domingo, 28 de mayo de 2023

Patrimonio Arquitectónico Civil de Cantabria

 

Patrimonio Arquitectónico Civil de Cantabria

 


            Cuando Ortega y Gasset llega a nuestra región en uno de sus viajes descubriendo España, no puede menos de admirarse ante la presencia de las casonas y palacios que encuentra en su recorrido. La exclamación con que encabeza sus palabras es elocuente: "Cantabria o ¡venga escudos!" y refiriéndose a las viviendas que ostentan estos escudos añade enseguida: "La casona no es, en rigor, una casa muy grande, y, sin embargo, se comprende que deje un recuerdo enorme de si misma"(1). Tras el escudo, la casona, o palacio, con su rotunda y abundante presencia en el paisaje. Y no solo es el maestro Ortega quien se siente llamado por la singularidad de los monumentos arquitectónicos de Cantabria. Otro ilustre escritor, con acusada sensibilidad poética, también nos habla de ellos: "La arquitectura civil montañesa -escribió Dionisio Ridruejo- es notable y [...] se integra admirablemente en el paisaje. Las piezas más antiguas son las torres fuertes o torronas, pues en la Montaña hay pocos castillos de gran formato". "Los palacios y las casonas -dice el mismo autor- se diferencian sobre todo, por el énfasis y el tamaño, en las que suelen integrarse tres elementos: la residencia, la torre y la capilla"(2).

 

            Más ejemplos podríamos citar de ilustres escritores que han visitado Cantabria o de nativos sensibles a la belleza de estas edificaciones: el profesor Lafuente Ferrari, en su inigualada obra El Libro de Santillana; Amos de Escalante, que en su recorrido por los rincones de Cantabria fue capaz de detenerse admirado ante estos monumentos, sin que la proximidad de su origen cántabro desenfocara la visión; la condesa de Pardo Bazán; Gaspar Melchor de Jovellanos; en sus Diarios; y tantos otros que también se han sentido atraídos por estas piedras y los paisajes en los que están asentadas.

 

            Al Patrimonio Monumental de Cantabria le ha sucedido como a tantas otras cosas hermosas de la vida, que al tenerlas tan cerca, y en forma tan abundante, han perdido brillo ante los ojos que las contemplan asiduamente. Y así, los mismos cántabros han dado a veces la sensación de no reparar en la existencia de estos monumentos. La valoración y el cuidado de ellos no ha sido en el tiempo pasado todo lo correcta que merecía, salvo en lo que se refiere a unos pocos casos concretos. El primero de estos monumentos que se encontró protegido legalmente fue la colegiata y el claustro de Santillana del Mar, el año 1889, y poco después, en 1895, la colegiata de Cervatos. Hasta 1924 no se declararían después bienes culturales a proteger las cuevas de Altamira, La Pasiega, El Castillo y Hornos de la Peña. En 1930, la iglesia de Yermo y la colegiata de Castañeda; al año siguiente, la ermita de San Román de Moroso, las iglesias de Santa María, de Castro Urdiales y la de Nuestra Señora de los Ángeles, de San Vicente de la Barquera, la catedral de Santander y la colegiata de San Martín de Elines, así como la iglesia de Nuestra Señora del puerto, en Santona; en 1953, el monasterio de Santo Toribio de Liébana.

 

            Tendrían que pasar más de veinte años para que se continuara tan importante labor, que, a finales de la década de los setenta, y sobre todo en la de los años ochenta, alcanzaría un impulso importante dedicado con preferente atención a la protección de casonas, palacios y otras construcciones civiles.

 

            El dinamismo que en este sentido se está manifestando desde el Consejo de Gobierno de Cantabria en los últimos años, proporciona la tranquilidad de ver como aquellos monumentos que todavía no han sido vencidos por la incuria del pasado, principalmente los de tipo civil que habían permanecido ignorados hasta ahora, desde este punto de vista, van a quedar a salvo para las generaciones venideras.

 

            Para una más completa información, incluimos relación de aquellos Bienes de Interés Cultural que en el momento de instalarse esta exposición están en trámite de declaración oficial, con el correspondiente expediente incoado, sin que esta distinción entre ya declarados o en expediente actualmente de incoación, suponga una posición jerárquica en cuanto a su valor monumental.

 

(1) José Ortega y Gasset, Obras Completas, Ed. Revista de occidente, Madrid, Torno II,1946, pág. 431.

(2) Dionisio Ridruejo, Castilla la Vieja. Santander, Ed. Destino, Barcelona, 1980, págs.. 50/51

 

 

Patrimonio Arquitectónico Civil de Cantabria

Conjuntos históricos

 


            La geografía de Cantabria esta salpicada, en toda su extensión, por torres y numerosos palacios y casonas que la dan una característica arquitectónica especial. Ya nos hemos referido a ello en la introducción a este catálogo. Pero hay otro aspecto de no menos singularidad en este sentido; existen conjuntos urbanos en los que la historia ha parecido remansarse, conservando ese "halito vivo del pasado" que cita el profesor Lafuente Ferrari al referirse a la villa de Santillana. Se trata de núcleos de población que si bien en ciertos casos se han visto afectados por el transcurrir del tiempo, sin embargo han conservado las esencias de los años en que fueron creados. Si la torre, el palacio o la casona guardan en su interior la intimidad de las familias que los ocuparon, los conjuntos urbanos son la suma de esta intimidad de cada una de las casas que los forman y que les concede una fisonomía propia.

 

            Cada uno, según su situación geográfica, adopta una forma distinta. Así, en los pueblos del interior, las casas se presentan agrupadas en torno a unos elementos urbanos condicionantes (Bárcena Mayor, Tudanca, Mogrovejo...); en otros lugares estos conjuntos aparecen ordenados a lo largo de la vía de comunicación que fue su razón de ser (Riocorvo, Cartes, Alceda…). Cada uno con características propias, nos habla de ese transcurrir entrañable que va tejiendo los pueblos a lo largo de los años y que les concede un valor histórico y hasta artístico de gran belleza.

 

            Son pueblos que exigen una visita reposada para dejarse impresionar por el misterioso latido de su silencio. No se debe buscar en ellos alardes arquitectónicos y sí disfrutar de detalles peculiares que el visitante sensible vera aparecer con frecuencia ante sus ojos.

 

            En otros conjuntos podrá encontrar edificios que por su singularidad también podrían ser calificados como Bienes de Interés Cultural.

 

            Notablemente distintos son otros de los conjuntos que han sido declarados como tales. Su fisonomía es eminentemente ciudadana y el legislador ha buscado con su actuación la protección de núcleos cuyas características arquitectónicas resultan irrepetibles: El Paseo de Pereda y una zona en El Sardinero, en Santander, son una muestra de esta modalidad, con un tono burgués que contrasta con el radicalmente rural al que nos hemos referido mas arriba.

 

PATRIMONIO DECLARADO

 

Mogrovejo.

Carmona.

Cartes.

Riocorvo (Cartes).

Comillas.

Alceda (Corvera de Toranzo).

Laredo.

Bárcena. Bárcena Mayor (Los Tojos).

Zona vieja de la villa de Potes.

Zona vieja de la villa de San Vicente de la Barquera.

Santillana del Mar.

Tudanca.

Agüero (Marina de Cudeyo).

Paseo de Pereda y "El Sardinero". Santander.

 

PATRIMONIO EN TRAMITE DE DECLARACIÓN

 

Renedo, Valle y Terán (Cabuérniga).

Puebla Vieja (Castro Urdiales).

Dobres y Barrio de Cucayo (Liébana).

Conjunto ermita de San Andrés y puente de acceso. Liendo.

Una zona de Liérganes.

Zona de Las Llamas. Santander.

Aldea de Ebro (Valdeprado del Río).

 

 

Comillas

 


            La plaza central, asfaltada y con amplia balaustrada, que la cierra por una de sus partes, -el Paredón-, es el centro de reunión de la villa, y se conoce como "Corro de Campios". La plaza del Generalísimo es austera, de planta cuadrilonga, en uno de cuyos ángulos casi convergen la fachada de la iglesia parroquial y la del Ayuntamiento.

 

            Mas abajo existe una plazuela, -la de la Fuente de los Tres Caños- con un magnífico edificio de solida arquitectura. Enfrente de él una Casona solariega con su torreón y piedra de sillería. Otras plazas -la de San Pedro, la de La Fuente Real-, o la calle de los Arzobispos, entretejen la villa.

 

            De entre los principales monumentos arquitectónicos de esta puebla vieja de Comillas cabe destacar la iglesia parroquial de San Cristóbal, construida a finales del siglo XVIII y principios del XIX. Otro monumento importante es el Hospital de la Villa, fundado por el comillano don Tomás Ruiz de la Rabia. La Casa Consistorial, magnífico edificio situado en el centro de la población, data del año 1780. Está sostenido en sus fachadas este y sur, por macizos arcos de sillería, los cuales amparan un amplio soportal.

 

            En un extremo de la villa se encuentra el cementerio, que fue antigua iglesia parroquial, de la que se conservan todavía algunos restos arquitectónicos cuyo origen parece remontar a los siglos XI o XII, coronado todo por alado Ángel, obra del escultor Llimona.

 

            Una serie de residencias privadas, levantadas en épocas más recientes, completan este conjunto urbano de Comillas, entre las que destacan el palacio de Sobrellano, mandado construir en 1881 por el marqués de Comillas.

 

Potes

 


            "El barrio viejo esta repartido entre las dos orillas del río, siendo más llano en la izquierda y más tortuoso y en desnivel en la derecha. Ambas partes están unidas por dos puentes (San Cayetano y de la Cárcel), uno de ellos de vieja arquitectura muy posiblemente medieval. Algunas de sus calles conservan aún un típico ambiente de otras épocas con casas populares, como las del barrio de la Solana" (Miguel Ángel García Guinea, Cantabria guía artística).

 

            El mismo autor se refiere a la Torre del Infantado con estas palabras: "El centro de atención histórico y monumental de Potes está en su reconocida Torre del Infantado que, al otro lado del río, destaca con su severa prestancia y cubica armadura solo desgeometrizada por las torrecillas angulares almenadas". Otros edificios deben citarse dentro de este conjunto monumental de la villa de Potes, como la iglesia de San Vicente, con algunos restos románicos en su arquitectura, pero especialmente importante como documento histórico; la Torre de Orejón; la Casa de los Bustamante en la calle del Sol; la Casa Solariega de La Canal, actualmente convertida en Casa de Cultura; la Torre de Canseco, en el grupo del Llano; la llamada Torre de Osorio; Casas de la familia Rábago y Reda y la de Josué, etc. En el barrio de San Roque, la casa natal del violinista Jesús de Monasterio.

 

Mogrovejo

 


            Es el conjunto arquitectónico de Mogrovejo uno de los más singulares de Cantabria. Un grupo de apiñadas casas populares se van escalonando hasta verse coronadas orgullosamente por la torre medieval, que como dominante nido de águilas vigila desde sus rotas almenas la ruta de penetración en los Picas de Europa.

 

            La historia -y a veces la leyenda-, han concedido a Mogrovejo un lugar preeminente en las luchas de la Reconquista. Nada se puede señalar con absoluta certeza sobre el origen de la construcción de su señera torre, aún cuando si se tiene la seguridad de que es la más antigua de la región y fue reformada en el siglo XIX. En su origen tuvo una muralla que cercaba el conjunto de edificios, en el que está comprendido el palacio condal, construido en el siglo XlV.

 

            Una pequeña iglesia, que responde en su obra a las características de las iglesias de alta montaña, junto a otras casas en las que todavía puede observarse en algunas sus origen señorial, además de un hórreo y varios chamboretos, le conceden a Mogrovejo una fisonomía propia, inigualable: la situación geográfica; la airosa torre, cubierta en parte por una decorativa yedra; el palacio condal, que se aprieta junto a los muros de la torre; la humilde iglesia; las peculiares casas rurales… Todo está contribuyendo a la belleza de este rincón de la Montaña.

 

Carmona

 


            Desde la Collada de Carmona se ofrece al viajero una panorámica de los dos núcleos de edificaciones que componen el conjunto del pueblo de Carmona: a la derecha, el barrio de San Pedro, en el que se aprietan antiguas viviendas rústicas, donde no se ha puesto una piedra nueva desde el siglo XVIII; a la izquierda, el núcleo que recibe el nombre de Carmona.

 

            Las construcciones rurales son prototipo de las edificaciones montañesas del siglo XVII y aún anteriores, con su estragal y solana con contrafuegos.

 

            En el conjunto de la izquierda destaca "el Palacio", nombre con el que es conocido en el pueblo el edificio restaurado recientemente, dedicado a hospedería. De traza herreriana, tiene dos torres cuadradas de tres alturas y un cuerpo central, más bajo, un clásico soportal de tres arcadas.

 

            Otras casas en el conjunto de este barrio le conceden una personalidad acusada, casas de amplia solana y sobresalientes aleros de madera, que el viajero encontrará en su recorrido por los barrios que el pueblo conoce con los nombres de "La Vera", "El Robreo", la calle del Sol. etc.

 

Riocorvo

 


            Muy próximo al conjunto histórico-artístico de Cartes se encuentra el de Riocorvo. Ambos fueron hasta no hace muchos años angosto lugar de paso en la carretera que conducía de Torrelavega a Reinosa.

 

            Riocorvo se presenta al viajero en una marchita antigüedad, en la que muy escasos edificios muestran los restos de la grandeza pasada de unas construcciones que desde el siglo XV al XVIII fueron configurando su entorno. El núcleo principal se extendía, como el de Cartes, a lo largo del camino real, en el que se fueron incrustando modestas casas populares. La historia habla de un antiguo lazareto y hospital para peregrinos, al que pertenecían la fachada de una capilla y los edificios anexos que aún se conservan. En mejor estado se encuentran una típica casona señorial, construida en sillería, en la que destacan bellos balcones de púlpito y otra casona, también de sillería, con ostentoso escudo.

 


Publicado en:

El catálogo de la exposición “Patrimonio arquitectónico civil de Cantabria” organizada por la Fundación Santillana en la Torre de Don Borja en Santillana del Mar. Mayo-Agosto 1989



 

 

 

 

domingo, 21 de mayo de 2023

RETRATO DE INFANCIA

 

Retrato de infancia

Desde la última vuelta del camino

 


            Regresar a los años de la infancia desde la última vuelta del camino, cuando la edad nos esta recordando implacable la lejanía en que se encuentran; buscar en el poso de esos recuerdos aquellas vivencias que el paso del tiempo ha dorado... Creo que una de las actitudes mas arriesgadas que puede tener un hombre es volver la cabeza hacia su pasado para hablar o escribir de él. Aun cuando pongamos todos nuestros sentidos para separar el mundo real que nos toco vivir del que soñamos haber  vivido, no resulta fácil conseguirlo. Además, el paso del tiempo ha acumulado la nostalgia sobre ellos provocando así mayor confusión. No es fácil, no, tener la seguridad de si rememoramos son las vivencias auténticas o las realidades soñadas.

 

            Mis años de entonces están centrados en Torrelavega, interrumpidos por estancias veraniegas en Suances. Eran los días en que, ensimismado en la playa, mi alma infantil se sentía prisionera de la inmensa soledad del mar; las noches en las que una estrella era siempre algo tan lejano que podía llamarse Dios o luz misteriosa; las horas de juego en la arena donde los pies dejaban huellas que el mar robaba para esconderlas en el fondo, donde los peces nadaban sin saber para qué, igual que nuestras almas, puras todavía, volaban en el aire transparente de la tarde.

 

            Aquellas impresiones, dominadas por la fuerza atrayente del mar, me ayudarían algún tiempo después a comprender toda la belleza del poema «Pureza del mar», de Juan Ramón Jiménez.

 

            Pero no fue solo el mar quien quedó marcado en mi recuerdo de esos años. ¡Cuántas veces he recordado la impresión de la primera visita a la sala de pinturas de la cueva de Altamira! El silencioso galopar de tan nutrido grupo de animales, guiado por la mano mágica de Simón «el de las cuevas», provocó en la inocencia, del niño que yo era una inolvidable emoción. Todavía ahora, al pensar en aquella primera visita, vuelven a la memoria los momentos en que Simón, con su juego de candil y manos, hacía trotar por el techo a los animales allí encerrados. La mano del guía, proyectada por la luz, iba acariciando los bisontes amorosamente, como si de rebaño propio se tratara, para explicar la delicadeza del trazado y el relieve provocado por la mancha de color sobre la roca abultada.

 

            Es un recuerdo que aparece en mi memoria  mezclado con e de los elegantes caballitos del carrusel que venía todos los años al pueblo por las fiestas de la Patrona. Estos también andaban al galope, pero aquí entre deslumbrantes luces acompañadas por los giros de las graciosas figuras que animaban con sus movimientos el artilugio. El juego de las manos de Simón con su rebaño se une en la mente a este de los caballitos que también me maravillaba. En uno, con la oscuridad profunda que se producía cuando Simón apagaba el candil para entrar en la noche eterna en que vivían los animales; en el otro, ante aquella luz cegadora de verbena que aumentaba el hechizo en que vivía yo subido a los caballitos de cartón, que me hacía volar fuera de la realidad.

 

            De la vida cotidiana de esos años ha quedado, asimismo, grabado en mi recuerdo, el paso de la vieja escuela a la que había acudido hasta entonces, a la que inauguramos con el nombre de Colegio del Oeste. Era una nueva escuela, limpia, alegre, con grandes ventanales, por los que entraba el sol y desde los que se veían las nubes y hasta volar a los vencejos. Yo venía de unas sórdidas aulas en las que don Jorge, don Francisco, don José..., habían derrochado paciencia y sabiduría con nosotros. Venía de una escuela en la que las ventanas no solo eran angostas, sino que, además, estaban cerradas con rejas de hierro, como las del edificio de la cárcel, próximo a ella.

 

            Mis años jóvenes no eran suficientes, como hubo ocasión de que ocurriera después, para permitirme relacionar unas ventanas con las otras. Al volver ahora la memoria para tratar de recuperar estos recuerdos, me doy cuenta de que la impresión más nítida y real quedó adherida a mí entonces, quizás sea esta de los ventanales, que en el nuevo colegio iluminaban unos amplios pasillos, por los que podíamos correr y hasta oír las carreras que en los del piso de encima provocaban las niñas de mi misma edad, lo que, indudablemente, estaría añadiendo emoción al cambio.

 

            Pocos años después, en el quicio de la infancia y la adolescencia, la vida para los muchachos de mi generación iba a radicalizarse, pero esto ya se sale de los años infantiles que me han marcado para estas notas.


Publicado en:

El Diario Montañés, el 23 de mayo de 1993


 

domingo, 14 de mayo de 2023

Sala Municipal de Exposiciones Mauro Muriedas. Torrelavega

 

Inauguración de la Sala Municipal de Exposiciones

“Mauro Muriedas", en Torrelavega.

 


            Con este acto en el que ahora nos encontramos se está cerrando el círculo del “barrio latino” de nuestra Ciudad.

 

            “Barrio latino” le he llamado, recogiendo un nombre que Miguel Artigas y pedro Sainz Rodríguez habían utilizado para bautizar lo que era en Santander el espacio urbano que giraba intelectualmente en torno a la biblioteca Menéndez Pelayo.

 

            Con el mismo interés e idéntico afán altruista con que aquellos hombres vivían en torno a la biblioteca de don Marcelino, nuestro Ayuntamiento pretende que sea este núcleo urbano en el que estamos hoy, el apoyo fundamental para la vida cultural de Torrelavega.

 

            Primero fue la biblioteca que lleva el nombre, siempre bien recordado, de Gabino Teira, instalada en la residencia familiar que ocupó la familia del conde Torreanaz; le sigue esta Sala Municipal de Exposiciones, muy acertadamente bautizada con el nombre de Mauro Muriedas. El compromiso quedará concluido en breve con la habilitación del espacio que ocupó el cine Concha Espina, transformado en auditorio para teatro y conciertos. Todo dentro del recinto que constituía la residencia de los Fernández Hontoria, condes de Torreanaz.

 

            Antecedente imposible de olvidar en este sentido con que ahora se proyecta nuestro barrio latino, fue la escuela de artes y oficios bajo la dirección de Hermilio Alcalde del Río, que inició su vida en los años finales del siglo pasado, desarrollando su labor hasta mediados del siglo actual, y la biblioteca popular, esta última en los diez años transcurridos desde 1927 a 1937. Más de una vez he recordado públicamente cómo estas dos actividades han sido base incuestionable de la vida de Torrelavega en este camino de la cultura.

 

            Hoy estamos en condiciones de poder asegurar que el conjunto arquitectónico que se formará en torno a esta sala, servirá para recoger y proyectar hacia el futuro aquella vida cultural que nos precedió.

 

            Gracias Blanca Rosa, nuestra estimada alcaldesa y al personal que contigo está haciendo realidad esta labor que te has propuesto.

 

            Sé que tienes in mente, entre otros proyectos, para cuando la calle de Los Mártires quede peatonalizada, la posible incorporación a este nuestro Barrio Latino, de la antigua casa de traza montañesa que se conserva frente a la Biblioteca, que con gran dignidad puede unirse al conjunto.

 

            Todos te apoyaremos por este camino.

 


Torrelavega, 14 de mayo de 1999

Leído en el acto de inauguración de la Sala Municipal de Exposiciones Mauro Muriedas

domingo, 7 de mayo de 2023

El Monte Dobra

 

NUESTRO OLVIDADO

 


            Digo “nuestro olvidado”, porque para los hombres de mí generación, el crecimiento urbano en cuanto a los bloques de viviendas que se han construido en el último tercio del siglo XX, ha dado lugar a que haya desaparecido de nuestra vista el monte Dobra desde la mayor parte de los puntos de la ciudad a que estábamos acostumbrados a verle. Aquella habitual presencia ante nuestros ojos, de que veníamos disfrutando desde la infancia, ha desaparecido, dando lugar a que tengamos que situarle en nuestra memoria en el lugar del olvido.

 

            Hoy casi podemos asegurar que “descubrimos” el monte Dobra cuando desde algún punto geográfico del exterior de la ciudad nos estamos acercando a Torrelavega. Tengo muy reciente un viaje en el que bajando por la cuenca del Besaya desde el Alto de Campóo, al llegar al valle de Buelna mí “portuguesismo” me llevó a buscar con la vista el Dobra, que desde aquí se presenta de espaldas a la posición con que le teníamos grabado en nuestra memoria.

 

            Es preciso rebasar la hoz de Caldas de Besaya para, ya en el municipio de Cartes, empezar a reconocerle. Es aquí donde salta el  recuerdo  de la parte de historia que suena para los torrelaveguenses en las laderas del Dobra. La historia primera que desde sus laderas rodó hasta la “Vega de esmeralda”, feliz expresión empleada por Vicente de Pereda para bautizar nuestro valle. “Una vega de esmeralda (seguimos a este autor) que se adormecía dentro del óvalo en que la protegieron los montes de su rico perímetro. Montes blancos en la gran lejanía, violados en la lejanía menor y floridos como jardines en el término de su contacto con la vega”, Visión poética de este escritor que el paso del tiempo se recrearía transformándola, reduciendo lo bucólico para dar paso a la actividad económica que hoy nos distingue.

 

            Los primeros pasos en este conjunto geográfico donde está enmarcada nuestra ciudad, los iba a dar el ser humano por el monte Dobra, que se remontan a los años de la prehistoria, de los que nos han quedado feliz muestra en la cueva de Hornos de la Peña, en la vertiente sur, en el lugar de Tarriba, donde buscaron refugio aquellos primitivos pobladores. En las paredes de este recinto dejaron constancia de su presencia con la representación de siluetas de animales entre los que transcurría su vida.

 

            Debemos el descubrimiento de esta cueva a Don Hermilio Alcalde del Río, aquel torrelaveguense de adopción que en octubre de 1903 se introdujo por primera vez en la gruta, dando así lugar al conocimiento de un virtual corredor prehistórico entre las cuevas de Altamira, en Santillana del Mar, y las del Castillo, en Puente Viesgo, a las que  parecía servir, como enlace intermedio, ésta de Hornos de la Peña.

 

            La vida humana en el monte Dobra en la antigüedad, no se reduce a esta   del hombre prehistórico, pues fue el mismo Alcalde del Río quien con el hallazgo de un ara votiva en 1925, la dio cierta continuidad histórica. La lectura del texto que aparece grabado en ella permitió su datación  en la época de las luchas de los cántabros contra los romanos, y localizarla en el año 399. Es un salto de siglos entre esta fecha y la de Hornos de la Peña, con un vacío del que no tenemos más noticia de la presencia del ser humano en el monte Dobra.

 

            Habrían de transcurrir nuevamente muchos años para que la historia se posara nuevamente aquí con un acontecimiento que lo fijara.

 

            El año 813 corre la noticia por el mundo cristiano del descubrimiento del sepulcro del Apóstol Santiago en Galicia, fecha a partir de la cual se ponen en marcha las peregrinaciones a Santiago de Compostela que en principio debería de discurrir por el litoral cantábrico a causa del dominio de los árabes en el resto de España, y aquí vuelve a sonar en la historia local de Cantabria el monte Dobra, pues por su ladera Norte transcurre uno de estos caminos del que se tiene noticias de que ya era utilizado en los siglos IX y X. Los peregrinos que han llegado antes hasta Castañeda se orientan en la continuación de su viaje por el camino que al pie del Dobra cruza por Viérnoles en busca del puente sobre el río Besaya a la altura de Cartes, al parecer de origen romano, por el que llegan a alcanzar el monasterio de Yermo donde lo mismo que en Castañeda eran acogidos y orientados por los monjes que allí residían para la continuación de su viaje hacia Oviedo.

 

            Este paso de peregrinos primero, y de evolución natural que le sigue, consolidan el pueblo de Viérnoles como un enclave distinguido en nuestra geografía local, de lo que nos quedan algunas muestras en los restos de antiguas casonas.

 

            Muy próximo, ya en el pueblo de Tanos, una de las figuras más destacadas de la intelectualidad contemporánea española, don Miguel de Unamuno, sintió el atractivo de esta presencia del monte Dobra y sus cercanías, desde donde él se encontraba, (la finca de su amigo el Doctor Don Bernardo Velarde )que dejó reflejado en este breve poema:

 

                                                              Pasto de los ojos; canto

                                                           del sol sobre el verde; nido

                                                           seguro de apego santo;

                                                           fresco rincón escondido

                                                           donde la cuita se acuesta

                                                           a dormir; primer empeño

                                                           de mocedad; la gran fiesta

                                                           de desnudar el ensueño.

 

            En contadas ocasiones, un monte, como en este caso nuestro Dobra, ha arrancado de un poeta versos de tan refinado lirismo.

 


Publicado en:

El Diario Montañés. Suplemento VECINOS. Mayo 2002