Las fechas redondas en la vida y los hechos de los
hombres, parecen propicias para recapitular sobre estas vidas y sobre estos
hechos. La circunstancia cronológica convoca de manera apremiante y, como
resultado, siempre se llega a encontrar algún dato nuevo que enriquece lo ya
dicho hasta entonces.
León
Felipe no ha sido excepción. En el centenario de su nacimiento han tenido lugar
aptos conmemorativos, publicándose estudios con perfiles más seguros sobre su
biografía o ahondando en la riqueza lírica y humana de su obra poética.
Numerosos lugares de la geografía personal del poeta han acudido a la cita: Tábara,
donde le nacieron; Almonacid de Zorita, donde maduró su poesía primera; Madrid,
lugar frecuente de una vida trashumante;
México, refugio y tumba... No podía faltar Santander. Aquí transcurrieron los
años de niñez, adolescencia y juventud.
Si
en estos años de la vida del poeta no se hubieran producido hechos de singular
significado -que se produjeron-, teniendo en cuenta aun cuando no fuera más que
lo que aportan normalmente a la formación del ser humano, sería suficiente para
prestarles especial atención. Recuerden, para conceder a priori toda su importancia
a estos años santanderinos, el verso tan repetido del poeta en que habla de una
juventud sombría transcurrida en la Montaña.
Con
mis comentarios que siguen a continuación, pretendo que quede debidamente
aclarado el significado de este verso, así como otros aspectos de su vida en la
época en que residió en Santander.
En
el otoño de 1974 ya intente un primer acercamiento a este tema, pero entonces,
como me dijo Gerardo Diego, quedaron zonas oscuras. El feliz hallazgo posterior
de unos documentos me ha permitido ampliar aquel trabajo de hace diez años, concretando
algunos de los puntos que carecían de precisión.
Seré
breve, porque todos estamos deseosos de oír a Francisco Giner de los Ríos,
estrella invitada de hoy.
La
vida de nuestro poeta se presenta al biógrafo llena de pequeños misterios y de
grandes dificultades para aclararlos. Fue una existencia larga, azarosa, contradictoria,
en la que a quien intenta profundizar en ella, se le van quedando por el camino
las posibilidades de concretar fechas y hechos. Cuando se va tras de sus pasos
produce la impresión de que se preocupó de borrar las huellas que iban dejando.
La
meritoria biografía publicada por Luis Rius en México, en 1968, si bien ofrece
datos abundantes, no se ajusta, en ocasiones, a la realidad, a pesar de que la
información procede de labios del propio biografiado. O precisamente por eso.
Por poco que se conozca a León Felipe, se tiene que pensar que la razón de este
desenfoque que se refleja en el texto de Rius, esta en el mismo poeta. Naturalmente,
me estoy refiriendo a la época de su vida en Santander, para la que es
necesario tener también presente el origen memorístico de esta información a
Rius, aportada, además, a tantos años vista. Y, sobre todo, la fantasía con que
frecuentemente envolvió León Felipe el recuerdo del itinerario de su vida. El
resultado ha sido una serie de precisiones equivocadas que está costando
esclarecer.
Por
otra parte, el que el libro de Luis Rius fuera escrito sobre testimonios del
mismo León Felipe, le concedió visos de una autenticidad absoluta, a pesar de
que el autor de la biografía ya puso sobre aviso a futuros estudiosos. Cuando, transcribiendo
las palabras del poeta, escribió: “Santander está cerrado a la hospitalidad, es
el pueblo más nacionalista de España”, añade a continuación: “En eso exageraba
muy a su estilo”. Esta afirmación me parece un feliz hallazgo de expresión para
definir al poeta en la faceta de relator de su propia vida y puede ser valida para
enfocar múltiples circunstancias de ella.
Los
años de residencia en Santander resultaron muy afectados en la recreación del
recuerdo, por ser los primeros de su existencia y, por lo tanto, los más
alejados en la memoria. Había llegado a Santander, con nueve años de edad, en
noviembre de 1893. Con cierta morosidad desgranó ante Rius recuerdos ciertos y
recuerdos inventados, velados por el hecho de aquella juventud sombría pasada
en la Montaña.
Frases
del libro de Rius como “Era un mal estudiante… su caso llegó a juzgarse grave”,
o “No le gustaba Santander. No le gustó nunca”, forman parte de una leyenda
negra tejida alrededor de estos años santanderinos, que ha continuado rodando en
los siguientes a la publicación del libro.
En
los diversos trabajos publicados en este centenario que celebramos, las
referencias a Santander han sido escasas y no muy felices, y de ninguna manera
aclaratorias. El 26 de febrero apareció un artículo en el diario Alerta
de esta ciudad, firmado por Andrés Sorel, en el que se lee: “Una estancia en
Santander y al fin Madrid, donde concluyó la carrera de Farmacia”. En otro artículo,
en el ABC del 11 de abril, escrito por Trinidad de León-Sotelo, se habla
del paso de León Felipe por Santander sin concretar nada, y en una cronología
que recoge el mismo diario le dedican estas breves líneas: “1908. Viene a
Santander para instalarse como farmacéutico. Allí, por su falta de sentido práctico
en las finanzas, estuvo tres años en la cárcel.”
Referencias
más amplias y con datos más concretos, las he encontrado en el trabajo que
firmado por R. Ayala apareció en el diario YA del 15 de abril, en el que
se habla de que no fue mal estudiante, en contra de lo que en algunos escritos
se ha venido asegurando, y de que no es cierto que odiara a Santander, en lo
que también se ha venido insistiendo. Este artículo y la reproducción reciente
de otro del farmacéutico santanderino Luis Mateo de Celis, que había visto la
luz en 1974, ofrecen información más pormenorizada y fiel a la realidad.
Con
los datos que he podido reunir trataré de poner en su sitio algunos de los
aspectos que se han venido ofreciendo al público de manera incompleta o
equivocada, relacionados con los años santanderinos de León Felipe, cuando
todavía se llamaba Felipe Camino Galicia.
El
que ha venido suscitando mayor interés en los medios literarios, es el relacionado con los posibles
escritos del poeta en estos años de juventud en Cantabria. Con la prudencia con
que se pueden asegurar estas cosas, creo que puedo afirmar que León Felipe no
escribió poesía en estas fechas a que me vengo refiriendo. Y me atrevo a
afirmarlo así después de conocer dos artículos del periodista y poeta
santanderino José del Río Sainz, buen amigo de Felipe Camino casi desde su
llegada a Santander.
Las
aficiones literarias de Río son manifiestas y precoces. Si Felipe Camino
hubiera tenido la misma inclinación que su amigo, éste habría sido participe de
ella, por lo menos por aquellos del inevitable “me lees y te leo” de los
escarceos literarios de la adolescencia y juventud. Pues bien, cuando el periodista
montañés acusó recibo del primer libro de Felipe Camino, ya con el nombre de León
Felipe en un artículo publicado el 25 de marzo de 1920 en La Atalaya,
atribuye la obra a otro amigo que, -singular coincidencia-se llamaba León
Felipe Gutiérrez. No le relaciona para nada con Felipe Camino Galicia. Y cuando
al día siguiente, advertido del error por amigos comunes, escribe un nuevo
artículo rectificando, no hay en él una sola línea en la que haga referencia al
conocimiento como poeta del autor verdadero del libro. Por otra parte, en
ninguna de las revistas y periódicos de Santander que he podido consultar de
aquellos años, he encontrado su firma ni seudónimo que pudiera atribuirse a
Felipe Camino como autor.
He
pasado por encima del nombre de León Felipe Gutiérrez, solamente citándole,
pero creo que merece la pena volver a el para hacernos una pregunta: ¿No estará
en este nombre el origen del seudónimo adoptado por Felipe Camino a partir de
la publicación de Versos y Oraciones de Caminante? En el primero de los
artículos citados de José del Río, con el que acusa recibo del libro, hace una
semblanza de León Felipe Gutiérrez en la que se lee” “Recordamos a un León
Felipe Gutiérrez, místico, arbitrario, poeta, utopista, tormentoso y visionario,
que en nuestra tierra vivió y estudio y que de nuestra tierra marchó un buen día
hace ya quince años, sin decir nada a nadie de a dónde iba.” Estos calificativos
que repito: místico, arbitrario, poeta, utopista, tormentoso, visionario, creo
que nadie vacilaría en atribuírselos a nuestro León Felipe posterior a los años
de cárcel; al hombre que purificado por el cautiverio tornó en misticismo su
frivolidad mundana anterior.
León
Felipe pudo conocer a su homónimo en los años de estudiante y sentirse atraído
por aquella personalidad desbordada que, en la descripción de José del Río se
ajusta fielmente a la que configuró al poeta de Versos y Oraciones de Caminante.
Pero quede esto así, solo en una interrogante, sin que por mi parte disponga de
pista alguna que pueda conducir a su confirmación.
Desde
la publicación del tantas veces citado libro de Luis Rius, se ha insistido en
la mala condición como estudiante de Felipe Camino. Los argumentos que se pueden
esgrimir en contra, perfectamente documentados, evidencian lo contrario. Rius
dice textualmente; “En Santander y en el colegio empieza ya el malestar, el
desasosiego del niño. Era un mal estudiante… Su caso como escolar llegó a
juzgarse grave.” Estas frases, referidas a los años de estudio de la primera
enseñanza, se repiten para los de Bachiller, que inició en el Instituto de 2ª
Enseñanza de Santander, los continuó en el Colegio de religiosos Escolapios de
Villacarriedo, terminándolos en el mismo Instituto donde los había iniciado:
“Aprobó de mala manera -dice Rius- el primer año de Bachillerato”, insistiendo
en que el padre de Felipe tuvo que llevarle interno a Villacarriedo para tratar
de enderezarle.
Como
se puede comprobar en el libro de actas de exámenes del Instituto, aprobó
normalmente tanto el examen de ingreso como los correspondiente al primer curso.
En Villacarriedo, donde estudió segundo y tercero, fue calificado en algunas
asignaturas con notable y sobresaliente, sin que fuera suspendido en ninguna.
Nuevamente en el Instituto de Santander, donde cursó los dos últimos años, se
repiten las buenas calificaciones, en las que no faltan notables y
sobresalientes.
Al
dictado de León Felipe, Rius interpreta el ingreso en el Colegio de
Villacarriedo como un intento de resolver el problema del supuesto mal
estudiante, sin conocer o tener en cuenta que, en aquellos años, las familias
pudientes internaban a sus hijos en este Colegio más que por razones de
estudia, buscando el prestigio social que reportaba.
En
cuanto a los estudios de Farmacia se repite la misma leyenda negra. Si los
autores que han insistido en esta condición de mal estudiante hubieran
consultado el expediente académico de Felipe Camino, podrían haber comprobado
la normalidad con que fueron realizados, encontrándose con la sorpresa de que
en una asignatura fue calificado con matricula de honor.
Cono
ustedes recordaran, en el poema de León Felipe titulado “¡Qué lastima!” están
incluidos los versos
Pasé los días azules de mi infancia en Salamanca,
y mi juventud, una juventud sombría, en la Montaña.
Versos tan manoseados con diversa intención y a
los que he aludido anteriormente.
El
lector que se haya acercado a estos versos sin un conocimiento mínimo de la
vida del poeta, habrá podido hacer una lectura literal que le ha llevado a
interpretar los años santanderinos de León Felipe como llenos de una profunda tristeza.
Interpretación que le habrá conducido a dar por cierta la otra parte de la
leyenda negra, la que le atribuye su antipatía hacia Santander, su odio a la
Montaña. Frases como “No le gustaba Santander, No le gustó nunca”, que se
pueden leer en el libro de Rius, han dado origen a esta opinión.
Conozco
dos testimonios, que invalidan las expresiones citadas y confirman el
reconocimiento por el autor de que León Felipe exageraba muy a su estilo. Uno
es de Gerardo Diego, el viejo amigo de León Felipe, quien escribió: “1958. México.
En casa de un santanderino, con otros exiliados de mi ciudad, nos reunimos para
leerles yo versos de Mi Santander, todavía inéditos… Me contaban los
amigos comunes que de nada sabía hablar con ellos (León Felipe), sino de los
recuerdos de infancia y juventud en la querida ciudad, viva en el recuerdo de
todos.”
El
otro testimonio es de Domingo José Samperio, buen amigo del poeta en el exilio
mexicano. Se trata de un artículo publicado en la revista Índice en
1959. Dice así: “Lo cierto es que estamos paseando, imaginativamente, por las
viejas calles grises y húmedas del Santander antiguo… Con frecuencia nos
dedicamos a estos paseos, el más grato entretenimiento para León Felipe.” E
insiste el autor del artículo en que refrescan y estimulan la memoria del
poeta, “reviviendo lejanos y amados recuerdos”. Al final del artículo pone en labios de León esta frase: “Entre
las pocas ilusiones que me quedan, sin duda, la mayor es esa de volver allí”
Que
el poeta dijera en los versos citados que su juventud había sido “una juventud
sombría en la Montaña”, esta suficientemente claro que es una referencia a los años
de cárcel transcurridos en esta ciudad como consecuencia del proceso que se le
siguió con la calificación de estafa.
Nada más lejos
de la realidad que hablar de una juventud sombría al referirse a los años
santanderinos de León Felipe. Gerardo Diego y Luis Rius enjuician con el mismo
criterio su vida en los últimos años de estancia en Santander. Rius habla de
“el señorito achulado, que en cierta ocasión se había comprado un foulard parecido
a otro que le había visto al rey elegante”. Habla del jugador sin suerte, que
iba al Casino a intentar remediar las zozobras económicas de su oficina de
farmacia. Gerardo Diego insiste en el mismo sentido; “Felipe se divierte
-escribe-, no se preocupa demasiado del negocio.”
Las
relaciones de Felipe Camino con la clase más distinguida de la ciudad; las
representaciones teatrales en las que tomaba parte como consumado actor -“actorazo”
le llama un cronista de esos años- consumen lo mejor de su exhaustiva hacienda
y las más de sus horas. La puerta de la farmacia que había abierto en la calle
San Francisco y más tarde en la Plaza de la Esperanza, fueron pronto lugar de
cita y de mira para los amigos que tomaban parte con él en esta vida regalada
de aquel Santander de la segunda década del siglo, en la que todo parecía
presagiar los grandes negocios que la guerra europea iba a proporcionar
enseguida.
Desde
1908, en cuyos primeros días ya estaba establecido como farmacéutico, hasta
noviembre de 1912, en que desapareció de la ciudad, se le va el tiempo en una
casi constante diversión, propiciada por el ambiente que crean los veraneos
regios, que dejaban marcado el modo de vida de la alta sociedad santanderina
para el resto del año.
Estos
días de frivolidad trajeron aquellos lodos que le llevaron a la juventud
sombría.
Para
instalar la primera oficina de farmacia, la de la calle San Francisco, el padre
de Felipe, don Higinio, se vio obligado a garantizar un préstamo de diez mil pesetas,
que le fue concedido al hijo el 1 de enero de 1908 por Atilano Vaquero Rodríguez.
Este
préstamo tenía fijado su vencimiento a los cuatro años. Pocos meses después de
formalizada la operación, falleció don Higinio Camino, no antes de abrir Felipe
la farmacia, como escribió Guillermo de Torre en el epílogo de la Antología
Rota. Los cuatro años transcurrieron sin que Felipe le cancelara. Los
ingresos que reportaba la farmacia no eran suficiente para ayudar a la familia y cubrir los abundantes
gastos propios. Ninguna de las combinaciones realizadas por el para tratar de
resolver la difícil situación económica, dio fruto favorable. La última de
estas, la entrega al prestamista de las existencias y enseres de la farmacia
para liquidar la deuda, tampoco lo fue; más bien aceleró el final. Al no ser un
profesional el nuevo propietario, se la dejó en arriendo a Felipe Camino, mediante
documento firmado el día 31 de enero.
En
el mes de octubre escribe Atilano Vaquero una carta al farmacéutico, en la que
le comunica su deseo de vender el establecimiento, ofreciendo a Felipe Camino
la opción de que pudiera recuperarla. Aceptado esto por el farmacéutico,
promete realizar la operación antes de final de dicho mes, pero como pasara la
fecha sin que lo formalizara, se presentó el prestamista en la farmacia donde
le informaron los empleados que Felipe había marchado de Santander el 8 de noviembre.
Aquí
hubiera terminado la vida santanderina de León Felipe si antes de salir de la
Montaña no hubiera pedido un préstamo con la garantía del contenido de la
Farmacia, sin que este contenido fuera de él. Cuando el nuevo prestamista se
enteró de la huida del boticario, presentó una demanda judicial que dio lugar a
la correspondiente orden de busca y captura.
Este
es otro de los aspectos de esta historia que han sido tratados indebidamente
por los biógrafos. Al referirse a ello Guillermo de Torre escribió: “Pocos años
después (alude a la instalación de la primera farmacia), solucionado un oscuro
trance familiar, libre ya de trabas que desvían su vocación, se entregó al
teatro”. La versión de Luis Rius también difiere de la realidad: “Se enteró el
en su ausencia de Santander -escribe Rius-, que su madre había vendido la
farmacia, no había obtenido dinero suficiente para pagar a todos los acreedores
y uno de ellos, el usurero que le había dado las 3.000 pesetas lo había
perseguido judicialmente.”
Detenido
en Madrid fue trasladado a Santander, celebrándose el juicio el 15 de abril de
1915, en el que fue condenado a una pena de prisión de un año, ocho meses y
veintiún días. El verso de León Felipe que todos recordamos, “viví tres años en
la cárcel”, también parece responder a esa exageración verbal a que alude Luis
Rius. Aun cuando es posible que al poeta le quedara en la memoria la pena que
había solicitado el fiscal, que fue de tres años.
En
mis comentarios que anteceden sobre el “oscuro trance” en que se vio envuelto Felipe
Camino he hecho una exposición basada en los documentos que poseo. Y lo he hecho
no sólo para situar en su lugar el verso del poeta, como ofrecí al principio,
sino para concederlo toda la transcendencia que tuvo.
Fue
una circunstancia que cambió la personalidad del hasta entonces Felipe Camino,
convirtiéndole en el León Felipe que todos admiramos. A la poesía llegará el
hombre transformado, alcanzando ese sistema luminoso de señales con que definió
Tailhard de Chardin su teoría de la parusía. El frívolo señorito de la calle
San Francisco dejó en la cárcel de Santander lo más de su frivolidad. Y digo
que dejó solamente una parte, porque en los meses inmediatos a la puesta en
libertad, cuando residía con su hermana Consuelo en el pueblo vizcaíno de
Valmaseda, un ramalazo de esta frivolidad, no eliminada todavía de todo, le
llevó a huir hacia Barcelona tras de una señorita peruana. Poco tiempo faltaba
ya para que el poeta llegara a la dura serenidad reflejada en Versos y
Oraciones de Caminante, libro en el que queda de manifiesto la purificación
total de su espíritu.
La
vida de León Felipe estuvo marcada por vientos contrarios. Fue una existencia
en que lo humano se fue sublimando con el paso del tiempo, llegando a alcanzar
altas cotas de misticismo.
José
del Río Sainz y José Luis Cano, dos hombres que conocieron, al poeta en épocas
distintas, nos han ofrecido un testimonio de la importancia que tuvieron los años
de cárcel para León Felipe. Río habla de que “salió de aquella crisis con el
corazón en alto y con el rostro hacia la verdad.” Cano comenta: “Cuando terminó
su condena y salió de nuevo a la calle, era otro hombre y su mirada sobre el
mundo fue más profunda y conocedora.”
Leído el 17 de julio de 1984 en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo