LA INSTITUCION LIBRE DE ENSEÑANZA
Y SU PRESENCIA EN SANTANDER
En
los días que yo andaba en busca de tema para mi intervención en este curso de
cuestiones regionales de Cantabria, leí unas declaraciones del nuevo rector,
señor Morodo, en las que manifestaba su deseo de conducir la Universidad
Internacional Menéndez Pelayo por los mismos caminos que habían guiado a los
hombres de la Institución Libre de Enseñanza en el desarrollo de sus propósitos.
Esta
intención del rector y la circunstancia de que la Universidad de Verano de
Santander se halle unida al nombre de don Marcelino, me hicieron pensar que el
momento era propicio para hablar públicamente de dos aspectos relacionados con
la Institución y con Cantabria: por un lado, de la importante participación de
algunos de nuestros hombres en su puesta en marcha y de la incidencia que esta
entidad tuvo en Santander. Por otro, y esto me interesaba más, tratar de
demostrar cómo el pensamiento de Menéndez Pelayo había sido manipulado para hacernos
le ver como enemigo declarado de la Institución.
* * *
En
los primeros pasos dados por esta entidad, aparecen figuras como la de don
Augusto González de Linares; su casa de Valle de Cabuérniga fue lugar de reposo
y de encuentro de los más destacados institucionistas y en ella se discutieron
las bases de lo que iba a ser la Institución; y la Universidad Internacional de
Verano de Santander, antecedente de ésta en que hoy nos encontramos, fue creada
por don Fernando de los Ríos, miembro significado de la Institución Libre de Enseñanza.
En
cuanto a Menéndez Pelayo, no se ha hecho otra cosa con su personalidad, a lo
largo de los años y de las circunstancias, que deformarla intencionadamente, a
gusto y medida de cada idea, sin intentar llegar nunca al fondo de la cuestión,
donde siempre se encontraría un hombre y un pensamiento muy distintos, en la
mayor parte de los casos, al que se creía o se pretendía encontrar.
Me
ha parecido pertinente hacerlo preceder de una explicación resumida de los orígenes
y motivos que llevaron a la creación de la Institución Libre de Enseñanza,
imprescindibles para una justa valoración del interés que tuvo su existencia
para nuestro país, y para Cantabria en particular. Su labor, por mucho que se
haya pretendido desprestigiarla en las décadas anteriores a la que vivimos, ha
sido positivamente decisiva para la vida y la cultura de España en los últimos
cien años. Es posible que la evolución del pensamiento haga preciso
replantearse hoy algunos de sus postulados, pero ahí están, por ejemplo, su
ingente obra promovida desde la Junta de Ampliación de Estudios, o desde la Residencia
de Estudiantes y del Instituto-Escuela, por solo citar tres de sus importantes
logros.
La
Fundación Giner de los Ríos, heredera espiritual y material de la Institución,
viene tratando en estos últimos años de dar nueva vida a aquellos prop6sitos
que fueron si1enciados por decreto en mayo de 1940.
Nació
la Institución Libre de Enseñanza en 1876, como una reacción al bajísimo nivel
cultural en que se encontraba España. Con motivo del centenario de su
fundación, se aseguraba desde las páginas del periódico El País, que la
Institución había surgido como “resultado de un clima, extendido durante
cincuenta años, que hizo posible una iniciativa como aquella.”
Desaparecido
el intento ilustrado del siglo XVIII
y muertos prematuramente José de Espronceda y Mariano José de Larra,
las dos figuras del romanticismo que pudieron haber sido continuadores o
restauradores de aquel afán reformista del siglo anterior, España quedó sumida
en un verdadero marasmo, en el que apenas si sonaba otra cosa que el ruido de
los sables. Hombres tan opuestos en sus ideas como don Julián Sanz del Río y el
primer don Marcelino Menéndez Pelayo, coincidían en el diagnóstico, aún cuando
discreparan en las soluciones. Don Francisco Giner de los Ríos, también dejaría
oír en el mismo sentido su voz entristecida, desde el penal del Castillo de
Santa Catalina, de Cádiz, donde se encontraba recluido, insistiendo en la
necesidad de la obra común a todos los españoles, de salvar al país de aquella
indigencia cultural. Para ello, Sanz del Río y su discípulo Giner propugnan como
solución empezar por educar a los españoles sin limitarse a reformas pasajeras.
Menéndez Pelayo, y con él la fracción integrista que le sigue y sienta la misma
necesidad, hablan de fijar el empeño en una vuelta a los ideales del siglo XVI.
Sanz del Río, que ha estudiado el pensamiento krausista en Alemania, decide
importar sus ideas como medio para conseguir aquellos fines suyos y de Giner.
En su opinión, nuestro país tiene que renunciar a los dogmatismos que le han
venido atando rígidamente desde el Concilio de Trento y que han sido llevados a
extremos peculiares por el clericalismo español. El joven polemista Menéndez
Pelayo, con 20 años de edad y raíces hondamente arraigadas en un catolicismo a
ultranza, pone sus esperanzas, por el contrario, en una puesta al día del
Renacimiento español, al que le llevan no solo su fe dogmática y sin
concesiones, sino también su admiración por las circunstancias históricas y
artísticas vividas el siglo XVI, en las que veía reflejado su entusiasmo por la
edad clásica.
Contra
esta postura del joven sabio montañés, en la que le sigue la España ultramontana,
Sanz del Río insiste en sus propósitos: libertad religiosa, libertad para la
investigación y libertad para la Enseñanza; la trilogía de libertades en las
que él y sus discípulos deciden apoyar sus intenciones reformadoras. Su oponente
se afinca en un casticismo naciona1 para afianzar la fe católica; es preciso
que España vuelva a la pasada grandeza perdida. Del acervo de conocimientos que
procuraría, bajo ese prisma, el estudio de las ciencias españolas, de la
teología, de 1a filología, de la filosofía, de las ciencias naturales… el pensamiento
español saldría remozado y robustecido, sin necesidad de importar ideas y
creencias extranjeras.
Las
posiciones no podían ser más encontradas, con resonancias de Reforma y Contrarreforma.
No obstante, los propósitos de partida están tan distantes como pudiera
parecer: el estudio concienzudo de las ciencias y humanidades que preconiza
Menéndez Pelayo toca las lindes del de Sanz del Río; les separa el abismo in
franqueable del concepto religioso en uno y otro. Don Marcelino no tiene inconveniente
en buscar caminos para los problemas científicos fuera de la escolástica, pero
dejando a salvo los dogmas establecidos. Pasados los años, nuestro Menéndez Pelayo
alcanzaría con su madurez una visión histórica más serena y amplia.
En
la “advertencia preliminar” escrita en julio de 1910 para la segunda edición de
su Historia de los Heterodoxos Españoles, se lee al final un párrafo que
me voy a permitir transcribir como testimonio de este proceso evolutivo. Dice
así: “Otro defecto tiene -alude al texto de los Heterodoxos-, sobre todo
en el último tomo (subrayado mío),
y es la excesiva acrimonía e intemperancia de expresión con que se califican
ciertas tendencias o se juzga de algunos hombres.” “Si ahora escribiera sobre
el mismo tema -insiste más adelante- lo haría con más templanza y sosiego,
aspirando a la serena elevación propia de la historia, aunque sea
contemporánea, y que mal podía esperarse de un mozo de veintitrés años,
apasionado e inexperto, contagiado por el ambiente de la polémica.” Recordemos
que es precisamente en ese último tomo a que alude, donde desarrolla su ataque
al krausismo y donde se cita dos veces a don Francisco Giner.
Esto
es esquemáticamente, muy esquemáticamente, la situación del pensamiento en la España
del último cuarto del siglo XIX, que me he visto obligado a presentar con
rasgos elementales pues pretender una exposición amplia del problema nos
llevaría un tiempo del que no disponemos. La situación real es la de una España
trágicamente declinante en lo intelectual, con unos hombres que se sienten justamente
alarmados y que intentan poner remedio. Pero el país, desde principios de
siglo, ha sido empujado hacia una bipolarización en las ideas cuyas amargas consecuencias
llegaron hasta nuestros días, impidiendo entonces que hombres de la categoría
de Menéndez Pelayo, Sanz del Río y Giner laboraran unidos para tratar de
encontrar un camino común de regeneración.
Don
Julián Sanz del Río fue la figura dominante en los años que precedieron a la
creación de la Institución Libre de Enseñanza; en su pensamiento están los
planteamientos utilizados por don Francisco Giner de los Ríos para darla forma.
Sanz
del Río había obtenido en 1843 la primera beca concedida a un universitario para
realizar estudios fuera de España. Recuerden que desde mediados del siglo XVI
estaba prohibida la salida de estudiantes españoles al extranjero. Orientado
hacia la escuela racionalista, toma contacto con la filosofía de Krause en la
Universidad de Heidelberg. De vuelta al país, ofrece al los lectores españoles
una versión del libro del alemán el E1 ideal de la humanidad para la vida
y desde el primer momento dedica un tiempo a explicar estas teorías, dando lugar
a lo que se ha llamado el krausismo español, del que Azorín llegó a escribir en
su breve estudio sobre el Quijote, publicado en Lecturas Españolas en
1912, que era “una de las manifestaciones intelectuales más castizas y españolas,
más hondamente españolas que aquí se han producido.” Samuel Gili Gaya comentó,
en fecha más reciente, que el krausismo español había representado “una
importante corriente de modernidad de influencia europea.”
El
choque de las ideas propagadas por Sanz del Río y las mantenidas desde el poder
y desde los medios integristas, tenía que producirse, en un país como el
nuestro en que la intransigencia suele ser total y sin posibles aperturas. Desde
el periódico El Pensamiento Español, representante del absolutismo
religioso y político, el catedrático Ortí y Lara acusó duramente a lo que
llamaba los “textos vivos”, refiriéndose con ello a los profesores que haciendo
uso de la 1ibertad de cátedra propagaban sus ideas liberales, que eran
consideradas como un atentado al orden establecido.
Alrededor
de don Julián se habían agrupado en la Universidad de Madrid un escogido número
de alumnos: Nicolás Salmerón, Gumersindo de Azcárate, Francisco Giner de los Ríos,
Augusto González de Linares, y catedráticos como Emilio Castelar y Fernando de
Castro, que seguían apasionadamente sus doctrinas. Pero las nuevas corrientes
filosóficas que están tratando de introducir en España no son toleradas en por
el ministro de Fomento, don Manuel de Orovio, que en 1865 destituye a Sanz del Río
de
la cátedra. Al expediente a Sanz
del Río siguen los de Emilio Castelar y el del clérigo Fernando de Castro, que
también se habían negado a firmar el juramento de fidelidad al trono que se les
exigía y de sometimiento a las restrictivas normas dictadas por Orovio en
cuanto a los métodos pedagógicos.
La
reacción de Giner en apoyo de los maestros es inmediata y es separado también
de su puesto de profesor auxiliar, dando lugar a lo que se llamó la primera
parte de la “cuestión universitaria". Pero triunfante la revolución
septembrina en 1868, son restituidos en los cargos, e intentan llevar sus ideas
a las nuevas leyes sobre enseñanza, no sin dejar de reconocer que, tristemente,
el país no está preparado todavía para digerirlas; los problemas culturales que
se han venido suscitando y los proyectos intentados o que se intentan para
resolverlos, no llegan hasta el nivel deseado.
Restaurada
la monarquía a principios de 1875,
después de los efímeros meses de República, Cánovas llama nuevamente a
Orovio para ocupar la cartera de Fomento y la orden esperable del ministro no
tarda en llegar. En una circular de febrero de ese año, Orovio recuerda a los
rectores la necesidad de vigilar con esmero la labor en los centros, procurando
que “no se enseñe nada contrario al dogma católico ni a la sana moral”,
insistiendo la circular en que los profesores se deben atener “estrictamente a
la explicación de las asignaturas” y recordando “los perjuicios que a la Enseñanza
ha causado la absoluta libertad.” Desde 1851 en que se firmó el Concordato con
la Santa Sede, la concesión de una cátedra y aún la investidura para las
licenciaturas y doctorados, estaban condicionadas al juramento que les exigía
la defensa de la
fe católica.
Para
estas fechas ya habían muerto Sanz del Río y Fernando de Castro, pero en las
cátedras quedaban compañeros y seguidores suyos. Entre ellos, Laureano Calderón
y Augusto González de Linares, quienes se opusieron a cumplir las disposiciones
del ministro que en palabras suyas, “negaban al profesor la racional plena
libertad de indagar y exponer sin otros límites que la conciencia de su deber
profesional y el respeto a los eternos principios de la moral y la justicia.” A
continuación sería Castelar quien se pronunciara en parecidos términos, seguido
de Francisco Giner de los Ríos, Nicolás Salmerón, Gumersindo de Azcárate,
Eugenio Montero Rioz, Segismundo Moret y un largo etcétera de profesores que se
unieron a la protesta y fueron destituidos. La defensa de las tres libertades
que debían presidir a su juicio la instrucción española, conduciría a los
“textos vivos” a la separación de sus cargos, al destierro y, en algunos casos,
a presidio. Se había planteado la segunda parte de la cuestión universitaria,
pero esta vez con mayor dureza por uno y otro lado.
Desde
su destierro en Lugo, don Nicolás Salmerón escribió en mayo de 1875 a Giner de
los Ríos al penal de Cádiz: “Bien necesitamos pensar en el porvenir esto se
prolonga…” le dice en su carta que
parece contestación a otra de Giner, quien se encontraba dando forma a lo que
iba a ser la Institución Libre de Enseñanza. El 10 de marzo de 1876 se
constituyó la sociedad base de la Institución y el 29 de octubre del mismo año
se abrió el primer curso académico.
De
las vicisitudes que precedieron a la creación de la Institución y de sus pasos
iniciales, nos ofreció en 1973 Antonio Jiménez Landi un amplio y documentado trabajo
en su libro La
Institución Libre de Enseñanza. Los orígenes, primera parte de un estudio
general sobre este tema.
La
libertad de enseñanza, de investigación y de religión, que centraban la filosofía
de la nueva entidad, se enfrentaban, como hemos dicho, con las ideas que sobre
el particular se sostenían desde el poder, todo inmerso en un clima cada vez
más radicalizado, en el que ya la clase obrera había tomado conciencia de su
fuerza. Pero comienza el turno de partidos y en 1881 llega el liberal Sagasta a
la presidencia del gobierno con Albareda en Fomento. La Institución se desenvuelve
con mayor amplitud. Su respuesta al vacío cultural está en marcha; ya pueden
empezar a preparar hombres para una nueva manera de ser.
A
poco de iniciar la Institución su obra, don Francisco Giner, con el noble
sentido de humildad que le acompañó en su larga vida, tiene que reconocer que
han empezado mal, que no se puede partir de la reforma de la universidad como
habían proyectado, si se pretende cambiar la mentalidad española, si se
pretende educar al pueblo en unas normas elementales de convivencia. “La única
labor honrada y posible -escribió don Manuel Bartolomé Cossío años después,
recogiendo la opinión de Giner-, era la formación lenta y cuidadosa de los
hombres de mañana desde su niñez.” Renunciando a la pretensión inicial, crean una
escuela para niños de ambos sexos, en régimen de coeducación, partiendo del
nivel de párvulos, con profesores de formación universitaria. A partir de este
momento van proyectando su labor en el territorio español, e influyen con sus
consejos en los organismos rectores de la instrucción pública, que llegan a
crear, a lo largo de los años, primero el Museo Pedagógico Nacional, en 1883,
del que es nombrado director Manuel Bartolomé Cossío, y el Instituto de
Reformas Sociales; en 1907 la Junta para Ampliación de Estudios e
Investigaciones Científicas; en 1910 el Centro de Estudios Históricos y la
Residencia de Estudiantes; en 19l8, el Instituto-Escuela y en 1931 las Misiones
Pedagógicas, que llenarían de gozo los últimos años del anciano Cossío.
En
palabras de Tuñón Lara, “el institucionismo había sido, en los años sagastinos
y canovistas de la Restauración, una practica intelectual -más que una
doctrina- que daba prioridad a la educación, que equivalía a liberalismo en
política, a reformismo en lo social y a una nueva estimativa de la vida intelectual."”
Para
redondear este forzado esquema con el que he intentado presentar ante ustedes los
orígenes y las razones de ser de la Institución, y antes de adentrarnos en los
comentarios sobre su proyección en Cantabria, vamos a cerrarlo con su final
legal y para ello creo que nada mejor que recurrir a la bibliografía de la época
en que se produjo, en la que encontraremos muy parecidos argumentos contra los
que se tuvo que debatir en los años de su creación y algunas otras interpretaciones
del momento en que tuvieron lugar.
El
10 de diciembre de 1936, la Comisión de Cultura y Enseñanza del gobierno de
Burgos, publicó una Circular en la que entre otras cosas peregrinas decía: “…
los individuos que integran estas hordas revolucionarias -y no creo preciso señalar
a que hordas se referían-, cuyos desmanes tanto espanto causan, son sencillamente
los hijos espirituales de catedráticos y profesores que, a través de
instituciones como la llamada Libre de Enseñanza forjaron generaciones
incrédulas y anarquistas…” En el mismo escrito se propone que se les separe inexorablemente
de las funciones magistrales que ejercían. Después de esta circular se publican
dos 1ibros en los que se retorció hasta lo inverosímil la realidad de la
Institución: en 1937, el titulado Los intelectuales y la tragedia española,
del doctor Suñer, en el que se llega a asegurar que “los intelectuales son los
máximos responsables de todo lo que esta sucediendo en España” y que entre los
adeptos a la Institución estaban los principales agentes revolucionarios. En
1940, ve la luz el otro libro a que me refiero: Una poderosa fuerza secreta.
La Institución Libre de Enseñanza, obra colectiva, publicada en San
Sebastián como la anterior. Creo que nunca se han utilizado las prensas de
imprimir con peor intención que en este libro y, lo que es más triste para
nosotros, a costa de manipular descaradamente los textos de don Marcelino Menéndez
Pelayo. Aparte de este empleo dado a los escritos de don Marcelino, sobre lo
que volveré más adelante, me parece suficiente, para dar una idea de su
contenido recoger la frase con que comienza el libro. Dice así: “A la revolución
roja, el socialismo le ha dado las masas y la Institución Libre de Enseñanza le
ha dado los Jefes.” tratando de reforzar su efecto ante el lector para darle aires
de verosimilitud con la indicación de que la frase procede del periódico El
Socialista sin ofrecer más referencia de publicación que la del año 1931.
Se trataba de emplear todos los medios para desprestigiar la Institución ante
los ojos de los españoles.
Termino
esta parte con una opinión del profesor José Luis López Aranguren: “La
Institución Libre de Enseñanza -escribió Aranguren- es un modelo de moral de
grupo en la España moderna.”, frase que glosa así: “La austeridad de vida -en
estos tiempos de consumismo-, la entrega total a la vocación -en estos tiempos
de dispersión y frivolidad-, y e1 puritanismo secularizado- en estos tiempos de
laxismo total-, siguen siendo verdaderamente ejemplares.”
* * *
Para
cumplir con lo previsto en la segunda parte del enunciado de esta conferencia,
veamos ahora de que manera estuvo presente Cantabria en la Institución Libre de
Enseñanza y la Institución en Cantabria.
El
primer aspecto tiene un carácter exclusivamente personal. Ya hemos visto como Menéndez
Pelayo fue figura principal desde los escaños de la oposición en la controversia
con el krausismo. En esta actitud entró no solo la defensa de su fe católica a machamartillo,
sino posiblemente también la formación germánica de su oponente. Piensen que el joven Menéndez Pelayo se jactaba
de no saber alemán; que se sentía ciudadano de Roma y Atenas, con lo que esto
suponía de pasión por el mundo mediterráneo, y que Sanz del Río regresa a España
a tratar de oscurecer este mundo con las nieblas hiperbóreas.
Digamos en un paréntesis que el don Marcelino de la madurez daría un giro total
a esta opinión: no solo aprendió el alemán, sino que al referirse a los
germanos aseguraría que era “una de las razas de Europa mas activas, poética e
inteligente”. En otro escrito llama a Hegel el Aristóteles de nuestro siglo. En
la “advertencia preliminar” a los Heterodoxos, a que me he referido
antes, afirma que Alemania es “en casi todas las ramas de erudición, maestra de
Europa.” No soporta a Sanz del Río, de cuyos escritos dice que son un “galimatías”,
hasta el extremo de hacer opinar a su exegeta Rafael G García de Castro que “si
odió el krausismo fue por sus dotes de maravilloso escritor a quien atemorizaba,
y con razón, el horrendo estilo literario de las versiones krausistas.” Algo
más habría, sin duda, que este puritanismo literario que le atribuye el Vicario
general del obispado da Jaca.
Si
sus diatribas sobre la filosofía alemana trasplantada a España por Sanz del Río
son constantes, entiendo que ante la Institución Libre de Enseñanza su conducta
no fue como se nos ha hecho creer. Su amigo don Juan Valera, con quien está en
constante correspondencia, se ha incorporado al claustro de profesores de la Institución
en el momento de su puesta, en marcha proclamando “que España progrese y tenga pensamiento
propio”, expresión que amplia manifestando que “el pensamiento español no ande
en guerra abierta con las instituciones, con el modo de ser y con el modo de
pensar y de sentir del siglo presente.” Es cierto que después de estas palabras
de Valera, Menéndez Pelayo publica su ataque al krausismo en la última parte de
su Historia de los heterodoxos españoles, pero no es menos cierto que en
este ataque que está fechado en 1882, cuando la Institución lleva ya seis años
de existencia, no se lee la más mínima frase contra ella. Solo aparece escrito
el nombre de esta entidad en dos ocasiones: una, al hablar de don Francisco
Giner de los Ríos, a quien llama “alma de la Institución Libre de Enseñanza”,
reconociéndole como hombre honradísimo, no sin tildarle de sectario convencido
y de buena fe; y otra, al aludir a don Francisco de Paula Canalejas, cuando
escribe: “La Institución Libre de Enseñanza ultimo refugio y atrincheramiento
de los pocos ortodoxos del armonismo que aun quedan, entre los cuales a duras penas
mantiene Giner de los Ríos una sombra de disciplina, hace alardes de enseñar ciencia
pura, con absoluta exclusión de toda idea religiosa; empeño no menos absurdo, o
ardid para deslumbrar a los incautos. Esto es todo lo que he encontrado en el
capítulo VII de los Heterodoxos sobre la Institución. Don Alberto
Jiménez Frau comenta en su Historia de la Universidad Española que
“quizás también causas locales influyeron en la gestación de este ataque: la
pedantesca tutela de Giner; como Menéndez Pelayo la llamaba, sobre un grupo de
hidalgos montañeses, los González de Linares y Cossío sobre todo.” Estas palabras de Jiménez Frau y las del
propio don Marcelino al inculpar a Giner de pedantesca tutela, nos podrían
llevar a pensar que hay un fondo de celos en su postura. Y puede ser que no
esté del todo equivocada esta suposición si tenemos en cuenta la brillante
juventud del sabio montañés y la conciencia de su propia valía, lo que podría llevarle
involuntariamente a un caudillismo intelectual. Pero sea cual fuere el
pensamiento de Menéndez Pelayo
en aquellos años sobre esta cuestión, no es honesto tergiversarlo para elevarle
al pódium como paladín de la lucha contra la Institución Libre de Enseñanza,
como se hizo en el libro que he citado hace unos momentos, en el que la
manipulación es descarada y torpe. En la página inicial aparecen dos citas de Menéndez
Pelayo, tomadas de Historia de los Heterodoxos Españoles que están
encabezadas con el título de “La Institución Libre de Enseñanza”. Pues bien,
estos dos párrafos escogidos para presentarla como enemigo declarado de la
Institución, se refieren única y exclusivamente al krausismo. Todo el texto de
Fernando Martín-Sánchez Julia, que ocupa la mayor parte del libro, es una
continua referencia a expresiones de don Marcelino alusivas al krausismo que el
auto atribuye gratuitamente a la Institución, en las que se apoya, por ejemplo,
para escribir frases como esta: “Frente a frente Menéndez Pelayo y la
Institución Libre de Enseñanza; adversarios por toda la vida del insigne
polígrafo y enemigos de muerte.” Para llegar concretamente a esta conclusión, se
vale también de una carta de Menéndez Pelayo a sus padres en la que se queja de
las clases que imparte Salmerón, carta fechada en 1874, cuando aún no existía
la Institución.
En
una conferencia pronunciada por José María de Cossío en los Cursos de Verano de
Jaca, en 1941, dijo lo siguiente: -referido a don Marcelino- “… matices
de su pensamiento pueden ser y han sido subrayados con cálculo, y se ha tratado
de convertir al español más humano y de pensamiento más idóneo para constituir
el lazo de unión de todas las disconformidades españolas, en guerrillero tosco
y agresivo al servicio de un sector reducido de intérpretes de la tradición o
el españolismo.”
Don
Miguel Artigas, profundo conocedor de la vida y la obra de don Marcelino, fue
también colaborador en este libro, pero sus páginas conservan la serenidad,
hasta donde es posible en unas circunstancias como las que concurrían en la
época en que se publicó. Al hablar de Giner dice que en sus manos el “krausismo
dejó su férula de fríos conceptos y salió a más ancho y ameno campo: la
estética, la difusión de la cultura, la pedagogía y la sociología…” Artigas está ya refiriéndose a Giner y a la
Institución. “Sería injusto decir que todos eran malos y equivocados”, es otra de
sus frases. Y en ninguna línea aparece aludido Menéndez Pelayo como oponente a
la Institución, a pesar de que su nombre se repite con frecuencia.
Cuando
su amigo don Augusto González de Linares se siente agobiado con las
dificultades que encuentra en el intento de llevar adelante la Estación de
Biología Marítima de Santander, no vacila don Marcelino en echarle una mano. El
conocimiento de que se trata de una obra de la Institución no es impedimento,
ni tampoco el primer párrafo de la carta que le escribe Linares: “Me alarman
desde ahí –le dice refiriéndose a Madrid donde está residiendo Marcelino- con
la amenaza de Isasa de echar abajo cuanto huele a Institución y krausismo.” Si Menéndez
Pelayo hubiera sido el irreconciliable enemigo de la Institución que se ha
pretendido, González de Linares lo hubiera sabido y no habría sido tan inocente
como para encabezar así su carta. Y en la que como consecuencia de ésta
Menéndez Pelayo dirige a Cánovas recomendando el problema de Linares, tampoco
vacila en citar a la Institución con estas palabras tan significativas: “Mi
amigo don Augusto G. de Linares, que es o ha sido krausista y catedrático de la
Institución Libre...” ¡Es o ha sido, no le importa! Al final de los apéndices
de su obra La Ciencia Española hace un nuevo elogio de la obra de
Linares: “La Facultad de Ciencias -dice-, tal y como yo la concibo, debe tener
carácter esporádico, fundándose particulares centros de Enseñanza… Ya en el
Laboratorio de Biología Marítima de Santander tenemos un notable ensayo de
ello.” Nota fecha da en 1894; han transcurrido pues, ocho años desde la
creación de la Institución.
En
una conferencia pronunciada por Luis Araquistáin en Berlín, publicada después
en el Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo el año 1933, existe un párrafo
referido a don Marcelino que a mi juicio es sumamente sugerente. Decía
Araquistáin: “En su alma de católico declarado había un hondo misterio,
insinuado en la pasión que ponía por comprender las doctrinas más heterodoxas,
como si su espíritu quisiera romper los muros en que estaba encarcelado por la educación
y por herencia histórica.”
* * *
En
el aspecto que he llamado de presencia personal de Cantabria en la Institución
Libre de Enseñanza, hemos de volver sobre la figura de Augusto González de
Linares, a quien encontramos involucrado en la cuestión universitaria: en 1865,
siendo aún alumno de don Julián Sanz del Río, y en 1875, de catedrático en Santiago
de Compostela, cargo del que fue depuesto y posteriormente encarcelado por
breves días en el castillo de San Antón, de La Coruña. Puesto en libertad, busca
refugio en su casa natal de Valle de Cabuérniga, a la que acudiría también
Giner en ese mismo año 1875, después de su liberación del penal de Cádiz, a
cuya casa se acogería después en numerosas ocasiones. En una de estas visitas
de Don Francisco a Valle de Cabuérniga, se produce el encuentro entre Giner y
don Manuel Bartolomé Cossío, su más ferviente admirador, viejo alumno e
inteligente continuador de la obra de la Institución, que se encontraba
hospedado en la Casona de Tudanca, hogar solariego de la familia. Si no hubiera
sido suficiente con la presencia de Linares para encontrar motivos de
vinculación de Cantabria a la Institución, este encuentro de las dos máximas
figuras en nuestra tierra, lo hubiera más que justificado, pues en la casa de
los Linares se discutieron y se dieron forma a diversos aspectos de lo que fue
definitivamente la Institución Libre de Enseñanza.
Don
Manuel Bartolomé Cossío descendía en línea directa, por parte materna de don
Miguel de Cossío, con solar a orillas del Nansa, y un hermano de su madre, don
Francisco de Cossío, caso con dona Dolores de la Cuesta, heredera de la Casona de Tudanca. Estas relaciones
familiares dieron lugar a que don Manuel pasase algunas de sus vacaciones estivales
en Cantabria, con frecuencia en casa de unos hermanos de su madre, en Comillas,
estancias que alternaba con otras en Tudanca. En la historia primera de la
Institución nos encontraremos estas familias de Cantabria que por entronques
sucesivos o colaterales, emparentaron a los Cossío, a los Cuesta, a los Arenal
y a los Monasterio. Don Augusto González de Linares aparece unido a los
primeros pasos de la Institución en una nota publicada en El Imparcial
de Madrid del 24 de mayo de 1875, en la que se da cuenta de la idea de crear
una universidad Libre, para lo que se ha elegido una Junta Organizadora en la
que figura incluido Linares, quien después sería secretario de la sociedad
constituida como siguiente paso, y ocupa más tarde los cargos de consiliario y
miembro de la Junta Facultativa de la Institución. En la relación de
accionistas que integraban la sociedad, todavía podemos encontrar más nombres
de personas residentes en Santander, como los de Gervasio González de Linares,
hermano de Augusto, Pascal Amat, José María Herrán Valdivielso y el Marqués de
Huidobro.
* * *
Pero
vayamos ya a la presencia de la Institución en Cantabria, que no se limitó a la
influencia de sus ideas en los centros de instrucción publica, sino que también
se concreto en hechos físicos.
El
más sobresaliente de estos fue la instalación en Santander de la Estación de
Biología Marítima, obra muy personal de Augusto González de Linares, que contó para
ello con el apoyo y la influencia que habían conseguido los hombres de la Institución
en los medios oficiales. Institucionista principal él mismo, logra en 1886 la
creación del Laboratorio de Biología Marítima. En el libro de Benito Madariaga Augusto
González de Linares y el estudio del mar, se ofrece una amplia descripción
de las dificultades que tuvo que vencer para concretar su proyecto. Por fin, en
1889 se traslada a Santander con el material base que había recogido para las
instalaciones del laboratorio, que hasta 1907 no queda emplazado en lugar propio, en el
muelle de Gamazo, después de una dolorosa y larga peregrinación por diversos
pisos de la ciudad y, como siempre, o como casi siempre, cuando ya su creador
había muerto.
Pero
donde podemos encontrar la más popular presencia de la Institución en Cantabria
es en las Colonias de Vacaciones. Su origen está en una decisión tomada por el
Museo Pedagógico Nacional, de Madrid, en 1887,
que crea la obra de las Colonias Escolares. Al frente de este Museo,
como ya hemos recordado, esta don Manuel Bartolomé Cossío, por lo que la
radicación de las Colonias en San Vicente de la Barquera encuentra fácil
explicación para nosotros. Ya hemos visto como las cuencas del Nansa y del
Saja, con salidas naturales al mar por Comillas y San Vicente de La Barquera,
eran lugar de descanso para algunos institucionistas.
Las
colonias organizadas por el Museo Pedagógico se instalaron inicialmente en una
casa de la calle por la que se accede a la Iglesia parroquial. La institución
envió sus primeros expedicionarios a estas residencias del Museo, a quien
alquilaban sus inmuebles en las fechas del verano en que estos no las ocupaban.
En 1892 fue fundada la Corporación de Antiguos Alumnos de la Institución y de
ella surgió la idea de crear una colonia propia. Empezaron en Miraflores de la
Sierra en 1894, pero no satisfizo a los organizadores, que se decidieron
definitivamente por establecerlas en zona marítima, volviendo a utilizar las
del Museo Pedagógico. En 1903 una donación de don Manuel Rodríguez Arzuaga y de
LA señora viuda de Mata, les permitió edificar una casa propia sobre la playa
del Merón, que inauguraron en 1904. Nuevos donativos fueron empleados en la
mejora del local y construcción de otros pabellones para comedor y cocina. Desde
la playa de San Vicente de la Barquera todavía se pueden ver hoy las ruinas de estas
edificaciones.
La
vida de los niños en las colonias y la de los profesores que los acompañaban
estaba inspirada en las líneas pedagógicas e higiénicas propugnadas por la Institución
“todo ello -escribiría Gonzalo Jiménez de la Espada-, sobre un fondo de convivencia
educadora, intima y cordial, hora por hora, de profesores y colonos.”
En
uno de los Boletines que editaba la Institución, se detallan muy prolijamente las
normas de trabajo y asueto: “No deben de exceder de cuatro -dicen-, las horas diarias
de trabajo intelectual; se recomienda además que se llenen todas las
horas… y no estar jamás ociosos… la práctica de trabajos manuales, según
las facilidades de cada uno, así como el juego corporal organizado al aire
libre, las grandes caminatas… la natación… y todo cuanto contribuya a la salud
y al desarrollo físico.” Téngase en cuenta que todo esto, que hoy nos parece
obvio en una pedagogía moderna, está dispuesto hace más de ochenta años.
Recientemente
publicaron un artículo Laura de los Ríos y Elvira Ontañón, antiguas alumnas de
la Institución y de las Colonia, en el que escribieron: “Las colonias se
idearon, en primer lugar, buscando el fortalecimiento físico de los niños y al
mismo tiempo, para desarrollar unos principios educativos renovadores” principios
que fijan en su articulo como encaminados sobre todo “al descubrimiento o a la
puesta en práctica, de unos valores ignorados u olvidados”, como “la
convivencia afectuosa, el respeto humano, el cuidado de los modales, el goce de
la naturaleza, del arte, etc.” El sentido pedagógico de la Institución fue una
de sus razones más importantes de existencia.
Estas
estancias de los alumnos de las escuelas de la Institución en San Vicente de la
Barquera, se produjeron ininterrumpidamente hasta 1936 y fueron motivo para que
numerosas familias madrileñas vinculadas a la Institución escogieran San Vicente
como su lugar de veraneo. A don Joaquín Sama, uno de los profesores de las
colonias debemos el descubrimiento, con un grupo de alumnos, de la iglesia de
Santa María de Lebeña que había permanecido ignorada hasta entonces en las
angostura de la garganta de La Hermida.
Otra
proyección de la Institución en Santander podemos encontrarla en la Universidad
Internacional de Verano, creada en 1932 por el institucionista Fernando de los Ríos.
En el libro que he comentado (Una poderosa fuerza secreta) escribe el
catedrático don Domingo Miral que la Universidad de Verano de Santander fue
creada por la Institución Libre de Enseñanza en oposición a la de Jaca, a la
que presenta con un marcado carácter católico contra el que pretendía ir la de
Santander. “El palacio de la Magdalena -escribe Miral- se convirtió en un
magnífico escenario en donde exhibían sus vanidades los prohombres de la Institución
y sus afines extranjeros y en donde se daban pingües honorarios que facilitaban
cómodos y fastuosos veraneos”, comentando a continuación que esta misma
opulencia fue la causa de su muerte. “Crece la oferta de los maestros
-insiste-, en la misma proporción en que aumenta la ausencia de oyentes… Los alumnos
que entraban en las aulas por la puerta, salía por las ventanas para no
ahogarse en aquel mar de sabiduría.”
Todos
los que nos hemos venido interesando por los problemas culturales de Cantabria,
sabemos la altura intelectual alcanzada por la Universidad Internacional de
Verano, por lo que no considero preciso recurrir a fatigosas estadísticas y
otras demostraciones similares para negar rotundamente las palabras que anteceden.
La Institución Libre de Enseñanza había llevado sus actividades hasta la
Universidad de Oviedo, en la primera experiencia de extensión universitaria que
se conoció en nuestro país. No es de extrañar que los hombres de la
Institución, (algunos asiduos visitantes de Cantabria, como el propio Fernando
de los Ríos) no vacilaran en escoger Santander y este maravilloso lugar de la
Magdalena, al pensar en la creación de una Universidad de Verano, sin necesidad
de plantearse el problema de su justificación como oposición a la de Jaca.
Resultaba, además, una compensación a nuestra falta de centros para estudios
superiores.
A
la Institución se la ha tildado de elitista, como se la ha tildado de tantas cosas
que realmente no fue. Lo cierto es que siempre se mantuvo abierta a cuantos de
alguna manera mostraron interés por su espíritu y por sus métodos. La conciencia
de lo excepcional de su esfuerzo,
en la España que les tocó vivir, quizás llegó a crear en ellos un espíritu de
clase. “Eran gentes selectas -me comentó en una carta Antonio Jiménez Landi-,
pero no propiamente elitistas.” Habían elegido el camino que podía salvar la
cultura del país y, como consecuencia, nos podría poner en condiciones para
nuestra incorporación a la cultura europea, de la que tan alejados habíamos
quedado. En el Boletín de la Institución correspondiente al 15 de junio de
1890, se puede leer: “La reforma de nuestra educación nacional, obra lentísima,
si fuera de España camina paso a paso, sujeta a laboriosas crisis, marcha entre
nosotros con bastante mayor lentitud; pero en ella nos cabe la honra de haber
iniciado ciertos derroteros, una nueva orientación, procedimientos antes o
desconocidos o desdeñados aquí.”
Era
deseo de la Institución que, poco a poco, sus resultados fueran calando en los
niveles más bajos del pueblo. No podemos olvidar que el Patronato de Misiones
Pedagógicas, creado por el gobierno de la Republica siendo ministro de
Instrucción Pública Marcelino Domingo, fue una consecuencia inmediata e inteligente
de los hombres de la Institución, y ya conocemos la labor pretendida por estas
Misiones, que fue truncada, apenas iniciada, por La guerra civil.
Confiemos
en que los propósitos de la Fundación Giner de los Ríos, silenciados por
decreto en mayo de 1940, como dije al principio, sean pronto una fecunda
realidad.
Leído
en el Primer Seminario sobre La Cuestión Regional en la Universidad Internacional
Menéndez Pelayo
15
de julio de 1980