miércoles, 7 de septiembre de 2022

La Plaza Porticada

  Los que no podíamos acudir a la 

Plaza Porticada


            Las noches de la Plaza Porticada estaban vedadas para los de la provincia. No para todos, naturalmente, pero sí para la mayor pate de aquellos a quienes nos hubiera gustado acudir con asiduidad a presenciar los valiosos espectáculos que se ofrecían en ella. Como siempre, entonces y ahora, el veraneo estaba hecho a medida de los veraneantes forasteros y nativos; para el resto, la vida laboral de cada día imponía límites a las veleidades del espíritu. «Los de provincia» aprovechábamos alguna noche de sábado para desplazarnos a Santander y poder asistir a una actuación solemne. La jornada de descanso del domingo nos permitía recuperar las horas que habíamos biengastado en tan brillante ocasión. Entonces, el Festival no iba a los pueblos; era capitalino, con muy escasísimas excepciones en las que, por ejemplo, el claustro de la Colegiata de Santillana del Mar proporcionaba el misterio románico de sus noches para selectas audiciones.

 

            ¡Cuántas cosas hermosas nos perdimos! El libro «Plaza Porticada», que acaba de aparecer en los escaparates de las librerías, tiene el triste privilegio de recordárnoslo. El Gran Ballet del Marques de Cuevas, el de Pilar López, Mariemma; virtuosos de la talla de Rubinstein, Yehudi Menuhim, Nikita Magaloff, Andrés Segovia, Sainz de la Maza; orquestas dirigidas por afamados personajes: Von Benda, Odón Alonso, Frübeck, Argenta... Aquél 9 de agosto de 1953, del que una acertada lápida recuerda la interpretación inolvidable de la Novena Sinfonía bajo la batuta hipnotizadora de Ataúlfo Argenta. Recuerdo una noche en la que junto a mi se encontraba el músico cántabro Eduardo Rincón, triunfador hoy en los festivales internacionales de Cataluña, quien, con una partitura en la mano, seguía con exquisita atención los acordes de un concierto que estaba dirigiendo Argenta. Doble espectáculo para un pagano como yo, el poder contemplar la entrega mutua de interpretes y oyente.

 

            Pero todo esto, en su mayor parte, como digo más arriba, estuvo alejado de la provincia. Desde hace algún tiempo se está tratando de remediarlo, pero todavía de manera escasa. Ahora, se puede añadir el riesgo de que el alto costo del palacio de San Martín obligue a concentrar allí las actuaciones para su más pronta amortización. Pero confiemos en que el concepto de descentralización que marcan las autonomías también sea puesto en práctica en la vida de la cultura dentro de cada territorio administrativo.

 

 

Publicado en: El Diario Montañés, 7 de septiembre de 1991

 


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