EVOCACIÓN DE DON FERNANDO DE LOS RÍOS
Evocar La figura de Don Fernando de los Ríos es para quien les habla un trabajo gustoso. Pero tengo que confesarles que cuando se me invitó a hacerlo, desde la dirección de este centro que lleva el nombre de tan ilustre figura de la vida española contemporánea, me causó preocupación y duda sobre si debía aceptarlo. Primero; porque lo estimaba una deferencia para conmigo a la que no sabía si podría corresponder en la debida medida -duda que todavía tengo-; segundo, porque se trata de hablar de don Fernando de los Ríos persona por la que he sentido siempre un gran respeto y el respeto provoca en todos los casos el que el grado de preocupación aumente.
Hablar de don Fernando de los Ríos no es tarea fácil por su rica y compleja personalidad. Para poder ofrecer una visión siquiera aproximada de la intensa historia de su vida se requeriría de un tiempo del que no disponemos ahora. Al tener que reducir mis palabras a los limites que se me han fijado, tendremos que dejar en el camino aspectos y pormenores que fueron fundamentales en su existencia.
Forzosamente hay que reducir esta evocación a una sola parcela del terreno en el que se movió y puesto que estamos en un centro de enseñanza, creo que lo más oportuno será orientar las palabras que siguen, de manera prioritaria, a comentar hechos de su vida que repercutieron en la escuela española. Por otra parte, confío en que lo que yo pueda decirles contribuya a llevar al animo de los que en uno u otro sentido tienen que ver con este centro en el que nos encontramos, lo justo y acertado que ha sido designarle con el nombre que lleva, pues se trata de una de las figuras de mayor prestigio en la vida de este país en los años que le tocó vivir. Años precisamente difíciles en muchas aspectos.
Recuerdo ahora, al hablar del nombre del colegio, que cuando le leí escrito sobre la fachada principal de este edificio tuve la impresión de que en el rotulo faltaba una palabra. Me faltaba el “Don” antepuesto al nombre. Entiéndase bien que me faltaba a mi, a mi idea del hombre don Fernando de los Ríos, idea que me gustaría trasladarles a ustedes con mis palabras que siguen.
Los hombres de mi edad, que despertamos a la adolescencia y a la vida cultural en los años de la segunda República Española, en aquellos complicados y confiados años primeros de la tercera década de este siglo, cuando hablábamos de él lo hacíamos siempre anteponiendo el don a su nombre. Para nosotros fue don Fernando de los Ríos desde el momento en que tuvimos conocimiento de su persona. Lo oíamos así a los mayores con quienes convivíamos, que le citaban en todo momento con un gran respeto. Más tarde pudimos oírlo hasta de sus mismos correligionarios del Partido Socialista Obrero Español, al que pertenecía desde 1919, quienes hablaban de él diciendo “el compañero don Fernando de los Ríos”. En años recientes pude leer un artículo del padre Federico Sopeña en el que con una devoción admirable, a pesar de no comulgar con las mismas ideas y creencias, decía: “Yo tengo siempre que ponerle el don a Fernando de los Ríos”.
A don Fernando le tocó vivir, como he dicho antes, algunos de los años de mayor crispación de la vida en nuestro país, pero su inteligencia, su integridad moral y su profundo sentido humano de la existencia fueron capaces de dejar huella en esos años. El fue decoro y ejemplo de sensata convivencia para los contemporáneos y para las generaciones sucesivas que han podido encontrar en su obra escrita, desgraciadamente escasa, normas de honesto comportamiento.
Había nacido en Ronda, en la provincia de Málaga, el 8 de diciembre de 1879, tres años después de que su tío, don Francisco Giner, creara la Institución Libre de Enseñanza. Por familia y por coincidencia cronológica, quedó unido desde su nacimiento a esta Institución que con sus postulados pedagógicos introdujo en España las más modernas y valiosas orientaciones que discurrían por Europa sobre la enseñanza.
No podemos detenernos ahora a dedicar un tiempo a hablar de la Institución Libre de Enseñanza y de lo que supuso de enriquecimiento de la vida de España, entendiendo correctamente que el origen de este enriquecimiento está en la escuela, en la enseñanza primaria. El conocimiento de la vida de don Fernando de los Ríos, aún cuando en estas notas mías no pueda ser más que sumario, nos puede llevar a intuir por lo menos lo que fue dicha Institución, porque a los postulados que esta asumió y a su puesta en práctica, dedicó su vida; como maestro, desde la cátedra de la Universidad, y como ser humano, dando ejemplo personal de un rígido y sólido comportamiento con el que consiguió el respeto y la admiración hasta de sus más encarnizados oponentes políticos.
Muy joven fue pensionado por la Junta de Ampliación de Estudios y permaneció en Alemania algún tiempo donde adquirió profundos y amplios conocimientos, sobre las nuevas ideas sociales que circulaban en las universidades de aquel país. En 1911, ya residenciado en España, ganó por oposición la cátedra de Derecho Política de la Universidad de Granada. En 1919 como he dicho antes, ingresó en las filas del Partido Socialista Obrero Español, en el que militaría hasta su muerte, y donde se significo por su posicionamiento en pro de un socialismo reformista, en contraposición al socialismo revolucionario, buscando en todo momento con la difusión de sus ideas, la libertad del ser humano, que reflejaría más tarde en su libro El sentido humanista del socialismo. De entonces es su viaje a la Unión Soviética (1921); en Petrogrado se encuentra con Lenin y regresa preocupado por los planes del régimen que se trataba de implantar en aquel país y que estaban muy lejos del sentido de educación para la libertad y el progreso que él había aprendido en la Institución Libre de Enseñanza. Ideas que le llevarían a enfrentarse también con la dictadura del General Primo de Rivera, lo que dio lugar a que se le incoaran sucesivos expedientes académicos, siendo objeto de persecuciones personales que terminarían por apartarle de la cátedra en 1929.
Al advenimiento de la Republica Española en 1931 entró a formar parte del primer gobierno que se constituyo, en el que ocupó la cartera del Ministerio de Justicia, dando muestras en su labor al frente de este Ministerio de ese rígido sentido moral que le acompañó en todo momento, buscando, por ejemplo, para el Tribunal Superior de Justicia, las personas más capaces y prestigiosas profesionalmente, sin pensar en sus ideas políticas, a las que antepuso la necesidad de la obra bien hecha.
En diciembre del mismo año, en una reorganización del Gobierno, se le encomendó el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, en el que le había precedido Marcelino Domingo. Los dos ministros, hombres de la Institución Libre de Enseñanza, “desempolvan, oficializan o inventan ideas y cuestiones de gran interés en la marcha educativa del país”, como se ha dicho en un libro reciente. En el escaso año y medio que don Fernando de los Ríos estuvo al frente de este Ministerio, le dio un impulso, como no había tenido nunca ni lo volvería a tener después. Una parte de las bases las había dejado diseñadas su antecesor, que inclusa había puesto en práctica algunas de ellas, pero el reconocido prestigio de don Fernando fue decisivo. Refiriéndonos solo a las escuelas de primera enseñanza, por un decreto del 12 de junio del mismo año en que se hizo cargo del Ministerio, creo 27.000 centros, de los que siete mil habrían de estar en servicio antes de finalizar ese mismo año. Un ejemplo del dinamismo que impuso en su Ministerio lo tenemos en que un mes más tarde se habían habilitado la mitad de los siete mil centros escolares propuestos.
La creación de escuelas como base prioritaria; la dignificación de los maestros, atendiendo a su formación y a unos adecuados emolumentos; la iniciación de centros de preescolar y escuelas de trabajo; la difusión de la cultura en la vida española, buscando que llegara a los lugares más remotos con la colaboración de los maestros de las escuelas rurales, fueron motivos de primordial preocupación para don Fernando de los Ríos en sus años de Ministro de Instrucción Pública. Esta labor de dignificación del magisterio que había iniciado ya Marcelino Domingo, fue llevada por él hasta más allá de los límites que le permitieron los cortos presupuestos de que pudo disponer, poniendo en la labor un tesón y una inteligencia que nadie se ha atrevido a negar.
En un nuevo ajuste ministerial, que tuvo lugar en junio de 1933, pasó a la cartera de Estado, en cuyo cargo no permaneció más que hasta el 1 de diciembre del mismo año, por el cambio de orientación política del gobierno que regía los destinos de España. En los años de la guerra civil fue designado por el Gobierno de Madrid, Embajador de España en los Estados Unidos, muriendo en Nueva York el 31 de mayo de 1949, ciudad en la que residía como exiliado político.
Cuando en la vida española se fueron serenando los ánimos y la evolución política lo permitió, el nombre de don Fernando de los Ríos volvió a pronunciarse en el país con el mismo respeto y admiración que lo había sido anteriormente. Es significativo en este sentido las palabras con que le recordó el padre Federico Sopeña en el mismo artículo a que he hecho referencia anteriormente: “El grupo de estudiantes muy católicos y muy de acción veíamos -dice Sopeña- mejor dicho nos habían enseñado a ver, a don Fernando de los Ríos como muy enemigo; pero eso era antes de oírle explicar; en la cátedra nos conquistaba por su gran elegancia no incompatible con una gran pasión, pasión que alcanzaba su grado más alto al hablar del humanismo español vertido hacia nosotros a través de la afirmación continua de una religiosidad un tanto abstracta, pero hondísima”. Y más adelante habla Sopeña de “el hueco de silencio, de respeto en las aulas por donde pasaba don Fernando”, así como de la atención con que sería escuchado más tarde en las discusiones y controversias que se producían en el Congreso de los Diputados, donde su presencia fue de capital importancia a la hora de resolver los espinosos problemas que surgieron en aquellos difíciles años primeros de la Republica de 1931.
Termino recurriendo a las palabras de otro discípulo suyo, José Prat: “En mi memoria están presentes su palabra cordial, su delicada cortesía, su respeto profundo a toda creencia y opinión, su comprensión generosa... Era, en suma, la realización del entrañable enlace de la bondad y la belleza como camino de la verdad.”
* * *
No se si habré conseguido llevar al ánimo de ustedes la satisfacción que pueden sentir por formar parte de esta gran familia que se reúne en torno al “Colegio Fernando de los Ríos”. Si no ha sido así, toda la culpa es mía por no haber sido capaz de situar en el pedestal que le corresponde de la historia, de la civilización, de la cultura, a una de las figuras más preclaras del inmediato pasado español.
Leído en el Colegio Publico Fernando de los Ríos. Torrelavega, 11 de mayo de 1989
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