jueves, 26 de mayo de 2022

TORRELAVEGA. ÉRASE UNA VEZ EL ARTE... LOS ARTISTAS Y EL MUNDO QUE LES RODEABA

 

TORRELAVEGA.  ÉRASE UNA VEZ EL ARTE... LOS ARTISTAS 

Y EL MUNDO QUE LES RODEABA

 

 


 

            Esta publicación mía nunca pudo soñar que iba a ser presentada al público en el recinto de una catedral; y digo esto porque una catedral para albergar el arte es lo que han diseñado y construido en el ámbito que ocupan estas piedras, los arquitectos Luis Castillo y César Cubillas. A ellos y a todos los que han colaborado en esta labor, tenemos mucho que agradecerles quienes, por una u otras razones hemos vivido de cerca la vida artística de Torrelavega. Esa vida artística por la que camina este libro que hoy ve la luz oficialmente.

 

            He de aclararles, de entrada, que sus páginas no pretenden más que ser un resumen de lo que fue el desarrollo de las artes plásticas en nuestra ciudad en sus tiempos iniciales, los de principio de siglo, reflejado en la vida de una parte de sus protagonistas, que han sido desde entonces ejemplo para quienes los han seguido y de los que el pueblo entero se siente orgulloso.

 

            Pero permítanme que antes de seguir adelante, exprese mi agradecimiento a nuestro Ayuntamiento en las figuras de la Alcaldesa y del Concejal de Cultura, que han sido base fundamental para la edición de este libro, con su entusiasmo y entrega en esta ocasión, y en cuantas actividades de este tipo, y de la cultura en general, llegan a la Corporación Municipal. También quiero hacer público mi agradecimiento a Lucio Marcos Pernía, que ha diseñado la portada, y a María del Carmen Hernández López y Juan Ignacio García Soto por su colaboración en otros aspectos del libro. Y a ustedes por su asistencia a este acto.

 

            En las primeras páginas encontrará el lector un breve texto con el título “Justificación”, sobre cuyo contenido me permito insistir, para reiterar cual ha sido mi intención al prepararle. Como podrán leer en él, lo que le sigue no es más que la recuperación de unos viejos escritos míos relacionados con pintores y escultores con los que he convivido y sobre los que escribí en ocasiones y de los que he intentado destacar preferentemente su condición humana, porque entiendo que, si en un artista es fundamental su obra pictórica, no lo es menos sus valores humanos.

 

            Ya digo, en este mismo texto del libro, que faltan nombres; nombres importantes. Circunstancias de muy diverso tipo dieron lugar a que en su momento y ocasión en que lo pude hacer, no llegué a publicar comentario alguno sobre su persona y su obra, sin que esto quiera decir que no me hayan acompañado en mis vivencias y en mi admiración. Las podría haber escrito ahora, pero esto habría falseado la intención con que se han preparado las páginas de esta publicación. Por otro lado, soy consciente de que las palabras que yo podía haberles dedicado no iban a añadir nada importante a lo que representa su obra artística y humana, de todos conocida y por todos valorada.

 

            El recuerdo de nuestros artistas mayores, como me permito llamarles a Eduardo Pisano y a Mauro Muriedas al hablar de una exposición conjunta de los dos, puso en marcha estas páginas. Mi relación con ellos en años de formación intelectual, fue para mí decisiva.

           

En la última parte, que he titulado “El mundo que les rodeaba”, se hace referencia de manera muy resumida, y por lo tanto en cierta forma parcial, a cómo empezó a fraguarse esta vida artística en Torrelavega.

 

            En las primeras páginas del libro que dediqué en 1988 a la historia de la Biblioteca Popular de Torrelavega, comentaba: “Hasta el 13 de noviembre de 1927, fecha en que abrió oficialmente sus puertas la Biblioteca Popular, los artistas locales no habían tenido posibilidad de mostrar públicamente sus obras en la ciudad”. Fue de gran importancia esta fecha en ese aspecto, en la vida local. El artista necesita el estímulo de la confrontación de su obra con el mundo en el que se desenvuelve, y hasta entonces los artistas, que se estaban formando desde el año 1892 en la Escuela de Artes y Oficios de la mano de su director, don Hermilio Alcalde del Río, tuvieron muy escasas ocasiones para ello; las únicas y en forma colectiva, las exposiciones de fin de curso en la propia Escuela.

 

            Con ocasión del recuerdo público que se dedicó a Alcalde del Río con ocasión del XXV aniversario de su muerte, me permití valorar esta labor de la Escuela de Artes y Oficios como de primordial interés para la vida artística local, ya que no solamente se atendían en ella a la formación técnica de los alumnos en sus propios oficios, sino, colateralmente, a lo que podía derivarse de ellos en el sentido artístico. Recordemos cómo algunos de los nombres que aparecen en las páginas de este libro pasaron en algún momento de su vida por esta Escuela.

 

            ¿Cuántas exposiciones con la obra de nuestros artistas de aquellos años se habían visto en Torrelavega hasta que abrió su sala la Biblioteca Popular? Fue una pregunta que me hice en el libro citado antes, que dediqué a esta institución. Tenía la casi certeza de que la que colgó en sus paredes el pintor Jesús Varela el 4 de diciembre de aquel año 1927, fue la primera o una de las primeras.

 

            Se puede buscar esta ausencia de exposiciones en la falta de lugares adecuados que permitieran realizarlas con la continuación oportuna. Jesús Varela, que había nacido en Torrelavega en 1895, se había formado en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid. En 1918 ya había mostrado su obra en una colectiva en el Ateneo de Santander. Fue un auténtico privilegiado de la vida artística local. Los que iban a venir detrás lo harían, fundamentalmente, y en su mayoría con el apoyo de la Escuela de Artes y Oficios y de la Biblioteca Popular.

 

            Esta última entidad programó una serie de exposiciones colectivas con carácter anual, dedicadas a los artistas locales, de las que la primera se inauguró el 15 de octubre de 1929.

 

            El primer tercio del siglo había transcurrido dentro de una etapa de inquietudes artísticas que dieron sus frutos en esta colaboración de la Biblioteca Popular y la Escuela de Artes y Oficios. Con aquellas exposiciones anuales de artistas locales, se alternarían otras que iban a proporcionar al público visitante un destacado complemento. Así el 25 de agosto de 1929 se pudo ver la obra más reciente de Gutiérrez Solana, Cristóbal Ruiz, Roberto Domingo y Joaquín Sunyer; el año anterior había expuesto Ricardo Bernardo.

 

            En estos primeros años ya nos encontramos con el nombre de Eduardo Pisano, en exposiciones colectivas e individuales, así como de Mauro Muriedas. Juntos habían participado en otra en Santander.

 

            La relación de la Escuela de Artes y Oficios y la Biblioteca Popular fue carismática. Los alumnos de aquélla llegaron a las actividades que se desarrollaron en la Biblioteca imbuidos en las consecuencias pedagógicas que había desarrollado en ella su Director, volcadas en el cultivo del espíritu de cada uno y en su preocupación por dotarles de unos conocimientos que se salían muy favorablemente de los que estaban en uso en los centros oficiales. Teniendo en cuenta el origen obrero de los alumnos, nos puede llevar a pensar en las consecuencias de todo orden que tuvo para la vida local; alumnos que adquirieron un profundo sentido humano de la vida y de la proyección colectiva del arte. En otra ocasión similar a esta, destaqué la importancia que iba a tener este sentido humano de la vida en parte importante del mundo obrero local, en los duros y difíciles años que se avecinaban para España entera.

 

            Si a aquellas exposiciones de artistas locales de que he hablado les añadimos las que tuvieron lugar en la misma Biblioteca con el nombre de “Exposiciones colectivas infantiles”, también con carácter anual, a partir de diciembre de 1935, tendremos la total medida de lo que supuso esta labor en pro del arte.

 

            En el prólogo que Manuel Teira escribió para mi libro citado sobre la historia de la Biblioteca, comenta que esta institución “... no vino a llenar un hueco, sino que creó su propio espacio en el pueblo, en el que hizo una labor inmensa. Aquella pequeña población en la que sólo había tres o cuatro escuelas elementales y una de artes y oficios, halló, de pronto, un manantial de saber, donde todas las clases sociales acudían y hallaban el ambiente propicio y las personas adecuadas, para empujar o encauzar esas ganas de saber”.

 

            La Biblioteca Popular fue clausurada el año 1937 después de la entrada en la ciudad de las tropas de ocupación de Franco. El Ayuntamiento volvió a reanudar la labor el  19 de marzo de 1946, con los mismos fondos bibliográficos que habían sido incautados a la Biblioteca Popular, instalándolos en un nuevo local, al que también dotaron de una sala de exposiciones, que fue abierta al público el 19 de julio de 1946 con obra de José Gutiérrez Solana, a la que siguió otra de Jesús Varela y más tarde de Manuel Liaño y José Luis Hidalgo, como en un intento de enlace entre los años primeros de actividad artística representado por Varela y los de dos nombres de la nueva generación.

 

            Pero estas fechas ya se salen de la intención temporal con que han sido preparadas las páginas del libro, reflejado en ese “érase una vez” del título, que, dejando aparte su tono de principio de un cuento infantil, lleva su contenido a tiempos pretéritos.

 

            Algún día habrá que intentar el recorrido artístico desde aquellas fechas hasta la actual Escuela Municipal de Artes, pero eso queda para otra ocasión.

 


 

Leído en Presentación del libro con este título el 26 de mayo de 1999 en la Sala Municipal de exposiciones “Mauro Muriedas” de Torrelavega

 

lunes, 16 de mayo de 2022

M.G. PINEY

 

El hombre y su obra

 

 


 

         Cuando el maestro Ortega y Gasset se planteó el problema del arte en general, escribió un jugoso ensayo sobre el marco. Cuando profundizó en la obra pictórica de un artista (Velázquez), nos proporcionó un tratado sobre la vida humana. Su teoría del yo y la circunstancia se acercaba así al arte, para situar a esta última: -la circunstancia-, en línea con la obra que envolvía; contra la teoría del arte por el arte, aparecía ahora la del arte por el hombre. Volvía la expresión estética a pisar la tierra, después de la necesaria aventura corrida, y el hombre, el pintor que existe detrás de cada cuadro, retornaba a la superficie.

 

         Tienes ante ti, visitante, un artista y su obra; un artista agazapado tras de unos ojos temerosos, pero que lo ven todo, un artista de pincel tenso que se dispara sobre el lienzo, provocando manchas violentas, rabiosos resbalones de color, algunas veces.

 

         El hombre como circunstancia de su obra te estará mirando desde ella con ojos muy abiertos. Tras esa apariencia de desafío de algunos de los cuadros de Piney se escuda el encanto de una timidez que se llama honradez pictórica.

 

         En cada cuadro y cada mancha sobre el lienzo, verás el hombre que lo realizó. Apreciarás horas serenas, en las que el pulso, casi infantil, se recrea sobre la tela y horas angustiadas, en las que el color se presenta en formas doloridas que te hablarán de esfuerzos inauditos, de horas de luchas, de desasosiego, de duda... Ante ti encontrarás una pintura sincera, ruda, pero siempre llena de encanto.

 

 

Publicado en:

El catálogo de la exposición en la sala de la Caja de Ahorros de Santander, Plaza Porticada (Santander) del 16 al 31 de mayo de 1974

 Y en el del Círculo de Recreo de Torrelavega del 15 al 29 de noviembre de 1974

 



miércoles, 11 de mayo de 2022

FERNANDO DE LOS RÍOS

 

EVOCACIÓN DE DON FERNANDO DE LOS RÍOS

 

 


 

            Evocar La figura de Don Fernando de los Ríos es para quien les habla un trabajo gustoso. Pero tengo que confesarles que cuando se me invitó a hacerlo, desde la dirección de este centro que lleva el nombre de tan ilustre figura de la vida española contemporánea, me causó preocupación y duda sobre si debía aceptarlo. Primero; porque lo estimaba una deferencia para conmigo a la que no sabía si podría corresponder en la debida medida -duda que todavía tengo-; segundo, porque se trata de hablar de don Fernando de los Ríos persona por la que he sentido siempre un gran respeto y el respeto provoca en todos los casos el que el grado de preocupación aumente.

 

            Hablar de don Fernando de los Ríos no es tarea fácil por su rica y compleja personalidad. Para poder ofrecer una visión siquiera aproximada de la intensa historia de su vida se requeriría de un tiempo del que no disponemos ahora. Al tener que reducir mis palabras a los limites que se me han fijado, tendremos que dejar en el camino aspectos y pormenores que fueron fundamentales en su existencia.

 

            Forzosamente hay que reducir esta evocación a una sola parcela del terreno en el que se movió y puesto que estamos en un centro de enseñanza, creo que lo más oportuno será orientar las palabras que siguen, de manera prioritaria, a comentar hechos de su vida que repercutieron en la escuela española. Por otra parte, confío en que lo que yo pueda decirles contribuya a llevar al animo de los que en uno u otro sentido tienen que ver con este centro en el que nos encontramos, lo justo y acertado que ha sido designarle con el nombre que lleva, pues se trata de una de las figuras de mayor prestigio en la vida de este país en los años que le tocó vivir. Años precisamente difíciles en muchas aspectos.

 

            Recuerdo ahora, al hablar del nombre del colegio, que cuando le leí escrito sobre la fachada principal de este edificio tuve la impresión de que en el rotulo faltaba una palabra. Me faltaba el “Don” antepuesto al nombre. Entiéndase bien que me faltaba a mi, a mi idea del hombre don Fernando de los Ríos, idea que me gustaría trasladarles a ustedes con mis palabras que siguen.

 

            Los hombres de mi edad, que despertamos a la adolescencia y a la vida cultural en los años de la segunda República Española, en aquellos complicados y confiados años primeros de la tercera década de este siglo, cuando hablábamos de él lo hacíamos siempre anteponiendo el don a su nombre. Para nosotros fue don Fernando de los Ríos desde el momento en que tuvimos conocimiento de su persona. Lo oíamos así a los mayores con quienes convivíamos, que le citaban en todo momento con un gran respeto. Más tarde pudimos oírlo hasta de sus mismos correligionarios del Partido Socialista Obrero Español, al que pertenecía desde 1919, quienes hablaban de él diciendo “el compañero don Fernando de los Ríos”. En años recientes pude leer un artículo del padre Federico Sopeña en el que con una devoción admirable, a pesar de no comulgar con las mismas ideas y creencias, decía: “Yo tengo siempre que ponerle el don a Fernando de los Ríos”.

 

            A don Fernando le tocó vivir, como he dicho antes, algunos de los años de mayor crispación de la vida en nuestro país, pero su inteligencia, su integridad moral y su profundo sentido humano de la existencia fueron capaces de dejar huella en esos años. El fue decoro y ejemplo de sensata convivencia para los contemporáneos y para las generaciones sucesivas que han podido encontrar en su obra escrita, desgraciadamente escasa, normas de honesto comportamiento.

 

            Había nacido en Ronda, en la provincia de Málaga, el 8 de diciembre de 1879, tres años después de que su tío, don Francisco Giner, creara la Institución Libre de Enseñanza. Por familia y por coincidencia cronológica, quedó unido desde su nacimiento a esta Institución que con sus postulados pedagógicos introdujo en España las más modernas y valiosas orientaciones que discurrían por Europa sobre la enseñanza.

 

            No podemos detenernos ahora a dedicar un tiempo a hablar de la Institución Libre de Enseñanza y de lo que supuso de enriquecimiento de la vida de España, entendiendo correctamente que el origen de este enriquecimiento está en la escuela, en la enseñanza primaria. El conocimiento de la vida de don Fernando de los Ríos, aún cuando en estas notas mías no pueda ser más que sumario, nos puede llevar a intuir por lo menos lo que fue dicha Institución, porque a los postulados que esta asumió y a su puesta en práctica, dedicó su vida; como maestro, desde la cátedra de la Universidad, y como ser humano, dando ejemplo personal de un rígido y sólido comportamiento con el que consiguió el respeto y la admiración hasta de sus más encarnizados oponentes políticos.

 

            Muy joven fue pensionado por la Junta de Ampliación de Estudios y permaneció en Alemania algún tiempo donde adquirió profundos y amplios conocimientos, sobre las nuevas ideas sociales que circulaban en las universidades de aquel país. En 1911, ya residenciado en España, ganó por oposición la cátedra de Derecho Política de la Universidad de Granada. En 1919 como he dicho antes, ingresó en las filas del Partido Socialista Obrero Español, en el que militaría hasta su muerte, y donde se significo por su posicionamiento en pro de un socialismo reformista, en contraposición al socialismo revolucionario, buscando en todo momento con la difusión de sus ideas, la libertad del ser humano, que reflejaría más tarde en su libro El sentido humanista del socialismo. De entonces es su viaje a la Unión Soviética (1921); en Petrogrado se encuentra con Lenin y regresa preocupado por los planes del régimen que se trataba de implantar en aquel país y que estaban muy lejos del sentido de educación para la libertad y el progreso que él había aprendido en la Institución Libre de Enseñanza. Ideas que le llevarían a enfrentarse también con la dictadura del General Primo de Rivera, lo que dio lugar a que se le incoaran sucesivos expedientes académicos, siendo objeto de persecuciones personales que terminarían por apartarle de la cátedra en 1929.

 

            Al advenimiento de la Republica Española en 1931 entró a formar parte del primer gobierno que se constituyo, en el que ocupó la cartera del Ministerio de Justicia, dando muestras en su labor al frente de este Ministerio de ese rígido sentido moral que le acompañó en todo momento, buscando, por ejemplo, para el Tribunal Superior de Justicia, las personas más capaces y prestigiosas profesionalmente, sin pensar en sus ideas políticas, a las que antepuso la necesidad de la obra bien hecha.

 

            En diciembre del mismo año, en una reorganización del Gobierno, se le encomendó el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, en el que le había precedido Marcelino Domingo. Los dos ministros, hombres de la Institución Libre de Enseñanza, “desempolvan, oficializan o inventan ideas y cuestiones de gran interés en la marcha educativa del país”, como se ha dicho en un libro reciente. En el escaso año y medio que don Fernando de los Ríos estuvo al frente de este Ministerio, le dio un impulso, como no había tenido nunca ni lo volvería a tener después. Una parte de las bases las había dejado diseñadas su antecesor, que inclusa había puesto en práctica algunas de ellas, pero el reconocido prestigio de don Fernando fue decisivo. Refiriéndonos solo a las escuelas de primera enseñanza, por un decreto del 12 de junio del mismo año en que se hizo cargo del Ministerio, creo 27.000 centros, de los que siete mil habrían de estar en servicio antes de finalizar ese mismo año. Un ejemplo del dinamismo que impuso en su Ministerio lo tenemos en que un mes más tarde se habían habilitado la mitad de los siete mil centros escolares propuestos.

 

            La creación de escuelas como base prioritaria; la dignificación de los maestros, atendiendo a su formación y a unos adecuados emolumentos; la iniciación de centros de preescolar y escuelas de trabajo; la difusión de la cultura en la vida española, buscando que llegara a los lugares más remotos con la colaboración de los maestros de las escuelas rurales, fueron motivos de primordial preocupación para don Fernando de los Ríos en sus años de Ministro de Instrucción Pública. Esta labor de dignificación del magisterio que había iniciado ya Marcelino Domingo, fue llevada por él hasta más allá de los límites que le permitieron los cortos presupuestos de que pudo disponer, poniendo en la labor un tesón y una inteligencia que nadie se ha atrevido a negar.

 

            En un nuevo ajuste ministerial, que tuvo lugar en junio de 1933, pasó a la cartera de Estado, en cuyo cargo no permaneció más que hasta el 1 de diciembre del mismo año, por el cambio de orientación política del gobierno que regía los destinos de España. En los años de la guerra civil fue designado por el Gobierno de Madrid, Embajador de España en los Estados Unidos, muriendo en Nueva York el 31 de mayo de 1949, ciudad en la que residía como exiliado político.

 

            Cuando en la vida española se fueron serenando los ánimos y la evolución política lo permitió, el nombre de don Fernando de los Ríos volvió a pronunciarse en el país con el mismo respeto y admiración que lo había sido anteriormente. Es significativo en este sentido las palabras con que le recordó el padre Federico Sopeña en el mismo artículo a que he hecho referencia anteriormente: “El grupo de estudiantes muy católicos y muy de acción veíamos -dice Sopeña- mejor dicho nos habían enseñado a ver, a don Fernando de los Ríos como muy enemigo; pero eso era antes de oírle explicar; en la cátedra nos conquistaba por su gran elegancia no incompatible con una gran pasión, pasión que alcanzaba su grado más alto al hablar del humanismo español vertido hacia nosotros a través de la afirmación continua de una religiosidad un tanto abstracta, pero hondísima”. Y más adelante habla Sopeña de “el hueco de silencio, de respeto en las aulas por donde pasaba don Fernando”, así como de la atención con que sería escuchado más tarde en las discusiones y controversias que se producían en el Congreso de los Diputados, donde su presencia fue de capital importancia a la hora de resolver los espinosos problemas que surgieron en aquellos difíciles años primeros de la Republica de 1931.

 

            Termino recurriendo a las palabras de otro discípulo suyo, José Prat: “En mi memoria están presentes su palabra cordial, su delicada cortesía, su respeto profundo a toda creencia y opinión, su comprensión generosa... Era, en suma, la realización del entrañable enlace de la bondad y la belleza como camino de la verdad.”

 

* * *

 

            No se si habré conseguido llevar al ánimo de ustedes la satisfacción que pueden sentir por formar parte de esta gran familia que se reúne en torno al “Colegio Fernando de los Ríos”. Si no ha sido así, toda la culpa es mía por no haber sido capaz de situar en el pedestal que le corresponde de la historia, de la civilización, de la cultura, a una de las figuras más preclaras del inmediato pasado español.

 


 

Leído en el Colegio Publico Fernando de los Ríos. Torrelavega, 11 de mayo de 1989


 

 

 

martes, 3 de mayo de 2022

CENTRALIZACIÓN Y ESTACIONALIDAD DE LA CULTURA EN CANTABRIA

 

CENTRALIZACIÓN Y ESTACIONALIDAD

DE LA CULTURA EN CANTABRIA

 



 

Cuando se me habló desde la Dirección de El Diario Montañés de la intervención en este acto, entendí que tendría que hacerlo situado en el punto de vista de mi condición de residente en una localidad fuera de la capital de la región. Comentar el tema de la Cultura y el Arte que aquí nos convoca, desde una perspectiva fundamentalmente descentralizadora. Actuar algo así como de “Defensor del pueblo” o de los pueblos. Ver cómo ha transcurrido la vida cultural y artística en general de los pueblos de Cantabria, durante los últimos diez años, de lo que ha sido fiel reflejo el Anuario que publica El Diario Montañés.

 

Antes de entrar en el tema que me he propuesto, y para que no se piense que estas notas tienen solamente el carácter de un pliego de agravios, quiero anticipar que soy consciente de las dificultades de muy diverso tipo que presenta el llevar la cultura y el arte a lo que podemos llamar, para el comentario que sigue, el “Sur profundo” de la región. Los espectáculos, sean del signo que fueren, precisan de un público más o menos numeroso que los acoja y ante este condicionamiento nos encontramos con una cuestión que ha sido caballo de batalla en cuanto surge el tema de la culturización. Culturizar es cultivar y si no se cultiva no se puede aspirar a alcanzar el mínimo nivel de formación que exige la recepción de un espectáculo cultural por parte del público a quien va destinado. Insisto, espectáculo cultural, que hay que distinguirlo de lo que es simplemente espectáculo. Y si este público no existe hay que tratar de crearle.

 

A propósito de esto recuerdo la eficiente labor llevada a cabo en este sentido por la Diputación Provincial de Santander en los años centrales de este siglo en el que nos encontramos. Para ello crearon, dentro de su organigrama, un Centro Coordinador de Bibliotecas del que fueron promotores y eficaces impulsores Ignacio Aguilera y Pablo Beltrán de Heredia. Con su labor dotaron de centros públicos de lectura y casas de cultura a lugares como Reinosa, Torrelavega, Castro Urdiales, Cabezón de la Sal o Astillero. No se limitaron a estas localidades que están situadas en las líneas de comunicación más concurridas dentro de la región; lo extendieron a lugares como Villafufre, Renedo de Piélagos, Ramales de la Victoria y hasta Bárcena de Pie de Concha, y allí llevaron no sólo los lotes de libros precisos para nutrirlas, sino que organizaron exposiciones y actos públicos en los que importantes nombres de la cultura ocuparon las tribunas de algunas de estas modestas bibliotecas: Gerardo Diego, Ricardo Gullón, Gili Gaya, Luis Felipe Vivanco, José Hierro, Julio Maruri, Joaquín de la Puente, entre otros, editándose algunos de los textos de estas conferencias, hecho de singular interés porque es lo que ha quedado para las generaciones posteriores.

 

El paso del tiempo, y otras circunstancias, desmontaron después parte importante de aquellos centros, pero la semilla quedó echada y su recuerdo nos hace evocarlos con nostalgia.

 

En cuanto a la importancia del libro en la formación cultural no es necesario insistir; además se ha hablado de ella aquí en reuniones anteriores, por autoridades competentes. Únicamente me permito volver sobre lo que ya se ha dicho, en el sentido de lamentar la paralización producida en la publicación de libros por parte de las entidades públicas, cosa que también nos hace volver la cabeza con nostalgia a aquellas colecciones que fueron apareciendo de la mano de la Diputación Provincial hasta no hace muchos años, y también, fuera del ámbito oficial, de la mano de entusiastas particulares, que por su interés han sido buscadas ávidamente a nivel nacional.

 

* * *

 

Vayamos a años más recientes; los recogidos en los Anuarios y sirviéndonos de estos como guía.

 

En el primero, del año 1985, se lee: “Desde el punto de vista cultural Cantabria ha seguido manteniendo un nivel muy alto”, añadiendo que “se ha entendido el problema de la desestacionalización con importantes progresos en épocas bajas”. Y en otro lugar del mismo número: “el año 85 ha sido particularmente rico en manifestaciones culturales de toda índole”.

 

Esto es cierto, pero teniendo en cuenta que se trata de las que han tenido lugar en la capital, para las que se elogia el haber entendido debidamente “el problema de la desestacionalización”.

 

El otro problema, el de la descentralización, fue intentado por el Festival Internacional de Santander, que llevó algunas de sus actuaciones musicales a lugares como Santillana del Mar, Potes, San Vicente de la Barquera, Laredo, Reinosa, Torrelavega, Castro Urdiales, Comillas, Isla, entre otros. La Consejería de Cultura promocionó también actuaciones musicales en diversos Ayuntamientos de la provincia; tanto estas como aquellas en época estival.

 

La Caja de Cantabria, como ya nos explicó debidamente Jesús Maza en su intervención del viernes pasado, ha apoyado generosamente actos culturales de diverso tipo con una meritísima ampliación sucesiva de su presupuesto para estos fines. Y a esto mismo tiene que llegarse en las entidades oficiales. En los presupuestos anuales no puede faltar el capítulo cultural en la cuantía precisa. Y sobre todo, que esta cuantía no vaya enfocada en una dirección única, o casi única, que falsearía el objetivo de equidad de los mismos en cuanto a su llegada al

Público, tanto de la capital como de la región en general.

 

Al año siguiente, 1986, el Anuario se ve obligado a titular uno de sus artículos “1986 o  el desencanto”, destacando como única salvedad lo que llama “la concentración veraniega” a cargo del FIS; es decir, ni desestacionalización ni descentralización. Pueblos con cierta fuerza propia, como Torrelavega, Reinosa, Laredo, programan, como pueden, algunas actuaciones culturales, insistiéndose en 1987 en que “se acusa una fuerte decepción ante la escasa oferta oficial y hasta en la particular...”

 

La UIMP, el FIS y la Universidad de Cantabria, esta última, por ejemplo, con los cursos de Laredo, cubrieron en gran medida la oferta que se despliega en el verano: “Hay una cultura veraniega”, se dice en 1989; y se añade que “tras el verano se instaura la calma y Santander se convierte en un paramo cultural”. En cuanto a lo que me he permitido llamar el “Sur profundo”, música folk y popular, coros y danzas, algo de teatro, todo centralizado en las localidades habituales, donde los respectivos ayuntamientos echan una mano económica sobre los que tenemos que lamentar que las más de las veces se queda sólo en “espectáculo” lo que se pretendía como “espectáculo cultural”.

 

1990. “Llevamos años escribiendo de los males que afectan ala cultura de Cantabria... y pasan los años sin que se produzca mejora alguna...” Son palabras de un artículo en el Anuario de este año 1990. Y a medida que nos acercamos a fechas más recientes, los comentarios continúan siendo del mismo signo: “... la cultura en Cantabria sigue anclada en los seculares vicios y virtudes” a los que da el nombre de “la estacionalidad”, “a desilusión” y “la falta de apoyo institucional”, insistencias y temores que se repetirán en los años que siguieron.

 

En el anuario publicado para 1993, uno de los firmantes se lamenta de “la desarticulación de la provincia al contar solo con un eje geográfico potente...”, “quedando desguarnecido el resto, donde la promoción artística es mínima en su conjunto”.

 

El lector que busque en estos anuarios un índice de la oferta cultural que se ha hecho llegar a los pueblos de Cantabria situados fuera de las líneas de comunicación más concurridas, vera que existe una notable diferencia, no sólo con la de los presentados en Santander capital, si no también con los actos que han tenido lugar en los pueblos de la franja costera. La concentración humana es, naturalmente, la razón que lo provoca, pero una política cultural bien entendida debe de procurar que se cubran en la medida de lo posible, y hasta de lo imposible, las lagunas a que esto da lugar.

 

No se si una concentración cultural a la manera que lo es la concentración escolar, pudiera ser un acercamiento a la solución. La busca de puntos geográficos estratégicos dentro de la región, a los que llevar estas actividades culturales, podría ser una manera de resolver el problema inicial, el de la reunión de un mínimo de personas que justifique la realización de los espectáculos.

 

Además, la educación primaria y secundaria, que están alcanzando prácticamente a toda la región de manera muy eficaz, puede llegar a proporcionar la base humana precisa para que los actos culturales encuentren en el futuro el eco apetecido en ese “Sur profundo” de Cantabria.

 

Y termino volviendo a recordar la labor realizada hace cincuenta años por el Centro Coordinador de Bibliotecas y otras entidades públicas y privadas en años inmediatos siguientes a aquellos. La experiencia de todo tipo que se haya podido acumular desde entonces, quizás pueda aportar ideas para mejorarlo y ampliarlo.

 

 


 

Leído en la mesa redonda sobre Cultura y Arte, organizada en conmemoración del X aniversario del Anuario de Cantabria editado por el Diario Montañés.

Salón de Actos del Ateneo de Santander, 3 de mayo 1995