domingo, 29 de octubre de 2023

Cara y mascara de Gutiérrez-Solana

 

Cara y mascara de Gutiérrez-Solana

 

         Este libro, que ha llegado a manos de los lectores con un retraso ajeno a la voluntad de sus autores, ha quedado expuesto a un natural riesgo, por esta demora en publicarse. Para quienes conocían la existencia del original, terminado en fecha muy anterior a su aparición en las librerías, instintivamente se produce una agudización de la lectura critica, que le hacen quedar sujeto a una posible defraudación para quien se acerca a él. Pues bien, tenemos que declarar abiertamente, desde el primer momento, y con la mayor satisfacción, que lo que pudo ser un hándicap para su aceptación por parte del público, se ha convertido precisamente en lo contrario. La espera, que por otra parte añade emoción a lo esperado, si tarda, aquí se ha visto compensada, porque el libro de Benito Madariaga y Celia Valbuena en torno a la figura del genial pintor, proporciona un auténtico gozo. A pesar de la aridez con que forzosamente se ven sus autores obligados a presentar algunos de los temas que tratan en ciertos capítulos, no pierden sus páginas frescura y la lectura se hace agradable en todo momento, y hasta nos atreveríamos a decir que alcanza en ocasiones un encanto que no es fácil conseguir en obras de este tipo, en las que se da preferencia a lo riguroso sobre lo brillante.

 

         Nada escapa a la visión del mundo solanesco que nos ofrecen sus autores: antecedentes familiares rastreados con paciencia y sabiduría; ambiente que a lo largo de su vida rodeó al pintor configurando en cierta manera su personalidad y su arte; exposiciones realizadas, obra literaria y, sobre todo, un agudo estudio psicológico sobre Solana, basado en concienzudas bases científicas, que harán de este libro uno de los fundamentales en la bibliografía solanesca.

 

         Pero no se han detenido aquí los autores, en una exposición rigurosa de sus puntos de vista en las diversas y singulares facetas del pintor, sino que han llevado su labor hasta los límites más exigentes, ofreciéndonos también un epistolario inédito de gran interés y Una bibliografía verdaderamente exhaustiva.

 

         Tenemos que congratularnos de que las dos obras más recientes sobre José Gutiérrez-Solana, las dos plenas de aciertos, hayan salido de «talleres» montañeses: la de Rodríguez Alcalde, en 1974, y ahora esta de Benito Madariaga y Celia Valbuena, meritorias una y otra, no sólo por el esfuerzo realizado por sus autores en busca de nuevas y valiosas pistas sobre la vida y la obra del pintor, sino muy preferentemente por la originalidad y el acierto en la exposición de sus teorías.

Publicado en:

El diario Alerta, el 28 de octubre de 1976


 

 

domingo, 22 de octubre de 2023

Pido la paz y la palabra

 

Breve noticia de la primera edición de  Pido la paz y la palabra

 


            El libro de Blas de Otero Pido la paz y la palabra fue publicado en Torrelavega (Santander), por Ediciones Cantalapiedra, el año 1955.

 

            La colección «Cantalapiedra» se había iniciado en septiembre del año anterior, con la segunda edición de Los muertos, de José Luis Hidalgo. Aun cuando la colección llevaba por título mi apellido, la idea había partido de Pablo Beltrán de Heredia, el buen amigo para todos, de quien partieron entonces tantas ideas que se llevaron a la práctica sin que su nombre apareciera para nada. Juntos recorrimos el camino hasta el final de la colección en 1959.

 

            A Los muertos siguieron una Antología de José Hierro, que había visto primero la luz en una edición de bibliófilo y que le valió al autor el Premio Nacional de Literatura; después, otra Antología, esta segunda de Menéndez Pelayo, seleccionada por Carlos Salomón y prologada por Hierro, y más tarde País de la esperanza, de Rafael Montesinos. Cuando se estaban corrigiendo las pruebas de este último libro se iniciaron las gestiones con Blas de Otero para editar Pido la paz y la palabra.

 

            Fue con ocasión de encontrarse el autor en Santander, invitado por el Centro Coordinador de Bibliotecas para dar una conferencia dentro del ciclo organizado con motivo de la Fiesta del Libro; era el mes de abril de 1955. Beltrán de Heredia le habló de la colección que habíamos iniciado y convino con él en que nos iba a mandar un libro que acababa de terminar.

 

            Hasta aquel momento, Blas de Otero había publicado una plaqueta en 1941, en Pamplona, con el título Cuatro Poemas; en 1942, en San Sebastián, Cántico espiritual, y en 1943, Poesías de Burgos, en la revista Escorial. Tendrían que pasar ocho años desde aquel Cántico espiritual -que estaba en la línea de San Juan de la Cruz no sólo en el

título-, y 1950, fecha de Ángel fieramente humano; y uno más para Redoble de conciencia. Entre una y otra fecha, en esos ocho años que van desde 1942 a 1950, la poesía que se publica dentro de España empieza a levantar de su letargo y, sobre todo, se producen las primeras reacciones a la expansión oficial del garcilasismo, que estaba siendo asistido y promocionado desde las esferas culturales del gobierno. En la mente de todos están los autores y títulos importantes de esos años.

 

            El texto que envió Blas de Otero provocó en nosotros serias dudas en cuanto a la viabilidad de su edición, ya que había versos, y hasta poemas enteros, que difícilmente podrían pasar sin ser tachados por el lápiz rojo del censor. Se hacía preciso cuidar mucho todas las referencias a cuestiones religiosas, que en un poeta de las condiciones de Blas de Otero eran frecuentes. Tenía que prevalecer la prudencia, ya que no era aconsejable topar con la Iglesia. El poeta fue sometiendo el libro a una autocensura que le haría más digestible oficialmente. Ahora pienso si nuestro temor no fuera entonces exagerado, pues el autor llegó a sustituir «religiosas sandalias», verso 28 del poema «Biotz-Begiatan», por «misteriosas sandalias».

 

            Con la misma mira puesta en la censura eclesiástica, introdujo otra corrección buscando quitar hierro al texto. Fue en la tercera estrofa del poema «Posición», en cuyo segundo y tercer verso cambió «Dios» por «sol», que en una revisión posterior limitaría al segundo verso.

 

            En una carta dirigida a Beltrán de Heredia, Blas de Otero hace unas consideraciones sobre este segundo cambio: «He puesto 'dios' en vez de 'sol', como en la primera versión. A ver si nos entendemos, con serenidad: lo primero de todo, el verso no es escandaloso (errata en el original) y, aunque parezca una bobada (que no lo es), yendo 'dios' con minúsculas se aminora mucho (haz la prueba si quienes con mayúsculas y verás cómo pega mucho más).»

 

            Dentro de esta misma línea de modificaciones, existe una que no tengo documentada. En el libro Expresión y Reunión, publicado en Alfaguara en 1969, el verso 13 de «Hija de Yago» dice:

 

alángeles y arcángeles se juntan contra el hombre

 

En nuestra edición, el lugar de este verso está ocupado por una línea de puntos. Pienso que sería otra supresión hecha por el poeta pensando en el lápiz rojo del censor de la Iglesia, pero no tengo papel alguno que me lo confirme.

 

            Ya en el otro aspecto, que podemos llamar en esta ocasión civil, he observado una supresión sobre la que también tengo que proceder con suposiciones. En el mismo poema «Hija de Yago» de nuestra edición, el cuarto verso de la segunda estrofa dice:

 

pisaba, horrible, el rostro....

 

con esos cuatro puntos suspensivos al final. En el texto que se publicó recogiendo el discurso pronunciado por Emilio Alarcos Llorach en la Universidad de Oviedo, con motivo de la apertura del curso 1955-56, en el que trató de la poesía de Blas de Otero, este verso se completa así:

 

pisaba, horrible, el rostro de América adormida

 

Me acerco a creer que la supresión fue también de cara a la censura, pues eran unos años en que América no podía ser ofendida, ni con tan inocente verso.

 

            Es preciso recordar el contenido del libro y que estábamos en 1955 para comprender nuestras angustias ante la posibilidad de no poder incluir en la colección un texto de tal categoría poética, y ¿por qué no decirlo?, de tanta carga de interés sociopolítico. A quien conozca el libro, a sus editores y las circunstancias que se vivían, no puede extrañar el interés que poníamos para conseguir la publicación.

 

            Sin detenerme a insistir en la importancia de este libro en el conjunto de la obra de Blas de Otero, no sólo desde el punto de vista poético, sino también como reflejo de la consolidación de una evolución ideológica del autor, sí me parece necesario recordar, muy brevemente, además del momento poético a que he aludido, algunas circunstancias histórico-políticas que nos ayudarán a completar el escenario y a comprender el interés que despertó el libro, no solamente en sus editores, sino entre sus lectores. Por ejemplo, la entrada de Joaquín Ruiz Jiménéz en el gobierno, en 1951, y nombramiento de rector de la Universidad de Madrid a favor de Pedro Laín Entralgo, quien iba a favorecer la iniciación del Congreso Nacional de Estudiantes Libres en un intento de apertura, que sería cortado pronto y de forma contundente. España firma, en 1953, el tratado de ayuda económica con Estados Unidos, que instalaría bases militares en nuestro país. En 1956, España es admitida en la ONU. En 1956, Dionisio Ridruejo, como continuación de unas gestiones realizadas en París, en 1953, con gente del exilio, trata de crear un plan coordinado de actuación de los adversarios del franquismo. En líneas generales se puede decir que se estaba intentando abrir una grieta en el monolítico régimen franquista, en un momento que el acercamiento de la democracia yanqui parecía hacerlo propicio.

 

            En aquel original que nos había entregado, había poemas que, a pesar del simbolismo en que estaban envueltos, las alusiones eran claras. Pensemos, por ejemplo, que en el final del titulado «Sobre estas piedras edificaré... », se dice:

 

Retrocedida España

agua sin vaso, cuando hay agua; vaso

sin agua, cuando hay sed; «Dios que buen

vassallo

si oviesse buen... ».

                                                                       Silencio.

 

Los versos del Poema del Cid intercalados por Blas de Otero, son suficientemente conocidos para comprender la intención del autor; los puntos suspensivos que sustituían a la palabra «señor» todos sabíamos a qué señor se referían.

 

            El texto definitivo fue enviado a José Hierro, a Madrid, para que le presentara a la censura. Blas de Otero dice en una carta de entonces a Beltrán de Heredia: «Confío en que Pepe Hierro lo haga de la mejor manera. Se lo agradeceríamos.» Y termina la carta: «Que los dioses nos asistan, diablo.», que era algo así como colocar una vela a Dios y otra al demonio para que nos protegieran por dos flancos.

 

            El contrato de edición se firmó con el autor el 28 de octubre de ese año 1955, Y en él se fijó la tirada en dos mil ejemplares, aun cuando a la censura se le comunicó oficialmente que no eran más que 500, porque esta reducida cifra de edición pensábamos que nos favorecía para la consecución del permiso, que nos fue otorgado a mediados de octubre.

Todavía Blas de Otero quiso introducir algunas modificaciones en sus poemas a medida que corregía pruebas. En el poema «En castellano», pretendía suprimir los versos 8 y 9:

 

A las puertas del mundo estoy llamando

mientras la sangre avanza.

 

Y en el verso 11, que estaba escrito

 

arden las rosas de los muertos

 

cambiar «rosas» por «frondas», pero se le convenció de que no podía mover ni una palabra, pues podría ocurrir que con ello se dieran facilidades a la censura para recoger el libro después de editado.

 

            El 17 de diciembre quedó terminada la tirada y ese mismo día salió Pablo Beltrán de Heredia para Madrid, con el objeto de gestionar en la Dirección General de Información el permiso de distribución, que fue concedido el día 22, procediéndose seguidamente a su venta apoyados en una tarjeta de felicitación de Pascuas en la que se reproducía la portada del libro.

 

            Esto es la historia resumida de la primera edición de Pido la paz y la palabra, libro con el que Santander quedó unido de alguna manera a la vida de su autor.

 Publicado en:

La revista Peña Labra nº 33, otoño 1979


 

domingo, 15 de octubre de 2023

LA ACUARELA Y LOS PINTORES MONTAÑESES

 

LA ACUARELA Y LOS PINTORES MONTAÑESES

 


Cuando José Cataluña me pidió que preparara una introducción para esta exposición y que tratara en ella de la pintura a la acuarela en los artistas montañeses, me sorprendió un poco, y así se lo confesé, porque no encontraba, en principio, que hubiese base suficiente para desarrollar este tema refiriéndole a la historia de la pintura en nuestra provincia. Por muy breve que fuese mi intervención -que lo va a ser-, no se me ofrecía el camino fácil, ya que, como vamos a ver, nuestros hombres del arte no han sido acuarelistas netos, salvo en época reciente. Después le di algunas vueltas en la cabeza y tras de situarme sobre todo ante la realidad de que y no le puedo negar nada a esta familia Cataluña, a la que me unen muy estrechos y largos años de amistad y de afecto, acepté el compromiso.

 

Y aquí estoy para decirles a ustedes, principalmente, lo que acabo de comentar: que la técnica de la acuarela no ha aparecido en los pintores montañeses, como dedicación exclusiva, hasta hace relativamente poco tiempo. ¿Por qué esta ausencia?

 

Antes de contestar a la pregunta planteada, veamos un momento, en breve repaso, qué pasa con la pintura a la acuarela y cómo la enfrentan los artistas españoles en general.

 

Así como en ciertos países orientales se valoró y estimó la acuarela debidamente en nuestras latitudes se la ha venido considerando como un arte menor. Yo no estoy totalmente de acuerdo con esta postura, pero es un hecho real que todos sabidamente, en nuestras latitudes se la ha venido considerando como un arte menor. Yo no estoy totalmente de acuerdo con esta postura, pero es un hecho real que todos sabemos y que hay que aceptarle como tal. Nos han acostumbrado a pensar que la técnica a que nos vamos a referir esta noche, ha ido siempre muy bien para ser practicada por señoritas. Esta postura machista, que alcanzó su auge el pasado siglo, en el que todo machismo tuvo su asiento, la relegó a formar parte de la enseñanza de las hijas de papás ricos en los conventos de monjas y su asimilación se estimaba como una cualidad y buena prenda de estas hijas de familia. No quiero decir que el pintor varón no empleara en algún momento la acuarela, pues efectivamente todos la utilizaron, pero más que nada para apuntes previos y toma de notas de cara a lo que consideraban la realización definitiva: el óleo o la pintura al fresco. Si a esto le añadimos el que la técnica de la acuarela la ve muy bien al paisaje y a las marinas, tendremos otro argumento para justificar su escasa presencia en nuestros museos, pues como ustedes saben, la pintura del paisaje fue considerada como género inferior hasta el último tercio del siglo XIX. El que nuestros Velázquez y Goya nos dejaran alguna muestra de pintura de este tipo, no obliga a cambiar la afirmación que antecede, ya que han de estimarse como circunstanciales.

 

Iban a ser precisamente los pintores del siglo XIX los que comenzaran a conceder una determinada valoración a este género, como consecuencia de la llegada a nuestro país de obras que causaron asombro en los ambientes artísticos, realizadas con esta técnica por los maestros ingleses y, sobre todo, por la influencia que iba a ejercer en su época la fabulosa figura de Fortuny, maestro de la acuarela, que llegó a ser admirado y seguido en Italia y en Francia. Al lado de Fortuny no puede dejar de citarse, situándose a caballo entre los siglos XIX y XX, a Rosales, del que quedaron muy serias y magnificas obras, así como a Pradilla, también maestro en este hacer. De este último, nuestro Museo Municipal conserva una preciosa muestra.

 

Cuando Kandinski pintó en 1910 la primera acuarela abstracta, dio un serio aldabonazo por ese camino y desde entonces raro es el pintor que no ha incorporado a su producción la técnica que hoy nos ocupa, con mayor o menor fortuna y más o menos abundantemente.

 

No se puede negar la evidencia de que en el mercado del arte las cotizaciones más altas están reservadas para el oleo. Esto es justo desde un punto de vista, ya que esta técnica es más compleja, su ejecución exige un periodo dilatado y su resistencia al paso del tiempo es grande como una consecuencia directa de los materiales empleados, aunque a este respecto no se puede olvidar que como decía Gaya, el tiempo también pinta. Pero me parece que ya va siendo hora de que la pintura a la acuarela sea sacada de ese getto en que ha estado hibernada, de ese corsé artificial, delicado y femenino, en que se la constriñó. Los hallazgos que han hecho los pintores contemporáneos, visto desde aspectos técnicos, creo que están consiguiendo ya para la acuarela el lugar que le corresponde en el mundo del arte. Precisamente en estos días se está celebrando en Madrid una exposición colectiva de acuarelas de artistas españoles que cito por lo que puede tener de significativo.

 

No quiero cerrar este brevísimo comentario sobre lo que ha significado este tipo de pintura en el arte español, sin recordar para ustedes una frase del pintor y profesor Stolz, quien decía que esta técnica era algo así de importante como la navegación a vela, porque exigía una doble destreza: la del oficio –manejo directo de los materiales y sus procesos y reacciones- y la de su realización, donde se pone de manifiesto la personalidad del pintor. Las técnicas del agua exigen pleno conocimiento técnico y capacidad de improvisación.

 

Quizás ahora estemos ya en mejores condiciones para contestar a pregunta que nos hacíamos planteándonos la ausencia de la acuarela en nuestros pintores montañeses primeros.

 

Como complemento a las justificaciones que he alegado anteriormente  para razonar la poca importancia que se le otorgó a la pintura al agua, habremos de añadir, por lo que se refiere a la pintura montañesa, que, dejando a un lado a los pintores prehistóricos de Altamira y Puente Viesgo, que no vienen al caso, los orígenes de nuestra pintura provincial están al alcance de la mano que hasta finales del siglo XVIII no se puede contabilizar a un pintor destacado, como fue José de Madrazo. Quiero decir con esto que este periodo tan corto no habrá dejado de influir en alguna forma sobre su evolución.

No obstante, yo creo que en general ha seguido el mismo camino que en el resto del país. De Casimiro Sainz, por ejemplo, no existe ninguna acuarela; al menos yo no la conozco, a pesar de su transcendente significación en la época decimonónica. Dice de Casimiro el profesor Joaquín de la Puente que quizá ello se deba a que tampoco debió de cultivarlo demasiado su maestro, Vicente Palmaroli. Tampoco las conozco de Manuel Salces. De Tomás Campuzano el admirable grabador, he tenido ocasión de ver hace muy pocos días una preciosa obra realizada con este procedimiento, de cuyo examen se saca la conclusión de que fue una lástima que el ambiente y los criterios de aquellos años no le animaran a pintar acuarelas con profusión. Algo acuareló Agustín Riancho; sus dibujos a pincel y tinta tienen talante de acuarela, pero debió de parecerle solo apropiada para el apunte de estudio.

 

Como podemos comprobar, y como dije antes, no es ni más ni menos que lo que hacían los demás pintores de su época.

 

A los que vinieron detrás, tampoco se les puede incluir en una nómina de acuarelistas, porque no lo fueron. De Ricardo Bernardo siempre recordaremos su dominio del dibujo; de María Blanchar sus deliciosas pinturas al pastel que nadie ha dominado como llegó a hacerlo ella; de Gerardo de Alvear, los óleos, poéticamente velados. Pancho Cossío trabajó mucho con técnicas de agua, pero orientadas hacia los gouaches. De Antonio Quirós recuerdo algunas aguadas de sus primeros años. En ningún momento aparece en ellos la acuarela como forma de expresión importante.

 

Habría de ser en el año 1946, cuando Manuel Liaño hizo una exposición en Santander, la primera vez que se presentaba al público un conjunto de pintura realizado totalmente a la acuarela; es decir, un artista montañés se anunciaba única y exclusivamente como cultivador de este género. Hasta entonces solamente se habían pedido ver en el Ateneo, en contadas ocasione, muestras en las que aparecía alguna acuarela arropada entre otras técnicas de ejecución pictórica, pero en ninguna con el realce que adquirió en esta exposición de Liaño, que llegó a representar el ejemplo a recorrer por otros y en la que se apuntaba certeramente hacia lo que podía ser una escuela de pintura montañesa.

 

Había, y hay, en la obra de este artista, señorío en la composición, refinamiento en la ejecución y, sobre todo, en las tenues pinceladas, todavía inseguras entonces, nerviosas, de aprendiz de brujo, se estaba reflejando como en un claro espejo, el verso de José María de Aguirre y Escalante, "musa del septentrión, melancolía", que había sido de algún modo lema para definir la poesía montañesa y que podía serlo para la pintura. Era una manera común a todos los pintores del Cantábrico, de enfrentarse al paisaje, pero esta vez con acuarela. Gerard Diego, al ver cierto apunte al agua del asturiano Nicanor Piñole, escribió un comentario que podemos tomar como certera definición de la acuarela de Liaño: " un apunte de niebla -dice nuestro poeta-. nunca vi joya comparable. La niebla invadía todo el rectángulo, pero de su seno iba naciendo, nacía sin cesar, el balbuceo de un paisaje de tenuísimos verdes, praderas, rocas en verdad virginales que ya estaban siendo y todavía no eran del todo." Es la melancolía común a las tierras del norte, que Gerardo detectaba en la obra de Piñole y que pudo encontrar también en la del otro asturiano singular, Evaristo Valle, o en la de nuestro Gerardo de Alvear.

 

Cito nuevamente a Casimiro Sainz, porque cuantas veces me he planteado el problema de la pintura montañesa, me ha servido Casimiro para confirmarme en mi creencia de que se puede encontrar en él un ejemplo que nos lleve a una característica manera de hacer y entender el arte montañés, independientemente de otras facetase. En Casimiro Sainz se dan dos formas de interpretar el paisaje; una, dentro de lo que vengo llamando la melancolía que imponen las nieblas septentrionales. Es su época anterior a la estancia en Madrid, porque el pintor, cuando llega a la capital de España habría de enfrentarse radicalmente con algo que ya había percibido en su Campóo natal, en momentos en que el sol canta con fuerza y las claridades no dejan lugar a ensoñaciones. Antes había quedado plasmado en sus lienzos el reino de las nieblas, donde los grises aparecen en una gama infinita, a veces inconcebible para los ojos profanos, circunstancia que también podemos rastrear en Agustín Riancho. Cuando el pintor de Ontaneda plantaba su caballete ante la naturaleza, entre los bosques y praderas de su valle de origen, se veía obligado a resolver el problema de la pátina que cubría el mundo que se abría ante sus ojos.

 

Pero volvamos a los primeros años de la posguerra. Pronto encontraríamos a otro acuarelista, Gutiérrez de la Concha; éste más realista en sus apreciaciones que Liaño. Mientras que Manuel Liaño soñaba nieblas y desvelaba misterios escondidos tras etéreas pinceladas alternadas con blancos del papel tan sugestivos como las manchas de color, Gutiérrez de la Concha se apoyaba más en la línea, en el dibujo. Son dos maneras de entender la pintura a la acuarela.

 

José Luis Hidalgo no fue ajeno en estos mismos años a este tipo de pintura y quizás podamos ver en su obra, mejor que en la de ningún otro, esa presencia de lo poético en la acuarela montañesa, por reunirse en su autor la doble condición de poeta y pintor. (y Joaquín de la Puente, que desdichadamente ha abandonado la pintura después de habernos dejado ver los primeros pasos de una obra con amplio horizonte por delante, en la que se podían encontrar estupendas acuarelas).

 

Tras de ellos vendrían José María Bárcena, del que ya se habían visto  algunos tímidos ensayos juveniles antes de la guerra; Ramón Muñoz Serra, Que ha incorporado con destreza a sus obras aspectos más concretos, como barcos y figuras humanad resueltos con una perfección y delicadeza extraordinarios; Julio Sanz Saiz, luchador infatigable, siempre en busca de perfecciones; Pérez Dann, valiente en sus realizaciones, en las que se enfrenta con grandes espacios; Beristain, Gutiérrez de la Concha, hijo, etc., cada uno con su librillo, con una visión personal de lo que es la acuarela y de lo que ofrece nuestro paisaje y siempre dentro de esa línea de íntima sensibilidad que exige esta técnica, incorporando la imprescindible veladura con que habitualmente se ofrece a los ojos artistas el paisaje montañés.

 

Pienso ahora, al terminar, si José Cataluña no habrá tenido razón al meterme en este lío, pues, por lo menos, nos ha obligado, a ustedes y a mí, a dedicar unos minutos a este tema de la acuarela tan poco cultivado, no solo por los artistas, sino también por los críticos e historiadores de la pintura. Me hago la ilusión de que con ello, ustedes y yo, y la Sala, hemos dado un pequeño empujón colectivo a la acuarela intentando acercarla al puesto de honor que debe de ocupar.

 


 Leído en la Galería Artis 2

Santander,15 de octubre de 1977


 

domingo, 8 de octubre de 2023

Ambiente literario en Torrelavega

 

Días de ambiente literario en la vida de la ciudad

 


         Con la inauguración de las exposiciones que han tenido lugar ayer, han dado comienzo los actos que se desarrollarán a lo largo de esta Semana de las Artes y de las Letras que con tanto acierto y cuidado ha preparado la comisión de Cultura de nuestro Ayuntamiento.

 

         Centrado en la figura de nuestra escritora Concha Espina va a vivir nuestra ciudad estos días en un ambiente literario y artístico de gran altura, que llevará al conocimiento de cuantos, por una u otra razón, están pendientes en el resto de España de estos actos, la altura en que se mueve nuestra actividad cultural. Al lado de las industriosas chimeneas que cada día surgen en nuestra vega, se van colocando estos hitos espirituales, que hablan del nivel alcanzado en estos temas.

 

         Concha Espina, en su dolorosa ausencia, ha sido quien ha producido este despliegue tan espléndido de estos actos literarios y artísticos, formando alrededor de su nombre, en el cálido recuerdo que todos conservamos de ella, esta Semana de las Artes y de las Letras que está siendo tan elogiada en los medios culturales de la nación.

 

         Por si fuera poco, el premio que bajo su advocación ha creado el Municipio, he aquí estas exposiciones de pintura y la serie de conferencias que se van a desarrollar; los Juegos Florales con don José María Pemán como mantenedor ilustre y el concierto de guitarra de Regino Sainz de la Maza.

 

         Todo ello merece el aplauso más sincero para la Comisión de Cultura del Ayuntamiento.

 

         Ayer, por la tarde, conforme se venía anunciando, se inauguraron las exposiciones de pintura de Eduardo Vicente y de la Joven Pintura Española, en los salones de la Biblioteca y de la Delegación de Sindicatos respectivamente, exposiciones a las que será preciso dedicar un comentario aparte por su excepcional importancia.

 

         Los actos literarios comienzan hoy con la intervención del culto hombre de letras torrelaveguense, don Julián Urbina, quien hablará de Torrelavega apasionadamente, que es como, al fin y al cabo, debemos hablar todos los que aquí hemos nacido.

 

Publicado en:

El diario Alerta el 6 de X de 1955

Incluido en el libro “Torrelavega de historia, literatura y Arte” 2006


 


domingo, 1 de octubre de 2023

“LENTA ESTRELLA” - ANGEL SOPEÑA Y SU POESÍA

 

EL LIBRO “LENTA ESTRELLA”

DE ANGEL SOPEÑA Y SU POESÍA

 


            “Pétalo a pétalo los sueños”. Así nos trae Angel Sopeña los sueños, sus sueños, en admirable alarde de poesía, con los recuerdos que viven soterrados en los versos de Lenta estrella. Pocas veces la vida transcurrida, que hoy la vemos en escondido pasado, surge ante nosotros con claridad de eco reciente como en esos poemas. “Cercado de palabras o vestigios de palabras” (son expresiones suyas también), es la vida del poeta ante la realidad que las circunda y nos dejamos llevar por esa estrella que lenta pasa ante nosotros, iluminando su pasado y el nuestro cuando nos acercamos a sus versos.

 

            No es fácil luchar con ellos que brillantemente trazados, tratan de acercarnos a una existencia del poeta que se antoja confusa. Primero Santander y el Cantábrico lugar de su nacimiento; después Valencia y el Mediterráneo, con aquella luz que en palabras de Ana Belén Rodríguez “condicionará todos los recuerdos que presidan posteriormente sus poemas”; más tarde Torrelavega, la familia, los amigos, la madurez, con lo que esto ha aportado a su poesía. Esto y su alma de poeta, revestida con la melancolía y la memoria deslumbrada.

 

He poblado mí vida de recuerdos,

he mantenido alerta la memoria

para que no me abandonaran.

 

            Todo envuelto en el influjo de la música que apareció de manera destacada en su libro Papeles privados, publicado en el año 2000.

 

            Vayamos al libro Escrito sobre el agua de Ana Belén Rodríguez, que nos ayudará a penetrar hasta el fondo en la poesía de Angel Sopeña.

 


Publicado en:

El Diario Montañés, 1 de octubre de 2003