sábado, 31 de diciembre de 2022

TORRELAVEGA: año 1850

 


            A partir de 1850 la villa de Torrelavega inició su despegue urbanístico y social, de tal manera que se puede decir que es en esos años de mediados del siglo XIX cuando se sientan las bases de su evolución hacia la modernidad. Evolución que había tenido unos esperanzadores principios en los años finales del siglo anterior, que se vieron frustrados por las consecuencias de la invasión de las fuerzas francesas. En los años a caballo de 1850 empezó con una tímida prosperidad económica y un modesto pero firme desarrollo urbanístico, sobre los cuales se iba a asentar en el último tercio del siglo, una nueva vida cultural y espiritual de sus vecinos.

 

            Como ha ocurrido en todas las ocasiones a lo largo de la corta historia de Torrelavega, la situación geográfica fue la causa principal de este nuevo intento de despegue, situación que dio lugar al hecho trascendental para la vida económica de la villa, de que el trazado del llamado ferrocarril de Isabel II cruzara nuestro valle, pasando el primer tren por la estación de Torrelavega, el 23 de octubre de 1858. Un siglo antes, en 1753, entró en servicio el primer camino (muy rudimentario), de Santander a Reinosa. con el que empezaron a abrirse para Cantabria en general y para Torrelavega muy en particular, las puertas de un incipiente desarrollo lleno de posibilidades. Hasta ese momento, nuestra provincia carecía de comunicaciones adecuadas con el resto de la Península, con la que no se tenía más medio de relación eficaz que el que permitía la vía marítima.

 

            Esta ruta de penetración en Castilla fue acondicionada para el tránsito rodado en 1788, momento en el que el tráfico del trigo castellano hacia los puertos de nuestra costa sufre un fuerte incremento y es alrededor de esa fecha cuando se implanta la importante industria harinera en la cuenca del Besaya, con unas consecuencias económicas de las que Torrelavega se iba a beneficiar de manera principal, por su situación privilegiada sobre este camino y por su proximidad a los puertos de embarque.

 

            En el año 1850 que se ha tomado como referencia recorrió la provincia de Santander un cronista, que recogió sus impresiones en la publicación titulada “Semanario Pintoresco español”, destacando en sus notas que “lo que más realce daba a Torrelavega es la campiña extensa que llaman la Mies… en ella hay una cascada artificial... próxima está también otra fábrica, del señor Duque del Infantado; en otro tiempo trabajó en tejidos; ahora está parada e inutilizada desde la guerra de la Independencia, en la que sufrió estragos...”. El cronista acusa la falta de una iglesia parroquial, “puesto que la que sirve para celebrar la misa y demás solemnidades es una capilla del Palacio del Duque del Infantado que, aparte de ser un poco decente, está amenazando desmoronarse en un día de tormenta”, añadiendo que es notable la falta de una casa Ayuntamiento, al tiempo que pone algunas pegas a los guijarros de que estaba formado el suelo de la Plaza Mayor.

 

            La vida de la villa en estos años centrales del siglo XIX es eminentemente rural, a pesar de contar con esa industria harinera que he citado y algún curtido. Todo discurría alrededor de los mercados semanales, que venían celebrándose desde el 4 de julio de 1799. En el “Diccionario Geográfico e Histórico” de Pascual Madoz, publicado en 1843, puede leerse que Torrelavega tiene entonces nueve almacenes de tiendas de telas, dos de géneros catalanes, cuatro de quincalla, siete de comestibles, ocho de tabernas, dos sombrererías y tres confiterías, y añade “todos los jueves se celebra mercado de granos en la Plaza de la Iglesia; de ganado de cerda en la Quebrantada y de toda clase de artículos de necesidad y lujo en la Plaza Mayor; el de ganado vacuno tiene lugar cada quince días, junto al campo Santo”.

 

              La villa que vieron don Pascual Madoz y el cronista del "Semanario Pintoresco Español» quedó reflejada gráficamente en el plano que de ella levantó en 1852 don Hilarión Ruiz Amado, de quien todavía se conserva en una casa del Cótero una placa de mármol, en la que Ruiz Amado dejó constancia de su orgullo profesional. Había sido construida por él, el año 1833. (¿Se ha pensado en conservar esta placa?).

 

            Los ríos, tanto el Saja como el Besaya, como sus afluentes locales, constituían una buena fuente de riqueza, pues proporcionaban salmones, truchas y anguilas. Pero si por un lado estos ríos aportaban tan estimables contribución a la economía de la comarca, también causaban en ocasiones graves perjuicios, como consecuencia de las inundaciones provocadas por sus «arriadas», como llamaban los vecinos entonces a las crecidas anormales. El 2 de junio de 1844, en pleno verano, se desbordó «el río de la cárcel" , el Sorravides, causando grandes daños en las casas y calles de esta zona, próxima a la casa del Infantado. En otra «arriada», ésta de 1846, el Besaya se llevó el puente de Torres, a pesar de que a finales de 1842 había realizado don Antonio de Hornedo importantes obras de defensa en su proximidad. En estas obras encontramos el nombre que se da actualmente a los campos de deportes, pues se las conoció con el nombre de «obras del malecón», ya que se trataba de la construcción de un malecón defensivo en aquella zona. La de 1844 que he citado más arriba, fue de tal magnitud y consecuencias, que dio lugar a que tuvieran que trasladarse a Torrelavega el jefe político de la provincia, con el fin de estudiar la situación provocada. La visita fue aprovechada por las autoridades locales para plantearle algunas de las necesidades más apremiantes que tenía la villa, lo que nos permite conocer su situación en algunos aspectos en la fecha a que me vengo refiriendo. Por ejemplo, se trató de la necesidad de reforzar y arreglar los puentes sobre el río Sorravides; del «encañamiento» de las aguas potables; allanamiento, y rebaje de las plazas del mercado y sus calles próximas; nuevo edificio para el Ayuntamiento; reedificación de la iglesia; construcción de un nuevo cementerio; hacer más transitable el camino llamado de La Montaña, hasta enlazar con la carretera general de La Rioja, que pasaba por Vargas…

 

            En estos mismos años de mediados del siglo, se realizan trabajos de nivelación y total reforma de la Plaza Mayor; acondicionamiento de las calles Ancha, Mártires y Consolación, con su alcantarillado; consolidación de los muros de la iglesia parroquial y restauración de su interior; se proyecta el camino a la estación del ferrocarril de Isabel II, hoy calle Julián Ceballos; fueron reformadas las fuentes de la Ribera y la del Rey y hasta se designaron y enumeraron las plazas, calles y casas de la villa. Es curioso observar cómo en 1858 se encontraba todavía en condición de habitabilidad una parte del Palacio de los Duques del Infantado y de Osuna, referencia que nos es confirmada por el hecho de que el 12 de junio de este año fue ofrecido al gobernador provincial para que pudiera establecer en ellas un destacamento penal, pues cuenta -le dicen- “con tres espaciosos cuerpos, cuadras, patios y huertos de tapias que los rodean”. En cuanto a la construcción del nuevo cementerio, se llevó a efecto en 1855 y fue acondicionado de manera urgente y provisional como consecuencia de la epidemia de cólera que afectó a la población ese año y el anterior. Este nuevo cementerio fue emplazado junto al terreno ocupado por el primitivo, separado de él por una tapia, del que puede verse todavía su puerta de acceso, cegada, próxima a la entrada actual. El cementerio primero había sido construido en 1809, en el lugar en que hoy se encuentra el edificio dedicado a depósito de cadáveres y nichos más antiguos.

 

            Otros datos de interés se podrían consignar para estos años centrales del siglo XIX relativos a estos aspectos de Torrelavega, como la iniciación de los trabajos por la Real Compañía Asturiana de Minas, en 1853, pero creo que es suficiente lo que antecede para poner en evidencia el interés que reúnen esos años en cuanto al despegue urbanístico y social de Torrelavega.

 

 


Publicado en La Hoja del Lunes, el 27 de diciembre de 1982

 


 

miércoles, 21 de diciembre de 2022

JOSÉ HIERRO. 20 años sin su voz

  José Hierro: Ecos en el primer aniversario

 


            Ha trascurrido ya un año. Habías vuelto entonces a tu reino, la mar, pero no te separaste de nosotros. Aquel hasta siempre que predecíamos, se está cumpliendo, sigues aquí , a nuestro lado, como lo habíamos soñado. Era una alucinación que nos unía a ti con la fuerza que da el profundo sentido humano de tus versos. Hoy vemos cómo las cenizas, que un día recibió gozoso tu mar Cantábrico, se unen a la memoria eterna de tu presencia.

 

            Habían quedado entre nosotros las palabras que un día te dedicara Juan Ramón Jiménez: “Si usted sigue escribiendo poemas como éste, la poesía actual española se habrá salvado y qué alegría para usted y para mi”. Aludía el maestro a “Episodio de primavera” del libro Cuanto sé de mí. Y las de Gerardo Diego que comentaba admirado: “Qué poeta, Dios mío, Pepe Hierro, ¡Qué emociones, qué abismos humanos nos descubre!”

 

            Nacieron los libros iniciales tuyos, Tierra sin nosotros y Alegría, en 1947. Reunías en el primero poemas dedicados “A mi madre”, que todos los amigos de entonces los habíamos vivido con idéntica pasión que tú. Cuánto calor corría por las venas de sus versos a pesar de vientos y olas que en ocasiones trataban de amordazarles. Pero luchabas y vencías, logrando que todavía hoy parezcan emerger de música que llega de flautas encantadas.

 

            Por el dolor a la alegría; así llegaste al segundo de estos dos libros. Algunos de los amigos que te habían acompañado quedaron en el camino y su recuerdo dominaba el tuyo. Los nuestros, nuestros muertos, habían encendido la llama que permanecía apagada. La alegría que nació con estos poemas intentaba llevarnos a mejores momentos. Años de vino y rosas que a ti debemos.

 

            En los finales de la década de los cuarenta la vida intelectual en Santander había alcanzado un elevado nivel cultural en el que fuiste protagonista destacado. Son fechas en las que, según dijo Aurora de Albornoz, escribiste “casi de un tirón” la mayor parte de  Con las piedras, con el viento, aparecido en 1950. Con las piedras nos dices, hablo de mi reino y con el viento.

 

            Cómo esa llama no se fue apagando tu lo presentías. Poco después, 1952, nos lo confirmas con la edición de Quinta del 42, que en entrañable dedicatoria al autor de estas notas le hace particularmente próximo. El libro, son tus palabras, fue naciendo día a día. Con él volvía la madre al recuerdo y el poeta buscaba sentido al tiempo. Cenizas, sombras, olvido, dices. Desde la reclusión   forzada que sufriste habías alcanzado a ver el mar, y otra vez la playa, las gaviotas, regresaban a tus versos y nos hablas de plenitud, de estío. Todo había cobrado sentido y en este libro vuelves al encuentro con los amigos que según expresión propia en otro escrito, “estuvieron al borde del heroísmo pero no llegaron a entrar en acción”, en lo que encontrabas su fracaso humano.

 

            Después de cinco años de silencio se publicó Cuanto sé de mí, distinguido con el premio de la Crítica y al que en 1959 se le concede el Juan March. Se vuelcan sobre ti los elogios, como el de Juan Ramón Jiménez citado al principio de estas notas. Eran palabras del maestro eternamente admirado; los desvanecidos días se ponen al fin de pie y en el libro se recoge tu hermoso testamento poético.

 

            El Libro de las alucinaciones, en 1964 y Agenda en 1991 cerrarían aquel tiempo y este último rompió un silencio que parecía definitivo. Son los años en que se producen momentos importantes en tu vida literaria: en 1981 la concesión del premio Príncipe de Asturias y en 1990 el Premio Nacional de las Letras Españolas. En 1982 fuiste distinguido con el título de Hijo Adoptivo y Poeta de Cantabria que tan hondo te llegó.

 

            En 1998 Cuaderno de Nueva York fue la última colección de poemas que nos entregaste en libro y que nos hizo repetir con Gerardo Diego “¡Qué poeta, Dios mío, Pepe Hierro!”. El poema “Vida” que lo cierra ¡qué broche de oro¡.

 

            En los últimos años de tu vida te habías refugiado en un litoral desconocido; así nos dijiste. Pero el mar Cantábrico no te abandonaría y aquí estás para siempre, entre nosotros. Este mar, que es tu jardín, te abraza eternamente. Déjame que te repita estas palabras que llegaron contigo al mar.

 

jueves, 15 de diciembre de 2022

GLORIA RUIZ. Rasgando Oscuridades

  ESTE LIBRO

 


Yo no quería prologar, este libro. Su contenido, repleto de horas amargas, de decepciones, de luchas, es tan angustioso, que más me hubiera gustado guardar la cabeza debajo del ala, pero las sinrazones que adujo su autora fueron tan entrañables, que no me dejó otra opción.

 

Se trata del segundo conjunto de poemas que Gloria Ruiz ofrece al público. Pienso que, en forma instintiva, se va a producir una tendencia a compararle con el primero y que en una aproximación superficial parezca nada más que una continuación del anterior. Yo me permito invitar al lector a adentrarse en él reposadamente, en la soledad que exigen unos versos como estos, enseguida se encontrará toda la novedad que encierran. Si Versos de Amor y Muerte, rezumaba desencanto, entrega a una inexorable nada que invadía cada página del libro, a mi me parece escuchar en este segundo una más dichosa serenidad, sin perder el halo de tragedia que resplandecía en la primera colección. En cada poema, en cada página, aparecían huellas del espíritu luchador de su autora, girones arrancados a la desgracia de los demás con afán redentor, que en esta nueva salida al pueblo que ella quiere que la escuche, adquieren un tono más estable; hay más equilibrio en el reflejo de los problemas; los versos han ascendido escalones que llevan a un mayor dominio de la angustia.

 

Además, el libro presenta una nueva dimensión con respecto al anterior. Un grupo de artistas plásticos han querido sumar su voz a la de la autora, refiriendo en imágenes la misma inquietud.

 

La poesía de Gloria Ruiz sería preciso enmarcarla, en su conjunto, en lo que se ha venido llamando desde la posguerra española, poesía social. Y quizás en estos dos libros con una evidente justicia, porque los problemas sociales se nos ofrecen en ellos con aristas de diamante, aunque no exentos de una misteriosa ternura. Empleo el término “poesía social” sin creer en él; por lo menos en su aceptación cotidiana, porque entiendo que toda la poesía, cuando es auténtica, es irremediablemente social. El poeta es hombre además de poeta, o antes de ser poeta; como consecuencia, la producción de su mente será siempre un reflejo humano, o lo que es lo mismo, un eco del mundo social en el que quiéralo o no, está inmerso precisamente por su condición de hombre. Lo que ocurre es que las circunstancias en las que se ve obligado a vivir el poeta, y el hombre en general de nuestra época, han radicalizado el concepto de lo social, reservándole para una parcela reducida de la actividad humana. El luchar con el verbo y con el verso en defensa de unas ideas en las que está implicada, por ejemplo, la libertad humana, es tan social como la más delicada rima de Bécquer, en la que el poeta está luchando también por una parcela de su libertad personal contra un mundo que le niega la felicidad. Cuando Unamuno se enfrenta con el gran problema de su desaparición total, está defendiendo un aspecto social de su existencia. Bien está hablar de “poesía social” si con ello llegamos a un acuerdo de definición, pero seamos conscientes de que hemos reducido su campo; sepamos que no es más que parte de un todo y que lo estamos utilizando eventualmente porque hemos necesitado acuñar un título en un momento determinado, quizás para no asustar demasiado a la feliz burguesía.

 

¿Qué la diferencia, qué la distingue, a la poesía de Gloria Ruiz? ¿Dónde está su personalidad? Pienso que podemos encontrarla en ese filo de diamante del que he habado antes. De manera valiente la autora desnuda su alma ante las cuartillas, que se ofrecen inocentes a su vehemente necesidad. No están escritos sus versos con lágrimas; Gloria Ruiz no llora. Surgen de algo más profundo que del rincón de las lágrimas, vienen de la sima donde anidan la rabia y la impotencia. Llegan a nosotros con el reflejo doloroso de la lucha que nos devuelve al punto de partida, con la claridad que produce en los ojos el reconocimiento de la meta, pero que no admite otro camino que dejar constancia de su saber y de la amargura que provoco. La poesía de Gloria Ruiz se mueve en esta línea de densas vivencias que dan lugar a gritos apasionados, denuncias condenadas a caer en el saco repleto del egoísmo de los hombres. Pero a ella no le importa; sigue luchando, aunque queden desgarraduras en su alma y en sus sentimientos.

 

         Yo no quería prologar este libro, dije al principio, pero ahora tengo que escribir: Gracias, Gloria, por haberme permitido incorporar de alguna manera mis palabras a tu esfuerzo.

 


Prólogo al libro de Gloria Ruiz “Rasgando Oscuridades” editado por la autora en 1977

Publicado hoy, 15 de diciembre, festividad de San Juan de la Cruz, Patrono de los Poetas 


 

 

 

sábado, 10 de diciembre de 2022

ESCUELA DE ARTES Y OFICIOS, 128 años de su fundación

  CENTENARIO DE 

LA ESCUELA DE ARTES Y OFICIOS

 

            No hace mucho tiempo que me refería yo, en este mismo lugar, ala importancia que tuvo para nuestro pueblo la labor de don Hermilio Alcalde del Río como creador y director de la Escuela de Artes y Oficios de Torrelavega, cuyo centenario hoy recordamos. En mis palabras finales de aquel acto comenté que esta importancia “se pondría de manifiesto de manera destacada en los años siguientes, ya dentro del siglo XX, al que pasarían con armas y bagajes aspectos materiales y espirituales procedentes del último tercio del siglo XIX”. Podemos agregar ahora que esta trascendencia, encontró su más firme punto de partida en las enseñanzas que don Hermilio fue impartiendo entre sus alumnos desde los pasos iniciales de la escuela.

 

            A estos primeros pasos me voy a referir hoy aquí, pero no sin antes hacer una breve reflexión que nos puede situar con mayor claridad, en el momento y hasta en el origen, de aquellas enseñanzas. Porque a veces he pensado si nuestra Escuela de Artes y Oficios no fue una consecuencia si no inmediata, si próxima, del ambiente social en el que se movía entonces la vida de los ciudadanos. Naturalmente, una consecuencia posiblemente fortuita, pero, a veces la historia, la historia de las cosas, nacen de circunstancia fortuitas que, al coincidir en el tiempo y en el espacio, dan lugar a nuevas formas de desarrollo humano. En este caso, al desarrollo de la vida de nuestro pueblo.

 

            Cuando abrió sus puertas la Escuela en Octubre de 1892, se está reflejando en Torrelavega, como en el resto de España, un enfrentamiento dialéctico que recorre Europa. Nuevas teorías sociales, educativas y religiosas, se abren camino entre la tupida fronda de un conservadurismo que había recibido fuerte respaldo con las decisiones del Concilio Vaticano I. Las ideas de libertad, igualdad y fraternidad con las que la Revolución Francesa había desconcertado a Europa, se enfrentan con aquellas, a las que se unirían más tarde las tesis racionalistas que aportó el krausismo, divulgadas en España por la Institución Libre de Enseñanza.

 

            Pero dejemos el tema así, nada más que enunciado, como hipótesis de trabajo a desarrollar posiblemente otro día, pero, sobre todo, como una referencia que no hemos de perder de vista a la hora de valorar y tratar de comprender en toda su magnitud, lo que representó para Torrelavega la creación de la Escuela de Artes y Oficios y las ideas didácticas con que la proyectó su director. Ideas orientadas, como veremos, hacia la promoción de la clase obrera, de la que se nutrió en gran medida, y a la que consiguió dotar de una preparación y hasta de una sensibilidad poco frecuente en aquellos años y hasta me atrevería a decir que ni en los actuales.

 

            Pero vamos a centrarnos en el tema que me he propuesto: los primeros pasos de la Escuela y la orientación que les da su director.

 

            Don Hermilio Alcalde del Río, como todos Uds. conocen, fue el promotor, con otros convecinos de Torrelavega, de la llamada “Asociación para el fomento de la instrucción de las clases populares”, nacida ese mismo año 1892, cuyo propósito único era la puesta en marcha y el mantenimiento de una Escuela que se dedicase a los fines que se indicaban en el título de la entidad creada.

 

            El entusiasmo con que fue acogida esta asociación por una parte importante del vecindario, fue notable. Torrelavega se sentía en aquellos momentos, como la mayor parte del territorio español, con una fuerza y voluntad de desarrollo notable, reflejo quizás de una engañosa idea de “restauración o regeneración” que se respiraba a todos los niveles, y que nos condujo en el ámbito nacional, paradójicamente, al desastre de 1898. Recuerden que en las mismas fechas en que se está gestando la creación de la Escuela, nuestro pueblo está empeñado en la realización de una obra que parecía escapar a las posibilidades humanas de aquellos convecinos: la construcción de una nueva iglesia de la magnitud proyectada, cuya primera piedra se acababa de colocar unos días antes de abrir sus puertas la Escuela. Cinco días después de esta efemérides, que fue recordada aquí recientemente, esta fechado el Reglamento por el que se iba a regir la vida de la Escuela de Artes y Oficios. En ambas empresas encontramos repetidos algunos nombres de vecinos como impulsores de ellas: Buenaventura Rodríguez Parets, José María Quijano, Carlos Castañeda, Ramón y José Fernández Hontoria y Joaquín Hoyos.

 

            La asociación promotora de la Escuela contaba, como socios fundadores, además de estas personas citadas, con una larga lista de ciudadanos de destacada presencia en el mundo de la cultura y de la vida industrial y comercial, todos dignos de nuestro mejor recuerdo y cuyos descendientes, en gran parte, viven hoy entre nosotros.

 

            El curso primero comenzó con una matrícula de 44 alumnos, en los locales de la Escuela de la villa, en la Plaza de Baldomero Iglesias, impropios desde el primer momento para el desarrollo de los proyectos concebidos por Alcalde del Río.

 

            Cuando un grupo de antiguos y ya viejos exalumnos, decidió homenajear a su director en el año 1943, éste, en su discurso de agradecimiento, se refirió así a esta puesta en marcha: “Corría el año 1892, y se echaba de menos en la entonces villa, pero ya promesa pujante de Torrelavega, un centro de esta clase donde atender al perfeccionamiento técnico de los distintos oficios”.

 

            Durante el segundo curso (1893-1894), el eco que ha alcanzado la Escuela provoca la atención oficial, y la Diputación Provincial y el Ayuntamiento de Torrelavega consignan en sus presupuestos sendas subvenciones, a las que se añadieron valiosos obsequios de material con fines didácticos, procedentes, principalmente, de la Escuela Central de Madrid, que envió una selecta colección de modelos; del Ministerio de Fomento, que aportó una escogida biblioteca; de la Calcografía Nacional, con una buena colección de estampas... Pero quizás el hecho más destacable en estos primeros años es el triunfo que logra un grupo de alumnos en el concurso abierto para realizar el rosetón de piedra que adorna hoy la fachada principal de la iglesia de la Asunción que se empezaba entonces a construir. Es justo citar aquí los nombres de aquellos entonces jóvenes muchachos, a los que algunos hemos conocido después, ya hombres y maestros indiscutibles de sus oficios: Florencio y Joaquín Fernández, Federico Gutiérrez, Joaquín, Félix y Teodoro Herreros, José Manuel Casuso y Emilio Andrés.

 

            Aumenta el número de alumnos y cuando llega la Escuela al curso 1895-1896 ya son 67. En el cuadro de honor de este curso se leen los nombres de convecinos nuestros que, como los que he citado anteriormente, llegarían a ser personas destacadas en sus respectivas profesiones. Así, Joaquín Fernández Herreros, modelo de profesionales y de ciudadanos honestos, a quien encontraremos repetidas veces en el cuadro de honor de años sucesivos, Luciano Herrero, Nazario Asensio, Gaspar Leza, Pedro Redón, Victoriano Montoto y su hermano Fernando, José Peón, Gilberto y Francisco Cotera, Victoriano Daguerre, Vicente Esquivel y Julio G. del Río.

 

            EI director está entusiasmado ante los buenos resultados con que empieza su obra y en el discurso de inauguración del curso siguiente deja constancia de ese entusiasmo y, sobre todo se refleja en el texto su preocupación por la formación de la clase obrera: “Es un acto de justicia -dice-, de compensación y de gratitud, todo lo que tiende al mejoramiento de una clase, que al fin y al cabo es la que más contribuye con su ovalo de sudor y de sangre al sostenimiento de las cargas sociales”. Y más adelante, en el mismo discurso, al referirse a los apoyos de toda clase que esta recibiendo la Escuela, añade: “Con estas cooperaciones podremos colocar a la Escuela de Artes y Oficios de esta ciudad, en análogas condiciones que otros centros modelo de este genero, formando Museo y Laboratorio, estableciendo talleres y ampliando las actuales enseñanzas; en una palabra, completando los elementos actuales hasta construir lo que con mucha propiedad se ha dado en llamar las Universidades del Porvenir”.

 

            Vean en estas palabras la gran ilusión y altura de miras que animaba a don Hermilio, quien en 1896, hace ya casi un siglo, habla de las “Universidades del Porvenir” refiriéndose al centros de culturización de la clase obrera que hoy estamos viendo desarrollarse en algunos lugares de España con el nombre de Universidades Populares. “Juntamente con los estudiantes del bachillerato -dice en otro escrito-, coexistirán los obreros, los artesanos, que también tienen derecho a percibir lo bello y a atesorar lo útil”.

 

            Insisto en la importancia que tuvo para nuestro pueblo esta Escuela. Torrelavega pudo contar después con un sobresaliente plantel de profesionales, auténticos maestros en su oficio, gracias al esfuerzo de su Director; pero unos maestros en su profesión muy singulares, y esto quiero destacarlo. Las enseñanzas de la Escuela dotaban al albañil, al cantero, al ebanista, al ajustador, hasta al confitero (que más de uno acudió a ella), de un concepto muy elevado sobre la importancia de su oficio, que les llevaba a convertirle en una delicada labor de artesanía, en ocasiones rayana en el arte. No olvidemos que la historia del arte, cuando aún no se estudiaba como disciplina obligatoria en los Institutos ni en las Universidades, fue asignatura que frecuentaron los alumnos que pasaron por esta Escuela. Fue esta una vertiente en la vida del Centro, en la que don Hermilio puso un gran interés, llevando el acercamiento al arte en visitas comentadas a monumentos próximos a Torrelavega, en las que además, en entrañables coloquios con ellos, que se provocaban en los largos paseos, aprovechaba para completar su formación social y ciudadana.

 

            Merece la pena añadir un breve comentario más sobre las ideas pedagógicas de Alcalde del Río. Cuando en enero de 1898 se convocó en Barcelona la IV Exposición de Bellas Artes e Industrias Artísticas, el director de la Escuela nombró una junta formada por los propios alumnos, que se encargó de coordinar toda la labor necesaria conducente a la participación de la Escuela en el certamen. No se conforma con dirigir y dar vida al centro, sino que piensa que para dotarle con la eficacia necesaria y como un complemento de la formación del alumnado, es importante responsabilizarles en las tareas. Esto cuando todavía estábamos a finales del siglo XIX, época en la que aún se mantenía el criterio de que “la letra con sangre entra”.

 

            Podemos afirmar, sin lugar a dudas, que don Hermilio Alcalde del Río, con su Escuela, fue parte importante de la prosperidad que en todos los órdenes vivió nuestro pueblo en años siguientes. No vacilaba Alcalde del Río cuando afirmaba que esto iba a ser así. En el discurso que pronunció abriendo el curso 1905-1906, dijo: “La labor educativa de la Escuela de Artes y Oficios es de alta trascendencia social y uno de los sostenes que más sólidamente se han de afianzar para conseguir llegar al ingreso de nuestra patria en el concierto de las naciones modernas...”.

 

            Si pensamos ahora en las Escuelas de Formación Profesional de hoy y en la insistencia con que se esta revalorizando su labor ante nuestra presencia en Europa, podremos calificar en su justa medida la labor de don Hermilio Alcalde del Río y el beneficio que representó para nuestro pueblo su Escuela de Artes y Oficios.

 


Leído en los Salones de Caja Cantabria (Torrelavega) el 10 de diciembre de 1992 con motivo de una exposición conmemorativa del centenario de la Escuela de Artes y Oficios de Torrelavega.


 

 

 

 

domingo, 4 de diciembre de 2022

Pedro Gómez Cantolla

  En recuerdo de Pedro Gómez Cantolla

(Para Uca, con mi afecto)

            No hace muchos días que murió Pedro Gómez Cantolla, a quien la ciudad de Santander no ha agradecido de manera suficiente todo lo que le debe Culturalmente. Ocurrió lo mismo cuando la muerte de Joaquín Reguera Sevilla. En aquella ocasión tuvo que recordárnoslo públicamente Pablo Beltrán de Heredia que un artículo enviado desde Madrid.

 

            Las dos figuras podrían unirse en este breve comentario, porque las dos, Reguera y Cantolla, marcaron aquella época de los años 40 y primeros de los 50, con una abierta política cultural. El primero como jefe, gobernador civil de la provincia, y el segundo como subordinado fiel e inteligente, en la Jefatura Provincial del Movimiento, batallaron incansablemente para conseguir elevar el mundo intelectual santanderino a alturas difíciles de imaginar para una época tan dura en muchos aspectos como la que se vivía entonces.

 

            Repito y suscribo lo que dije de él en mi libro Tiempo y vida de José Luis Hidalgo, del año 1975. Escrito cuando dichosamente Pedro se encontraba todavía entre nosotros, son palabras que para mí siguen teniendo el mismo valor de entonces; ahora recordadas con emoción: «De Cantolla no se ha hablado, o no se ha hablado bastante; aún no se ha dicho de él lo que Santander le debe en el aspecto literario y artístico. Todos los que nos movíamos alrededor de Proel, más o menos implicados en la revista, sólo podemos tener una palabra para aludirle: gratitud. Cantolla fue, y sigue siendo, el amigo generoso y dispuesto en todo momento a realizar cualquier desinteresada gestión en favor de cualquiera que fuese. Creo que más de una vez se ha callado Pedro los disgustos que, sin duda, le proporcionaron la amistad y la relación con algunos de los componentes de Proel, a quienes él ayudó y protegió en circunstancias personales muy difíciles. No se olvide que era subjefe de Falange y que algunos de los colaboradores de la revista acababan de salir de la cárcel, perseguidos por sus ideas políticas, contrarias a las que él representaba. Cantolla actuó siempre como hombre liberal y culto; a él debe Santander aquellos años de creación literaria, simbolizados por la revista Proel, que tan honda repercusión han tenido en las actividades intelectuales posteriores a la desaparición de la revista y a la dispersión del grupo».

 

            En un artículo publicado por Pedro Cantolla en el n° 8 de la revista Peña Labra se expresaba así: «No creo equivocarme al afirmar hoy, que nuestra revista (se refería a Proel) significó un verdadero acontecimiento en la política intelectual española. Y es que el arranque de Proel puede ser considerada la primera publicación española de signo aperturista; la primera puerta que se abrió, después de la dura contienda, hacia cauces de libertad, de respeto y convivencia».

 

 


Publicado en El Diario Montañés, 4 de diciembre de 1991. Incluidos en el libro Obituario


 

 

 

jueves, 24 de noviembre de 2022

PEÑA LABRA, 51 años de su creación

  LA REVISTA “PEÑA LABRA”


            Cuando aun no hace muchos días la Obra Social de la Caja de Cantabria organizó unos actos en torno a mi persona, con la colaboración como comisario de Carlos Galán, entre otros aspectos, todos emocionantes para mi, se les ocurrió editar unos pliegos bajo el título de Cuasi Peña Labra, de igual características tipográficas que aquel Peña Labra cuya vida yo guié durante dieciocho años. Era una idea que se dedicó a apoyar con toda la fuerza Mary, la hija de Gonzalo Bedia, el admirable impresor que en aquellos momentos murió y me afecto en lo más intimo con el recuerdo de aquellos años.

 

            Aquel Cuasi Peña Labra se iba a convertir en la joya de la corona del homenaje, rebasando mi capacidad de sentimiento, abrumado con el recuerdo de aquellos años de 1971 a 1989 en los que de mi mano fueron apareciendo los 68 números de vida que logró alcanzar la revista. El mismo Carlos Galán, en el escrito con que se abría esta edición, recordaba aquella generosa frase en la que Ricardo Gullón la calificaba como la revista mas bella del mundo hispánico.

 

            Pero vayamos a aquellos años en que nació Peña Labra. Yo llegue a la revista con la fortuna de contar con, que Miguel Ángel García Guinea ostentaba la dirección de la Institución Cultural de Cantabria, organismo dependiente de la Diputación Provincial de Santander, de la que era presidente entonces Rafael González Echegaray, personalidad muy destacada en la vida cultural local, que iba a serlo también de la revista poética. Y digo la fortuna porque como yo mismo lo iba a recordar años después, en un breve texto hablando de la personalidad de García Guinea aludía a su ir de estudioso irrefrenable, que se formó en el yunque de dos visiones: el del mar abierto, igual y distinto a cada instante, que le acompañaba en su rutina de entonces y la llanura extendida, inamovible, de su Campoo natal en las visitas circunstanciales a sus orígenes. En los dos casos la poesía había ocupado lugar preferente en su culta personalidad.

 

            La Institución Cultural de Cantabria, organismo por el que venían encauzando sus actividades relacionadas con la cultura, la entonces Diputación Provincial de Santander tenía previsto, prácticamente desde su creación, la puesta en marcha de una revista poética que, hija predilecta de la Institución, le diera el tono lírico y, si queréis intrascendente, como toda obra que se pretende importante, donde los ojos y el cerebro, fatigados por el rigor de lo científico, encuentren descanso en sus aguas. Ser remanso y oasis lírico de las actividades de la Institución, sin dejar por eso de ser espejo claro para los cantos de los poetas nuevos. Páginas fundamentales para levantar el secreto de lo cotidiano por su lado mas vulnerable, el poético, y que, como siempre, resulten vislumbre de lo porvenir, que es la misión más alta de la poesía. Todos los poetas tendrían cabida en sus páginas y a todos se acudiría en una amplia y fervorosa llamada.

 

            Cuando me llamó García Guinea para hablar del proyecto de la Institución de editar una revista de poesía, lo hizo expresándolo con tal entusiasmo y tan lleno de fe en las posibilidades de la misma, que no vacilé en aceptar la dirección que en aquel momento me proponía.

 

            Yo llegaba a Peña Labra obsesionado por la preocupación de que la vida, esta vida atropellada, mecanicista, saturada de índices económicos que nos rodeaban por todas partes, necesitaba un pequeño istmo que la uniera al continente de lo espiritual. No ignoraba que la publicación de una revista poética cuatro veces al año, como en el proyecto se me proponía, iba a ser poco para compensar aquellos conceptos, pero también pensaba que por lo menos cada tres meses iba yo a contribuir a recordar a sus lectores que aún existía la poesía.

 

            Quiero aprovechar esta oportunidad para volver a agradecer públicamente, como lo he hecho en diversas ocasiones, la generosa disposición, tanto del Presidente de la Diputación de entonces, a su vez de la Institución Cultural de Cantabria editora de la revista proyectada y el afán indesmallable de Miguel Ángel García Guinea, cuyos desvelos se volcaban en la Institución.

 

            El número 1 se publicó en el otoño de 1971. En unas líneas de presentación se decía: ¿Qué es y que pretende Peña Labra?, a lo que se contestaba con expresiones como las que se recogen en líneas anteriores.

 

            En páginas siguientes, se abría con dos poemas de Julio Maruri y un soneto de Gerardo Diego, y en un artículo escrito por Marcelo Arroita-Jauregui, con el título de “Recuerdo de Carlos Salomón”, se detallaban ciertos aspectos, desde el punto de vista poético, de la época, en Santander, al que seguirían poemas de diversos autores de Cantabria y con la presencia en Peña Labra de José Hierro con un largo poema al que titulaba “Fuegos artificiales en honor a don Pedro Calderón de la Barca” ilustrado con la reproducción del texto original de este autor clásico, así como de unos pliegos de cordel de Rodrigo de Reinosa, presentado con el mismo criterio. A estos textos seguían otros destacando el nombre de Luis Cernuda, así como los de Celia Valbuena, Francisco de Susinos, y Leopoldo Rodríguez Alcalde.

 

            Todo ello ilustrado con dibujos de Juan Cagigal, y su precio de venta era cincuenta pesetas.

 

            En este primer numero quedó de manifiesto el buen hacer de la imprenta Bedia, en la que desde el año 1948 se veía claramente la presencia de la mano de Pablo Beltrán de Heredia en las actividades tipográficas que allí tenían lugar. En un artículo que en el año 1983 publicó Carlos Galán en el diario Alerta con el titulo “Pablo Beltrán de Heredia, cincuenta años de cultura viva en Santander” quedó un buen reflejo de la presencia de Beltrán de Heredia en la vida cultural de Santander en los años de medio siglo y siguientes.

 

            El formato con que se presentaba Peña Labra en esta primer aparición iba a seguir siendo el mismo hasta su final, después de 68 números, intercalándose abundantes números monográficos a partir del que estuvo dedicado a José Luis Hidalgo en el que se aludía en su conjunto al 25 aniversario de su muerte, con la colaboración de algo más de treinta escritores, alguno de los cuales le habían conocido y tratado en vida, ilustrado con dibujos del propio Hidalgo y con la reproducción autógrafa de media docena de poemas entresacados del libro Los muertos.

 

            Con este mismo criterio se fueron publicando otros números monográficos, que tuvieron muy buena acogida por los lectores. Al de Hidalgo le siguieron el 4 (verano de 1972) que fue un amplio homenaje a Gerardo Diego; el 6 resumiendo lo que fue la revista valenciana Corel; el 7, si bien no era en su integridad, reproducía poemas de José del Rio Sainz. El 8 estuvo dedicado íntegramente a Proel, en un alarde de emocionado recuerdo a su contenido y a sus creadores.

 

            Poco más adelante, en el número 11, en un meditado contenido, otro centenario, el de Manuel Machado, servía para incluir muy acertados estudios sobre el Modernismo.

 

            Con el siguiente, el 12, se daba cuenta de la colaboración en este mismo de Pablo Beltrán de Heredia, en la organización de sus páginas, cosa que se repetiría en algunos siguientes para felicidad del director, que encontró en su apoyo una brillante puerta abierta.

 

            Como he indicado, esta serie de monográficos eran recibidos con interés por los lectores y así lo entendió su director, continuando en el 14 con uno dedicado a la revista Espadaña, el 16 a Antonio Machado, en el que sobresalía en encarte la reproducción autógrafa de la última carta de este poeta, que estaba dirigida desde Collioure a José Bergamín.

 

            El 20 fue un monográfico especial en el que se reunieron un apretado número de autores en homenaje a Juan Ramón Jiménez.

 

            En el 21 (otoño 1976) destacaban un escrito homenaje a Gerardo Diego firmado por José Mª de Cossío y una carta, reproducida autógrafa, de Gerardo Diego dirigida “A Aurelio y su Pena Labra”. Todo el número estaba ilustrado con dibujos de Ramón Muñoz Serra. Y en el 22 se recordaban los treinta años de la muerte de Hidalgo con una serie de artículos.

 

            La serie de monográficos continuará apareciendo. En un número doble extraordinario (24 y 25 del verano de 1977) con una amplia serie de artículos sobre los poetas del 27, ilustrado con dibujos de artistas destacados. Lo mismo iba a ocurrir con el 28-29, a nombre de Vicente Aleixandre, a quien se había concedido el Premio Nobel de Literatura, en el que añadíamos, y lo digo aprovechando la ocasión de que se encuentra hoy entre nosotros, que se daba una antología poética de Manuel Arce.

 

            Todavía iban a publicarse hasta el final de la vida de Peña Labra, algunos números monográficos más, pero para no alargar mi intervención en este acto de hoy, dejémoslo aquí en esta referencia. No representa esto una minusvaloración del contenido de los demás números en cuanto a los autores que llenaron sus páginas con trabajos muy valiosos, uno de ellos dedicado a José Hierro.

 

            Fanny Rubio, en su amplio estudio sobre las revistas poéticas españolas de 1939 a 1975, publicado por la Universidad de Alicante el pasado año, hace referencia a Peña Labra en estos términos: “Valgan estas líneas para recordar a esta revista como una de las mas rigurosas del último momento poético en cuanto que revitaliza con un valido tono historicista publicaciones de antaño ligadas a la provincia y que hubieran permanecido olvidadas”, y a lo largo del amplio estudio que nos ofrece la autora en su obra, es relativamente frecuente la alusión a nuestra Peña Labra. Así, recuerda los términos que años más tarde la dedicó Víctor García de la Concha; era un artículo en los que decía que esta revista “ha tenido la ambición de rescatar de un olvido avasallador, numerosas joyas, fruto casi siempre de un anónimo y generoso esfuerzo”.

 

            Aprovechando que se encuentra en esta misma mesa Manuel Arce, para hablarnos a continuación de su inolvidable revista La isla de los ratones, que él creo y dirigió desde 1948 hasta 1955,con un total de 26 números, de la que tuve la satisfacción de que fui el primer suscritor, quiero agradecerle una vez más aquella labor que permitió a sus numerosos lectores conocer a fondo la obra de los más importantes poetas.

 

 


Leído en Ámbito Cultural, 2 de febrero de 2005

 

 

 

viernes, 18 de noviembre de 2022

DEMETRIO CASCÓN

 

Nos unimos al merecido homenaje a don Demetrio Cascón que le dedica el Instituto Marqués de Santillana

El maestro Demetrio Cascón

  

         En el confuso mundo actual de la pintura, en cuya cazuela está entrando más gato que liebre, y que no lleva camino de alcanzar la serenidad necesaria, bueno es tener la suerte de encontrarse alguna vez ante la honestidad, condición tan escasa en esta actividad humana. El arte de Demetrio Cascón, es una de esas rara avis que existen para confirmación de nuestro enunciado. Y es ho­nesto, de manera fundamental, porque su autor está volcado, desde hace muchos años, en la noble tarea de enseñar; es, por tanto, la suya, la obra de un Maestro, en la que se aprecian medios técnicos y tratamientos dispares, que son el resultado de una sincera indagación, en la que ha pesado tanto la propia in­quietud como la hermosa ilusión de ofrecer sus hallazgos a los demás. Porque Cascón es un Maestro, y ya sabemos lo que esto significa. Un Maestro que ha tenido abiertas todas las ventanas para exhibir sus realizaciones, pero que ha preferido para ellas la mejor proyección: ponerlas al alcance de sus alumnos. No hay egoísmo en esta pintura llena de caudales de entrega. Ha huido de la exposición ruidosa para refugiarse en el campo silencioso e imperecedero de la enseñanza.

 

         De su labor como artista hablarán siempre sus obras, que están ahí para eso, para poner ante los ojos de los visitantes la evidencia de su capacidad, que es mucha, y de su dominio de la técnica, que en él no tiene limites. Pero del Maestro Cascón, del profesor de generaciones, hay tanto que decir como de su pintura; yo me atrevería a asegurar que más, aun a riesgo de que alguien con malas entendederas no lo comprenda.

 

         Dejemos hoy a un lado las expresiones estereotipadas que parece debieran usarse; vamos a no hablar ni de nueva figuración, ni de constructivismo, ni de neorealismo, ni de tantas y tantas otras expresiones con pretensiones definidoras, que en la mayor parte de las ocasiones no hacen más que encubrir cosas para las que no hay nombre de pila. Por una vez cataloguemos al expositor con un nombre común: llamémosle nada más (y nada menos), que Maestro.

 


Publicado en: 

Catalogo de la exposición en la Sala de Arte Espi. Torrelavega. 9-27 de Febrero de 1976

 


Insertado en el libro: Torrelavega. Érase una vez el arte… los artistas y el mundo que les rodea. Editado por el Ayuntamiento de Torrelavega 1999