Semblanza de Jesús Cancio
Hace ya unos años, me toco tomar
parte en esta misma fiesta de la poesía de vuestra villa. El acto transcurrió
en el delicioso y recatado zaguán del palacio de los señores de Bodega, donde
resonaron muchos versos de nuestros poetas cuando aún no disponíais de esta
magnífica casa de cultura. Recordaba yo aquel día la suerte que tienen los
pueblos como este de Cabezón de la Sal, en el la poesía canta la belleza desde
todos los rincones del valle.
Y recordaba también, como vuestros
hombres y vuestras mujeres, sintieron desde los lejanos más lejanos años, la
vena lírica que se albergaba en sus corazones y que desde entonces no ha dejado
de ser cauce continuo. Porque, decía ese día y repito hoy, ¿dónde encontrar más
poesía que en esos foramontanos que escucharon la llamada del misterio de la
llanura castellana? ¿Queréis
mayor lirismo que echar a andar para fundar España? Aquí empieza la historia, de
este valle salieron los primeros juglares que llevaron más allá de las montañas,
los bellos romances y los recios bailes ancestrales que recrearía después
Matilde de la Torre. Tenemos que pensar que entre los foramontanos no pudieron
faltar los juglares, llevando en su memoria coplas nostálgicas que harían oír
en las largas noches de la guerra y en los afanosos días de la paz.
Aquellos primeros juglares y los que
más tarde llevarían a las playas del sur y a las plazas de las Indias el aire
de estos romances, vosotros, hombres y mujeres de este Cabezón de la Sal de hoy
todos habéis hecho posible que la poesía se tradición en la villa.
Pero también recordaba yo entonces, en
el silencio del portal del Palacio de los Bodega, una tarde pasada años antes a
lado de los dueños de la casa huéspedes aquel día de Jesús Cancio, de Luis
Corona y de mi. Como siempre que Cancio estaba presente en la reunión, suya era
la voz y el discurso dominante en la conversación; voz y discurso que llegaban
siempre envolviendo nostalgias estremecidas de mar y tierra, de cautiverio y libertad,
que desgranaba de una manera ciertamente atropellada, pero siempre sabrosa de
contenido y cálida emoción.
No se los años que han transcurrido
desde aquella deliciosa reunión; tampoco es preciso tratar de concretarlos, porque,
a veces, poner fechas a la poesía es como pretender oponer puertas al mar.
Jesús Cancio, a quien hoy a quién
hoy traemos a esta fiesta, el hombre y el poeta, están siempre a nuestro
alcance, para volver a él y a su poesía en todos los momentos en que la fuerte
presión material de la vida nos pida compensaciones de signo contrario.
Cancio, como sabéis, nació en Comillas,
ese puerto cada vez más cercano a Cabezón de la Sal, el día de la festividad de
la Purísima Concepción del año 1885. En un libro lleno dc emoción y de bella
prosa, cuenta su primo y amigo inseparable Luis Corona los avatares de su vida.
Una vida con las limitaciones impuestas por la casi absoluta ceguera, repleta
de vivencias personales compartidas. De tal manera compartidas, que cualquiera
de los que tuvimos la suerte de ser sus amigos,
podemos recrearla desde nuestro ángulo propio, con los datos y anécdotas
que la salpicaron en cada caso. Todos los amigos de él que he conocido tienen
algún aspecto nuevo que aportar a su biografía. Cancio fue un hombre nacido
para las relaciones en tertulia, que dominaba con su inteligente y afectuosa
presencia. Mi experiencia a este respecto, de cuando le conocí, es triste. Eran tiempos duros para todos, en las que las
circunstancias había provocado el que nos echáramos los unos en brazos de
otros, pero formando dos círculos los rabiosamente opuestos, que los vientos
dominantes parecía que iban a hacerlos resueltamente irreconciliables.
Antes dc esas fechas, antes de 1936,
la vida de Cancio tenía una localización, su villa marinera, y una manera de vivirla,
de entenderla; para Jesús Cancio, todo lo que le rodeaba se transformaba en poesía:
el mar, con sus tragedias y alegrías; los amigos, el paisaje. Aún con la
dificultad que le imponía la disminuida visión, sentía el paisaje del mar en
toda su grandeza. Eran días aquellos llenos de felicidad, a los que Chus
aludiría después de pasado el cabo de las tormentas de la guerra civil, con una
recatada modestia siempre y solo cuando se encontraba rodeado de amigos
cercanos en el afecto y conocedores de su pasado como si temiera ofender con
tanta felicidad vivida. Sus ojos ya dañados, todavía le permitía moverse con soltura
y gozar de las cosas que le rodeaban. Es la época de los retratos al oleo que
le hicieron Antonio Quirós y Ricardo Bernardo la época de la cabeza de piedra
que labrara Jesús Otero. Es la hora hermosa de su primer libro, “Olas y
Cantiles”; después, del “Romancero del mar” y del encuentro inolvidable con
Federico García Lorca en la playa de Comillas.
De sus gozos entonces, le quedaría
muy vivo el recuerdo del homenaje que le dedicaron el año 1930 un grupo importan
te de artistas y literatos montañeses. Con motivo de la publicación del
“Romancero del Mar, organizaron un banquete en su honor, con la colaboración
del Ateneo Popular de Santander y del Ayuntamiento de Comillas. A este banquete
acudiría el gobernador civil de la provincia, Sr. Díaz-Caneja, quien en nombre
dcl Rey Alfonso XIII hizo público la misión que el Rey le había encomendado de
hacer llegar a Cancio cuanto le complacía el homenaje con que Comillas
correspondí a su poeta.
Cancio vivió los años de la guerra
apasionadamente; entregado con su un amor infinito a defender su causa como
militante del partido republicano de Manuel Azaña. Quien le conoció entonces y
sabe de sus desvelos en este sentido, sabe también de la honestidad de su comportamiento.
Concejal en el Ayuntamiento de Comillas y delegado del gobierno para la
protección del tesoro histórico y artístico de la villa y su comarca, desde ambos
cargos su gestión fue equilibrada. Merece la pena resaltar la labor
desarrollada en la protección de las joyas históricas y artísticas que quedaban
bajo su custodia. Su preocupación y desvelos por este camino consiguieron salvar
de la destrucción a que estaban abocados por la ignorancia, muchas piezas valiosas,
como por fin le han sido reconocido después de que se calmaran los artificiales
rencores. !Cómo se tomaron en serio su misión aquellos delegados protectores
del arte!. Permítanme que les cuente, relacionada con esta labor, una anécdota
que tuvo que ver con Cabezón do la Sal, de la que Cancio fue protagonista.
Era en los momentos en que el
apasionamiento no parecía encontrar barrera. Unos mozos del pueblo se presentaron
en Comillas con al animo de destruir la iglesia y con este deseo se personaron
en el Ayuntamiento para anunciarlo a los compañeros de la corporación.
Felizmente se encontraba allí Jesús Cancio que haciendo alardes de sagacidad y
fiel a sus principios cristianos y a su formación cultural les de contestó "Me
parece muy bien vuestra idea; pero nos vais a permitir que mientras vosotros estáis
quemando nuestra iglesia, aprovechemos el automóvil en que habéis venido para
ir nosotros a quemar la de vuestro pueblo." Así salvo Cancio, aquel día,
la destrucción de la Iglesia de Comillas.
Como esta anécdota de su vida se
podrían contar otras muchas que reflejan su comportamiento durante los
difíciles años de la guerra. A pesar do ello, sufrió años de cárcel. Fue cuando
le conocí yo. Cancio ya no era el mismo física y moralmente estaba destrozado.
Me hablaba del heroísmo de aquellos hombres que nos rodeaban en la prisión de
la Importadora, de sus tragedias, de la lucha perdida. Yo llevaba muy cercana
la lectura de García Lorca y sabía de memoria muchos de los versos de la obra
dramática del poeta, que en las horas angustiosas y largas de entonces me
hacía; repetirlos. Era “la fuente fresca que manaba junto a él”, solía decirse.
Pasaron estos años, pero no sin
dejar huella en su poesía también. Los versos anteriores a 1936 eran
fundamental mente narrativos:
Mis versos son trovadores
de las serenas orillas
de aquel mar de mis amores.
podemos leer en uno de sus poemas.
Describe los tipos de marineros con gracia y ternuras singulares, reflejados
magistralmente en el famoso entierro del viejo Chumacera.
Después de tan amargos días la
poesía de Cancio se torna melancólica. Son tantas las cosas que han afectado a
él y a sus amigos más queridos, que su musa no podría eludirlas. Todos sus
poemas, ya casi hasta la muerte, cantarían desde dentro del alma. Su poesía se
ha convertido en doloridamente subjetiva.
A Jesús Cancio, como a Manuel Llano,
y como a tantos espíritus sensibles, nuestra guerra civil les hirió hondamente
y para siempre. Algunos, Llano no pudieron resistir la tragedia y murieron de
dolor en ella; dolor de su tierra verde enrojecida por tanta sangre. Otros, como
Cancio, sobrevivieron pero heridos de muerte.
Han transcurrido ya veintiún años
desde que muriera. Viene a mi recuerdo ahora aquellos finales días de su vida y
los no menos emocionantes de su entierro. Tenía las horas contadas cuando hablé
con él por última vez, en una habitación de su casa de Polanco, de la cosa de
la familia Corona que le había recogido y cuidado desde la misma fecha de la
salida de la cárcel en el verano de 1941. Por la ventana de esta habitación se
podía ver la arruinada decrepitud de la cagigona de José María de Pereda, en el
alto de Cumbrales. Me acompañaban en la visita su inseparable amigo y lazarillo,
Luis Corona y el escultor Jesús Otero. Contábamos los tras con la complicidad
de su ceguera ya prácticamente absoluta, para que no pudiera sorprender
nuestros gestos de amargura. Poco después murió. En su entierro en Comillas, junto
al mar de sus versos, como el quería, no faltó el gesto de los marineros que
transportaron al hombro la caja, como la del viejo Chumacera del poema. Cuando
fue descendido a la tumba, el poeta Julio Maruri le dedicó unas hermosas
palabras en las que hacía alusión a una última y reciente visita a Polanco:
“Estabas en la
cama de tu cuarto, como uno de esos náufragos que cantaste; habías sido
arrojado a la playa por un mar de violencia; poeta tu del acordeón y del alma.
¿Eras el mismo Chus que había caminado tanteado con un bastón de semiciego? ¿Me
reconocías por la voz? Y el poeta terminó así su despedida: “Alégrate, Chus, el
mar está en tus funerales. Buen viaje, Chus, avante. Dios te salve.”
Otro poeta, también amigo del
muerto, José Hierro, le despidió así desde las paginas de una revista madrileña:
"Hombre bueno y silencioso, con su aspecto de viejo lobo de mar escorado
por las olas y el reuma, por los años y las nostalgias, hizo siempre de la
amistad una religión".
Creo que para terminar esta breve
semblanza de Jesús Cancio, nada mejor que esta referencia de Hierro al concepto
que de la amistad tuvo el poeta de Comillas. A la que supo darle categoría de
religión.
Texto de la conferencia dada en Cabezón de la Sal en la
Casa de Cultural “Conde San Diego” el 4 de agosto de 1982 y Publicado en: El boletín “Entre Comillas” nº 18 / febrero 1987/, de la Asociación
“Jesús Cancio” de Comillas”