inteligente y constante, que iba de casa a la Escuela y de la Escuela a casa, con ejemplar dedicación, dejó en el telar de sus alumnos una de las obras más importantes y de mayores consecuencias espirituales y morales que se han dado en Torrelavega. Tuvo, entre otros méritos, el de que jamás fue para él una rutina ni cada curso ni el tablero de cada discípulo.

 

            El nivel cultural medio y el social de nuestro pueblo se elevó, gracias a esta labor didáctica, muy por encima del de otras localidades de su misma modesta categoría. De no haber existido la Escuela de Artes y Oficios, el paso siguiente al de las enseñanzas primarias hubiera quedado reservado para unos pocos alumnos, a los que los medios económicos familiares les hubiera permitido ampliar los estudios en Centros privados fuera de Torrelavega. A don Hermilio Alcalde del Río se debe que, parte importante de los vecinos, llegaran a los talleres con una formación y una inquietud intelectual fuera de lo normal. Téngase en cuenta, respecto a esto que acabo de comentar, que la labor de don Hermilio no se limitaba a la perfección en el desarrollo de los oficios como tales, sino que, en numerosas ocasiones, esta labor se complementaba con la organización de visitas acompañado por los alumnos a monumentos artísticos próximos a Torrelavega y a cuevas prehistóricas, principalmente a la de Altamira, de cuyo conocimiento era una destacada autoridad, dejando en nosotros, los alumnos que tuvimos la posibilidad de participar en estas visitas pedagógicas, la siempre grata costumbre de repetir cuantas veces nos fue posible, en los años siguientes,  la visita a Altamira y con ello a Santillana del Mar.

 

            Torrelavega pudo contar durante muchos años, ya en el siglo XX, con un sobresaliente plantel de profesionales, auténticos maestros en su oficio y en el de las relaciones humanas, gracias a la inteligencia y el esfuerzo de don Hermilio. Las enseñanzas en la Escuela dotaban al albañil, al cantero, al ebanista, al ajustador,... de un elevado concepto sobre la importancia de su labor profesional y del comportamiento cívico para la colectividad. Felizmente fueron muchos los que llegaron a integrar este grupo de destacados profesionales.

 

            Esta labor, este deseo noblemente ambicioso de ascender en el rango cultural y en el del comportamiento social, que era mantenido por una parte importante de convecinos, creó un clima favorable que entró con incontenible ímpetu en los primeros años del siglo XX, reflejándose en la creación de asociaciones que proliferaron en años siguientes, como el Orfeón Torrelaveguense, la Banda Popular de Música, la Coral de Torrelavega,... que iban a ser el embrión de otras asociaciones similares, que estaban mostrando una favorable acusada sensibilidad colectiva.

 

            Un grupo de convecinos que habían venido nutriendo a aquella minoría de que he hablado anteriormente, crea en 1926 una asociación con el nombre de “Sociedad Pro-Cultura Popular de Torrelavega”, que iba a dar origen poco después a la “Biblioteca Popular”, a la que me he referido al principio de estas notas concediéndola, lo mismo que a la Escuela de Artes y Oficios, la meritoria labor que las ha correspondido en esta positiva evolución.

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            Cuenta Serafín Fernández Escalante, en su libro Medio siglo de Torrelavega que la idea partió de un grupo de contertulios que se reunían en el Café de Cabrillo, en la Plaza Mayor, quienes invitaron a secundarles a algunos “impenitentes aficionados a los libros: Valeriano Gómez, Gabino Teira, Miguel y Crisol, Alfredo Vallejo, Pedro Lorenzo,...” La idea se puso en ejecución enseguida y abogados, médicos, maestros de primera enseñanza, distinguidos comerciantes e industriales se unieron pronto a aquel grupo inicial, solicitando el apoyo del Ayuntamiento de la ciudad. Pronto se formó una Comisión integrada por Fermín Abascal, y Carlos Pondal por parte del Ayuntamiento y los convecinos Gabino Teira, Francisco Vega, Luis Villegas y Serafín F. Escalante que habría de dirigir y asesorar en todas las cuestiones culturales a la nueva Sociedad.

 

            Se trataba de una entidad cuyos propósitos no se limitaban a funcionar como una biblioteca pública, como parecía indicar su nombre. Su labor pretendía proyectarse más allá, a base de organizar actos culturales en el domicilio social que habría de gestionarse inmediatamente.

 

            Los alumnos que lo habían sido de la Escuela de Artes y Oficios encuentran en el nuevo centro un lugar idóneo para continuar cultivando su formación. Lo que la Biblioteca Popular supuso para Torrelavega en sus años de existencia, 1926 a 1937, en cuanto a la vida social y cultural local, está en el ánimo de todos los que vivieron la actividad de aquel centro. El bien recordado Manuel Teira supo situarlo en diversos escritos en el lugar que le corresponde. De uno de ellos copio lo siguiente: La Biblioteca Popular no vino a llenar un hueco, sino que creó su propio espacio en el pueblo, en el que hizo una labor inmensa... el pueblo halló, de pronto, un manantial de saber, donde todas las clases sociales acudían.

 

            La dedicación incansable y la desinteresada entrega que sus directivos pusieron en la misión que se habían propuesto, dieron enseguida sus frutos. De ello iba a sacar provecho la vida local. No solamente desde un punto de vista cultural; el espíritu de nuestros convecinos de entonces, en general, se sintió influido por aquella labor que entrañaba una misión educadora que se reflejaría en las relaciones humanas de la colectividad. En aquel grupo de alumnos de la Escuela de Artes y Oficios de que he hablado, numéricamente importante, no todos iban a sobresalir en este mundo de la cultura. Pero sí hubo una gran parte que hicieron camino al andar por la senda artística y aun cuando todos no llegaron a ocupar un lugar destacado, contribuyeron con su dedicación a que en Torrelavega se hablara de esta actividad. Se hace preciso insistir en el papel que jugaron en el óptimo desarrollo de las relaciones ciudadanas, de gran trascendencia para los adversos años que se avecinaban, en los que tanta importancia tuvo el cultivo de la sensibilidad personal, obligada a enfrentarse con duras situaciones.

 

            La labor que emprendía la Biblioteca Popular dio comienzo oficialmente el 13 de noviembre de 1927 con un acto en el que pronunció una conferencia don Víctor de la Serna, ante la presencia de la totalidad de las autoridades locales y diversas personalidades de asociaciones y entidades de todo tipo que realizaban su labor en la ciudad. Acto que tuvo lugar en un salón que les había cedido la Cámara de Comercio en el nº 32 de la calle Consolación, en el que quedó de manifiesto el apoyo con que iba a contar la Biblioteca Popular en lo sucesivo.

 

            José del Río Sainz, Pick, publicó en El Diario Montañés un artículo en su columna diaria “Aires de la calle”, en el que refiriéndose al ambiente cultural local decía: Este ritmo de vida interno se manifiesta en la pujante vida intelectual, que se produce al compás mismo de la vida comercial y laboral. Los mismos hombres de mostrador y de trabajo que durante el día libran la batalla económica del pueblo, son los mismos hombres de ideas y de letras que, después de cerrar el taller o la tienda, avivan las hogueras literarias o artísticas en las tertulias.  Y más adelante añade: Hacía falta para crear esta institución -se refería a la Biblioteca Popular- un sentido comprensivo de las cosas que no la convirtiera en un coto cerrado, y una gran abnegación para lanzarse a la calle a buscar adhesiones. Y ambas cosas las hubo. Torrelavega respondió espléndidamente.

 

            En la Biblioteca Popular, como digo anteriormente, encontraron los alumnos de la Escuela de Artes y Oficios, el terreno idóneo para desarrollar sus conocimientos. El servicio como biblioteca circulante que utilizaban los socios para leer los libros en sus domicilios, funcionó desde el primer momento, y en ello tuvo parte destacada Pablo del Río que cuidaba del menester del servicio de los libros a domicilio. Las aportaciones de particulares y las adquisiciones que decidía la junta directiva permitieron muy pronto reunir una colección de una cuantía e interés verdaderamente destacado. Empezaron también muy pronto las exposiciones de arte, que tenían lugar en el mismo local, así como las conferencias sobre los más diversos temas y con una cadencia semanal, que no iba a cesar hasta la clausura del Centro en 1937.

 

            La presencia diaria en el local de miembros de su junta directiva era un aliciente más para que fuera muy frecuentada por algunos socios que recibían de ellos consejos para la lectura, lo que contribuyó al enriquecimiento del conjunto de esta entidad. El mismo José del Río Sainz, al que he citado anteriormente, se refirió a algunas de estas personas de la directiva en uno de sus “Aires de la calle”, de los que ofrecía el perfil que los ennoblecía y su valía.

 

            De Gabino Teira, que ocupaba la presidencia del centro, comentó que sabía tanto de la historia y conquista de América “como si hubiera sido lego a las órdenes de Fray Bartolomé de las Casas”; de Pedro Lorenzo, otra persona fundamental en este centro, que era “un hombre ejemplar en la ciudadanía y el entusiasmo; de Alfredo Velarde, el chileno, que actuaba de bibliotecario, habló de “su perfecta preparación cultural, que le ha permitido elegir entre lo mejor que las personas publican para hacerlo llegar a las estanterías de la Biblioteca.

 

            De aquella meritoria labor de este centro surgió en su seno una sección con el nombre de “Amigos del Arte” que ayudó a la directiva de esta institución en su obra cultural, principalmente en la realización de exposiciones que tenían lugar en un espacio dedicado a tal fin.  “Amigos del Arte” llegaba con un nuevo impulso. Recordemos entre los que formaban esta sección a Julio Mayora, Fermín Cianca, Charines, Teodoro Calderón, Tomás Cañas, José Luis Hidalgo o Ángel Laguillo, ya fallecidos. La memoria guarda también otros nombres que harían muy larga su mención, pero están en el recuerdo inolvidable de los que lo vivimos, como lo está la presencia dichosamente viva de Pablo del Río.

 

            En una entrevista con el pintor Eduardo Pisano, que firmaba “Muriedas”, publicada en El Diario Montañés. Del 12 de noviembre de 1977, comentaba: “La Biblioteca Popular estaba en una relación muy estrecha con la Escuela de Artes y Oficios y con todas entidades de arte popular. No había en sus actividades una intención elitista entre las personas que después de su jornada laboral buscaban en ella un enriquecimiento de su saber”

 

            La vida de la Biblioteca Popular terminó en agosto de 1937, al ser clausurada esta entidad después de que las fuerzas del ejercito franquista ocuparan la ciudad. Como ya he dicho en otro lugar, en el haber de esta entidad cultural quedó reflejada esta destacada labor que se proyectó muy favorablemente en la población local.

 

            Hubo una segunda parte, promocionada por el Ayuntamiento de la ciudad. El 19 de marzo de 1946 se abrió una biblioteca con el nombre de “José María de Pereda”, en otro local de la misma calle Consolación y con los fondos bibliográficos que habían sido incautados oficialmente a la Biblioteca Popular, cuya dirección fue encomendada, con gran acierto, a don Ignacio Aguilera. Se trataba de dar una continuación a aquella labor que había quedado interrumpida en 1937, y con el mismo afán en cuanto a su labor: exposiciones artísticas, conferencias y otros actos públicos que continuaron concitando la atención de los vecinos del pueblo. Era la época en que empezaron a habilitarse, esporádicamente, otras salas para este mismo fin en determinadas entidades públicas a las que se sumaron muy pronto algunas de carácter privado, lo que propició en la vida cultural local un mayor campo de desarrollo.

 

            También a esta biblioteca, con el nombre de “José María de Pereda”, le llegó su final. En el verano de 1990 fueron trasladados nuevamente los fondos bibliográficos a un edificio adquirido por el Ayuntamiento, que había sido propiedad de la familia de los Condes de Torreanaz, en la calle que lleva este mismo nombre, donde continua actualmente, pero nada más que como tal biblioteca. El nuevo centro recibió el título de “Biblioteca Popular Gabino Teira”, en recuerdo de quien fue uno de los promotores más destacados en esta labor cultural de Torrelavega.

 

            Como dijo Günter Grass, al recibir el Premio Príncipe de Asturias de las Letras del año 1999: “El siglo XX seguirá arrojando su sombra hasta muy entrado el próximo siglo”. En Torrelavega tenemos muestra de ello y los que en el futuro lo puedan comprobar personalmente, observarán como la sombra cultural y social de aquella centuria a la que me he referido se estará proyectando con fuerza en las próximas.

 

            Y ya que a enseñanza y bibliotecas nos hemos referido, permítanme que termine volviendo a Günter Grass para decir con una oportuna frase suya: “No hay espectáculo más hermoso que la mirada de un niño que lee”, expresión que merece quedar grabada con letras de oro en nuestra memoria y cuidada y fomentada en todo su valor didáctico.

 

 


Leído en la Casa de Cultura de Torrelavega el 8 de noviembre de 2001

 

 

miércoles, 2 de noviembre de 2022

RAFAEL ALBERTI

RAFAEL ALBERTI EN TORRELAVEGA

 


            La muerte de Rafael Alberti nos ha cogido a todos “por mitad del pecho”; si bien es cierto que su edad ya no permitía muchas alegrías. Los recuerdos y los versos del gran poeta se han agolpado en estos momentos finales en la memoria de quienes los seguimos apasionadamente. En Torrelavega, como en muchos puntos de la geografía mundial también había dejado su huella el poeta. El poeta y el amigo, porque en ambas direcciones se mostraba su presencia. Una huella corta pero inolvidable en nuestro pueblo para quienes tuvieron la dicha de disfrutar de su presencia.

 

            Los hombres de mí generación llegamos demasiado jóvenes al encuentro, pero los comentarios y ciertos documentos que nos han llegado por parte de quienes tuvieron la fortuna de conocerle personalmente, han contribuido a que pudiéramos sentirnos a su lado con la distancia de los años.

 

            Rafael Alberti había venido, por primera vez el año 1924, a la Casona de Tudanca, de la que era magnífico señor don José María de Cossío y repitió visita en 1928. Son de esta última fecha los hechos de los que puedo hacer memoria, gracias a la amabilidad de quien fue figura imprescindible en la cultura local de esos años, Pedro Lorenzo Molleda. Alberti y José María de Cossío habían sido huéspedes en su casa de Torrelavega y el 5 de mayo escribió Alberti a Pedro Lorenzo desde Tudanca agradeciéndole las atenciones recibidas:  “Querido Pedro: Terminado el exquisito y maravilloso moka con que nos obsequió Evelina (sic)  Se refería a Avelina, la mujer de Lorenzo    te escribimos para darle y darte las gracias. No se me olvidará así como así. Ha derrotado tu mujer a todas las monjas dulceras de España. A las de Segovia, Ávila, Granada, Sevilla ... Yo, naturalmente le arrebaté a José María parte de su parte. Comí más que él. Y tuvo que resignarse humildemente, cosa que le es bien fácil, ya que su ideal es del más puro ascetismo. Gracias dobles doy yo a la autora del dulce”.

 

            En párrafo siguiente habla de Torrelavega: “Nos acordamos de nuestros días en Torrelavega.  Yo, galleando con las chicas. Torrelavega nos ha cogido por la mitad del pecho. A mí por lo menos. Me acuerdo de esas muchachitas tan preciosísimas que sentadas ante mí, escuchaban mis canciones de mar y de tierra. ¡Qué prodigio de niñas. Me estoy muriendo por todas. Así, muriéndome-por-todas. Viviría en tu pueblo. Da gloria pasear bajo los soportales de su plaza; una delicia! Hay gracia verdadera y, sobre todo, simpatía y no se qué aire caliente que le atraviesa a uno de parte a parte”.

 

            Era un comentario que surgía de la pluma del poeta después de un recital que dio de sus poemas, en el local de un cine en el que leyó versos de Marinero en tierra y de La amante.

 

            Alberti y Cossío, con otros amigos, comieron entonces en el caserío que poseía en Tanos el doctor don Bernardo Velarde, del que también fue huésped, en dos ocasiones,  don Miguel de Unamuno.

 

            Una segunda carta lleva fecha 1 de junio de 1928. En uno de sus párrafos vuelve a hablar de Torrelavega: “¿Qué pasa en Torrelavega? ¿Y todas mis amadas?  Ahora escribo poco”. En renglones siguientes alude  a la Oda a Platko. “En Santander, por lo visto, ha levantado las iras de algún que otro limpiabotas. Mejor, que se fastidien”.

 

            Se refería aquí al poema que dedicó a Platko, el portero del equipo de fútbol del Barcelona, en el que también hay una participación de nuestro pueblo, de la mano del vecino Jesús Bilbao, hombre famoso por su ingenio, quien después de que el portero volviera al campo tras ser curado de un accidente del juego, con la cabeza envuelta en vendajes ensangrentados, exclamó, dirigiéndose al poeta: “Rafael: eso solo lo podéis cantar Homero y tu”.

 


Publicado en El Diario Montañés, el 2 de noviembre de1999