José Hierro: Ecos en el primer aniversario
Ha trascurrido ya un año. Habías vuelto entonces a tu reino, la mar, pero no te separaste de nosotros. Aquel hasta siempre que predecíamos, se está cumpliendo, sigues aquí , a nuestro lado, como lo habíamos soñado. Era una alucinación que nos unía a ti con la fuerza que da el profundo sentido humano de tus versos. Hoy vemos cómo las cenizas, que un día recibió gozoso tu mar Cantábrico, se unen a la memoria eterna de tu presencia.
Habían quedado entre nosotros las palabras que un día te dedicara Juan Ramón Jiménez: “Si usted sigue escribiendo poemas como éste, la poesía actual española se habrá salvado y qué alegría para usted y para mi”. Aludía el maestro a “Episodio de primavera” del libro Cuanto sé de mí. Y las de Gerardo Diego que comentaba admirado: “Qué poeta, Dios mío, Pepe Hierro, ¡Qué emociones, qué abismos humanos nos descubre!”
Nacieron los libros iniciales tuyos, Tierra sin nosotros y Alegría, en 1947. Reunías en el primero poemas dedicados “A mi madre”, que todos los amigos de entonces los habíamos vivido con idéntica pasión que tú. Cuánto calor corría por las venas de sus versos a pesar de vientos y olas que en ocasiones trataban de amordazarles. Pero luchabas y vencías, logrando que todavía hoy parezcan emerger de música que llega de flautas encantadas.
Por el dolor a la alegría; así llegaste al segundo de estos dos libros. Algunos de los amigos que te habían acompañado quedaron en el camino y su recuerdo dominaba el tuyo. Los nuestros, nuestros muertos, habían encendido la llama que permanecía apagada. La alegría que nació con estos poemas intentaba llevarnos a mejores momentos. Años de vino y rosas que a ti debemos.
En los finales de la década de los cuarenta la vida intelectual en Santander había alcanzado un elevado nivel cultural en el que fuiste protagonista destacado. Son fechas en las que, según dijo Aurora de Albornoz, escribiste “casi de un tirón” la mayor parte de Con las piedras, con el viento, aparecido en 1950. Con las piedras nos dices, hablo de mi reino y con el viento.
Cómo esa llama no se fue apagando tu lo presentías. Poco después, 1952, nos lo confirmas con la edición de Quinta del 42, que en entrañable dedicatoria al autor de estas notas le hace particularmente próximo. El libro, son tus palabras, fue naciendo día a día. Con él volvía la madre al recuerdo y el poeta buscaba sentido al tiempo. Cenizas, sombras, olvido, dices. Desde la reclusión forzada que sufriste habías alcanzado a ver el mar, y otra vez la playa, las gaviotas, regresaban a tus versos y nos hablas de plenitud, de estío. Todo había cobrado sentido y en este libro vuelves al encuentro con los amigos que según expresión propia en otro escrito, “estuvieron al borde del heroísmo pero no llegaron a entrar en acción”, en lo que encontrabas su fracaso humano.
Después de cinco años de silencio se publicó Cuanto sé de mí, distinguido con el premio de la Crítica y al que en 1959 se le concede el Juan March. Se vuelcan sobre ti los elogios, como el de Juan Ramón Jiménez citado al principio de estas notas. Eran palabras del maestro eternamente admirado; los desvanecidos días se ponen al fin de pie y en el libro se recoge tu hermoso testamento poético.
El Libro de las alucinaciones, en 1964 y Agenda en 1991 cerrarían aquel tiempo y este último rompió un silencio que parecía definitivo. Son los años en que se producen momentos importantes en tu vida literaria: en 1981 la concesión del premio Príncipe de Asturias y en 1990 el Premio Nacional de las Letras Españolas. En 1982 fuiste distinguido con el título de Hijo Adoptivo y Poeta de Cantabria que tan hondo te llegó.
En 1998 Cuaderno de Nueva York fue la última colección de poemas que nos entregaste en libro y que nos hizo repetir con Gerardo Diego “¡Qué poeta, Dios mío, Pepe Hierro!”. El poema “Vida” que lo cierra ¡qué broche de oro¡.
En los últimos años de tu vida te habías refugiado en un litoral desconocido; así nos dijiste. Pero el mar Cantábrico no te abandonaría y aquí estás para siempre, entre nosotros. Este mar, que es tu jardín, te abraza eternamente. Déjame que te repita estas palabras que llegaron contigo al mar.
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