Ángel Izquierdo
Exposición en la sala Velázquez
No es mi intención, al escribir estas líneas, hablar de la pintura de Ángel Izquierdo; sobre todo porque creo que de la pintura no es preciso hablar: o canta por si sola, o no es pintura en la acepción que nosotros la damos. Entonces, ¿por qué escribirlas?
Nada más que para decirle al visitante que deje a la puerta el posible espejo orteguiano, pulido y perfectamente plano, o el bisturí del crítico, que ya vendrán estos después, debidamente armados, para hacer la vivisección de las telas y escudriñar en sus más intimas entrañas.
Nosotros, visitantes nada más, utilicemos solamente la retina y ese lugar recóndito del cerebro humano que comunica directamente con el corazón, a donde van a alojarse las sensaciones más hermosas. Ese mismo lugar en el que se depositan líricamente las emociones del paseo por un bosque en el otoño, cuando el ruido de las hojas que pisamos se une al perfume dorado que la luz levanta en todas las cosas. Dejemos que las pinturas de izquierdo cumplan ese fin humilde y superior al mismo tiempo, de arrancar sonidos a nuestro espíritu. Visitemos la exposición con mentalidad de médico de cabecera a la antigua usanza y hagamos el diagnóstico midiendo con la vara de lo humano, que tantos éxitos cosechó siempre. Dejemos las técnicas y los valores plásticos -que son muchos- para los especialistas. Nosotros limitemos nuestros pasos a ver la obra de un hombre, con toda la grandeza y servidumbre que hay en ello. Entremos a tomar parte en los juegos de sus personajes o a morar, por lo menos unos momentos, en las casas de sus paisajes; casas apiñadas, como rebaños defendiéndose del entorno; casas con vida dentro, con humo en las chimeneas... Dejemos a la puerta el ángel del trío espejo o del bisturí acerado, para entrar de la mano del ángel apasionado, del ángel ardiente, de ojos y corazón muy abiertos.
Ya vendrá quien nos hable de resonancias de Picasso, de Juan Gris, de Vázquez Díaz. Nosotros limitemos nuestra visita a dejarnos inundar por la emoción de lo que estamos viendo, que es la obra de un hombre sencillo, que pinta con devoción cosas admirables; que sabe, con humildad, que está haciendo camino al pintar.
Publicado en:
Catálogo de la exposición en la Sala Velázquez de Santander, marzo de 1975
Incluido en el libro: Torrelavega. Érase una vez el arte… los artistas y el mundo que les rodea. Editado por el Ayuntamiento de Torrelavega 1999
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