Julio Maruri
Después de que Julio Maruri publicara LAS AVES y LOS NIÑOS, Pancho Cossío decidió llamarle «el pajaruco». Era un nombre cariñoso, en el que el gran pintor compendiaba todo su afecto hacia el amigo. Yo creo que Pancho, en su subconsciente, estuvo siempre esperando la aparición de un libro de Maruri con este título, para dar una justificación al nombre que venía rumiando desde que le conoció. Ante el hablar posado y socarrón de Cossío, ante el andar forzosamente lento a causa de la cojera que sufría, el bullir de Maruri alrededor del pintor siempre tuvo el aire ligero de un pajaruco que de vez en cuando se posaba en el trinquete desarbolado, piaba y picaba, y emprendía nuevamente el vuelo. Cuando los años de Julio coincidieron con los de Pancho, éste era un barco a quien los temporales habían desecho su velamen y navegaba a la deriva. Quién sabe si la gracia del «pajaruco», sobrevolando tanta desgana, no influyó para que la confianza -por lo menos, la alegría-, volvieran al pintor.
Maruri era el contrapunto de Cossío y el escándalo y admiración de cuantos le escuchábamos. A veces eran boutades chispeantes, sorprendentes; otras, admirables hallazgos de expresión y de ideas. Prologó una parte de los catálogos de las exposiciones de PROEL, encontrando para cada pintor la frase adecuada que le dejaba fijado en un daguerrotipo inolvidable. La exposición de la italiana Carla Prina, con formas y colores puros, le arrancó la fábula de la mariposa de Fray Angélico que se posa sobre un papel blanco para que surja la primera «Composizione assoluta» de la pintora. En la de Eduardo Vicente dice que la Nueva York que trae el expositor de tierras de América, está pintada con mano de agua y mano de hollín. A Cossío le llama águila real del arte de este tiempo. De Vázquez Díaz, que las Gracias le dieron manos de oro y abundancia de bienes; a Francisco Arias le dedica una «tonadilla» subrealista. En estos prólogos a los catálogos de PROEL, creo que está uno de los mejores Maruri; el más desenfadado, suelto e inteligente.
Yo recuerdo una fecha en la que, en horas avanzadas de la noche, andábamos por la calle Alta, de Santander. Aquel día, un predicador, famoso en la localidad por sus efectismos, había hablado desde el púlpito de la Catedral. Se comentó por alguien el sermón y Julio, derrochando ingenio, le imitó en gestos y frases. Pancho tuvo que detenerse para poder reír a gusto; reía como un niño, mientras Maruri gesticulaba moviendo un supuesto ropaje y declamaba contra el protestantismo, con ingenuidad infantil.
Después los amigos, en la entrañable amistad de aquellos años, nos referíamos siempre a Maruri con el nombre que Cossío le había puesto.
Los «años» -otro título suyo- han pretendido morder en su espíritu, pero ha sido inútil. Lo más que han conseguido es que su sabiduría perdiese hojas para quedarse ya casi en la rama pura; que su verso se haya adelgazado, perdiendo la cáscara, como le gustara a Juan Ramón.
Publicado en:
El nº 5 de la revista Peña Labra. Otoño 1972