lunes, 22 de agosto de 2022

Jesús Cancio

 

Semblanza de Jesús Cancio

 

 


 

            Hace ya unos años, me toco tomar parte en esta misma fiesta de la poesía de vuestra villa. El acto transcurrió en el delicioso y recatado zaguán del palacio de los señores de Bodega, donde resonaron muchos versos de nuestros poetas cuando aún no disponíais de esta magnífica casa de cultura. Recordaba yo aquel día la suerte que tienen los pueblos como este de Cabezón de la Sal, en el la poesía canta la belleza desde todos los rincones del valle.

 

            Y recordaba también, como vuestros hombres y vuestras mujeres, sintieron desde los lejanos más lejanos años, la vena lírica que se albergaba en sus corazones y que desde entonces no ha dejado de ser cauce continuo. Porque, decía ese día y repito hoy, ¿dónde encontrar más poesía que en esos foramontanos que escucharon la llamada del misterio de la llanura castellana? ¿Queréis mayor lirismo que echar a andar para fundar España? Aquí empieza la historia, de este valle salieron los primeros juglares que llevaron más allá de las montañas, los bellos romances y los recios bailes ancestrales que recrearía después Matilde de la Torre. Tenemos que pensar que entre los foramontanos no pudieron faltar los juglares, llevando en su memoria coplas nostálgicas que harían oír en las largas noches de la guerra y en los afanosos días de la paz.

 

            Aquellos primeros juglares y los que más tarde llevarían a las playas del sur y a las plazas de las Indias el aire de estos romances, vosotros, hombres y mujeres de este Cabezón de la Sal de hoy todos habéis hecho posible que la poesía se tradición en la villa.

 

            Pero también recordaba yo entonces, en el silencio del portal del Palacio de los Bodega, una tarde pasada años antes a lado de los dueños de la casa huéspedes aquel día de Jesús Cancio, de Luis Corona y de mi. Como siempre que Cancio estaba presente en la reunión, suya era la voz y el discurso dominante en la conversación; voz y discurso que llegaban siempre envolviendo nostalgias estremecidas de mar y tierra, de cautiverio y libertad, que desgranaba de una manera ciertamente atropellada, pero siempre sabrosa de contenido y cálida emoción.

 

            No se los años que han transcurrido desde aquella deliciosa reunión; tampoco es preciso tratar de concretarlos, porque, a veces, poner fechas a la poesía es como pretender oponer puertas al mar.

 

            Jesús Cancio, a quien hoy a quién hoy traemos a esta fiesta, el hombre y el poeta, están siempre a nuestro alcance, para volver a él y a su poesía en todos los momentos en que la fuerte presión material de la vida nos pida compensaciones de signo contrario.

 

            Cancio, como sabéis, nació en Comillas, ese puerto cada vez más cercano a Cabezón de la Sal, el día de la festividad de la Purísima Concepción del año 1885. En un libro lleno dc emoción y de bella prosa, cuenta su primo y amigo inseparable Luis Corona los avatares de su vida. Una vida con las limitaciones impuestas por la casi absoluta ceguera, repleta de vivencias personales compartidas. De tal manera compartidas, que cualquiera de los que tuvimos la suerte de ser sus amigos,  podemos recrearla desde nuestro ángulo propio, con los datos y anécdotas que la salpicaron en cada caso. Todos los amigos de él que he conocido tienen algún aspecto nuevo que aportar a su biografía. Cancio fue un hombre nacido para las relaciones en tertulia, que dominaba con su inteligente y afectuosa presencia. Mi experiencia a este respecto, de cuando le conocí, es triste.  Eran tiempos duros para todos, en las que las circunstancias había provocado el que nos echáramos los unos en brazos de otros, pero formando dos círculos los rabiosamente opuestos, que los vientos dominantes parecía que iban a hacerlos resueltamente irreconciliables.

 

            Antes dc esas fechas, antes de 1936, la vida de Cancio tenía una localización, su villa marinera, y una manera de vivirla, de entenderla; para Jesús Cancio, todo lo que le rodeaba se transformaba en poesía: el mar, con sus tragedias y alegrías; los amigos, el paisaje. Aún con la dificultad que le imponía la disminuida visión, sentía el paisaje del mar en toda su grandeza. Eran días aquellos llenos de felicidad, a los que Chus aludiría después de pasado el cabo de las tormentas de la guerra civil, con una recatada modestia siempre y solo cuando se encontraba rodeado de amigos cercanos en el afecto y conocedores de su pasado como si temiera ofender con tanta felicidad vivida. Sus ojos ya dañados, todavía le permitía moverse con soltura y gozar de las cosas que le rodeaban. Es la época de los retratos al oleo que le hicieron Antonio Quirós y Ricardo Bernardo la época de la cabeza de piedra que labrara Jesús Otero. Es la hora hermosa de su primer libro, “Olas y Cantiles”; después, del “Romancero del mar” y del encuentro inolvidable con Federico García Lorca en la playa de Comillas.

 

            De sus gozos entonces, le quedaría muy vivo el recuerdo del homenaje que le dedicaron el año 1930 un grupo importan te de artistas y literatos montañeses. Con motivo de la publicación del “Romancero del Mar, organizaron un banquete en su honor, con la colaboración del Ateneo Popular de Santander y del Ayuntamiento de Comillas. A este banquete acudiría el gobernador civil de la provincia, Sr. Díaz-Caneja, quien en nombre dcl Rey Alfonso XIII hizo público la misión que el Rey le había encomendado de hacer llegar a Cancio cuanto le complacía el homenaje con que Comillas correspondí a su poeta.

 

            Cancio vivió los años de la guerra apasionadamente; entregado con su un amor infinito a defender su causa como militante del partido republicano de Manuel Azaña. Quien le conoció entonces y sabe de sus desvelos en este sentido, sabe también de la honestidad de su comportamiento. Concejal en el Ayuntamiento de Comillas y delegado del gobierno para la protección del tesoro histórico y artístico de la villa y su comarca, desde ambos cargos su gestión fue equilibrada. Merece la pena resaltar la labor desarrollada en la protección de las joyas históricas y artísticas que quedaban bajo su custodia. Su preocupación y desvelos por este camino consiguieron salvar de la destrucción a que estaban abocados por la ignorancia, muchas piezas valiosas, como por fin le han sido reconocido después de que se calmaran los artificiales rencores. !Cómo se tomaron en serio su misión aquellos delegados protectores del arte!. Permítanme que les cuente, relacionada con esta labor, una anécdota que tuvo que ver con Cabezón do la Sal, de la que Cancio fue protagonista.

 

            Era en los momentos en que el apasionamiento no parecía encontrar barrera. Unos mozos del pueblo se presentaron en Comillas con al animo de destruir la iglesia y con este deseo se personaron en el Ayuntamiento para anunciarlo a los compañeros de la corporación. Felizmente se encontraba allí Jesús Cancio que haciendo alardes de sagacidad y fiel a sus principios cristianos y a su formación cultural les de contestó "Me parece muy bien vuestra idea; pero nos vais a permitir que mientras vosotros estáis quemando nuestra iglesia, aprovechemos el automóvil en que habéis venido para ir nosotros a quemar la de vuestro pueblo." Así salvo Cancio, aquel día, la destrucción de la Iglesia de Comillas.

 

            Como esta anécdota de su vida se podrían contar otras muchas que reflejan su comportamiento durante los difíciles años de la guerra. A pesar do ello, sufrió años de cárcel. Fue cuando le conocí yo. Cancio ya no era el mismo física y moralmente estaba destrozado. Me hablaba del heroísmo de aquellos hombres que nos rodeaban en la prisión de la Importadora, de sus tragedias, de la lucha perdida. Yo llevaba muy cercana la lectura de García Lorca y sabía de memoria muchos de los versos de la obra dramática del poeta, que en las horas angustiosas y largas de entonces me hacía; repetirlos. Era “la fuente fresca que manaba junto a él”, solía decirse.

 

            Pasaron estos años, pero no sin dejar huella en su poesía también. Los versos anteriores a 1936 eran fundamental mente narrativos:

 

Mis versos son trovadores

de las serenas orillas

de aquel mar de mis amores.

 

            podemos leer en uno de sus poemas. Describe los tipos de marineros con gracia y ternuras singulares, reflejados magistralmente en el famoso entierro del viejo Chumacera.

 

            Después de tan amargos días la poesía de Cancio se torna melancólica. Son tantas las cosas que han afectado a él y a sus amigos más queridos, que su musa no podría eludirlas. Todos sus poemas, ya casi hasta la muerte, cantarían desde dentro del alma. Su poesía se ha convertido en doloridamente subjetiva.

 

            A Jesús Cancio, como a Manuel Llano, y como a tantos espíritus sensibles, nuestra guerra civil les hirió hondamente y para siempre. Algunos, Llano no pudieron resistir la tragedia y murieron de dolor en ella; dolor de su tierra verde enrojecida por tanta sangre. Otros, como Cancio, sobrevivieron pero heridos de muerte.

 

            Han transcurrido ya veintiún años desde que muriera. Viene a mi recuerdo ahora aquellos finales días de su vida y los no menos emocionantes de su entierro. Tenía las horas contadas cuando hablé con él por última vez, en una habitación de su casa de Polanco, de la cosa de la familia Corona que le había recogido y cuidado desde la misma fecha de la salida de la cárcel en el verano de 1941. Por la ventana de esta habitación se podía ver la arruinada decrepitud de la cagigona de José María de Pereda, en el alto de Cumbrales. Me acompañaban en la visita su inseparable amigo y lazarillo, Luis Corona y el escultor Jesús Otero. Contábamos los tras con la complicidad de su ceguera ya prácticamente absoluta, para que no pudiera sorprender nuestros gestos de amargura. Poco después murió. En su entierro en Comillas, junto al mar de sus versos, como el quería, no faltó el gesto de los marineros que transportaron al hombro la caja, como la del viejo Chumacera del poema. Cuando fue descendido a la tumba, el poeta Julio Maruri le dedicó unas hermosas palabras en las que hacía alusión a una última y reciente visita a Polanco:

 

     “Estabas en la cama de tu cuarto, como uno de esos náufragos que cantaste; habías sido arrojado a la playa por un mar de violencia; poeta tu del acordeón y del alma. ¿Eras el mismo Chus que había caminado tanteado con un bastón de semiciego? ¿Me reconocías por la voz? Y el poeta terminó así su despedida: “Alégrate, Chus, el mar está en tus funerales. Buen viaje, Chus, avante. Dios te salve.”

 

            Otro poeta, también amigo del muerto, José Hierro, le despidió así desde las paginas de una revista madrileña: "Hombre bueno y silencioso, con su aspecto de viejo lobo de mar escorado por las olas y el reuma, por los años y las nostalgias, hizo siempre de la amistad una religión".

 

            Creo que para terminar esta breve semblanza de Jesús Cancio, nada mejor que esta referencia de Hierro al concepto que de la amistad tuvo el poeta de Comillas. A la que supo darle categoría de religión.

 


 

Texto de la conferencia dada en Cabezón de la Sal en la Casa de Cultural “Conde San Diego” el 4 de agosto de 1982 y Publicado en: El boletín “Entre Comillas” nº 18 / febrero 1987/, de la Asociación “Jesús Cancio” de Comillas”

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