Número 60 de la revista PEÑA LABRA
Poesía Canaria
Mis primeras palabras en este acto tienen que ser de agradecimiento. Agradecimiento a la Universidad Internacional Menéndez Pelayo que, una vez más, con su iniciativa, nos ha permitido presentar un numero de Peña Labra; en esta ocasión, el numero sesenta dedicado a recoger monográficamente una muestra de la poesía canaria actual. De agradecimiento también a Andrés Sánchez Robayna, que ha tenido la gentileza de incluir nuestra revista en la exposición que ha instalado en esta casa. No puede, ni debe faltar en este capítulo de gracias, el reconocimiento a la labor realizada para este número por el crítico Jorge Rodríguez Padrón. Si encuentran ustedes algún mérito en este Peña Labra atribúyanselo a Rodríguez Padrón y a la colaboración que nos ha prestado Carlos Galán. De las dos queda referencia impresa en él.
Con estas valiosas ayudas ha podido hoy Peña Labra volver a navegar por el Atlántico, con el particular interés que representa, en esta oportunidad, su pretensión de convertirse en vínculo de acercamiento más estrecho entre dos regiones de España en las que la palabra poética es de uso común entre muchas de sus gentes. Si en números anteriores cruzado el para enlazar con el México de la segunda generación de poetas del exilio español, o con el de la gran poesía de Octavio Paz; con el mundo lírico colombiano encabezado por Álvaro Mutis; con el Chile de Gonzalo Rojas o con la Argentina de Eduardo González Lanuza, hoy tenemos la alegría de poder hacerlo con el de estas islas, tan afortunadas en muchos aspectos. Sobre todo, en el de sentir y hacer la poesía, que es el hilo que hoy nos une. Por nuestro lado, por el de la región de Cantabria, respondiendo al reto de su “musa del septentrión, melancolía”, que le atribuye a la poesía del norte el delicado poeta montañés Amos de Escalante. Por el del archipiélago canario, respondiendo también a otro desafío, situado en el extremo de la fuente de inspiración, que en este caso vuestro está envuelta en bellísima luz, que define y pule las palabras de sus poetas.
Es cierto, como me decía uno de vosotros en carta reciente, que, en ocasiones, vuestra lírica se resiente de un cierto aislamiento literario con relación a la península; es cierto que la poesía que se hizo y se hace en Cantabria cuesta que llegue hasta aquí y que la vuestra llegue hasta aquella otra orilla del Atlántico, hasta nuestro mar Cantábrico. Contra esto hemos de luchar vosotros y nosotros. Como lo hace la Universidad Internacional Menéndez Pelayo con la acertada ubicación de esta sede que con el nombre del ilustre polígrafo montañés está uniendo ya los dos puntos, tan distanciados en el espacio. Menéndez Pelayo es un símbolo en este intento de encuentro. Como bien sabéis, también fue poeta pero su vasta cultura le empujó hacia caminos más fríos que le impidieron llegar a ser el egregio lírico que llevaba dentro.
En este acercamiento deseado entre los hombres de aquellas latitudes y los de estas, yo recuerdo ahora como hace ya muchos años, un poeta de aquel mar, Jesús Cancio, poeta marinero en cuerpo y alma, me hablaba con encendido entusiasmo de vuestro Tomás Morales. Cancio se sentía hermanado con él en la divina borrachera de unas estrofas líricas que tenían como fonda el mar. Con luz tamizada por el gris de nuestras nieblas que la impregnaban de melancolía, en el caso de Cancio; con la trasparencia clarificadora de vuestra luz, en el de Tomás Morales. Pero, en los dos casos, sintiendo la común emoción que provocaba en sus almas el rumor del mismo mar, que inundó la poesía de ambos de lírico azul a manos llenas.
Hoy llega Peña Labra hasta este mar vuestro con afán y misión de puente. Y llega arrastrando tras de si, para ponerlo también ante vosotros, algo más de medio siglo de revistas poéticas, de las que es, por el momento, su epígono. Detrás de Peña Labra, a la espalda de sus recientes años, hay una tradición en la que se siente apoyada, en la que se recuesta voluptuosamente. Recordar aquella Carmen, de Gerardo Diego, de finales de los años veinte; la milagrosa Proel, surgida en los angustiosos tiempos primeros de la posguerra española; milagrosa, porque milagro fue el surgir poético que se reflejó en las revistas que vieron la luz en la España de aquellos años difíciles. La Isla de los Ratones, otra aventura poética próxima cronológicamente a la de Proel, que estuvo apoyada en las solas manos de Manuel Arce.
Son tres ejemplos que anteceden a Peña Labra, en los que esta ha bebido con fruición. Tres ejemplos que mostramos orgullosos los hombres de la poesía de Cantabria.
Las tres revistas nacieron gobernadas de modo distinto; más ciertamente, Carmen y La Isla de los Ratones, fueron obra cada una de ellas de una sola persona, pero con matices que las diferencian en este aspecto. Proel, fue el resultado de una labor en equipo; de un grupo excepcional de personas que coincidió en Santander en los años cuarenta y que, la dieron vida, creando al mismo tiempo un movimiento cultural que deja profunda huella en la vida literaria de Santander.
Carmen, como he repetido y ya conocéis, fue obra personal de Gerardo Diego, que la dirigió desde Gijón donde se encontraba entonces como profesor en el Instituto Jovellanos. El primer número apareció en diciembre de 1.927 (¡Fíjense que fecha para una revista de poesía: 1.927!), Y tanto este como los restantes, hasta los siete que llegó a alcanzar, fueron impresos en los talleres de “Aldus”, de Santander y administrados y distribuidos desde la capital montañesa. Cito el taller en que se imprimió porque sobre ella he de volver enseguida, ya que el tema de la bella tipografía es una de las peculiaridades de estas revistas a que me refiero.
El esfuerzo y entusiasmo de Gerardo, unidos a su puesto en la primera fila de la poesía contemporánea, le permitieron llegar hasta ese numero siete que se había propuesto como límite al iniciar la publicación, manteniendo una calidad excepcional en la línea de colaboradores. Su director la subtitulo “Revista chica de poesía española”, pero ya conocéis como se le fue de las manos resultando una de las revistas grandes de la época, junto a Litoral y más tarde Cruz y Raya . Las firmas que ocuparon las páginas de Carmen dicen suficiente sobre lo que se podría comentar en torno a su contenido: Cernuda, Alberti, Guillén, Larrea, Lorca, Salinas... Todos, todos están en sus paginas, en las que quedaron impresos poemas que hoy nos resultan clásicos. Allí se publicaron por primera vez poemas de Alberti de Sobre los ángeles; de Guillén, que quedarían en su Cántico; de Pedro Salinas, que irían a engrosar su Razón de amor. Páginas admirables estas de Carmen, que si bien tuvo una vida nacional, no puede olvidarse que nació en Santander.
Abrían de transcurrir dieciséis años y la tremenda guerra civil española, para encontrarnos con Proel. Como he indicado antes, un grupo inicial de amigos, todos unidos por sus aficiones poéticas, crearon las bases de lo que sería la revista. Carlos Salomón, Guillermo Ortiz, Leopoldo Rodríguez Alcalde, Marcelo Arroita-Jáuregui, Enrique Sordo, Eduardo Rincón, Carlos Nieto… fueron sus primeros impulsores. El apoyo generoso que recibieron de Joaquín Reguera Sevilla, un gobernador civil rara avis en estos puestos y en esos años, propicio la salida de Proel, cuyo primer número vio la luz en abril de 1.944.
La revista presentaba en este primer número y los inmediatos siguientes, las características de todas las revistas poéticas de provincia en la posguerra. Los poemas impresos en ella procedían de autores que en su mayor parte era la primera vez que veían impresos sus versos. Había entusiasmo y destellos liricos, pero todo en estos primeros números, en un tono menor. A partir del cinco se incorporarían a sus páginas Gerardo Diego y jóvenes poetas de otras provincias que ya habían visto su obra recogida en libros. Al núcleo inicial que he citado, se unió enseguida el formado por José Hierro, José Luis Hidalgo y Julio Maruri, así como la autoridad crítica de Ricardo Gullón. Todos ellos residían en Santander en la década de los cuarenta, constituyendo un foco intelectual deslumbrador que se iría proyectando sobre la ciudad y que enseguida alcanzo nivel nacional. La revista tuvo una segunda época, con nuevo formato y diverso contenido, perdiendo la exclusiva poética que la había caracterizado para transformarse en una publicación de amplio sentido cultural. Proel deja de salir el año 1950, después de haber editado 24 números.
Si Carmen fue espejo brillante de la gran poesía del grupo del 27, Proel contribuyo a consolidar la de aquel otro grupo que se empezó a mover en los años 40, al que nuestro José Hierro bautizó con el nombre de “Quinta del 42”, que como sabéis ha utilizado para título de uno de sus libros.
Sin haber desaparecido Proel, apareció en mayo de 1.948 La isla de los Ratones, debida a la inquietud intelectual de Manuel Arce. La isla sobrevivió hasta 1955, dando veintiséis números. El primero se abrió con un saludo de Vicente Aleixandre, generoso siempre para con toda nueva empresa poética, y ya desde ese momento, todos los poetas con obra de algún interés que escribían entonces en España, llegaron a colaborar en La Isla de los Ratones, como ocurrió también en Proel. Las dos publicaciones no se limitaron a los poetas que residían en España, pues consiguieron que en sus páginas se pudieran leer poemas de los hombres del exilio, lo que constituía una “osadía” en esos años.
Tanto Proel como La Isla de los Ratones resultan hoy insustituibles para el conocimiento de la lírica española de la Quinta del 42. Alguno de los números de La Isla fueron dedicados a temas distintos de la poesía, como lo hiciera Proel en la segunda época, pero el contenido fundamental de ambas publicaciones fue poético.
Peña Labra nació con este pedigree tan valioso. En la primavera de 1.971 surgió la idea en la Institución Cultural de Cantabria, organismo dependiente de la Diputación de Santander, de crear una revista de poesía. Era director de la Institución en esos años Miguel Ángel García Guinea, un hombre culto, de espíritu sensible, que quiso que junto a las demás secciones integradas en esta Entidad y que estaban dedicadas a la historia, la etnografía, el arte, etc… existiera una que tuviera como objetivo la poesía. La fortuna hizo para mi que García Guinea me ofreciera la dirección de esta sección, que se iba a concretar en la publicación de una revista, cuyo primer número apareció en el otoño de ese año 1.971.
Es curioso observar la cadencia cronológica que se había producido. Entre el fin de Carmen (año 1928) y el nacimiento de Proel (1944) transcurrieron dieciséis años. Entre el último número de La Isla de los Ratones (1955) y el inicial de Peña Labra (1971) otros dieciséis. Y si queremos apurar más esta coincidencia temporal se puede añadir que desde que nació Peña Labra hasta su llegada a estas islas con un número monográfico, han pasado también dieciséis años. Es un ritmo “poético” que aun cuando naturalmente se debe a coincidencias circunstanciales y sin que medie intención premeditada alguna, puede dar la impresión de que obedece a oscuras presiones líricas extrañas a lo humano. A mi, personalmente, me gusta jugar con esta idea.
Paara aquel número primero del otoño de 1.971 escribí una presentación en la que se hablaba de los compromisos que adquiría la revista en su salida al público y de los propósitos que la guiaban. Me permito leer a continuación unos párrafos de aquel texto porque entiendo que con ellos queda definido el origen y los móviles que la han guiado. Decía así:
“¿Qué es y que pretende Peña Labra? -se leía en la primera línea-. Qué es. La Institución Cultural de Cantabria es un organismo de la Diputación Provincial de Santander por el que ésta viene encauzando sus actividades relacionadas con la cultura. Una serie de Institutos, cada uno especializado en una faceta, son los encargados de hacerlo realidad. Estaba previsto, desde el primer momento, la puesta en marcha de una revista poética que, hija predilecta de la Institución, la diera el tono lírico y si queréis intrascendente, que toda obra importante necesita para que los ojos y el cerebro, fatigados por el rigor de lo científico, descansaran en sus aguas.
Qué pretende. -sigo leyendo aquella presentación-. Ya lo habéis leído; ser remanso y oasis lírico en las actividades de la Institución. Espejo claro para los cantos de los poetas nuevos. Páginas estremecidas que levanten el secreto de lo cotidiano por su lado más vulnerable, el poético, y que, como siempre, resulten vislumbre de lo porvenir que es la misión más alta del poeta. Todos tendrán cabida en sus hojas para este menester y a todos acudimos en una amplia y generosa llamada.”
Así se decía en la primera página del numero uno; eran aspiraciones y deseos que se han ido manteniendo hasta hoy. No nos hemos apartado de aquellos objetivos. En las páginas de estos sesenta números han ido apareciendo nombres de poetas que se estrenaban con nosotros, junto a los de las grandes figuras de la lírica española. Hemos podido ver, con el natural orgullo, como algunos de estos poetas nuevos se iban consolidando en su aventura inicial y aparecían libros suyos que nos emocionaban en nuestro padrinazgo. Puede sonar a vanidad el que empezara a enumerar aquí a los grandes poetas que nos han honrado con su colaboración, y por eso no lo haré, pero si quiero citar una frase de Ricardo Gullón en la que situaba, a Peña Labra a la cabeza de las revistas poéticas de lengua española, o aquella otra de Pablo Beltrán de Heredia, un nacido en estas islas, que graciosamente la ha tildado de “lujoso perro afgano”. Pero permitirme que recuerde por su significado, incluso por la carga de afecto que contenían, algunos números monográficos, como los dedicados a Gerardo Diego, José Luis Hidalgo o José Hierro; aquellos otros que sirvieron para reflexionar sobre la importancia de las revistas Proel, Corcel, Espadaña y La isla de los Ratones; los que estuvieron dedicados a las grandes figuras de Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, en los que tan brillante parte tuvo Beltrán de Heredia; los que escrutando en la singular colección poética que se conserva en la Casona de Tudanca recogida por José Mª de Cossío, han tenido como fin presentar a los lectores lo que allí se guarda de Rafael Alberti, García Lorca, Fernando Villalón, Dámaso Alonso, etc. Es difícil para mi, como padre de estas ediciones, singularizar en unos pocos nombres lo que a lo largo de dieciséis años se ha ido publicando.
* * *
Aquí debiera terminar mis palabras para no cansaros más y dar paso a las más autorizadas de Jorge Rodríguez Padrón auténtico creador de este número dedicado a vuestra poesía, pero recordar que he dejado anteriormente un cabo suelto, cuando me refería a la edición de la revista Carmen citando el nombre de la imprenta en que se hizo. Pues bien, lo hice con el deliberado propósito de poner de relieve la importancia que han tenido en Cantabria los talleres tipográficos a la hora de acoger la poesía. Aldus, la imprenta de Carmen, fue un modele en este sentido. Produce hoy un auténtico placer estético, aparte del poético, hojear la revista Carmen por la belleza de su tipografía, por la elegancia de los tipos empleados en su composición, por la pulcritud de la impresión. Eran los mismos años en que Manuel Altolaguirre y Emilio Prados daban en este sentido lecciones de bien hacer desde Málaga, con su revista Litoral y con los libros que salían de las maquinas de su imprenta. Málaga y Santander, en los dos extremos de la península, fueron los polos geográficos que marcaron entonces su sello personal en bellísimas labores editoriales. Esto no es solo mi opinión, que podría ser poco digna de tenerse en cuenta; son las palabras también de quien fuera rector de esta Universidad, Don Francisco Ynduráin, a quien Peña Labra recuerda siempre con afecto, el que un día lo confirmaba así desde la tribuna de la UIMP en Santander: “Málaga y Santander están unidas en su distancia geográfica por este bien hacer a la hora de editar libros y revistas poéticas.” Claro que cuando se habla de este tema no se puede olvidar el gran vuelo de águila real que represento Juan Ramón Jiménez, al que hemos de recordar siempre con devoción los amantes del libro. Con sus cuadernos Sucesión, Presente o Unidad, o en Canción de la editorial Signo, en 1935, dicta a todos la gran lección de lo que es el libro bien hecho.
La semilla sembrada por los buenos operarios de Aldus no se ha perdido. De los Talleres Tipográficos de Bedia, en Santander, bajo la experta mano de Pablo Beltrán de Heredia, han salido joyas bibliográficas que algunos conoceréis y que no es ahora ocasión de comentarlas. Allí se editó una parte de Proel y La Isla de los Ratones, con el buen criterio de entender que no sólo hay que cuidar la belleza de la fachada, como es costumbre hacer hoy en los libros, porque esta puede convertirse en un cheque sin fondos. Peña Labra se imprime en estos talleres. Lo que podáis encontrar en la revista de perfección tipográfica tenéis que atribuirlo a sus operarios.
Termino aquí. No quiero seguir por este camino y con este tema porque se nos escapa del fin que nos reúne hoy y, sobre todo, porque es mi debilidad y las debilidades suelen llevar a cometer excesos. Me permito únicamente recordar una frase procedente de la autoridad intelectual de Jesús Aguirre, el Duque de Alba, quien a propósito de esto dijo:
“Yo, cuando tengo en mis manos un libro mal editado, he de hacer esfuerzo para leerlo. Se puede pensar que es esteticismo. Yo lo llamo amor al libro.”
Peña Labra intenta seguir por este camino, en el que se encuentra apoyada por la Consejería de Cultura del Gobierno de Cantabria.
Leído en el Parque Cultural “Viera y Clavijo” (Santa Cruz de Tenerife)
9 de abril de 1987
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