domingo, 12 de noviembre de 2023

Eduardo Pisano

 

 


         Eduardo Pisano lleva ya treinta años largos viviendo en París, lo que quiere decir que lleva treinta años pintando en París, porque para Pisano vivir es pintar. Desde aquellos tiempos mozos en que alternaba el bello oficio de floricultor con la pintura hasta hoy. Pisano no ha hecho más que pintar. Es un artista con una vocación absoluta, al que es imposible concebirle separado de sus pinceles.

 

         Después de estos años, en los que han pasado por su delicada retina todos los ismos y todas las formas de las artes plásticas, en ese París por el que todo pasa, Pisano ha vuelto a su tierra natal con una temática fundamentalmente española; profundamente arraigada en lo español, pero tratada con la habilidad del maestro que, sabiendo que bordea lo folklórico, no sólo no lo elude, sino que lo busca y se regodea en la suerte de envolverlo en su capa para salir airoso del lance, dejando fuera la españolada y quedándose enredado entre los cuernos de los valores auténticos de este variopinto pueblo español. Esta es la difícil pintura de Pisano; el alejamiento le ha permitido entornar los ojos y ver este mundo barroco que constituye España sin la ganga de lo superficial.

 

         Pero hay otro aspecto en Pisano que queremos destacar: nos referimos a su entroncamiento con la pintura montañesa de todos los tiempos. El profesor Lafuente Ferrari, al referirse a nuestra pintura, dijo que tanto Salces como Riancho, Iturrino, Solana, María Blanchard, Pancho Cossío o Antonio Quirós «tienen entre sí rasgos comunes que permiten su agrupación y dan valor a la consideración del conjunto», y al definir estos rasgos alude a las notas de fantasía y auténtica originalidad, y concluye: «Lo que me parece que puede ligar a estos hombres es, más que una tradición escolástica inexistente, la insobornable personalidad, su brava independencia -cántabros, al fin-, su escasa voluntad de conformismo» La cita conviene al caso no sólo por la personalidad de quien lo afirma, sino por lo que manifiesta. Si volvéis ahora vuestros ojos a los cuadros de Pisano que damos en estas páginas, os encontraréis de lleno con estas cualidades que enumera el profesor Lafuente. Hay pasión por encontrar caminos no hollados; hay una brava independencia respecto a las escuelas y tendencias que le han acosado en París y una irreductible voluntad inconformista. La pintura de Pisano es hondamente personal y por ello, siguiendo los argumentos que hemos citado, plenamente montañesa.

 

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         Eduardo Pisano nació en Torrelavega el 2 de mayo de 1912. Con una gran vocación pictórica desde niño, inició sus estudios de dibujo en la Escuela de Artes y Oficios de Torrelavega, con don Herminio Alcalde del Río, continuándolos en la Escuela de Artes Gráficas de Madrid. La guerra civil le llevó a Francia en 1939, fijando poco después su residencia en París, en el famoso barrio de Montparnasse, en donde la bohemia simpática del pintor encontró el ambiente oportuno.

 

         En su haber tiene numerosas exposiciones en Francia y en España, y sus obras figuran en colecciones privadas de los más diversos lugares del mundo.

 Publicado en:

La revista “Sniace. Nuestra vida social” Nº 13. Noviembre-Diciembre de 1973


 

 

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