domingo, 31 de julio de 2022

Ricardo Bernardo

 

Mañana, exposición homenaje a… Ricardo Bernardo

  

            El primero abril de 1925, desembarcaba del “Cristóbal Colón”, en el muelle de Santander, el pintor Ricardo Bernardo. Regresaba de cumplir una nueva etapa de su corta vida.  A los veintiocho años de edad su espíritu inquieto había pasado ya por horas subyugantes de París, por la tranquila residencia de El Paular y por la cosmopolita Habana. Ricardo, que era un artista, pero sobre todo un hombre de ojos muy abiertos y de mente sensible, recogería en cada una de estas estancias impresiones que iban a modelar de alguna manera su existencia. París, El Paular y Coba y más tarde Orán y el mediodía francés, aparte de la escapada a Mojácar, constituirían, con la Montaña nativa, el pasto visual; de cada uno quedó reflejo en la obra y en la vida de este pintor. Y separó vida y obra porque, aun cuando la segunda pueda presentar reflejos de la primera -y de hecho los presenta-, la vida del artista, su personalidad, tenía rasgos propios para distinguirle.

 

            El hombre que fue Ricardo Bernardo, el maestro de profundo eco humano, dejó entre los que tuvimos la dicha de tratarle, una Impresión tanto más imperecedera que la de su obra. Si no pareciera un “sacrilegio” ante algunos ojos ahora que se le rinde homenaje con una exposición, yo me atrevería a decir que en sus amigos tuvo más resonancia la atracción personal, fruto de un talento extraordinario.

 

            En unas declaraciones a Gabino Teira,  poco después de llegar de La Habana, podemos rastrear una muestra de la preocupación que le movía: «Es un camelo eso de que podemos observar el alma con solo mirar para adentro. No; el alma hemos de apreciarla proyectada en obra, y yo quiero saber cómo es la mía» (El Cantábrico, Santander, 28 abril 1925). Las obras de Ricardo fueron sus óleos y sus dibujos, pero también fueron obras suyas las amistades que se granjeó; en estas últimas quedó reflejado, de manera admirable, el hombre que conseguiría proyectarse en el espejo claro de la amistad. Alfredo Velarde, Pedro Lorenzo, Gabino Teira, Víctor Serna, José Simón Cabarga, Laureano Miranda, Jesús Otero, Jesús Cancio, Luis Corona, Jesús Alonso Peña... son ejemplo, y testigos algunos todavía hoy, de lo cierto que es cuanto he escrito más arriba.

 

            De la generación siguiente, algunos muchachos tuvimos la suerte de entrar también en su circulo: Ricardo Lorenzo, Leopoldo Rodríguez-Alcalde... , Yo conocí a Ricardo Bernardo cuando realizaba el examen de ingreso en el bachillerato; él forma parte del tribunal examinador. Entre las preguntas que era preciso contestar por escrito, figuraba una en la que se exigía se citaran poemas en los que se detectaran «imágenes» poéticas. Yo llevaba muy fresca la lectura de Lorca y reproduje en el papel algunos versos de la muerte de Antoñito el Camborio; cuando los leyó me preguntó si recordaba alguno más y declamó a media voz ciertos pasajes del mismo romance. Después estuve siempre cerca de él, en el instituto y en la Biblioteca de Torrelavega, hasta que marchó al exilio.

 

            Ricardo era, cronológicamente, de la generación del 27, cuyas obras poéticas conocía muy bien. Nada le era ajeno en su entusiasmo humanístico; su inteligente curiosidad, su vitalidad desbordante mientras se lo permitió la salud, y un espíritu sensible, le llevaron en los pocos años de su vida, a buscar con afán y a entregarse con pasión a la amistad y al arte, que constituyeron quizás los dos renglones más importantes de su existencia.

 

            En la exposición-homenaje que se inaugurará mañana, hemos puesto sus amigos todo el entusiasmo, todo el fervor a que se hizo acreedor. La obra plástica que presentamos, permitirá a las nuevas generaciones conocer su arte, todavía en marcha cuando murió;  a los que convivimos con él, nos traerá a la memoria, con mayor insistencia, el recuerdo del amigo que un día de agosto de 1937 se alejó de nuestro lado empujado por las trágicas circunstancias  de la guerra civil y a quien un día de octubre de 1938, perdimos para siempre en tierras de Francia.

 

 


Publicado en La Hoja del Lunes, el 31 de julio de 1978


domingo, 24 de julio de 2022

La Masa Coral y la Biblioteca Popular de Torrelavega

 

La Masa Coral de Torrelavega

Dos eslabones añadidos a la vida cultural de Torrelavega

 


 

            La Coral de Torrelavega fue fundada en 1925 por el maestro Lázaro. Hemos de interpretar este hecho, así como de la creación dos años más tarde, de la Biblioteca Popular, como nuevos e importantes eslabones que se añadían a la vida cultural del pueblo.

 

            Todo había comenzado en el último tercio del siglo XIX con la aparición de los primeros periódicos que se editaban en la villa y cuando se sucedían con cierta continuidad representaciones teatrales, o conciertos, que congregaban al vecindario. Pero hemos de destacar en este sentido la fecha del año 1892, cuando un grupo de vecinos, con la colaboración decisiva de don Hermilio Alcalde del Río, crean la escuela de Artes y Oficios. En otro lugar he comentado como esta escuela fue una consecuencia de la presión que el progreso constante de la villa venía ejerciendo en todos los aspectos.

 

            La formación de los, alumnos que pasaron por la escuela de Artes y Oficios desde su creación hasta los años de la Guerra Civil, fue decisiva en el desarrollo de la vida cotidiana local.

 

            En este sentido bueno es recordar que en un escrito de la época se puede leer: “... De la ilustración de la clase obrera depende en mucho la solución de los problemas sociales que actualmente a la humanidad civilizada…”.

 

            A lo largo del siglo XX la presencia de la escuela resultó de una trascendencia tal importancia social. El que sus aulas estuvieran nutridas, mayoritariamente, por personal obrero, al que Alcalde del Río abrió las puertas del conocimiento humanístico, tuvo una consecuencia verdaderamente singular para el futuro cultural del pueblo. Aquellas enseñanzas de don Hermilio, en la teoría y en la práctica colaboraron también a remover en cierta forma el amodorramiento con que se vivía la cultura en las demás clases sociales.

 

            Fueron estos alumnos los que con el interés cultural despertado en ellos por las enseñanzas de Alcalde del Rio, se integrarían, en gran parte, en la Coral de Torrelavega primero y en la Biblioteca Popular después. En las dos entidades citadas dejaron clara referencia de su cultivado espiritual y en la vida social, desarrollando a lo largo de nuestro siglo en Torrelavega, señal indeleble de la formación recibida.

Publicado en el diario Alerta, el 24 de julio de 1992

domingo, 17 de julio de 2022

León Felipe

 Los años santanderinos de León Felipe

Las fechas redondas en la vida y los hechos de los hombres, parecen propicias para recapitular sobre estas vidas y sobre estos hechos. La circunstancia cronológica convoca de manera apremiante y, como resultado, siempre se llega a encontrar algún dato nuevo que enriquece lo ya dicho hasta entonces.

 

            León Felipe no ha sido excepción. En el centenario de su nacimiento han tenido lugar aptos conmemorativos, publicándose estudios con perfiles más seguros sobre su biografía o ahondando en la riqueza lírica y humana de su obra poética. Numerosos lugares de la geografía personal del poeta han acudido a la cita: Tábara, donde le nacieron; Almonacid de Zorita, donde maduró su poesía primera; Madrid, lugar frecuente de una vida trashumante; México, refugio y tumba... No podía faltar Santander. Aquí transcurrieron los años de niñez, adolescencia y juventud.

 

            Si en estos años de la vida del poeta no se hubieran producido hechos de singular significado -que se produjeron-, teniendo en cuenta aun cuando no fuera más que lo que aportan normalmente a la formación del ser humano, sería suficiente para prestarles especial atención. Recuerden, para conceder a priori toda su importancia a estos años santanderinos, el verso tan repetido del poeta en que habla de una juventud sombría transcurrida en la Montaña.

 

            Con mis comentarios que siguen a continuación, pretendo que quede debidamente aclarado el significado de este verso, así como otros aspectos de su vida en la época en que residió en Santander.

 

            En el otoño de 1974 ya intente un primer acercamiento a este tema, pero entonces, como me dijo Gerardo Diego, quedaron zonas oscuras. El feliz hallazgo posterior de unos documentos me ha permitido ampliar aquel trabajo de hace diez años, concretando algunos de los puntos que carecían de precisión.

 

            Seré breve, porque todos estamos deseosos de oír a Francisco Giner de los Ríos, estrella invitada de hoy.

 

            La vida de nuestro poeta se presenta al biógrafo llena de pequeños misterios y de grandes dificultades para aclararlos. Fue una existencia larga, azarosa, contradictoria, en la que a quien intenta profundizar en ella, se le van quedando por el camino las posibilidades de concretar fechas y hechos. Cuando se va tras de sus pasos produce la impresión de que se preocupó de borrar las huellas que iban dejando.

 

            La meritoria biografía publicada por Luis Rius en México, en 1968, si bien ofrece datos abundantes, no se ajusta, en ocasiones, a la realidad, a pesar de que la información procede de labios del propio biografiado. O precisamente por eso. Por poco que se conozca a León Felipe, se tiene que pensar que la razón de este desenfoque que se refleja en el texto de Rius, esta en el mismo poeta. Naturalmente, me estoy refiriendo a la época de su vida en Santander, para la que es necesario tener también presente el origen memorístico de esta información a Rius, aportada, además, a tantos años vista. Y, sobre todo, la fantasía con que frecuentemente envolvió León Felipe el recuerdo del itinerario de su vida. El resultado ha sido una serie de precisiones equivocadas que está costando esclarecer.

 

            Por otra parte, el que el libro de Luis Rius fuera escrito sobre testimonios del mismo León Felipe, le concedió visos de una autenticidad absoluta, a pesar de que el autor de la biografía ya puso sobre aviso a futuros estudiosos. Cuando, transcribiendo las palabras del poeta, escribió: “Santander está cerrado a la hospitalidad, es el pueblo más nacionalista de España”, añade a continuación: “En eso exageraba muy a su estilo”. Esta afirmación me parece un feliz hallazgo de expresión para definir al poeta en la faceta de relator de su propia vida y puede ser valida para enfocar múltiples circunstancias de ella.

 

            Los años de residencia en Santander resultaron muy afectados en la recreación del recuerdo, por ser los primeros de su existencia y, por lo tanto, los más alejados en la memoria. Había llegado a Santander, con nueve años de edad, en noviembre de 1893. Con cierta morosidad desgranó ante Rius recuerdos ciertos y recuerdos inventados, velados por el hecho de aquella juventud sombría pasada en la Montaña.

 

            Frases del libro de Rius como “Era un mal estudiante… su caso llegó a juzgarse grave”, o “No le gustaba Santander. No le gustó nunca”, forman parte de una leyenda negra tejida alrededor de estos años santanderinos, que ha continuado rodando en los siguientes a la publicación del libro.

 

            En los diversos trabajos publicados en este centenario que celebramos, las referencias a Santander han sido escasas y no muy felices, y de ninguna manera aclaratorias. El 26 de febrero apareció un artículo en el diario Alerta de esta ciudad, firmado por Andrés Sorel, en el que se lee: “Una estancia en Santander y al fin Madrid, donde concluyó la carrera de Farmacia”. En otro artículo, en el ABC del 11 de abril, escrito por Trinidad de León-Sotelo, se habla del paso de León Felipe por Santander sin concretar nada, y en una cronología que recoge el mismo diario le dedican estas breves líneas: “1908. Viene a Santander para instalarse como farmacéutico. Allí, por su falta de sentido práctico en las finanzas, estuvo tres años en la cárcel.”

 

            Referencias más amplias y con datos más concretos, las he encontrado en el trabajo que firmado por R. Ayala apareció en el diario YA del 15 de abril, en el que se habla de que no fue mal estudiante, en contra de lo que en algunos escritos se ha venido asegurando, y de que no es cierto que odiara a Santander, en lo que también se ha venido insistiendo. Este artículo y la reproducción reciente de otro del farmacéutico santanderino Luis Mateo de Celis, que había visto la luz en 1974, ofrecen información más pormenorizada y fiel a la realidad.

 

            Con los datos que he podido reunir trataré de poner en su sitio algunos de los aspectos que se han venido ofreciendo al público de manera incompleta o equivocada, relacionados con los años santanderinos de León Felipe, cuando todavía se llamaba Felipe Camino Galicia.

 

            El que ha venido suscitando mayor interés en los medios literarios, es el relacionado con los posibles escritos del poeta en estos años de juventud en Cantabria. Con la prudencia con que se pueden asegurar estas cosas, creo que puedo afirmar que León Felipe no escribió poesía en estas fechas a que me vengo refiriendo. Y me atrevo a afirmarlo así después de conocer dos artículos del periodista y poeta santanderino José del Río Sainz, buen amigo de Felipe Camino casi desde su llegada a Santander.

 

            Las aficiones literarias de Río son manifiestas y precoces. Si Felipe Camino hubiera tenido la misma inclinación que su amigo, éste habría sido participe de ella, por lo menos por aquellos del inevitable “me lees y te leo” de los escarceos literarios de la adolescencia y juventud. Pues bien, cuando el periodista montañés acusó recibo del primer libro de Felipe Camino, ya con el nombre de León Felipe en un artículo publicado el 25 de marzo de 1920 en La Atalaya, atribuye la obra a otro amigo que, -singular coincidencia-se llamaba León Felipe Gutiérrez. No le relaciona para nada con Felipe Camino Galicia. Y cuando al día siguiente, advertido del error por amigos comunes, escribe un nuevo artículo rectificando, no hay en él una sola línea en la que haga referencia al conocimiento como poeta del autor verdadero del libro. Por otra parte, en ninguna de las revistas y periódicos de Santander que he podido consultar de aquellos años, he encontrado su firma ni seudónimo que pudiera atribuirse a Felipe Camino como autor.

 

            He pasado por encima del nombre de León Felipe Gutiérrez, solamente citándole, pero creo que merece la pena volver a el para hacernos una pregunta: ¿No estará en este nombre el origen del seudónimo adoptado por Felipe Camino a partir de la publicación de Versos y Oraciones de Caminante? En el primero de los artículos citados de José del Río, con el que acusa recibo del libro, hace una semblanza de León Felipe Gutiérrez en la que se lee” “Recordamos a un León Felipe Gutiérrez, místico, arbitrario, poeta, utopista, tormentoso y visionario, que en nuestra tierra vivió y estudio y que de nuestra tierra marchó un buen día hace ya quince años, sin decir nada a nadie de a dónde iba.” Estos calificativos que repito: místico, arbitrario, poeta, utopista, tormentoso, visionario, creo que nadie vacilaría en atribuírselos a nuestro León Felipe posterior a los años de cárcel; al hombre que purificado por el cautiverio tornó en misticismo su frivolidad mundana anterior.

 

            León Felipe pudo conocer a su homónimo en los años de estudiante y sentirse atraído por aquella personalidad desbordada que, en la descripción de José del Río se ajusta fielmente a la que configuró al poeta de Versos y Oraciones de Caminante. Pero quede esto así, solo en una interrogante, sin que por mi parte disponga de pista alguna que pueda conducir a su confirmación.

 

            Desde la publicación del tantas veces citado libro de Luis Rius, se ha insistido en la mala condición como estudiante de Felipe Camino. Los argumentos que se pueden esgrimir en contra, perfectamente documentados, evidencian lo contrario. Rius dice textualmente; “En Santander y en el colegio empieza ya el malestar, el desasosiego del niño. Era un mal estudiante… Su caso como escolar llegó a juzgarse grave.” Estas frases, referidas a los años de estudio de la primera enseñanza, se repiten para los de Bachiller, que inició en el Instituto de 2ª Enseñanza de Santander, los continuó en el Colegio de religiosos Escolapios de Villacarriedo, terminándolos en el mismo Instituto donde los había iniciado: “Aprobó de mala manera -dice Rius- el primer año de Bachillerato”, insistiendo en que el padre de Felipe tuvo que llevarle interno a Villacarriedo para tratar de enderezarle.

 

            Como se puede comprobar en el libro de actas de exámenes del Instituto, aprobó normalmente tanto el examen de ingreso como los correspondiente al primer curso. En Villacarriedo, donde estudió segundo y tercero, fue calificado en algunas asignaturas con notable y sobresaliente, sin que fuera suspendido en ninguna. Nuevamente en el Instituto de Santander, donde cursó los dos últimos años, se repiten las buenas calificaciones, en las que no faltan notables y sobresalientes.

 

            Al dictado de León Felipe, Rius interpreta el ingreso en el Colegio de Villacarriedo como un intento de resolver el problema del supuesto mal estudiante, sin conocer o tener en cuenta que, en aquellos años, las familias pudientes internaban a sus hijos en este Colegio más que por razones de estudia, buscando el prestigio social que reportaba.

 

            En cuanto a los estudios de Farmacia se repite la misma leyenda negra. Si los autores que han insistido en esta condición de mal estudiante hubieran consultado el expediente académico de Felipe Camino, podrían haber comprobado la normalidad con que fueron realizados, encontrándose con la sorpresa de que en una asignatura fue calificado con matricula de honor.

 

            Cono ustedes recordaran, en el poema de León Felipe titulado “¡Qué lastima!” están incluidos los versos

 

Pasé los días azules de mi infancia en Salamanca,

y mi juventud, una juventud sombría, en la Montaña.

 

Versos tan manoseados con diversa intención y a los que he aludido anteriormente.

 

            El lector que se haya acercado a estos versos sin un conocimiento mínimo de la vida del poeta, habrá podido hacer una lectura literal que le ha llevado a interpretar los años santanderinos de León Felipe como llenos de una profunda tristeza. Interpretación que le habrá conducido a dar por cierta la otra parte de la leyenda negra, la que le atribuye su antipatía hacia Santander, su odio a la Montaña. Frases como “No le gustaba Santander, No le gustó nunca”, que se pueden leer en el libro de Rius, han dado origen a esta opinión.

 

            Conozco dos testimonios, que invalidan las expresiones citadas y confirman el reconocimiento por el autor de que León Felipe exageraba muy a su estilo. Uno es de Gerardo Diego, el viejo amigo de León Felipe, quien escribió: “1958. México. En casa de un santanderino, con otros exiliados de mi ciudad, nos reunimos para leerles yo versos de Mi Santander, todavía inéditos… Me contaban los amigos comunes que de nada sabía hablar con ellos (León Felipe), sino de los recuerdos de infancia y juventud en la querida ciudad, viva en el recuerdo de todos.”

 

            El otro testimonio es de Domingo José Samperio, buen amigo del poeta en el exilio mexicano. Se trata de un artículo publicado en la revista Índice en 1959. Dice así: “Lo cierto es que estamos paseando, imaginativamente, por las viejas calles grises y húmedas del Santander antiguo… Con frecuencia nos dedicamos a estos paseos, el más grato entretenimiento para León Felipe.” E insiste el autor del artículo en que refrescan y estimulan la memoria del poeta, “reviviendo lejanos y amados recuerdos”. Al final del artículo pone en labios de León esta frase: “Entre las pocas ilusiones que me quedan, sin duda, la mayor es esa de volver allí”

 

            Que el poeta dijera en los versos citados que su juventud había sido “una juventud sombría en la Montaña”, esta suficientemente claro que es una referencia a los años de cárcel transcurridos en esta ciudad como consecuencia del proceso que se le siguió con la calificación de estafa.

 

            Nada más lejos de la realidad que hablar de una juventud sombría al referirse a los años santanderinos de León Felipe. Gerardo Diego y Luis Rius enjuician con el mismo criterio su vida en los últimos años de estancia en Santander. Rius habla de “el señorito achulado, que en cierta ocasión se había comprado un foulard parecido a otro que le había visto al rey elegante”. Habla del jugador sin suerte, que iba al Casino a intentar remediar las zozobras económicas de su oficina de farmacia. Gerardo Diego insiste en el mismo sentido; “Felipe se divierte -escribe-, no se preocupa demasiado del negocio.”

 

            Las relaciones de Felipe Camino con la clase más distinguida de la ciudad; las representaciones teatrales en las que tomaba parte como consumado actor -“actorazo” le llama un cronista de esos años- consumen lo mejor de su exhaustiva hacienda y las más de sus horas. La puerta de la farmacia que había abierto en la calle San Francisco y más tarde en la Plaza de la Esperanza, fueron pronto lugar de cita y de mira para los amigos que tomaban parte con él en esta vida regalada de aquel Santander de la segunda década del siglo, en la que todo parecía presagiar los grandes negocios que la guerra europea iba a proporcionar enseguida.

 

            Desde 1908, en cuyos primeros días ya estaba establecido como farmacéutico, hasta noviembre de 1912, en que desapareció de la ciudad, se le va el tiempo en una casi constante diversión, propiciada por el ambiente que crean los veraneos regios, que dejaban marcado el modo de vida de la alta sociedad santanderina para el resto del año.

 

            Estos días de frivolidad trajeron aquellos lodos que le llevaron a la juventud sombría.

 

            Para instalar la primera oficina de farmacia, la de la calle San Francisco, el padre de Felipe, don Higinio, se vio obligado a garantizar un préstamo de diez mil pesetas, que le fue concedido al hijo el 1 de enero de 1908 por Atilano Vaquero Rodríguez.

 

            Este préstamo tenía fijado su vencimiento a los cuatro años. Pocos meses después de formalizada la operación, falleció don Higinio Camino, no antes de abrir Felipe la farmacia, como escribió Guillermo de Torre en el epílogo de la Antología Rota. Los cuatro años transcurrieron sin que Felipe le cancelara. Los ingresos que reportaba la farmacia no eran suficiente para ayudar a la familia y cubrir los abundantes gastos propios. Ninguna de las combinaciones realizadas por el para tratar de resolver la difícil situación económica, dio fruto favorable. La última de estas, la entrega al prestamista de las existencias y enseres de la farmacia para liquidar la deuda, tampoco lo fue; más bien aceleró el final. Al no ser un profesional el nuevo propietario, se la dejó en arriendo a Felipe Camino, mediante documento firmado el día 31 de enero.

 

            En el mes de octubre escribe Atilano Vaquero una carta al farmacéutico, en la que le comunica su deseo de vender el establecimiento, ofreciendo a Felipe Camino la opción de que pudiera recuperarla. Aceptado esto por el farmacéutico, promete realizar la operación antes de final de dicho mes, pero como pasara la fecha sin que lo formalizara, se presentó el prestamista en la farmacia donde le informaron los empleados que Felipe había marchado de Santander el 8 de noviembre.

 

            Aquí hubiera terminado la vida santanderina de León Felipe si antes de salir de la Montaña no hubiera pedido un préstamo con la garantía del contenido de la Farmacia, sin que este contenido fuera de él. Cuando el nuevo prestamista se enteró de la huida del boticario, presentó una demanda judicial que dio lugar a la correspondiente orden de busca y captura.

 

            Este es otro de los aspectos de esta historia que han sido tratados indebidamente por los biógrafos. Al referirse a ello Guillermo de Torre escribió: “Pocos años después (alude a la instalación de la primera farmacia), solucionado un oscuro trance familiar, libre ya de trabas que desvían su vocación, se entregó al teatro”. La versión de Luis Rius también difiere de la realidad: “Se enteró el en su ausencia de Santander -escribe Rius-, que su madre había vendido la farmacia, no había obtenido dinero suficiente para pagar a todos los acreedores y uno de ellos, el usurero que le había dado las 3.000 pesetas lo había perseguido judicialmente.”

 

            Detenido en Madrid fue trasladado a Santander, celebrándose el juicio el 15 de abril de 1915, en el que fue condenado a una pena de prisión de un año, ocho meses y veintiún días. El verso de León Felipe que todos recordamos, “viví tres años en la cárcel”, también parece responder a esa exageración verbal a que alude Luis Rius. Aun cuando es posible que al poeta le quedara en la memoria la pena que había solicitado el fiscal, que fue de tres años.

 

            En mis comentarios que anteceden sobre el “oscuro trance” en que se vio envuelto Felipe Camino he hecho una exposición basada en los documentos que poseo. Y lo he hecho no sólo para situar en su lugar el verso del poeta, como ofrecí al principio, sino para concederlo toda la transcendencia que tuvo.

 

            Fue una circunstancia que cambió la personalidad del hasta entonces Felipe Camino, convirtiéndole en el León Felipe que todos admiramos. A la poesía llegará el hombre transformado, alcanzando ese sistema luminoso de señales con que definió Tailhard de Chardin su teoría de la parusía. El frívolo señorito de la calle San Francisco dejó en la cárcel de Santander lo más de su frivolidad. Y digo que dejó solamente una parte, porque en los meses inmediatos a la puesta en libertad, cuando residía con su hermana Consuelo en el pueblo vizcaíno de Valmaseda, un ramalazo de esta frivolidad, no eliminada todavía de todo, le llevó a huir hacia Barcelona tras de una señorita peruana. Poco tiempo faltaba ya para que el poeta llegara a la dura serenidad reflejada en Versos y Oraciones de Caminante, libro en el que queda de manifiesto la purificación total de su espíritu.

 

            La vida de León Felipe estuvo marcada por vientos contrarios. Fue una existencia en que lo humano se fue sublimando con el paso del tiempo, llegando a alcanzar altas cotas de misticismo.

 

            José del Río Sainz y José Luis Cano, dos hombres que conocieron, al poeta en épocas distintas, nos han ofrecido un testimonio de la importancia que tuvieron los años de cárcel para León Felipe. Río habla de que “salió de aquella crisis con el corazón en alto y con el rostro hacia la verdad.” Cano comenta: “Cuando terminó su condena y salió de nuevo a la calle, era otro hombre y su mirada sobre el mundo fue más profunda y conocedora.”

 

Leído el 17 de julio de 1984 en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo
 


jueves, 7 de julio de 2022

San Esteban

 

Una capital de provincia (Zamora), un hombre (Enrique Seco San Esteban, 34 años) autodidacta, una larga estancia en París estudiando la pintura de los maestros y regresó a Zamora. Esta es la sencilla vida del pintor San Esteban. No busquéis grandes premios, ni exposiciones, ni exhibiciones personales, porque no los encontraréis; el pintor ha huido de ellos. Tiene suficiente con su mundo interior, que este sí que es complejo. Necesitó seis años en la capital francesa para ver toda la pintura que le interesaba y ahora toda una vida para desmenuzarla con su sensibilidad y reflejarla en su obra, en el sosiego de su Zamora natal.

 

         San Esteban es un artista total; el arte es una exigencia biológica para él y no se detiene ante nada. Cuando se enfrenta a una cosa bella intenta hacerla suya; no le importa que el resultado tenga que ser la copia de "La Venus del espejo" o una madonna de Greco. Todo lo que hiere su retina es susceptible de pasar al lienzo: interiores humildes, niños que juegan, la labor del campo, dura, necesaria, bajo un sol violento... todo a través de unas delicadas veladuras que lo llenan de poesía y proporcionan a su pintura un encanto especial. A veces, arranques de color desconcertantes, por donde se escapa cierto dramatismo.

 

         Por esto su exposición desorientará a quien busque inútilmente una unidad en la obra que muestra. La unidad está en él, en el hombre Enrique Seco San Esteban, 34 años, autodidacta, una larga estancia en París, recluido en una capital de provincia, de vuelta de la pintura del mundo, en el que el arte circula mezclado con la sangre por sus venas.

 


Publicado en: Programa de la exposición de San Esteban en la sala Espí (Torrelavega)

1 al 17 de julio de 1974

 

San Esteba, en la sala Espí

 


         En medio del mundo artístico que nos rodea, naturalmente inquieto, inquirente y desasosegado, la exposición de San Esteban es un oasis de paz. Pintura que se aparta del mundanal ruido para refugiarse en hechos sencillos, en los que el artista se recrea, haciendo laboriosa materia. No hay tragedia aparente en estos lienzos. Y si la hay, se ha quedado dentro, detrás de la puerta semiabierta al campo y detrás de las miradas de esas mujeres entregadas a la labor de cada día. Sin embargo, todo tiene para el autor categoría de Partenón: la lavandera en el regato, la mujer sentada a la puerta de una casa humilde, la ropa tendida al sol, las horas y horas en la era... San Esteban lo lleva al cuadro entornando los ojos y entornando el color para que vibre en el espíritu del espectador.

 

         La pintura, a veces, parece sólo insinuada; es delicada la técnica. Muchas que inicialmente fueron luminosas (demasiado luminosas, pensó sin duda el autor), a las que una veladura ha proporcionado cierto misterio poético.

 

         San Esteban es un artista total (ya lo dijimos en el catálogo de la exposición); el arte es una exigencia biológica para él y no se detiene ante nada. Cuando se enfrenta a un motivo bello intenta hacerlo suyo, sin importarle que el resultado tenga que ser la copia de "la venus del espejo" o una madonna del Greco. Podíamos haber iniciado este comentario titulándole "San Esteban o la humildad", pero es igual que lo digamos al final, rubricando nuestra opinión.

 

Publicado en el diario Alerte. 7 de julio de 1974

sábado, 2 de julio de 2022

PEÑA LABRA. NÚMERO 11

 

PRENTACIÓN DEL Nº 11 DE PEÑA LABRA


En ciertos momentos y por circunstancias a veces incomprensibles, un poeta entra temporalmente en la vía del olvido. Podría argüirse que, cuando acontece así, sin duda bien olvidado está; que nada más que sus deméritos son los que lo han ocasionado y que no se debe desenterrar a los muertos. Pero, si bien esto puede ser cierto en la mayoría de los casos, no debe tomarse como regla general, pues se podría llegar a cometer una manifiesta injusticia, ya que, en ocasiones, han conducido a este olvido causas ajenas a su poesía; causas tan llenas de fuerza que son capaces de oscurecerla, a pesar de una indudable calidad.

 

Viene esto a cuento por don Manuel Machado, “el gran olvidado” que dijo nuestro Gerardo Diego. La sombra de su hermano Antonio, sombra larga y densa, cayó como una losa sobre la figura del hermano mayor, ocultando su poesía a la vista de los hombres, y hasta la de los críticos. Si a esta circunstancia unimos el que la producción poética de Manuel Machado fue relativamente corta y entonada sobre una sola cuerda, la del modernismo, en su versión más pura, carente de la garra -como se dice y gusta ahora-, de la de su hermano Antonio y otros compañeros de la misma generación, a nadie puede extrañar este oscurecimiento.

 

Pero, ¿es justo el silencio que pesa sobre él? ¿Es correcto, para estimar su poesía, compararla con la del hermano, que alcanzó las cimas más altas de nuestra lírica? ¿No habrá otro escalón también importante, en el cual podamos situarla con pleno derecho?

 

Nosotros creemos que sí y por eso hemos querido aprovechar este centenario de su nacimiento, que se cumplirá en el mes de agosto próximo, para dedicarle nuestro homenaje, desempolvando su poesía y el recuerdo de amigos, como el del profesor Ricardo Gullón, que tuvo la fortuna de vivir a su lado días difíciles en la vida de ambos. Nos parece que la poesía de Manuel Machado está aflorando nuevamente al mundo de la lírica, colocándose en el digo puesto que la corresponde dentro de la poesía de hoy y de siempre, de la poesía eterna. En un trabajo de Gullón que publicamos en esta entrega de PEÑA LABRA que hoy les presentamos, se puede leer el siguiente comentario: “No sé por qué se decía y aun se dice, con arbitraria reiteración, sobre todo en esa crítica “hablada” que en España contribuye decisivamente a formar opinión, que don Manuel era un poeta menor, sin concretar en qué consistía esa “minoridad”. Y en otra ocasión, el propio Gullón escribió: “La figura y la poesía de Manuel Machado tiende a esfumarse tras la de su hermano Antonio. Tan grande en todo, pero aún reconociendo la superioridad de éste, no hay motivo para negar la inequívoca autenticidad lírica de aquél”

 

Manuel Machado, hombre del Modernismo, fue una figura importante de este movimiento cultural que inundó nuestra forma de vida de finales del XIX y primeros años del XX, marcándola con un aire que, si bien se presentaba superficial en un principio y nada más que esteticista, pronto adquiriría, para algunas de las figuras que surgieron al calor de la moda, los colores trágicos que les impuso una España chata y adocenada. Nuestros modernitas no se quedaron en el mundo de tules, princesas y perlas con que venía adornado el nuevo estilo. Los más egregios trocaron el azul que pretendía colorearlo todo, por el pardo austero de la meseta castellana, transformando con un planteamiento más severo, lo que en sus comienzos se entendió como sus comienzos se entendió como una vida de puro deleite sensorial.

 

Pero antes de hablar del Modernismo en la literatura, escuchemos primero la documentada información que os va a ofrecer a continuación Fernando Zamanillo, quien nos le situará desde el punto de vista artístico.

Sobre esta visión del arte modernista, permítanme ahora a mi, en un tiempo breve para no cansarles, leer unas notas muy esquemáticas relativas a la literatura de la época, con lo que confiamos quede encuadrado el número de PEÑA LABRA que hoy presentamos.

 

Él modernismo incide, radicalmente, en la literatura y a través de ésta, en todas las formas de vida. Ya hemos visto con Zamanillo, como se desarrolla el Art Nouveau por el mundo, interesándolo todo. Hace pocos años escribía a este respecto el crítico de arte Cirici Pellicer: “Quizás la mayor originalidad histórica del fenómeno modernista resida en su intención de insertar el arte en la totalidad de la vida social, desde la arquitectura hasta el más pequeño de los objetos de uso cotidiano” Opinión que más tarde recordaría Juan Ramón Jiménez afirmando que el modernismo no es una escuela, ni un movimiento artístico, sino una época.

 

El romanticismo hondo y preocupado, el romanticismo que volvió la pistola contra Larra, estaba agonizando; de tal manera que una de las figuras que aparecían entonces en la cúspide, el poeta Núñez de Arce, se pudo permitir la estupidez de llamar “suspirillos germánicos” a las rimas de Bécquer. Hasta estos extremos se había llegado.

 

El Modernismo brota como reacción a esta decadencia ero no viene a sustituirle, como equivocadamente se ha dicho en algún momento; recogió de él las más puras esencias para elevarlas sobre la ramplonería que se había adueñado de las letras hispánicas. (Recuerden que las figuras sobresalientes entonces eran Núñez de Arce, Balart y Campoamor). Y recuerden también, para confirmar lo que antecede que el pontífice de las letras modernistas, Rubén Darío, dijo “Quién que es no es romántico”. Las innovaciones introducidas por la nueva corriente, les acercaban de nuevo al romanticismo auténtico, al de Bécquer y Rosalía de Castro.

 

Saltando -para abreviar- indispensables capítulos que nos habrían de situar en el tema con más claridad, vamos a plantearnos una pregunta: ¿Qué representa el Modernismo para la vida española y nuestra literatura en general? Y en vez de aventurarnos a su contestación propia, dejemos que contesten los protagonistas. Saldrán ustedes ganando en claridad y el testimonio tendrá la importancia de venir de la pluma de ellos.

 

Don Ramón del Valle-Inclán, una de las figuras claves del modernismo, nos dice: “Si en la literatura actual existe algo nuevo que pueda recibir con justicia el nombre de modernismo, no son, seguramente las extravagancias gramaticales y retóricas, como creen algunos críticos candorosos, tal vez porque esta palabra modernismo, como todas las que son muy repetidas, ha llegado a tener una significación tan amplia como dudosa”

 

De este texto del escritor gallego podemos sacar algunas deducciones importantes para nuestro objeto. Por un lado, que el modernismo es algo más que las “extravagancias gramaticales y retóricas”, que están al alcance de cualquier hábil versificador. Por otro, redondeando la frase en el mismo sentido, que el modernismo “ha llegado a tener una significación… amplia”. No se le escapó al autor de las Sonatas el aspecto más interesante de este movimiento cultural. Modernismo es, vivir en modernismo.

 

El origen del modernismo en la literatura ha de buscarse, siguiendo a Valle Inclán, en el “desenvolvimiento progresivo do los sentidos, que tienden a multiplicar sus diferentes percepciones y corresponderlas entre sí, formando un solo sentido”. Queda pues definido como sentido único de la vida en el que estaban inmersos los españoles de fines del XIX y primeros años del XX.

 

Pio Baroja, modernista sui géneris, se preguntaba en 1903: “¿Modernistas?.” Y se contestaba: “Sí; aunque la palabra, tan traída y llevada tenga cierto carácter de perfumería y comience a emplearse juiciosamente más que en la literatura y en el arte, en las tiendas de moda”. Vemos como también don Pío detectaba la expansión del modernismo que inundaba todos los aspectos de la existencia humana.

 

Pero no todos los modernistas ven así el problema. Precisamente Manuel Machado, nuestro homenajeado de hoy, dice que “no fue en puridad más que una revolución literaria de carácter puramente formal.” Y nos habla de innovaciones retóricas y prosódicas, igual que lo había hecho Valle, pero quedándose siempre en el terreno de lo literario.

¿Estaremos en lo correcto si sacamos alguna conclusión de estos textos de los autores modernistas, escritos en la época de mayor virulencia? Creemos que, si los aceptamos tal y como salieron de su pluma, en aquellos años, corremos el riesgo de padecer un desenfoque óptico producido por la falta natural de perspectiva. No olvidemos, que las frases que hemos copiado fuero escritas precisamente cuando el modernismo estaba introduciéndose en las letras y en la vida de país, con la consiguiente desorientación a que da lugar toda innovación. Los años transcurridos desde entonces y la copiosísima bibliografía de que disponemos, nos permiten definirlo hoy con más justeza. Así podemos decir que, en un principio, se trataba de un esteticismo consciente, que buscaba, ante todo, la belleza por sí misma. Apoyándonos nuevamente en Juan Ramón, aclararemos con él que era “un gran movimiento de entusiasmo y libertad hacia la belleza.” Pero observen que digo “en principio”.  Es admisible la expresión juanramoniana para el modernismo inicial de los países hispánicos, aun cuando no para todos los que le cultivaron, incluyendo en esta excepción, como primera figura, al cubano José Martí, del que tanto nos agradaría hablar como hombre del modernismo.

 

En España, el modernismo, que llega a nosotros con su carácter de novedad, con su limpieza del idioma poético, se encuentra, a poco de llegar, con una situación socio-económica que no puede soslayar. Son los años finales del siglo decimonónico., y el año 1898 en la cima de los mismos, que aparte de dar nombre a una generación de escritores egregios, fue un auténtico quicio en el que se estrelló la forma de vivir y de ser de los españoles. Hasta tales extremos, que el movimiento modernista que ya llevaba más de diez años “trabajando” la mentalidad española, sufre un colapso y se divide en dos ramas. Frente a los modernistas puros, que se proponen una revolución formal de la técnica literaria, sin apenas preocupaciones de tipo humano, ha surgido un grupo de hombres que, sin perder el contacto con las nuevas corrientes estéticas llenan éstas de contenido ideológico.

 

Es este el momento en que las letras españolas despegan del barrizal en que vivían, para no detener su impulso hasta el frenazo violento de 1936. La cultura española pudo vanagloriarse, hasta entonces, de haber vivido codo con codo con la más refinada instrucción europea. Ganando unos cuantos años, en ese primer tercio de siglo, de retraso habitual que hemos arrastrado con respecto a la civilización occidental.

 

En este comentario que antecede, hemos tocado uno de los muchos problemas que presenta el modernismo. Me refiero a su coexistencia con la generación del 98, problema que, a mi juicio, es una de las claves más interesantes para entender el desarrollo del modernismo en España. A lo largo de los años se han enfrentado a este respecto dos actitudes: por un lado, los que oponen el modernismo a las ideas del 98; por el otro, los que vienen insistiendo en la integración de las dos corrientes. En ambas corrientes tenemos nombres importantes que las defienden con diversas matizaciones. Modernismo frente a 98 es el título como Vds. saben de un libro de Díaz-Plaja; Pedro Salinas apoya también esta postura, así como Lain Entralgo en su estudio famoso sobre esta generación. En el otro campo, encontramos hombres como Luis Cernuda, Henríquez Ureña, Díez-Canedo, Juan Ramón Jiménez... Parece que la tendencia actual es clara en favor de esta última tesis. Ricardo Gullón, a quien debemos las más afinadas páginas sobre el modernismo y de quien estamos esperan esa definitiva historia sobre este movimiento en la que viene trabajando desde hace muchos años, se expresa así: “Es desacertado enfrentar fenómenos heterogéneos, y debemos aceptar, en todo caso, el segundo como uno de los elementos del primero (alude al 98 y al modernismo) El modernismo, -insiste- da tono a tono a la época; no es un dogmatismo, no una ortodoxia, no un cuerpo de doctrina, ni una escuela. Sus límites son amplios, fluidos y dentro de ellos caben personalidades muy variadas. El modernismo es, sobre todo, una actitud.” Una época hemos visto que decía Juan Ramón.

 

Nosotros creemos que el modernismo y el 98 ni se enfrentan ni se fusionan. Simplificando el planteamiento podemos decir que en el principio fue el modernismo en su poética busca de la belleza pura, al que la generación del 98 tiñó después con un aspecto político y social. Primero, pues, modernismo, después 98, pero ésta como una prolongación de aquél, del que toma, entre otras cosas, sus postulados iconoclastas, incorporándoles una seria de preocupación por los problemas del hombre hispánico. Se ennoblece el camino inicial; a la obsesión por lo bello se une ahora, más bien se incorpora, la regeneración del hombre. Insisto en que estamos simplificando el problema para no salirnos de este casi esquema que nos hemos propuesto.

 

Gonzalo Sobejano comenta que tanto modernismo como 98 confluyen dentro de la misma generación cronológica, pero no duda en separarlos en cuanto a su enfoque de la vida, y apunta como elemento de indiscutible identidad entre unos y otros, su afán por una libertad total de la creación artística. Nosotros añadiríamos su afán por una libertad total en el arte y en la vida. Si profundizamos en este aspecto, tan subyugante, podemos permitirnos decir si no estará aquí el secreto de la gran calidad de la generación del 98. Unos hombres que recogieron la primera bandera del Modernismo, la belleza, con la que lucharon para transformar la realidad circundante. Si lo consiguieron o no es este otro problema más. Como otro tema que se debiera tocar es la influencia que en el mismo sentido pudo tener el krausismo, pero también debe quedar marginado en este acto de hoy. Los escritores del 98, inmersos en el modernismo, sintieron el problema y abriendo bien los ojos, imprimieron un giro de ciento ochenta grados a las teorías modernistas que habían llegado de la mano de Azul, de Darío. Siguen siendo hombres de su época, no están frente a aquellas teorías, como hemos visto, pero cuando adquieren conciencia de la situación, dejan de mirar a las estrellas para fijar la vista en sus semejantes. Se comprometen con el mundo que les rodea y llegan hasta la política, conservando, en la superficie de la escritura, la moda modernista. Quizá sea esta la vertiente má original del modernismo hispánico y la que le hizo definirlo a Federico de Onís como “… la forma hispánica de la visión universal de las letras y del espíritu, que inicia hacia 1885 la disolución del siglo XIX y que se habría de manifestar en el arte, la ciencia, la religión, la política y gradualmente, en los demás aspectos de la vida entera, con todas las características, por tanto, de un hondo cambio histórico.”

 

Tengo que pedir perdón porque este planteamiento del modernismo en la literatura con una forzada limitación de tiempo nos ha obligado quizás a presentarlo con menos claridad de la que exige el tema. Sin embargo, produce tranquilidad el saber que ahora está al alcance de sus manos el número 11 de PEÑA LABRA con trabajos de prestigiosas firmas, en los que sin duda encontrarán lo que yo no he podido ofrecerles.