NUESTRO OLVIDADO
Digo “nuestro olvidado”, porque para los hombres de mí generación, el crecimiento urbano en cuanto a los bloques de viviendas que se han construido en el último tercio del siglo XX, ha dado lugar a que haya desaparecido de nuestra vista el monte Dobra desde la mayor parte de los puntos de la ciudad a que estábamos acostumbrados a verle. Aquella habitual presencia ante nuestros ojos, de que veníamos disfrutando desde la infancia, ha desaparecido, dando lugar a que tengamos que situarle en nuestra memoria en el lugar del olvido.
Hoy casi podemos asegurar que “descubrimos” el monte Dobra cuando desde algún punto geográfico del exterior de la ciudad nos estamos acercando a Torrelavega. Tengo muy reciente un viaje en el que bajando por la cuenca del Besaya desde el Alto de Campóo, al llegar al valle de Buelna mí “portuguesismo” me llevó a buscar con la vista el Dobra, que desde aquí se presenta de espaldas a la posición con que le teníamos grabado en nuestra memoria.
Es preciso rebasar la hoz de Caldas de Besaya para, ya en el municipio de Cartes, empezar a reconocerle. Es aquí donde salta el recuerdo de la parte de historia que suena para los torrelaveguenses en las laderas del Dobra. La historia primera que desde sus laderas rodó hasta la “Vega de esmeralda”, feliz expresión empleada por Vicente de Pereda para bautizar nuestro valle. “Una vega de esmeralda (seguimos a este autor) que se adormecía dentro del óvalo en que la protegieron los montes de su rico perímetro. Montes blancos en la gran lejanía, violados en la lejanía menor y floridos como jardines en el término de su contacto con la vega”, Visión poética de este escritor que el paso del tiempo se recrearía transformándola, reduciendo lo bucólico para dar paso a la actividad económica que hoy nos distingue.
Los primeros pasos en este conjunto geográfico donde está enmarcada nuestra ciudad, los iba a dar el ser humano por el monte Dobra, que se remontan a los años de la prehistoria, de los que nos han quedado feliz muestra en la cueva de Hornos de la Peña, en la vertiente sur, en el lugar de Tarriba, donde buscaron refugio aquellos primitivos pobladores. En las paredes de este recinto dejaron constancia de su presencia con la representación de siluetas de animales entre los que transcurría su vida.
Debemos el descubrimiento de esta cueva a Don Hermilio Alcalde del Río, aquel torrelaveguense de adopción que en octubre de 1903 se introdujo por primera vez en la gruta, dando así lugar al conocimiento de un virtual corredor prehistórico entre las cuevas de Altamira, en Santillana del Mar, y las del Castillo, en Puente Viesgo, a las que parecía servir, como enlace intermedio, ésta de Hornos de la Peña.
La vida humana en el monte Dobra en la antigüedad, no se reduce a esta del hombre prehistórico, pues fue el mismo Alcalde del Río quien con el hallazgo de un ara votiva en 1925, la dio cierta continuidad histórica. La lectura del texto que aparece grabado en ella permitió su datación en la época de las luchas de los cántabros contra los romanos, y localizarla en el año 399. Es un salto de siglos entre esta fecha y la de Hornos de la Peña, con un vacío del que no tenemos más noticia de la presencia del ser humano en el monte Dobra.
Habrían de transcurrir nuevamente muchos años para que la historia se posara nuevamente aquí con un acontecimiento que lo fijara.
El año 813 corre la noticia por el mundo cristiano del descubrimiento del sepulcro del Apóstol Santiago en Galicia, fecha a partir de la cual se ponen en marcha las peregrinaciones a Santiago de Compostela que en principio debería de discurrir por el litoral cantábrico a causa del dominio de los árabes en el resto de España, y aquí vuelve a sonar en la historia local de Cantabria el monte Dobra, pues por su ladera Norte transcurre uno de estos caminos del que se tiene noticias de que ya era utilizado en los siglos IX y X. Los peregrinos que han llegado antes hasta Castañeda se orientan en la continuación de su viaje por el camino que al pie del Dobra cruza por Viérnoles en busca del puente sobre el río Besaya a la altura de Cartes, al parecer de origen romano, por el que llegan a alcanzar el monasterio de Yermo donde lo mismo que en Castañeda eran acogidos y orientados por los monjes que allí residían para la continuación de su viaje hacia Oviedo.
Este paso de peregrinos primero, y de evolución natural que le sigue, consolidan el pueblo de Viérnoles como un enclave distinguido en nuestra geografía local, de lo que nos quedan algunas muestras en los restos de antiguas casonas.
Muy próximo, ya en el pueblo de Tanos, una de las figuras más destacadas de la intelectualidad contemporánea española, don Miguel de Unamuno, sintió el atractivo de esta presencia del monte Dobra y sus cercanías, desde donde él se encontraba, (la finca de su amigo el Doctor Don Bernardo Velarde )que dejó reflejado en este breve poema:
Pasto de los ojos; canto
del sol sobre el verde; nido
seguro de apego santo;
fresco rincón escondido
donde la cuita se acuesta
a dormir; primer empeño
de mocedad; la gran fiesta
de desnudar el ensueño.
En contadas ocasiones, un monte, como en este caso nuestro Dobra, ha arrancado de un poeta versos de tan refinado lirismo.
Publicado en:
El Diario Montañés. Suplemento VECINOS. Mayo 2002
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