PANORAMA DE LA CULTURA SANTANDERINA
EN LA DECADA DE LOS 40
III - Los hombres de las artes y las letras
Terminé mi conferencia de ayer anunciando que hoy iba a tratar de completar y al mismo tiempo humanizar, mis dos intervenciones anteriores, hablando de algunos de los hombres que tomaron parte activa en la cultura santanderina de los años cuarenta.
Si bien en el transcurso de mis comentarios de días anteriores, han sido puesto de manifiesto los nombres de las personas que de una forma u otra estuvieron vinculados a estas actividades, mi intención es dar hoy mayor contenido a la presencia humana sobre la de los hechos materiales acaecidos. Aun cuando resulta una verdad de Perogrullo decir que, tras de los hechos están las personas que los provocan, considero preciso insistir en este aspecto para desechar, sin lugar a dudas, el arte por el arte o la poesía por la poesía y para presentar el arte y las letras como consecuencia de la actividad humana, como reflejo del quehacer de los hombres. Precediendo a la mano que pinta o esculpe, o que escribe, está el cerebro del hombre, con su grado de inteligencia, con su magnitud de imaginación, con su sensibilidad. Hablo de la creación honesta, sincera; estoy excluyendo, por lo tanto, las falsas creaciones, las que son producto de la picaresca intelectual, construidas solo para epatar al burgués, que si bien es necesario recordarle de vez en cuando la posición que ocupa en la escala humana, se pude hacer sin el equilibrio. Entiendo que el creador y lo creado son inseparables y deben explicarse como un solo hecho.
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Igual que en mis intervenciones anteriores en este ciclo, también la de hoy he de presentarla resumida, porque de otra manera no seria posible exponerla en el limitado tiempo de una conferencia, lo que plantea una cuestión: qué personas deben ser elegidas para que resultan representativas. Cuando me hice esta pregunta no tuve duda alguna, centrándolo en dos: para hablar de las artes, en Pancho Cossío; para hablar de los hombres de las letras, en Ricardo Gullón. Es una decisión naturalmente discutible, pero en la que estoy seguro de que muchos de ustedes me acompañarán. Sin menosprecio para las demás personas que pude haber tomado como referencia, creo que ambos fueron figuras eminentes en aquellos años, cada uno en su campo, y la incursión en su currículum puede completar mi crónica de estos dos días.
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Pancho Cossío estuvo vinculado a la vida de Proel desde el primer momento, y, como consecuencia, a la de la cultura de entonces, a la que además aportó el conocimiento de su importante obra plástica. Su presencia y comentarios en las tertulias del Bar Namur primero y más tarde en las del Trueba, a las que también acudían algunos miembros del grupo que giraba alrededor de la revista, resultó valiosa para los jóvenes creadores, que tenían fe absoluta en los valores de la pintura de Cossío y escuchaban con admiración sus juicios y consejos. A esta devoción correspondió Pancho con un afecto entrañable hacia todos y cada uno, en el que entraba un cierto orgullo infantil por considerarse amigo de ellos.
Pancho Cossío vivía entonces con sus hermanas en una casa de la calle Gómez Oreña, en la que era convecino de los hermanos González Echegaray y de Beltrán de Heredia, de cuya consideración gozaba, así como de la del grupo de amigos que le rodeaban en las tertulias, en los que se había refugiado de rechazo de algunos sinsabores de esos años, rumiando ingratitudes pasadas y recogiendo afectos. “Santander había comenzado a ser el lugar de trabajo y reposo de Pancho”, escribió años más tarde su crítico y biógrafo Juan Antonio Gaya Nuño, quien insiste: “Era la continuidad de sus sueños y aficiones de carácter deportivo, el mar predilecto, y, todo ello, creo que en mayor medida que nunca.” Opinión confirmada de cerca por Manolo Castellanos, asiduo a las tertulias del Namur, quien en una nota periodística aparecida en Alerta del 24 de mayo de 1953, afirmaba: “En lo que todos coincidíamos era en la admiración a Pancho.”
Cossío había ido en 1942 a Madrid, llamado por Dionisio Ridruejo para hacerse cargo de la dirección artística de la proyectada revista Escorial, pero del encuentro con aquellos intelectuales que ocupaban y copaban la vida cultural madrileña, había salido rebotado hacia su Santander. No le gustaba hablar de estos primeros años cuarenta; tenían para él demasiada carga de tristeza y en cuantas ocasiones se llevaba la conversación a este terreno, siempre lo eludía. Cuando Eugenio Mediano Flores le interrogó para una serie biográfica que apareció en Alerta, en febrero de 1958, también recoge esta impresión: “No parece que ponga mucho entusiasmo -dice-, al hablar de esta época de su vida. Hay un deje de amargura en sus palabras, aunque él quiera disimularlo tras un falso humor."
Después de muchos años de silencio, la pintura de Cossío es presentada al público al mismo tiempo que nace Proel. En abril de 1944 colgó su obra en la galería Estilo, de Madrid, donde vuelve chocar con un ambiente adocenado. Apenas si aquel mundo intelectual se entera de que en esta exposición está representado uno de los artistas más importantes del momento. Era la primera que realizaba desde 1929, fecha en La cual había expuesto en París. En Madrid solo vendió dos cuadros. La Estafeta Literaria del 30 de abril, publicó un artículo firmado por Miguel Noya Huertas, comentándola sin grandes aciertos en sus opiniones, pero a pesar de ello, el pintor se mostraba agradecido, pues, según yo conozco, fue el único trabajo que se dedicó a la exposición. Siempre pensé que había sido Juan Aparicio, impulsor de la Estafeta y amigo de Pancho, quien provocó su publicación con afán de ayudarle, y he pensado así, porque pocos días después apareció en la misma revista un artículo del propio Pancho, con el título de “Mi genio pitagórico”, que le había sido pedido por Aparicio. Era la época en que todavía conservaba el ceremonioso “Francisco” para escribir su nombre y así firma el artículo; no había llegado aún para el público el sonoro e infantil “Pancho”, que le acompañaría ya hasta su muerte. El artículo era desenfadado: “…en momentos, como cuadra a hidalgo, -decía-, he escrito serio, doctoral. En otros gusto del balancín de la cuerda floja.” Y en otro párrafo: “… en los estudios superiores había aprendido que por Irún se iba a Paris.” Pero entre estas frases, jugosas y saltarinas, surge el dolorido sentir y la tristeza por el momento que atraviesa el arte en España: “¿Qué es lo que se ha hecho en París? -escribe-. Poca cosa. Se ha hecho un impresionismo, -sus esencias son españolas-; cubismo, -su genio más representativo es español; surrealismo -sus dos jefes son españoles-. Se ha hecho más; -insiste-, se ha hecho pintura fáustica de gran raigambre tradicional y sus creadores y maestros han sido españoles. Y aquí, ¿no se ha hecho nada? se nos dirá también. Aquí se han hecho cosas más importantes: se ha perpetuado el farolillo, la manzanilla y el olor a churros de las verbenas.” Este desplante final de Pancho, tan característico como forma suya de expresión, está lleno de esa melancolía de que daba muestras el pintor cuando hablaba de nuestra España de pandereta.
En Santander no pasa desapercibid la exposición de la galería Estilo. En Alerta del 15 de junio aparece un comentario sin firma, con e1 título de “La Montaña debe un homenaje a Pancho Cossío” y del joven proelista Enrique Sordo otro artículo en el mismo periódico, en un intento de comprensión de su pintura, confirmación de la vinculación de Pancho a Proel y de los colaboradores de la revista a Pancho.
El 16 de julio de 1945 vio la luz en El Español. De Madrid, un ensayo do José Luis Hidalgo con el título de “La pintura de Cossío”, que tuvo suma importancia para aquellos momentos de la vida del pintor. Hidalgo daba vuelta en su trabajo a las teorías expuestas por Moya Huertas un año antes. “Cossío -dice Hidalgo-, pinta lo que ve, ni más, ni menos” y aludiendo al artículo de La Estafeta escribe: “No busca cuartas dimensiones, espacios metafísicos, ni nada que esté mucho más allá de nuestros cinco sentidos.” Yo fui testigo casual del encuentro de Cossío con Hidalgo, en el Paseo de Pereda santanderino, el día que llegó a esta ciudad el semanario madrileño que contenía el artículo y pude oír de labios del pintor expresiones de sincero agradecimiento. Le habían satisfecho plenamente los juicios emitidos. En circunstancias como éstas, Pancho siempre era parco en palabras, pero aquel día la conversación resultó larga y sabrosa. Cuando dos años después estuvo recluido José Luis Hidalgo en el sanatorio en que murió, Cossío siguió con ansiedad el curso de los largos meses de enfermedad del amigo.
En marzo de ese mismo año había concurrido Pancho Cossío con dos oleos a la exposición de Floreros y Bodegones de Artistas Españoles Contemporáneos, celebrada en el Museo de Arte Moderno de Madrid. Presentó “El bodegón del melón” de 1941 y “Las porcelanas” de ese mismo año 1945, una de las joyas pictóricas que Cossío realizó en Santander en las fechas de que vengo hablando. Son, sin duda, estos años santanderinos, los más prolíferos de su vida y en ellos pintó algunas de las mejores obras que nos ha dejado. Por encargo del Ayuntamiento de Santander, hizo en 1946 el retrato del ministro Peña Boeuf, que ha quedado incorporado al actual Museo de Bellas Artes de la ciudad. Con ocasión de este retrato, Gerardo Diego publicó un artículo en Alerta en el que decía: “El último cuadro de Pancho Cossío, el retrato de don Alfonso Peña, es eso, un cuadro, un retrato, un oleo que huele apintura, a museo de los de siempre, desde cien pasos que se le empiece a columbrar. Calidad prodigiosa de un material trabajado en el fervor atómico y el calor poético de un Lucrecio de la pintura.” No podía faltar la presencia de Proel en estos comentarios a la obra nuevamente fue Enrique Sordo quien le dedicó un breve trabajo en las páginas del mismo periódico, haciendo equilibrios entre los innegables defectos de la pintura y el afecto entrañable que les unía.
Del otoño del mismo año 1946, son las declaraciones a un periodista local, que le preguntaba si pensaba volver al extranjero: “Sí, -le contestó-, estoy esperando a que acabe la guerra de la paz. Quizás después me acerque al mundo a ver cómo lo han dejado.” En esta misma entrevista se recoge una curiosa referencia que merece ser recordada: “¿Tiene usted inconveniente - pregunta el periodista-, en decirnos lo que le dio el Museo de Arte Moderno por el cuadro representativo de su señora madre?” “Veinticinco mil pesetas, ¿soy un pintor caro?” contestó Pancho.
A finales de 1946 labró su cabeza en Piedra el escultor José Villalobos, viejo amigo de Pancho. Julio Maruri escribió a propósito de ella “Esta hermosa testa de Cossío, nos ofrece su depurado contorno, como ejemplo de la sabiduría con que con que Villalobos sabe captar la más leve calidad de un alma, e1 matiz más imperceptible de un rostro.” Hoy se encuentra esta obra en el Museo Santanderino, en la sala dedicada al pintor.
La relaciones de Cossío con la vida y los hombres de Proel se fueron estrechando. El estudio fotográfico de Ángel de la Hoz se convirtió en lugar de cita en muchas ocasiones y allí la sensibilidad artística del fotógrafo recogió, parra la posteridad, la imagen de cuantos pasaron por él. La primera colaboración de Pancho en la revista fue en el número cuatro de la segunda época, en el verano de 1947, cuando publicó un artículo con el título de “La pervivencia”. En este trabajo y en los que aparecieron a continuación en los números cinco y seis, fue depositando aquella filosofía suya amasada entre los montes de Cabuérniga de su niñez y destilada en su paso por París. El último de los artículos “La política en el arte” le creo algunos problemas. de ellos se acordaría años más tarde, en una entrevista concedida a José Montero Alonso, publicada en ABC: “Fue un estudio -le comenta al periodista-, que contribuyó a cerrarme las puertas, por las verdades que allí decía. Sufrí entonces las consecuencias de aquella sinceridad. Y las sufro todavía.”
EL año 1948 aparecieron en Alerta un serie de artículos de Cossío. Está contento; pinta confiado y seguro; sabe del valor de lo que está haciendo y de esta euforia surge el juego da la palabra en aquellos artículos. Se inicia el 19 de octubre, con ocasión de la exposición de Julio Maruri en el saloncillo de Alerta; le titula “En torno a la gran polémica. La intuición frente a la Academia” y le firma con su nombre completo: Francisco Gutiérrez Cossío. No tengo noticia de que Pancho publicara otros artículos entre éste y aquel de La Estafeta Literaria que he citado anteriormente. En ambos firmó con su nombre y los dos apellidos. Cuando Fernando Calderón expuso, con Maruri, en el Saloncillo, volvió Pancho a coger la pluma: “No soy crítico de arte, -dice- ni de nada. Aunque ayer por Maruri y hoy por Calderón, haya tenido un desliz de esta naturaleza, es decir, de crítico, no es por vocación, ni por frivolidad, sino por un hecho emocional.” A estos dos artículos seguirían otros en el mismo periódico, con los títulos de “Es peligroso jugar con el alfabeto: las confusiones que origina la T”; una serie bajo el nombre de “Recuerdos de un presente”, que comprendía “Mi amigo el forzudo”, “Algo de urbanismo y un poco de pedagogía” y “Carta a Mister O’Connel” Todos ellos responden a ese estado de ánimo placentero a que he aludido, proporcionado por su entrega a la pintura, a los amigos que le arropaban con auténtico cariño y por sus diversiones con una motora que había adquirido, que le permitía gozar mejor de su pasión por el mar.
Estos trabajos literarios de Cossío creo que merecen ser rescatados de las diversas pub1icacines en que están dispersos, para reunirlos en libro. Pienso que si Cossío quedó perfectamente definido como artista en sus cuadros, su compleja humanidad, precisa para ser comprendida, de la lectura de esta prosa, como le ocurre a Gutiérrez Solana y a tantos otros artistas españoles.
1949. Nuestro pintor se viene preparando con entusiasmo para una importante exposición en las Galerías Layetanas, de Barcelona, cuya sala estaba regida por Juan Antonio Gaya Nuño. “Luego diréis que no trabajo”, dice el pintor en sus declaraciones a un periodista local. mostrándole su labor de aquel año. Allí se encontraban, entre otros, los retratos de las señoras de Galán y de Revilla, “Una flecha en Domingo de Ramos”, que adquirió en Gobierno Civil de Santander, bergantines, naufragios, acantilados, mástiles, toda una teoría del mar, con porcelanas y frutas y una serie de deliciosos gouaches que dan fe de la afanada entrega del autor a su obra.
Los cuadros saldrían inmediatamente para Barcelon, con el propósito de hacerlos seguir a Italia después de las muestras Leyetanas, país en el que tenía previstas una serie de exposiciones. Pero dejemos que esta aventura de la ciudad condal nos la cuenta Gaya Nuño, que la vivió en primera fila. Quizás la cita sea un poco larga, pero creo que es necesaria para centrar este episodio de su vida: “Que por los años cuarenta y tantos -escribe Gaya-, fuese Barcelona 1a ciudad de España donde más se movía el dinero, no hay que razonarlo… Por entonces residía yo allí y, puesto a fomentar exposiciones de artistas castellanos, logré una magnífica de Benjamín Palencia y, a poco, otra de Pancho. Esta, con tan detestable fortuna que ya para esa fecha -se inauguro el 21 de mayo de 1949, había cesado el optimismo económico… Al pobre Pancho siempre le escoltaron las crisis. En medio de esa crisis se abrió una exposición inolvidable. Y preparada con el más exigente de los esmeros… Es posible que jamás se hubiera visto en Barcelona exposición tan cuidada y selecta de un pintor vivo… La exposición fue visitada, cierto, pero creo que ni se solicitaron precios de los cuadros y es innecesario notificar que no se vendió ni uno.”
Gaya afirma que Pancho aguantó bien el innegable feo; la realidad es que regresó a Santander desolado. Pero aquí estaban sus fieles de Proel dispuestos a deshacer el entuerto, organizando la amplia exposición de desagravio que tuvo lugar en el Museo Municipal de Pintura, de la que di cuenta en mi primera intervención en este ciclo. El pintor declaró a la prensa: “La insistencia del grupo Proel me hizo dar el paso definitivo.” En el catálogo escribió Julio Maruri: “… Cossío ha querido reunir, como en familia, a todo e1 pueblo, para mostrarnos sus pinturas, moderno espejo veneciano en el que se reflejan los laureles de Rembrandt.” Era la misma obra que había llevado a Barcelona y que luego tendría que seguir a Italia, según confirmo en declaraciones a la prensa: “ Me voy a Italia -dijo-. El gran marchante Carlos Cardazzo me ha invitado a exponer en Milán y mentiría sino le dijera que esta nueva salida a Europa me ilusiona enormemente. Tanto, que aspiro a no terminar en Italia mi aventura.” Proyecto que se quedó sin realizar; Pancho inició el viaje por Madrid y allí se quedó. Todavía antes de marchar de Santander asistiría a las reuniones de la primera semana de arte de la Escuela de Altamira.
La década se cerró para él con el más notable de los éxitos de su vida profesional: la Exposición en la sala grande del Museo de Arte Moderno, de Madrid, en enero de 1950. “Estoy asustado, así, asustado –dice en carta a Gaya Nuño-. He batido todos los records. No recuerdo un éxito semejante en Madrid.”
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En torno a este mundo de las artes plásticas en el que se movía Pancho en los años cuarenta en Santander, y para intentar completar desde un aspecto humano, tenemos que citar otras personalidades y artistas, que de alguna manera incidieron en aquellas actividades. Pero he de limitarme casi a citar el nombre porque en todos los casos encontraría argumentos y situaciones que justificarían una amplia referencia, lo que no es posible por el tiempo de que dispongo. Así, desde el punto de la crítica artística, ocupó el primer lugar José Simón Cabarga, que en mis comentarios de los dos días anteriores ya le vimos juzgando con sus escritos desde el diario Alerta las exposiciones que se sucedieron en aquellos años. A sus artículos hemos de volver siempre que queramos enterarnos de lo que pasó en el mundo local del arte de los años cuarenta. De él son también los estudios aparecidos en la “Antología de Escritores y Artistas Montañeses” dedicados a Daniel Alegría, Manuel Salces y Agustín Riancho, con una escapada al terreno de las letras en el volumen correspondiente a don Marcelino Menéndez Pelayo de esta misma colección. En el aspecto de conferenciante, destaquemos las que pronunció en este Ateneo sobre Agustín Riancho en 1942; sobre Solana, en 1947 y sobre Daniel Alegre en 1950-
En cuanto a los artistas plásticos, anotemos la presencia de Juan José Cobo Barquera, que también ejerció de crítico y de conferenciante y que en la misma colección dedicada a los escritores y artistas montañeses publicó su estudio sobre María Blanchar; de Cesar Abín, que en 1951 expuso una buena parte de su obra más reciente en la casa Proel, en cuya revista colaboró en el último número; de José Cataluña y María Mazarrasa, a quienes ya me referí en la primera conferencia de este ciclo.
Detrás de estos nombres en un orden cronológico y de alguna manera vinculados al grupo Proel, encontramos a Fernando Calderón; a Esteban de la Foz; a Enrique Gran; a Ricardo Zamorano; a Ángel de la Hoz, fotógrafo privilegiado de Pancho Cossío y miembro activo del grupo; a Manuel Liaño y a Jesús Otero, desde Torrelavega y Santillana del Mar se acercaban a Santander con frecuencia para disfrutar con la amistad y el ambiente artístico de aquellos años; a Ángel Medina; Manolo Raba; a Julio de Pablo, subyugado en sus primeros tiempos por la obra de Agustín Riancho; a Miguel Vázquez que un día tiró los pinceles de los años cuarenta para refugiarse en la arisca cerámica… Sin olvidar al buen amigo Fernando Calderón, padre, que siempre tuvo algo que ver en cuantas actividades artísticas se sucedían.
Antes de que se nos vaya más tiempo, veamos la incidencia de Ricardo Gullón en la vida literaria de la ciudad, a quien he elegido, como dije al principio como representante de las letras. En las líneas que siguen a continuación no he podido sustraer mi propia presencia.
Había llegado Gullón a Santander en noviembre de 1941 y aquí permaneció ejerciendo oficialmente el cargo de Fiscal de la Audiencia Provincial hasta 1953, año en que marchó a Puerto Rico contratado para explicar un curso en la facultad de leyes de la Universidad de Rio Piedras.
Como recordó Pablo Beltrán de Heredia en el artículo que publicó en la revista Ínsula, de Madrid, eran momentos, los de la llegada de Gullón a la ciudad, en que “apenas le quedaba a Santander otra cosa que la belleza inmarchitable. Era un pueblo casi muerto, como tanto otro pueblos de España por aquellas fechas.” Este párrafo que he leído, escrito como digo por Beltrán de Heredia, testigo inteligente e informado como nadie de los años a que me vengo refiriendo, nos permite valorar en toda su importancia lo que pudo representar la evolución cultural de Santander, que partía de la cota cero.
El nuevo fiscal encaró su función con fuerte sentido humano. Él mismo nos explicó su criterio sobre este cargo en unas declaraciones periodísticas: “La función fiscal, tal como yo la entiendo y la entienden mis compañeros, consiste en la defensa de la ley, y la ley no suele ser imperfecta. Tiende a favorecer al débil, al ciudadano indefenso. Estoy hablando de lo que podríamos llamar leyes normales. Estoy excluyendo a las leyes de excepción, las dictadas con intención política” Beltrán de Heredia, que fue y es amigo inseparable de Gullón, ha podido escribir: “Porque Ricardo, fiscal y escritor, acertó a poner en su profesión el mismo sentido de generosidad humana que a sus aventuras literarias.”
Para unos pocos iniciados de los que le conocieron en los primeros tiempos de su llegada a Santander, Ricardo Gullón venía ya arropado con un prestigio intelectual. Antes de nuestra guerra civil había colaborado en la puesta en marcha de diversas empresas literarias. De 1928 es su primera aventura de este tipo, fundando en Astorga, su pueblo natal, una revista con el título de Humo, en compañía de los hermanos Juan y Leopoldo Panero; en 1930, con Ildefonso Manuel Gil, Brújula, y, con el mismo colaborador, poco después, Boletín último, revista con título juanramoniano, de la que no salieron más que un número y tuvo un solo suscritor, el propio Juan Ramón Jiménez. Eran esfuerzos juveniles, similares a los que después viviría entre el grupo Proel. En 1934 editó, también con Ildefonso Manuel Gil, la revista Literatura, que llegó a alcanzar singular categoría entre las de su época. Literatura tuvo su complemento en una serie de libros publicados bajo el nombre de “PEN colección”, entre los que apareció Fin de semana, de Gullón. Su figura se agrandaría más a nuestros ojos, al saberle colaborador de Revista de Occidente, la publicación de Ortega y Gasset, tan exigente al escoger sus colaboradores.
Todo ello creaba alrededor de él un clima de admiración, que se preocupó de borrar con cuidadoso tacto. Consiguió, desde el primer momento, que nos sintiéramos cómodos en su compañía, sentados en los divanes del café “La Austriaca”, en donde nos reuníamos los domingos por la tarde algunos amigos. En un artículo publicado por Marcelo Arroita-Jauregui en Alerta, en I957, quedó clara expresión del afecto que le unía a Gullón, cuyas líneas podemos suscribir todos los amigos de aquellos años: “Allí conocí -dice Arroita-, la autoridad crítica de Ricardo Gullón y su incitación a la lecturas para siempre ligadas a mi existencia.” De entonces es nuestro conocimiento de libros que él iba comentando en las tardes dominicales y desde las páginas de Alerta; cada autor y cada título tenían el oportuno juicio en el verbo crítico que teníamos la suerte de tener a nuestro lado.
Con lo queda escrito se puede deducir ya la magnitud intelectual que tuvo la presencia de Ricardo Gullón en el grupo que pululaba alrededor de Proel y en la vida intelectual santanderina en general. pues su colaboración en las páginas de Alerta era muy frecuente. Tengo registrados cerca de un centenar de artículos suyos en este periódico en el tiempo comprendido desde 1944 hasta 1952. En aquellos momentos en que no resultaba fácil para un lector de provincias estar al tanto de lo que se editaba, su labor fue importante; la penuria económica obligaba a seleccionar con sumo cuidado las compras de libros, que no habían llegado a constituir como ahora, un artículo más en la línea del consumismo dirigido. Los amigos de Gullón y los seguidores de sus comentarios en Alerta no vacilábamos en decidirnos por tal o cual libro siguiendo su consejo.
El año 1942 empezó a trabajar en la biografía de José María de Pereda, publicada por Editora Nacional en 1944 y agotada hace ya muchos años de la que tengo noticias de que un editor local está tratando de conseguir su reedición, tan esperada.
Su contacto con el grupo Proel es de 1944, cuando empezó a publicarse la revista. En el mes de septiembre de ese año apareció el número cuatro al que Gullón dedicó en Alerta su comentario: “En general –escribió- la voz de estos jóvenes es todavía poco definida… Pero por encima de todo queremos destacar el encanto de esta revista en donde al amante de la poesía le espera la delicia de la sorpresa, el placer del hallazgo, del encuentro con almas arrebatadas, generosas, de corazones que publican su secreto, de ese afán adolescente por la belleza, que es una de las más envidiables prendas de la mocedad” Escribe entonces Gullón algunas de las más brillantes páginas sobre poesía, como las que vieron la luz en la revista Escorial con los títulos de “Tierra de olvido”, “Estrella de siete mares”, y sobre todo, “Poesía, primavera del hombre.” Por aquellos años comenzó a trabajar en su ambiciosa obra sobre el Modernismo, de la que ha ido publicando algunos capítulos y en la que sigue trabajando, así como sobre la figura de Galdós, otra de sus pasiones.
En el número de la revista Ínsula a que he hecho referencia antes, dedicado en importante a Ricardo Gullón, podemos leer unas declaraciones suyas relativa a su intervención en Proel. El periodista alude a su “transcendente intervención”, pero él se excusa elegantemente: “No, no; los chicos de Proel no necesitaban nada. La revista la hicieron, entre otros, Carlos Salomón, José Luis Hidalgo, Julio Maruri, Enrique Sordo y, cuando llegó a Santander, Pepe Hierro.” Los que vivimos aquellos años alrededor de la revista y sus actividades, sabemos de la importancia de sus consejos y orientaciones, sobre todo en el número especial dedicado a Quevedo y en los de la segunda época. Su primera colaboración en la revista fue en el número 13, de abril de 1945 y llevaba por título “La juventud de Rosamond Lehman” que con idéntico texto y enunciado pasó a engrosar su libro Novelistas Ingleses Contemporáneos, publicado ese año 1945 en Zaragoza. En el número catorce encontramos el comentario a Ansia de la gracia, e libro de poesía de Carmen Conde; en e1 15/17, con las iniciales RG ofreció un breve “Itinerario de revistas” de la época, y en el 18, como homenaje a Quevedo, una sustancial prosa, “Dos o tres quevedos”.
Como ya he indicado, la más interesante incidencia de Gullón en la revista Proel, se produce en la segunda época, de la que vengo insistiendo en que fue, en parte importante, obra suya, y en la que colaboró con sus escritos en cinco de los seis números publicados.
En 1949 vio la luz en Zaragoza el libro La poesía de Jorge Guillén, obra de colaboración de Gullón y José Manuel Blecua, a la que seguiría en 1951 Cisne sin lago, y en 1952, De Goya al arte abstracto. Pero quedaría incompleto el resumen bibliográfico de estos años, si no hiciera referencia a los numerosos escritos aparecidos en las revistas Ínsula, Escorial y Cuadernos Hispanoamericanos, de Madrid, así como en Realidad, de Buenos Aires y Asomante, de Puerto Rico.
Su labor de los años cuarenta no quedó limitada a lo que he reseñado, que ya de por si sería suficiente para considerarla importante para la cultura de Santander; todo lo que de alguna manera tuvo que ver con a vida literaria y artística de la ciudad tiene el sello de distinción y el consejo valiosísimo suyo. Ya he hablado de sus intervenciones en el saloncillo de Alerta, en Proel y en la Escuela de Altamira. Sus relaciones con el Ateneo de Santander no fueron amplias, a pesar de que siempre le unió buena amistad con muchos se sus directivos; de las intervenciones desde la tribuna de esta casa ya quedó constancia en su momento.
Julio Maruri ha escrito sobre estos años “Ricardo Gullón -el inolvidable-, decoraba Santander.” Y Pablo Beltrán de Heredia, apostillando la frase de Maruri nos recordó en un artículo: “Ricardo Gullón fue un tiempo, el decoro de Santander”
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Aún cuando a lo largo de mis dos intervenciones han ido han ido apareciendo los nombres y quehac3res de las personas que marcaron esta época con su actividad, ampliaré muy sucintamente las referencias a algunas de ellas. Así, Ignacio Aguilera, de quién al hablar de su colección “Antología de Escritores y Artistas Montañeses”, ya dije que era un acierto exclusivamente suyo; pero no insistí lo suficiente en destacar sus logros en otras actividades, como las realizadas desde la dirección del Centro Coordinador de Bibliotecas, las que es preciso añadir las del Ateneo, las muy eficaces como secretario general de la Universidad Internacional y las de director adjunto de la Biblioteca Menéndez Pelayo desde Noviembre de 1944 hasta su paso en la década siguiente a titular de la dirección de dicha biblioteca. Muchas cosas importantes habría que contar de la incidencia de Aguilera en la vida cultural local.
Por debajo de mis palabras dedicadas a Proel ha estado latente en todo Momento la presencia de Pedro Gómez Cantolla, tal y como él ejerció la dirección de la revista y de la Casa del barracón; sin alardes, sin personalización vanidosa. Cantolla era el hombre a quien se recurría siempre en las necesidades, en la seguridad de encontrar solución a los problemas propios, que en cualquier circunstancia los hacía suyos. Necesidades que, en ocasiones, tenían un carácter vidrioso por la situación política que se vivía, lo que nunca representó un obstáculo para que las atendiera desde las posibilidades que le concedía su proximidad al gobernador civil y su posición de subjefe provincial de Falange. El fue, como ya dije, el creador de Proel. Y alrededor suyo, con un entusiasmo juvenil capaz de mover montañas, los muchachos que le acompañaron en el primer momento: Salomón, Nieto, Arroita, Sordo, Ortiz, Reina, Marino Sánchez, Rincón, Leopoldo Rodríguez Alcalde. De los que no es preciso añadir más a lo que ya he dicho para concederles el transcendental papel que les corresponde en la vida cultural santanderina. Si acaso, destacar entre ellos, por su vida intelectual dedicada íntegramente a Santander, a Rodríguez Alcalde; mientras que los demás se fueron dispersando temporal o definitivamente por la geografía española, la presencia de Leopoldo en las actividades culturales de la ciudad no ha faltado nunca.
De José Hierro, de José Luis Hidalgo, de Julio Maruri, solo citar sus nombres, porque cualquier otro propósito tendría que extenderse forzosamente en otras tantas conferencias. Otra figura de la vida intelectual de entonces, a quien tampoco se le puede encasillar en unas líneas, fue Pablo Beltrán de Heredia; renuncio a cualquier ampliación de las citas que se han sucedido referidas a él a lo largo de estos tres días, pero sí es preciso insistir en su inteligente contribución al servicio del desarrollo de las actividades culturales de Santander en la década de los cuarenta. No hace muchos meses escribí que de Beltrán de Heredia partieron entonces buen número de ideas que se llevaron a la práctica sin que su nombre apareciera para nada.
He dejado para el final a Joaquín Reguera Sevilla, a quien yo he calificado anteriormente como hombre de fina inteligencia y sensibilidad acusada. A su generosa entrega a la labor cultural, poco común en el mundo de la política, debe Santander el esplendor de esos años. Llegó a esta ciudad en noviembre de 1942, como Gobernador Civil, cargo al que iba unido el de delegado especial del Gobierno para la reconstrucción de Santander. “Para mí -me decía en una carta de muchos años después-, esta era también una ocasión para experimentar mis inquietudes literarias y artísticas.” ¡Y bien que lo ejerció! Promocionó la residencia de becarios de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, en Santillana del Mar, localidad a la que dedicó con preferencia sus afanes, impulsando la reconstrucción del Parador Gil Blas, encargando al profesor Lafuente Ferrari El libro de Santillana y sufragando la edición de Santillana del Mar, libro de piedra, Manuel González Hoyos. Por su encargo pintó Stolz los murales del salón del trono del Gobierno Civil; bajo su gobierno se iniciaron los espectáculos de la Plaza Porticada; coloquios y conferencias fueron quehaceres permanentes de los que cuidó con esmero. El 20 de abril de 1949 convocó un concurso internacional sobre la Marina Cántabra y Juan de la Cosa, con motivo del V centenario del navegante montañés, que fue adjudicado a don Antonio Ballesteros Beretta, patrocinando con tal motivo un ciclo de conferencias que se desarrolló en agosto del mismo año, en el que distinguidos profesores universitario hablaron del ilustre navegante y de problemas relacionados con nuestra marina y los descubrimientos.
En la exposición celebrada en 1950 con el título de “El avance montañés”, y en el voluminoso libro editado sobre esta exposición, quedó reflejo escrito de lo que fueron estas actividades de Reguera. A la fría reseña contenida en el libro es indispensable añadir el caudal de entusiasmo que puso su valedor en la realización de todas y cada una de las actividades.
Hace cuatro años, comenta Pablo Beltrán de Heredia con estas palabras la labor de Reguera con ocasión de un acto celebrado en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo: “Joaquín Reguera Sevilla, hábilmente secundado por el subjefe provincial de Falange, Pedro Gómez Cantolla, supo tender siempre la mano, a cuantas personas encontrara a su alcance propicias a colaborar en toda clase de venturas culturales, sin preguntarles de dónde procedía. En aquel generoso gesto suyo hubo siempre un sincero propósito de la más auténtica y liberadora amnistía”
Creo recordar que Joaquín Reguera Sevilla no tiene una calle o una plaza con su nombre en Santander.
Ateneo de Santander, 24 de abril de 198