lunes, 30 de agosto de 2021

IN MEMORIEM de Julio Maruri

 Julio Maruri

 


 

         Después de que Julio Maruri publicara LAS AVES LOS NIÑOS, Pancho Cossío decidió llamarle «el pajaruco». Era un nombre cariñoso, en el que el gran pintor compendiaba todo su afecto hacia el amigo. Yo creo que Pancho, en su subconsciente, estuvo siempre esperando la aparición de un libro de Maruri con este título, para dar una justificación al nombre que venía rumiando desde que le conoció. Ante el hablar posado y socarrón de Cossío, ante el andar forzosamente lento a causa de la cojera que sufría, el bullir de Maruri alrededor del pintor siempre tuvo el aire ligero de un pajaruco que de vez en cuando se posaba en el trinquete desarbolado, piaba y picaba, y emprendía nuevamente el vuelo. Cuando los años de Julio coincidieron con los de Pancho, éste era un barco a quien los temporales habían desecho su velamen y navegaba a la deriva. Quién sabe si la gracia del «pajaruco», sobrevolando tanta desgana, no influyó para que la confianza -por lo menos, la alegría-, volvieran al pintor.

 

         Maruri era el contrapunto de Cossío y el escándalo y admiración de cuantos le escuchábamos. A veces eran boutades chispeantes, sorprendentes; otras, admirables hallazgos de expresión y de ideas. Prologó una parte de los catálogos de las exposiciones de PROEL, encontrando para cada pintor la frase adecuada que le dejaba fijado en un daguerrotipo inolvidable. La exposición de la italiana Carla Prina, con formas y colores puros, le arrancó la fábula de la mariposa de Fray Angélico que se posa sobre un papel blanco para que surja la primera «Composizione assoluta» de la pintora. En la de Eduardo Vicente dice que la Nueva York que trae el expositor de tierras de América, está pintada con mano de agua y mano de hollín. A Cossío le llama águila real del arte de este tiempo. De Vázquez Díaz, que las Gracias le dieron manos de oro y abundancia de bienes; a Francisco Arias le dedica una «tonadilla» subrealista. En estos prólogos a los catálogos de PROEL, creo que está uno de los mejores Maruri; el más desenfadado, suelto e inteligente.

 

         Yo recuerdo una fecha en la que, en horas avanzadas de la noche, andábamos por la calle Alta, de Santander. Aquel día, un predicador, famoso en la localidad por sus efectismos, había hablado desde el púlpito de la Catedral. Se comentó por alguien el sermón y Julio, derrochando ingenio, le imitó en gestos y frases. Pancho tuvo que detenerse para poder reír a gusto; reía como un niño, mientras Maruri gesticulaba moviendo un supuesto ropaje y declamaba contra el protestantismo, con ingenuidad infantil.

 

         Después los amigos, en la entrañable amistad de aquellos años, nos referíamos siempre a Maruri con el nombre que Cossío le había puesto.

 

         Los «años» -otro título suyo- han pretendido morder en su espíritu, pero ha sido inútil. Lo más que han conseguido es que su sabiduría perdiese hojas para quedarse ya casi en la rama pura; que su verso se haya adelgazado, perdiendo la cáscara, como le gustara a Juan Ramón.

 

 


 

Publicado en:

El nº 5 de la revista Peña Labra. Otoño 1972

 




 

jueves, 26 de agosto de 2021

IN MEMORIAM de Jesús Otero

                           Esculturas entre los tamarindos del Sardinero 


 

            El 30 de julio último, cumplió ochenta años de edad el maestro inglés de la escultura, Henry Moore. ¡Qué feliz coincidencia en el tiempo, esta exposición entre los tamarindos! “En la clara y radiante plenitud de la libre anchura”, que escribiera Santiago Amón hablando de Moore.

 

            La voluntad y el entusiasmo de Coco Piris, de la Galería RUA y el Ayuntamiento de Santander, colaborador eficaz en la organización, no podían ofrecer mejor homenaje –si se lo hubieran propuesto-,  al gran escultor de los espacios libres, del colosalismo a escala humana, colosalismo para ser interpretado y admitido por los hombres en sus relaciones, que constituyen, para Moore, la base fundamental de nuestra vida.

 

            Entre los tamarindos de los jardines de Piquío, por donde Cantabria se asoma al mar que lleva a la patria del octogenario escultor, un grupo numeroso de artistas montañeses ofrecen su labor a la contemplación de propios y extraños, por encima del mar océano, al mismo Henry Moore; entre ellos tres torrelaveguenses: Paco Charires (1.909), Antonio Núñez (1.927) y Lucio Marcos (1.929).

 

            Si el hombre no viene al Arte –parece decir con su concepto total de la escultura el maestro sajón-, si pasa indiferente ante la llamada de las salas convencionales, llevemos el Arte al hombre, busquémosle donde se encuentre, pongamos el Arte al alcance de sus sentidos, acostumbrémosle a  vivir cotidianamente entre formas bellas y sugerentes. Que sea museo” la libre anchura” por donde el ser humano pasea con sus penas y alegrías, con sus nostalgias, con sus ilusiones...

 

            Aquí, la luz primera y última de cada día, jugarán con los volúmenes, creando nuevas formas, nueva visión de cada obra expuesta, y el espectador tendrá ocasión de sentirse un poco autor, recreador en su contemplación. Será el momento en que el artista habrá conseguido la suprema meta: se habrá producido el milagro de la comunicación. Desde los grandes espacios dominados por sus esculturas, Moore sonreirá complacido y pensará que sus realizaciones humanas están en el camino para el que son creadas y que el mundo empieza a comprenderse.

 

            Esta exposición precisará también de la noche, las siluetas de las esculturas se confundirán entonces con las de los tamarindos en una sola proyección. La naturaleza y la obra del hombre, por fin, se habrán unido señalando el camino a seguir. Quizás sea esta la lección más importante a recoger; de aquí pueden partir los escultores de Cantabria hacia nuevos horizontes en los que desaparezcan las chatas imposiciones en tamaños y motivos.

 

            El Arte está saliendo a la calle, para ayudar al hombre a sentirse libre. Sea bienvenido.

 

 


 

Publicado en:

Catálogo de la exposición “Escultores montañeses” organizada por “Rua galería de arte” en agosto de 1978 en Santander 




sábado, 21 de agosto de 2021

IN MEMORIAM: Pablo Beltrán de Heredia

 


Pablo Beltrán de Heredia o la eficacia inteligente

 

Pablo Beltrán de Heredia, Julio Maruri y Joaquín Díaz

         En estas breves notas en las que se habla de Pablo Beltrán de Heredia, podría partir con palabras escritas por Eugenio d'Ors en uno de sus glosarios, cuando destaca la imaginación derrochada en el acondicionamiento de la Residencia universitaria de Monte Corbán, en Santander, de la que Beltrán de Heredia era director, y el maestro catalán huésped. También podría hacerlo con expresiones de idéntico alcance de Joan Miró o de Vázquez Díaz; de José María Gil Robles, de Dionisio Ridruejo o de Enrique Tierno Galván; de Vicente Aleixandre, de Jorge Guillen o de Gerardo Diego; de Enrique Lafuente Ferrari, de Pedro Sainz Rodríguez, de Jesús Aguirre, de Ricardo Gullón... de tantos otros, en los que encontraría siempre una frase donde la alusión a su personalidad alcanzaría el nivel máximo exigible para el elogio humano. Pablo Beltrán de Heredia, o la eficacia inteligente, serviría como compendio de todas; otros han hablado de su prodigiosa memoria, valor para añadir a lo anterior. Yo, testigo de referencias fiables, me limito a dar testimonio de ellas al tenerlas por tan ciertas como aquéllas de las que he sido testigo personal.

 

         Nuestra amistad alcanza ya casi la edad provecta de cerca de medio siglo. Esto entraña la dificultad primera para plantearse ante las cuartillas una semblanza. Son muchos los hechos que se agolpan en mi memoria y hacer una selección de ellos para el recuerdo desvirtuaría el conjunto. Quedarse en lo evanescente de la espuma puede ser lo más aconsejable; pero ¿no será afrontarlo con pérdida o merma? En tal cantidad de años he vivido muy cerca la veracidad fecunda de esa eficacia inteligente. Tan valiosa como dilatada; tan afortunada como rica en cantidad.

 

         El primer encuentro tuvo que ser en la tertulia de La Austriaca, a donde acudíamos unos amigos en las primeras horas de la tarde de los domingos, allá por el año 1947. Y digo que tuvo que ser, porque allí asistía él entonces, aun cuando no con demasiada frecuencia, y nada conservo en la memoria que me le sitúe antes.

 

         Pablo había residido en Santander, algunas temporadas, desde el año 1932, en la casa de su tío, don Enrique Sánchez Reyes, director de la Biblioteca de Menéndez Pelayo. Buen hogar, la casa y la Biblioteca, para empezar. Desde 1941 Santander iba a ser residencia definitiva durante muchos años. Hasta entonces había permanecido en Madrid ejerciendo durante tres cursos de profesor auxiliar de la Universidad, en la cátedra de Ciriaco Pérez Bustamante. En Santander fue seis años director de la Residencia universitaria de Monte Corbán. En 1947 obtuvo por oposición el cargo de vicedirector del Centro Coordinador de Bibliotecas de la Diputación provincial de Santander y al año siguiente compatibilizó este cargo con el de profesor de Historia en el Instituto de Santa Clara de esta ciudad.

 

         Esta fue su vida oficial. La otra vida iba por dentro. Vientos políticos, a veces violentos, como el Sur que con frecuencia azota a la ciudad (“Ciudad para el viento”: José Hierro - “Sitio de los vientos”: Jesús Aguirre), movieron esta otra vida, centrada políticamente, en los primeros años de la postguerra, en la corte de Estoril. La cercana amistad con Gil Robles puso en evidencia, en ocasiones, su capacidad conspiradora, con la que siempre salió vencedor. “Experto en travesuras políticas”, dijo Jesús Aguirre de Beltrán de Heredia. No necesitaba, sin embargo, que le empujasen. Su imaginación -vuelta al glosario de d'Ors- pareja a la eficacia, se han movido incansables, luchando contra molinos de viento que en este caso lo eran de verdad; no eran falsos gigantes. Publicaciones más o menos clandestinas -más que menos-, le produjeron entonces numerosos encuentros con la Delegación Provincial de Información y Turismo. La Brigada Político-social de la comisaría de Santander vigilaba sus pasos.

 

         Pero donde su dinamismo imparable se ha mostrado con mayor abundancia ha sido en la vida cultural santanderina del mediosiglo, en la que actuó como actor principal. El lector que me haya seguido a lo largo de las páginas de este libro, habrá encontrado suficientes referencias que lo confirman. “Maestro de tipografía”, escribí de él un día; emprendedor de numerosas aventuras literarias; sugeridor de otras tantas; muñidor de actos culturales... En la vida intelectual de Santander de que vengo hablando, está marcada indeleble su huella. Y, como digo en páginas primeras, sin que en la mayor parte de las ocasiones apareciera su nombre, en un magnánimo silencio que sólo ha roto cuando de elogios a otros se trataba.

 

         Todos los que le hemos conocido y sabemos del interés que pueden representar, estamos esperando, todos los días, la noticia de que ya ha escrito la primera cuartilla de sus memorias, suspendiendo, por el tiempo que sea preciso, su colaboración en la labor de los demás.


En el libro

Desde el borde de la memoria

Ed. Librería Estudios, Santander 1991

domingo, 15 de agosto de 2021

Fiestas Patronales de Torrelavega

                       MISCELANEA EN LAS FIESTAS DE LA PATRONA

 


 

Vuelven a Torrelavega las fiestas de la Patrona renovando con su presencia recuerdos que han jalonado nuestras vidas, en los que la memoria se mueve con nostalgia. Una nostalgia en la que la niebla que acompaña a los años que pasan, dificulta el poder perfilar su imagen.

 

Buscando más allá de lo que puede abarcar el recuerdo personal, tratando de encontrar semejanzas a la evolución anual que han sufrido estas celebraciones, nuestra vista se ha posado en papeles al alcance de la mano correspondientes a hace más de un siglo. El entusiasmo de nuestros antepasados de entonces no era menor que el que se refleja hoy a la llegada de estas fiestas. Posiblemente mayor entonces porque las ocasiones de diversiones no se presentaban con la misma facilidad que ahora, y ayudado esto por la paulatina mejoría económica que se estaba produciendo en el desarrollo de la vida local a partir de la década de los años sesenta. Recordemos en este punto un párrafo escrito por el Cronista Oficial que nos antecedió, el bien recordado Manuel Teira: "Dentro de las dimensiones forzosamente moderadas del pueblo, hay una efervescencia, una vitalidad, que se traduce en un excedente de fuerza; un excedente de energía, un excedente de riqueza...". Y un aumento de población, añadimos nosotros.

 

La festividad de la Patrona, una vez al año, proporcionaba espectáculos mayores, como los de las grandes hogueras que encendían los mozos, los fuegos artificiales, la corrida de la vaquilla enmaromada, los bailes... Así lo recogía una publicación local el 20 de agosto de 1881: "El día de la Asunción, o sea la fiesta de la Patrona de esta villa, se ha celebrado este año con iguales regocijos públicos que otras veces". Y alude el cronista a los "bonitos fuegos artificiales en la Plaza del Grano durante la noche del día 14". La fiesta también ocupaba el espacio de la Plaza Mayor, donde el día 15 se repitieron los fuegos artificiales, todo amenizado por la música, dando cuenta que en las tardes del 15 y 16 había sido toreada una vaca. El autor del comentario destaca este hecho porque, en fechas posteriores este espectáculo fue suspendido. En las celebraciones de este año citado "la parte religiosa fue más pobre que otras veces". Era un tema que había provocado cierto altercado entre los componentes del gobierno del municipio. Se impusieron los que opinaban que por la escasez de fondos en el erario público "no es posible costear solemnes funciones religiosas... en la Iglesia no pudo haber novena con la solemnidad necesaria, ni hubo un organista que tocara durante la misa", insistiendo que "El clero hizo lo que pudo, no lo que hubiera deseado hacer"... "aun cuando no faltó el elocuente sermón a cargo de un religioso del Convento de Soto y en la tarde del 15 muy concurrida y solemne procesión".

 

En años sucesivos las circunstancias económicas no mejoraron lo suficiente. En la sesión del Ayuntamiento celebrada el 2 de agosto de 1884, fue preciso un acuerdo especial para que el Presidente en funciones, don Fernando de Fuentevilla, pudiera invertir, en las próximas festividades de la Patrona, las 604 pesetas que estaban consignadas en el presupuesto anual. Hubo réplicas y contrarréplicas, "el pueblo no estaba en condiciones de gastar la pólvora en salvas". También acordaron... que no se lidiase ningún toro (ni vaca) en la tarde de aquel día, por las desgracias que pudieran ocurrir".

 

Cierto es que a los regidores municipales les tenia más preocupados en esas fechas la construcción de un nuevo cementerio o ampliación del existente, "por encontrarse el que en la actualidad existe en malísimas condiciones" y otras necesidades igualmente perentorias.

 

Pocos días después, una vez finalizadas las fiestas programadas, el cronista sacaba punta sarcásticamente al conjunto de estas celebraciones. Hablaba de "movimientos de gente que se dirigía a Santander a ver la corrida de toros en la que intervenía Luis Mazzantini y en Torrelavega no se lidió ningún toro (o vaca)". Y es natural -insistía-, "como los hijos de la Virgen Grande son tan patriotas, se dedicaron a solemnizar la festividad de la Patrona, marchando a Santander para ver a Mazzantini..." La iluminación en la Plaza del Grano también era motivo de mofa. "Se quemaron algunos voladores de última novedad. La banda de música, traída desde Santander y compuesta de media docena de profesores amenizaba aquel cuadro".

 

Otra nota en la prensa del año 1887 (15 de agosto), nos confirma la escasa imaginación o falta de presupuesto. "Las fiestas de la Patrona de esta villa que hoy día de la Asunción de la Virgen se celebrará, no difieren de las que hubo en años anteriores". En la plaza de Baldomero Iglesias "iluminación en los balcones de las casas, los acostumbrados farolillos de colores a los cuatro lados del paseo central... hogueras...bailes al son de la guitarra de Perico el ciego, disparo de cohetes, y no mucha gente paseando". Por la mañana misa religiosa solemne y por la tarde "será llevada en procesión la imagen de la Virgen". Después "creemos que será toreada, como otras veces una vaca".

 

Ha pasado poco más de un siglo desde aquellas fiestas de la Patrona a que hemos aludido. Este paso de los años ha traído, nuevos y aparatosos artilugios y otras brillantes actividades que han actualizado en el tiempo su celebración, que es recibida por los vecinos con la misma alegría que las fechas que hemos pretendido evocar.

 


 Publicado en:

El Diario Montañés, 15 de agosto de 1998

 

jueves, 5 de agosto de 2021

VELADA-HOMENAJE A LA POESÍA MONTAÑESA

                                            VELADA-HOMENAJE A LA POESÍA MONTAÑESA

INTRODUCCIÓN

 

 


 

Cuando un país, como el nuestro, es poseedor de un rico romancero popular, ¿qué de extraño tiene que en las plazas de sus pueblos, en sus palacios, en las fiestas patronales, surja la poesía y los juglares sean invitados a decir al público sus poemas?

 

Cuando, además, estos pueblos tienen la suerte de ser como el vuestro, en el que la poesía canta desde todos los rincones del valle, entonces, la poesía se convierte en hermosa tradición.

 

Vuestros hombres, desde los más lejanos años, sintieron en su entraña la vena lírica. ¿Dónde encontrar más poesía que en aquellos foramontanos que escucharon la llamada del misterio de la llanura castellana? ¿Queréis mayor lirismo que echar a andar para fundar España?. “Aquí empieza esa cosa inmensa e indestructible que llaman España”, escribió Víctor de la Serna, uno de los vuestros. Si, aquí empieza, desde este valle salieron los primeros juglares para extender más allá de las montañas los bellos romances y los recios bailes ancestrales que recrearía después Matilde de la Torre. Entre los foramontanos no pudieron faltar los juglares y ellos cantarían coplas nostálgicas que les recordarían su tierra, en las largas noches de la guerra y en los afanosos días de la paz.

 

Por estos caminos cruzaron aquellos hombres­ poetas hace diez siglos, tejiendo el aire de vuestros romances, que más tarde nuevos foramontanos llevarían a las playas del sur y a las plazas de las Américas.

 

Aquí también, en vuestro valle, se iniciaron los años de infancia de Concha Espina; aquí sus ojos de niña descubrieron la belleza del paisaje, que luego cantó en forma exaltada. Dejadme recordar un soneto de ella de los años juveniles, pero también muy vuestro, que surgió junto a las aguas del rio Saja:

 

Quietas las hojas de las altas ramas

forman dosel de plácida frescura,

a cuyos pies deslizase, y murmura

canción eterna el río que tu amas.

 

En su voz sueño yo que tú me llamas

con entrañable acento de ternura

y ven mis ojos en la linfa pura

gotas del llanto que por mi derramas…

Siempre que en su ribera florecida

miro correr las aguas bulliciosas,

el Saja a tu recuerdo me convida

 

con atracciones dulces y amorosas;

y sus consuelos pago enternecida

sobre su espuma deshojando rosas.

 

A Concha Espina, como a otro poeta que también sintió la atracción de vuestro valle, el comillano Jesús Cancio, les sería negada la luz en sus últimos años para contemplarlo.

 

Y ¿cómo no recordar al hablar aquí de poetas a Manuel Llano, tan próximo a vosotros? Por estas tierras fue el tránsito de sus años niños y pastores hacia el misterio de la capital.

 

Todos, los juglares primeros, los hombres del espíritu que os antecedieron, los poetas que posaron maravillados sus miradas en vuestro singular paisaje, vosotros, hombres y mujeres actuales, habéis hecho posible que la poesía sea tradición en Cabezón de la Sal; que los poetas tengan que ser llamados para tomar parte en vuestras fiestas, como joya preciada de ellas.

 

Hoy, como entonces, como siempre, los poetas están aquí, en este valle, para decir sus poesías. A propósito he renunciado a presentarlos en forma amplia porque ya son conocidos de todos. Matilde Camus, que responde a su condición femenina con una sentida poesía en la que la delicadeza es reina en sus estrofas; Alejandro Gago, que ya en los años cincuenta nos emocionaba con sus versos tiernos en los que parecía que el fluir lírico estaba siempre a punto de romperse; Ángel Laguillo, poeta impenitente, romero eterno en un peregrinar callado, demasiado callado de cara al público; y Julio Sanz Saiz a quien la veta de poeta le desborda por todas las rompientes de su alma.

 

Ellos os van a leer sus poemas y cuando los que han de hablar son los poetas, sobra la prosa, o por lo menos, con poca, basta.

 



 

Leído en la Velada-Homenaje a la Poesía Montañesa en el Palacio de los Señores de la Bodega organizada por el Ayuntamiento de Cabezón de la Sal el 5 de agosto de 1974