Hoy 104 aniversario del nacimiento de Aurelio García Cantalapiedra
TORRELAVEGA: SIGLO XIX
El título con que esta anunciada mi intervención en este Curso acota debidamente en el tiempo la época de que quiero hablar, pero dado el carácter histórico de las notas que voy a leerles, me veré obligado a iniciarlas algunos años antes para que podamos entrar en ellas con una base que nos permita hacerlo con mayor comodidad. Algunos hechos y situaciones de los primeros años del siglo XIX, no se comprenderían sin esta cala en el siglo anterior, pues cuando se aborda la historia de una centuria, aún cuando no sea más que con un carácter de divulgación, hay que tener en cuenta, como decía el doctor Marañón que “el comienzo y el fin de los cien años son fechas arbitrarias…” con lo que quería decir el ilustre doctor que no podemos pedir a la historia que se atenga a nuestro calendario.
Vaya por delante la opinión de que hemos de considerar el siglo XIX, sobre todo a partir de su mitad, hacia el año 1850, como la época en que Torrelavega inicia su despegue urbanístico y social; podemos decir que nuestro pueblo sienta entonces las bases de su evolución hacia la modernidad. Evolución que, como veremos, había tenido unos principios esperanzadores en la última mitad del siglo anterior, que se vieron truncadas por las luchas a que dio lugar la invasión de España por las fuerzas francesas.
Cuando en 1753 se construyó el primer camino, muy rudimentario, de Santander a Reinosa, empezaron a abrirse para Cantabria en general y para Torrelavega muy en particular, las puertas de un incipiente desarrollo lleno de posibilidades. Tengan en cuenta que hasta ese momento nuestra provincia carecía de comunicaciones adecuadas con el resto de la península, con la que no tenía más medio de relación que el que permitía la vía marítima. Después, cuando esta ruta de penetración hacia Castilla fue acondicionada en 1978 para e1 transito rodado, el tráfico del trigo castellano hacia los puertos de nuestra costa sufre un fuerte incremento. Y es alrededor de esa fecha el momento en que se implanta la importante industria harinera en la cuenca del Besaya, con unas consecuencias económicas de las que Torrelavega se iba a beneficiar de manera principal por su situación privilegiada sobre este camino y por su proximidad a los puertos de embarque.
Nuestra villa había permanecido hasta entonces marginada de las rutas que partían de Santander, ya que la que se dirigía hacia el occidente de la provincia buscando la región asturiana, se orientaba desde la capital hacia Santillana del Mar atravesando el Pas por el barco de Mogro y la ría de San Martín de la Arena por Santo Domingo, siguiendo por Cortiguera. Otro camino utilizado hasta esos años, en la misma dirección, pasaba el Pas por el puente de Arce y por la barca de Barreda continuaba a Santillana. El que llevaba al valle de Buelna tomaba inicialmente la misma ruta y por Puente San Miguel y Cartes se adentraba aguas arriba del Besaya. El acondicionamiento del paso carretero a Reinosa fue pues decisivo para la villa de Torrelavega, que quedaba así situada en la fundamental expansión comercial terrestre de la provincia, situación que terminaría por considerarse excepcional cuando en los primeros años del siglo XIX quedó abierto el que uniría Asturias con Vizcaya, que se cruzaban aquí con el llamado “camino de las barinas”. Así, no es de extrañar que cuando Dionisio Ridruejo escribió hace relativamente pocos años su deliciosa guía sobre Castilla, pudiera afirma que “Hoy en Torrelavega se cruzan todos los caminos.”
El prometedor empuje industrial que se produjo en este valle de Torrelavega en el último tercio del siglo XVIII se concreta en 1779 con la instalación en Campuzano de una industria harinera y un importante curtido; por otra parte, los Duques del Infantado construyeron en 1793 una fábrica textil en el margen derecho del río Besaya, próximo a la confluencia con el Saja, en Torres, y en esos mismos años finales del siglo se interesan por las explotaciones mineras de carbón en el monte Dobra. Para completar este resumen del panorama industrial, que sin duda tuvo que influir decisivamente en la economía del valle, añadan el interés que estaban adquiriendo las ferrerías y los alfares establecidos en Viérnoles, así como el detalle de que el puerto de Requejada absorbía un porcentaje grande de los embarques que salían fuera de la provincia.
Como consecuencia de la riqueza que reporta este movimiento industrial se produce el auge de la actividad mercantil, que se concreta en los mercados semanales concedidos a la villa por una Real Orden de 1 de setiembre de1767, pero que no llegan a su puesta en practica efectiva hasta el 4 de julio de 1799, día éste en que tuvo lugar la celebración del primero, después de laboriosas gestiones para llegar a un acuerdo con los doce pueblos que constituían el mayordomo del Infantado y los seis de la del Onor de Miengo.
El lugar de la Vega había sido hasta esta etapa de inicial industrialización, únicamente un concejo agrario, con un censo de l50 vecinos en 1780. A pesar del apoyo sostenido e interesado de la casa del Infantado, la villa no había podido competir con las localidades próximas de Cartes y Santillana del Mar. El mijo, el maíz, la vid y el lino, además de las huertas con legumbres y hortalizas y los arbolados de castaños y manzanas, eran la base de la riqueza agraria, a los que se unirían más tarde las patatas y las alubias. El ganado, en estos tiempos a que me vengo refiriendo de finales del siglo XVIII, estaba al servicio de la agricultura y no llegaba a constituir una riqueza propia como ocurre en nuestros días.
Ya he dicho como este prometedor despegue industrial se iba a malograr con la invasión de las tropas francesas, que causaron la destrucción de algunas de las instalaciones fabriles, como la textil de los Duque del Infantado. Desde 1808 hasta 1812, la villa de Torrelavega se vio afectada por la presencia, en nuestro suelo, de un contingente del ejército de Napoleón. Aquella vida sosegada, de relativa abundancia, que se movía al ritmo marcado por las industrias y los mercados de las tres plazas, alterada ocasionalmente por el paso de los fuertes cargamentos de harinas que se dirigían a los puertos de Requejada y Santander, o cuando aparecían los carruajes de los “entradores” oficiales con vinos y aguardientes, fue sacudida de repente. Sobre este pueblo, ajeno prácticamente a los aconteceres del mundo, cayó un día de finales de junio de 1808 las primeras tropas francesas al mando del general Merle. Para mayor desgracia, la feliz situación geográfica de la villa, en el corazón de la provincia, decidió meses más tarde al general francés Bonet a establecer aquí su cuartel general, con lo que aumentó el número de fuerzas acuarteladas y con ello la depauperación progresiva de la ya dolida economía. Los mercados continuaron celebrándose y en cierta manera enriquecidos por el mayor número de potenciales compradores, lo que dio lugar a que la especulación se disparara, amenazados de escasez no solo por la mayor demanda, sino también por la menor oferta que estaba generándose provocada por la retracción de los agricultores que veían mermada su producción por las requisas de los soldados franceses. Por otra parte, el almacenamiento de víveres y la concentración que suponía la reunión aquí de un buen número de las tropas invasoras de la provincia, hacía de la villa una codiciada presa para los ataques de las guerrilla cántabras en su lucha contra el invasor.
Hasta el verano de 1812 no se vio Torrelavega libre de los franceses, pero las consecuencias económicas de la ocupación durarían todavía algunos años más, pues era preciso contribuir a la recuperación general del país y al mismo tiempo al sostenimiento de la Milicia Nacional hasta su disolución en 1857.
En los años anteriores próximos a 1850, la situación se va estabilizando y el valle no es ajeno a un nuevo resurgir industrial y comercial de la región, en el que desdichadamente se había perdido cincuenta años. Los mercados se consolidan y los establecimientos comerciales proliferan alrededor de ellos. En la Plaza Mayor se levantan nuevos edificios que en escritos de la época se les califica de “modernos” y en los bajos se alojan los pasiegos con sus tiendas de quincalla y paños.
* * *
Creo que merece la pena que nos detengamos en estos años a caballo de la mitad del siglo XIX, porque en ellos, como dije al principio, está localizada la iniciación de la prosperidad económica de la villa y su desarrollo urbano, sobre los cuales se asentaría en el último tercio del siglo la evolución cultural y espiritual de sus vecinos.
Como ha ocurrido en todas las ocasiones a lo largo de nuestra corta historia, tan corta que como dijo el periodista Víctor de la Serna se podía escribir al dorso de un sobre, habría de ser la situación geográfica la causa de esta prosperidad; situación que dio lugar, por ejemplo, a que el trazado del ferrocarril llamado de Isabel II, o de Alar del Rey a Santander, cruzara el valle, con unas consecuencias que no es preciso comentar. Los trabajos de esta línea férrea se iniciaron el año 1852, pasando el primer tren por Torrelavega el 23 de octubre de 1858, que venía de los Corrales de Buelna con seis mil arrobas de harina destinadas al puerto de Santander.
Un cronista que recorre la provincia en l850 y que recoge sus impresiones en la publicación titulada Semanario Pintoresco Español, ve así nuestra villa. “Torrelavega -dice- destaca desde lejos su torre del señor Duque del Infantado, la que se eleva sobre toda la población y en medio de la gran llanura que la circunda.” Y a continuación escribe: “Lo que más realce da a Torrelavega es la campiña extensa que llaman la Mies, por cuyo recinto cruzan y serpentean los ríos Saja y Besaya; en ella se levantan las fábricas de harinas de los señores de Hornedo; contigua a ella hay una cascada artificial…; próxima está también otra fabrica, del señor Duque del Infantado; en otro tiempo trabajó en tejidos; ahora está parada e inutilizada desde la guerra de la Independencia, en la que sufrió estragos…” El autor de estas notas acusa también la necesidad de reformas y mejorar en las callea, sobre todo en la Plaza Mayor, de la que dice “cuyas prominencias y mal colocados guijarros privan de instalar allí el paseo”, acusando la falta de una Iglesia parroquial “puesto que la que sirve para celebrar la misa y demás solemnidades -son palabras suyas-, es una capilla del palacio del Duque del Infantado que, aparte de ser poco decente está amenazando desmoronarse en un día de tormenta”, añadiendo que es notable la falta de una casa ayuntamiento.
La vida de la villa en estos años centrales del siglo, es eminentemente rural, a pesar de contar con esas industrias harineras y algún curtido de que he hecho mención. Todo discurría alrededor de los mercados, añadamos como dato curioso, que en 1844 estaba iluminada por tres faroles, cuyo encendido y mantenimiento de aceite y mechas estaba encomendado a un convecino; y que en 1859, se ve obligado el Ayuntamiento a recordar a todos la necesidad de que no dejen circular libremente por las calles al ganado de cerda y que las caballerías sean llevadas de la mano en sus desplazamientos a los abrevaderos.
Otro testimonio interesante de aquellos años, es el Diccionario Geográfico e Histórico de don Pascual Madoz, publicado en 1843, en el que se lee que Torrelavega tenía entonces 9 almacenes de tiendas de telas, 2 de géneros catalanes, 4 de quincalla, 7 de comestibles, 8 tabernas, 2 sombrererías y 3 confiterías, y añade. “Todos los jueves se celebra mercado de granos en la plaza de la Iglesia; de ganado de cerda en la Quebrantada y de teda clase de artículos de necesidad y de lujo en la Plaza Mayor, el de ganado vacuno tiene lugar cada l5 días junto al Campo Sato” y al hablar del clima de que disfrutaban nuestros antepasados comenta que predominaban los vientos llamados del noroeste y dice “por lo que son frecuentes los catarros”. Las ferias de ganado en La Llama a que alude, habían sido autorizadas por una Real Orden del 8 de octubre de l844, celebrándose la primera el l4 de noviembre siguiente.
La villa que vieron don Pascual Madoz y el cronista del Semanario Pintoresco Español, quedó reflejada gráficamente en el plano que levantó en 1852 don Hilarión Ruiz Amado, en el que nos han quedado recogidos nombres tan evocadores de nuestro pasado como el de la Plaza del Cantón, la Plazuela de la Ribera, las calles de las Herrerías, del Rincón, de los Tudescos, de los Churros, de las Viñas, del Pozo de las Anguilas; el callejón de “Sal, si puedes”, y las fuente del Pradejón del Rey, todos ellos desaparecidos. (¿en el polígono del zapatón?)
Los ríos, tanto el Saja y el Besaya, como sus afluentes locales, constituían una buena fuente de riqueza, pues proporcionaban salmones, truchas y anguilas. Estas últimas, y lo cito como dato curioso, eran abundantes en el río Sorravides, a su paso por Sierrapando. Pero si por un lado estos ríos aportaban tan estimable contribución a la economía de la comarca, también causaban en ocasiones graves perjuicios con las inundaciones provocadas por sus crecidas, o “arriadas” como las llamaban entonces los vecinos. El 2 de junio de l844, en pleno verano pues, se desbordó el río de la Cárcel, el Sorravides, causando grandes daños en las calles y casas de la villa. En otra “arriada” de 1846, el Besaya se llevó el puente de Torres, a pesar de que a finales de 1842 había realizado importantes obras de defensa de sus instalaciones don Antolín de Hornedo, propietario de la fabrica de harinas de Torres. Obras en las que podemos encontrar el origen del nombre de los campos de deportes actual, pues se las conocía aquellos años con el nombre de “obras del malecón”, ya que se trataba de la construcción de un malecón defensivo en aquella zona. La de l844 que he citado, fue de tal magnitud y consecuencias, que dio lugar a que se trasladara a Torrelavega el jefe político de la provincia, con el objeto de estudiar la situación provocada, aprovechando las autoridades locales para plantearle otros problemas apremiantes de los que su enumeración nos permite conocer algo de la situación urbana del pueblo. Se trató en aquella visita de la fortificación y arreglo de los puentes sobre el río Sorravides, del “encañamiento” -así se lee en los documentos de la época-, de las aguas potables, allanamiento y rebaje de las plazas de mercado y sus calles próximas; nuevo edificio para el Ayuntamiento; reedificación de la Iglesia; construcción de un nuevo cementerio, de hacer más transitable el camino llamado de La Montaña hasta enlazar con la carretera general de la Rioja, que pasaba por Vargas.
Merecería la pena profundizar en cada uno de estos capítulos planteados a la autoridad provincial, pues obtendríamos una idea detallada de como era nuestro querido pueblo en esos años de mitad del siglo XIX, pero el tiempo de que disponemos no nos permite hacerlo. Únicamente voy a hablar de algunos de ellos, así como de otros que quedan fuera de esta enumeración de los que poseo referencias.
Se realizaron entonces trabajos de nivelación y total reforma de la Plaza Mayor y de acondicionamiento de las calles Ancha, Mártires y Consolación, con su alcantarillado, se consolidan los muros de la Iglesia parroquial y se restaura el interior, se proyecta el camino a la estación del ferrocarril de Isabel II, hoy calle de Julián Ceballos; son reformadas las fuentes de la Ribera y la del Rey, y hasta se designan y enumeran las plazas, calles y casas de la villa. Es curioso observar como en 1858 se conserva todavía en condiciones de habitabilidad el palacio de los Duques del Infantado y de Osuna, dato que nos lo confirma el que el l2 de junio de ese año se le ofrece el Ayuntamiento al gobernador provincial para establecer en él un destacamento penal, pues cuenta, le dicen “con tres espaciosos cuerpos, cuadras, patios y huertos de tapias que los rodean…”, añadiendo que Torrelavega podía dar trabajos por muchos tiempos a los penados, “empleándolos en las urgentes reformas de calles y en la reparación de las inmediatas vías de comunicación.” En cuanto a la construcción de un nuevo cementerio que se pedía a la autoridad de la provincia, se llevó a efecto en 1855 y fue acondicionado de manera urgente y provisional como consecuencia de la epidemia de cólera que asoló la población en ese año y en el anterior. Este nuevo cementerio se emplazó junto al terreno ocupado por el primitivo, pero separado de él por una tapia. El cementerio primitivo a que aludo, se encontraba situado en el lugar en que hoy está un bloque de nichos y el depósito de cadáveres de nuestro cementerio actual, y fue construido en 1809, siendo este el primero que se habilitó después de prohibirse los enterramientos en la iglesia.
Otros datos de interés habría que consignar para estos años centrales del siglo XIX, como la iniciación de los trabajos por la Real Compañía Asturiana de Minas, en 1853, quienes poco después, desde el mes de julio de 1857 hasta el 30 de noviembre del mismo año ya habían llegado a despachar por el puerto de Requejada 102 barcos cargados con calamina, pero me parece que con lo comentado podemos tener una idea aproximada del importante desarrollo de esos años en los que he insistido por considerarlos de gran interés para el conocimiento de los orígenes de la industria, el comercio y el urbanismo de la villa, que ya en 1855 quedó estructurada administrativamente en su demarcación actual, agrupando el Ayuntamiento los pueblos de Barreda, Campuzano, Duales, Ganzo, La Montaña, Lobio, Sierrapando, Tanos, Torrelavega, Torres y Viérnoles. El año 1842 nuestro ayuntamiento había perdido Cohicillos, que quedó incorporado a Cartes.
***
Veamos ahora cómo esta época que sigue, la que he comentado, va a mostrar una clara diferencia sobre la anterior. En el principio de mis notas dejé ya dicho que tras de esos años a caballo de la mitad del siglo, se produciría el despegue urbanístico y social, en los que se asentarían las base de la modernidad. Podemos insistir ahora, cuando nos vamos adentrando en el último cuarto del siglo, en que estos año son los de la evolución cultural y espiritual de la villa.
Una de las causas de tan importante paso hemos de buscarla en el avance que se produce en las comunicaciones. Las distancias se acortan por una mayor velocidad de los medios de transporte, lo que unido a la aparición de los periódicos originaría una relación más intensa entra los pueblos y sus habitantes. Torrelavega, por su situación geográfica quedaría sometida de manera principal a la influencia del mayor tránsito por los caminos. Aumenta el número de visitantes por nuestras calles y nuevos vecinos se asientan definitivamente en ellas con sus comercios y sus aires nuevos. Se vive en una situación económica acomodada que empuja a los vecinos hacia el futuro con optimismo. Se perfilan entonces los nombres de personas y de algunas familias que constituirían las élites conductoras del lanzamiento a que inexorablemente parece estar abocado el pueblo. Estos nombres que cito a continuación, por si o por sus descendientes, los encontraremos moviendo todos los impulsos que se producirían en este sentido: Tomás y José Fernández Hontoria, Pedro Ruiz Tagle, Ignacio Saro, Isidro Bustamante Terán, Venancio Díaz Bustamante, Francisco González Campuzano, Gregorio Ceballos, José María Ruiz de Villa, Enrique Urbina, Joaquín Hoyos, Manuel Carrera, Gabriel Ruiz Rebolledo, Felipe Ruiz de Salazar, Gabino Herreros Fernández, Julián Ceballos, González Tanago…
Quizás de estos años los que fijen nuestro interés de manera preferente sean los que se centran sobre 1880 y 1890. Así, vemos que en 1873 aparece en la todavía villa el primer periódico con el título de El Porvenir de Torrelavega, que sale en agosto de dicho año, al que seguiría enseguida, en diciembre, El Impulsor. Vean lo significativo de estos títulos, que estaban reflejando en sus cabeceras la pujanza a que me he venido refiriendo. El Porvenir de Torrelavega, El Impulsor, El Progreso, El Fomento... son nombres que están dentro de la moda de esos primeros años del periodismo, pero que no por eso dejan de tener para nosotros un evidente significado. En las colecciones de estos periódicos podemos encontrar nuestra pequeña historia con las noticias que ofrecen sobre la vida local y hasta en los anuncios con que los establecimientos intentan llamar la atención del público.
Precisamente mientras preparaba estas notas para ustedes, tenia a la vista entre otros papeles un ejemplar de El Impulsor que me confirmaba en esta opinión sobre el interés de los anuncios comerciales que nos hablan de la vida de la villa con el calor y la evidencia que reporta el estar reflejando la realidad del día. Así, pude leer que las señoritas María y Emilia Castañeda son excelentes profesoras en su colegio de Nuestra Señora del Carmen, instalado en la calle Consolación; que “se vende o arrienda” la casa que fue del Conde de Udella, “con sus jardines y huerta”, lo que hoy nos hace pensar en la decadencia de esta casa propiedad del General Castañeda, Conde de Udalla, que hemos conocido como antiguo cuartel de la guardia civil; “No hay rostro hermoso sin buena dentadura”, decía en un anuncio el cirujano dentista Cipriano Cayón, que pasaba su consulta en Quebrantada, frente a la fonda de Tiburcio Bilbao. Siguiendo el hilo de estos anuncios encontramos el de la sastrería de Eduardo Herreros, en la calle de la Estrella; el de “Los Chicos”, de Rodrigo y Piñero, frente a la botica de Cacho, en la esquina de Consolación y Argumosa, que ofrecía a su distinguida clientela medias, calcetines y “camisetas y pantalones de punto para señoras”; el taller de Agustín Hevia, ofreciendo braseros dorados al precio de 5 pesetas uno y por docenas a 40 pesetas. En la cochera de Carranza estaba puesta a la venta una “carretela ligera”; Martín destacaba en grandes titulares sus géneros de invierno y otros en su establecimiento del Pasaje de Saro, esquina a la plaza de la Iglesia, mientras que Francisco Teira recordaba a sus clientes que su sastrería y sombrerería estaba frente a la relojería de Arthaud, en la calle Consolación, esquina a la fuente de los 4 caños, insistiendo en el anuncio, para que no hubiera perdida, que estaba instalado en el primer piso.
A esta actividad que les he retratado recogiendo los anuncios de un periódico de la época, deben añadir que en noviembre de 1880 se inauguró el ferrocarril minero de Reocín a Hinojedo; en 1881 se celebran las primeras ferias de Santa María y Santa Isabel y en el mismo año se está construyendo la carretera a Viérnoles. La Iglesia parroquial, que había sido restaurada a mediados del siglo, vuelve a presentar problemas, pues se ha desplomado la torre por dos de sus lados y la bóveda en parte. Si pensamos ahora que era la única iglesia de la villa, podemos darnos cuenta de la preocupación que esto originaría.
En la vida de estos años próximos a 1880 se está reflejando un deseo de modernización, en el que el Ayuntamiento, como corporación, está claramente comprometido y entregado en el empeño. Situaciones que se consideran fuera de estos deseos y de la época que se intenta construir, provoca bandos y ordenes oficiales en los que se acusa que no se ha alcanzado todavía el nivel que se busca. Así, como ejemplo citemos un bando municipal en el que se advierte a los vecinos que no se permite la costumbre de dar de comer a los cerdos en las calles, ni colgar en los balcones ropa de color recién mojada.
Uno de los hechos más transcendentales de estos años, le encontramos en 1881, con la puesta en marcha de una iniciativa que iba a tener como fruto la edificación del Asilo-Hospital para sustituir a la casa de caridad que estaba funcionando en tan precarias condiciones dirigida por las religiosas Siervas de San José. En el mes de enero de ese año el Alcalde convoca a los vecinos más notorios, por iniciativa del párroco don Ceferino Calderón para plantearles el tema; el l2 de junio ya se aprueban las bases por las que se regiría su construcción y el 8 de setiembre se adjudican las obras a Ángel Laguillo, según planos de Carlos Larrañaga. El edificio se construiría sobre una finca de don Ramón de Castañeda y otra de doña Amalia Bustamante, quedando terminadas las obras en 1884.
Si 1881 fue el año del Asilo, el siguiente, 1882 sería el de la iniciación de las gestiones para un nuevo cementerio, que no llegaron a concretarse hasta 1890, después de generosas donaciones de distintos señores de la localidad que habían comprado previamente los terrenos para cedérselos al Ayuntamiento, entre los que encontraremos en primera fila a don Ceferino Calderón.
De los comienzos de la década siguiente, la última del siglo, poseemos una preciosa descripción en el libro de Rodrigo Amador de los Ríos titulado Santander. Copio algunos párrafos de este libro, en el que después de aludir a que el movimiento ascensional de la villa parte de cuando Torrelavega arrancó de Cartes la administración de correos, dice: “De entonces acá, cuan diferente se presenta. !Cómo dan ya razón de su prosperidad en nuestros días los edificios que se dilatan a uno y otro lado de la carretera de Oviedo, convertida en calle de Julián Ceballos, dándole un aspecto señorial y autorizándola! Cómo, con lo regocijado de su atavío proclama sus excelencias y sus ambiciones y patentizando su población nueva, que nada conserva de las añejas galas con que hubieron pretendido engrandecerla sus señores, goza con la libertad omnímoda de que disfruta, y en la posesión de si propia, todas las ventajas y todos los beneficios de la vida moderna.”
Amador de los Ríos se encuentra sorprendido ante el Torrelavega que se ofrece a sus ojos, que ha cambiado de fisonomía en brevísimo plazo de tiempo. En otro párrafo podemos leer: “Recorrida gran extensión de la indicada carretera –se sigue refiriendo a la entrada en Torrelavega por la calle Julián Ceballos-, trocada en espaciosa vía, y bordeada de elegantes construcciones de varios pisos, viene por último a penetrar -[el viajero]- por su extremo, en espaciosa y rectangular plaza, que es la Mayor, con sus cuatro alas de anchurosos y cómodos soportales de cantería… que ofrece hermosa perspectiva y sobre la cual se alzan edificios modernos en mayor número… Allí -continua-, ha establecido el comercio sus reales con preferencia…”
Otra información de primera mano sobre estos años, nos la ofrece una guía editada en 1892, por la que nos podemos enterar, por ejemplo, de que existe un servicio de coches entre Santander y Torrelavega, que tardaba tres horas en realizar el recorrido y que los habitantes del municipio eran 7.452, de los que el 50% no sabía ni leer ni escribir; que además de la parroquia, existían los santuarios
de San José y San Ramón Nonnato y la ermita de San Bartolomé, esta última localizada junto a los depósitos de agua del camino que lleva al Alto de las Tres Cruces.
Este año de l892 en que fue editada la guía citada, es el de la creación de la Escuela de Artes y Oficios. Un grupo de personas, entre los que encontraremos a algunos de los que he mencionado anteriormente, las mismas que poco más o menos volveremos a encontrar al año siguiente, al promoverse la construcción de una nueva Iglesia parroquial, apoyan a don Hermilio Alcalde del Río en sus propósitos de “atender al perfeccionamiento técnico de los distintos oficios”. Crean así la “Asociación para el fomento de la instrucción de las clases populares”, que serviría de apoyo para la puesta en marcha de la Escuela, que, sin perdida de tiempo, aquel mismo año de l892 inicia los cursos con una matricula de 44 alumnos. Algunos de ellos competirían en concurso abierto con los canteros catalanes que construían en Comillas el Palacio del Marqués, ganando la adjudicación del rosetón de piedra que adorna la parte superior de la fachada de acceso a la Iglesia Parroquial de la Asunción.
El primero de febrero del año siguiente, 1893, se reparte entre el vecindario, un prospecto con el que se trata de llamar la atención sobre las obras de la nueva iglesia, que se está construyendo desde el 25 de setiembre de 1892 que se puso la primera piedra. “Habrá de ser un templo -dicen en el escrito-, con capacidad suficiente para contener el numero de fieles que en esta villa acuden a la casa del Señor y que dentro de aquel encontrarán las condiciones de higiene y seguridad que tan necesarios son en recintos donde han de permanecer por algún tiempo gran número de personas.” y aluden a “las naturales exigencias de una población numerosa y culta.” Del texto que se ofrece en este prospecto podemos confirmar algunos de los puntos a que me he referido anteriormente, como el deplorable estado de la iglesia de la Plaza del Grano y la evolución de la población hacia una vida más espiritual. Al pie de este documento se citan los nombres de las personas que componen la Junta proconstrucción del templo, entre los que encontramos algunos que ya he citado y otros nuevos como Justo Alonso Astulez, Santiago Sañudo, Perogordo, Alvear, Trevilla, Ruiz de Villa, Velarde, Crespo Quintana, Macho, Etchart, etc.
En l895 recibe Torrelavega el título de Ciudad. En la Gaceta de Madrid del 1º de febrero se publica el correspondiente Real Decreto, en el que se lee. “Queriendo dar una prueba de Mi Real aprecio a la villa de Torrelavega, provincia de Santander, por el aumento de su población y progreso de su industria, vengo en conceder a la expresada villa el título de Ciudad.” El desarrollo industrial de la nueva ciudad al que hace referencia el Real Decreto, era patente. En 1888 se había instalado la primera fábrica de zapatillas, ramo en el que se iba a distinguir Torrelavega desde entonces durante un largo periodo. Los hermanos Pedro y Juan Bautista Sañudo la pusieron en marcha en un viejo caserón llamado “El Parador”, de la calle Los Mártires, donde las mulas se encargaban con sus vueltas de mover la maquinaria. Las Minas de Reocín y Mercadal estaban En plena explotación. Aquella breve lista de comercios que les ofrecí referida a 1842, se había ampliado notablemente. Los curtidos ahora eran dos, el de Alejo Etchart, en la calle Posada Herrera y el de Benito Sollet en Campuzano. Las tabernas proliferaron: una guía de 1896 da cuenta de la existencia de 29 establecimientos de este tipo dentro de la circunscripción del Ayuntamiento; existían dos fábricas de harinas, seis de chocolate, l6 tiendas de ultramarinos…
Pero el hecho más importante de estos años de la última década del siglo para el desarrollo de Torrelavega fue la inauguración el 2 de enero de l895 del Ferrocarril Cantábrico, que dio lugar a que la recién titulada ciudad se acercara más a la capital, reduciendo, a una sola, aquellas tres horas que tardaban los coches de caballos.
Podríamos así seguir evocando hechos y circunstancias del viejo pueblo, pero el tiempo ya no nos lo permite. Habría que haber comentado como se divertían nuestros antepasados, pues esto forma parte principal en la vida de una comunidad, como las proporcionadas por los corros de bolos, o la costumbre ya desaparecida de encender grandes hogueras en las fiestas de la Patrona, las romerías, los paseos… y quizás haber dedicado mayor amplitud a alguno de los temas tocados, pero, como digo, creo que ya he consumido más minutos de lo debido por lo que les pido excusas.
Leído en el Aula de la Tercera Edad de Torrelavega (Casa de Cultura)
31 de marzo de 1981