ENTRE ALIRA Y RAMAR
Hace un par de años me pidió Rafael Colomer que tomara parte en la presentación de su libro “Transido en el taller de la palabra”, y en un acto público, como este de hoy, nos ocupemos de él, aquí en Torrelavega, José Manuel González Herrán y yo. Recuerdo que entonces cargue la mano en el aspecto visual de la publicación, que me había llamado la atención, sin olvidar, claro está, el contenido de sus páginas que albergaban una poesía muy personal.
El conjunto que se aprecia en “Transido en el taller de la palabra” me hizo comentar que algo estaba sucediendo en la lírica de hoy; que la rotura de moldes y el abandono de posturas y dogmas que nos habían parecido inamovibles, habían llegado a tocar el ala de la poesía. De una nota que conservo de aquella presentación entresaco la siguiente frase con la que aludía a la brecha que se estaba abriendo, en general, en los cánones sobre los que nos veníamos moviendo. "La poesía -decía yo-, en tanto que expresión humana del más elevado rango, no puede permanecer ajena a esta evolución, y en unos casos intenta resolver el problema echando vino nuevo en odres viejos y, en otros, creando contenedores nuevos para contenido también nuevo.” Este era el caso de aquel libro.
“Entre Alira y Ramar” que hoy nos ofrece Colomer, es más ortodoxo en sus formas externas que el anterior, aun cuando no falte en él -no podía faltar-, experimento y creación, las dos corrientes en las que su autor vive como paz en el agua. Pero creo que en este nuevo libro el vino es viejo, viejo como el mundo, porque es un libro de amor y, por lo tanto, es un libro clásico. Hay en él los tres tiempos de la tragedia: hay exposición, hay nudo y hay desenlace; un desenlace que alcanza cotas que me atrevería a calificar de “novela rosa” si esta expresión no estuviera tan indebidamente desacreditada, y todas sus páginas están “transidas” -también hoy nos vale la palabra-, de una contenida serenidad. No existe el odio, y pudo haberlo; como pudo haber resentimiento o pudo aparecer el rencor. Nada de esto hay en el libro, porque si hubiera intentado aparecer por encima de las intenciones del poeta, el amor que aletea en él y que todo lo sublima sería suficiente para desvirtuarlo.
Sí podrá detectar el lector dolor, pero un dolor casi subterráneo, como música de fondo, con el que el autor ha luchado a lo largo de sus página para impedir que aflore, para evitar que manche la felicidad última. Puede aparecer la ironía, pero nunca más allá del límite de lo necesario.
Colomer se me ofreció para dar una lectura primera juntos al libro, con el buen propósito de facilitarme la labor de desentrañar su contenido, pero preferí encerrarme con el texto yo sólo,
pues siempre me ha parecido que la poesía es para la intimidad. En toda obra poética, cuando es sincera, hay una gran carga de confesión, que debe ir escuchando el lector a solas consigo mismo, lo que a veces parece hacer correr por ella como un relente propio.
Entonces vi que el libro está estructurado en dos secuencias; en una se va desarrollando el poema en discursivos versos que van narrando esta historia de amor a lo largo de diez bien acotadas partes, en las que en algún momento parece que nos hallamos ante una escritura sonambúlica, que ha brotado incesante e imperiosamente, con felices hallazgos verbales. La otra secuencia está escrita en prosa y se ofrece paralela al texto poético, como clave que colabora en la debida interpretación del poema. Yo aconsejaría una lectura inicial prescindiendo de esta segunda secuencia; recomendaría sumergirse en el verso, dejarse empapar con los ecos que pueda provocar en nuestra sensibilidad, dejando las diez crónicas y el epílogo que las acompaña para una lectura posterior, complementaria. No se le debe restar misterio a la poesía. Después, cuando agotemos las posibilidades de comprensión, podremos ir a cotejar el resultado de las emociones personales que nos haya provocado, con las “respuestas” que se nos facilitan en las crónicas. Entonces será también el momento de detenernos en el aspecto visual, tan cuidado por el autor en esta y en las demás publicaciones suyas.
Pera esto es tema que debo pasar a Luis Salcines, ya que el libro de Rafael Colomer que tiene entre manos para hablarnos de él, entra de lleno en el campo de la poesía visual.
Y nada más por mi parte; incluso creo que he dicho demasiado porque los libros entiendo que son para leerlos, no para que nos los cuenten los demás. Como dije en otra ocasión semejante a esta, si precisan de un bautizo, si breve mejor.
Leído en la presentación del libro de Rafael Colomer “Entre Alira y Ramar”
Salón de Actos de la Cámara de Comercio e Industria de Torrelavega
21 de agosto de 1980
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