TORRELAVEGA. ÉRASE UNA VEZ EL ARTE... LOS ARTISTAS
Y EL MUNDO QUE LES RODEABA
Esta publicación mía nunca pudo soñar que iba a ser presentada al público en el recinto de una catedral; y digo esto porque una catedral para albergar el arte es lo que han diseñado y construido en el ámbito que ocupan estas piedras, los arquitectos Luis Castillo y César Cubillas. A ellos y a todos los que han colaborado en esta labor, tenemos mucho que agradecerles quienes, por una u otras razones hemos vivido de cerca la vida artística de Torrelavega. Esa vida artística por la que camina este libro que hoy ve la luz oficialmente.
He de aclararles, de entrada, que sus páginas no pretenden más que ser un resumen de lo que fue el desarrollo de las artes plásticas en nuestra ciudad en sus tiempos iniciales, los de principio de siglo, reflejado en la vida de una parte de sus protagonistas, que han sido desde entonces ejemplo para quienes los han seguido y de los que el pueblo entero se siente orgulloso.
Pero permítanme que antes de seguir adelante, exprese mi agradecimiento a nuestro Ayuntamiento en las figuras de la Alcaldesa y del Concejal de Cultura, que han sido base fundamental para la edición de este libro, con su entusiasmo y entrega en esta ocasión, y en cuantas actividades de este tipo, y de la cultura en general, llegan a la Corporación Municipal. También quiero hacer público mi agradecimiento a Lucio Marcos Pernía, que ha diseñado la portada, y a María del Carmen Hernández López y Juan Ignacio García Soto por su colaboración en otros aspectos del libro. Y a ustedes por su asistencia a este acto.
En las primeras páginas encontrará el lector un breve texto con el título “Justificación”, sobre cuyo contenido me permito insistir, para reiterar cual ha sido mi intención al prepararle. Como podrán leer en él, lo que le sigue no es más que la recuperación de unos viejos escritos míos relacionados con pintores y escultores con los que he convivido y sobre los que escribí en ocasiones y de los que he intentado destacar preferentemente su condición humana, porque entiendo que, si en un artista es fundamental su obra pictórica, no lo es menos sus valores humanos.
Ya digo, en este mismo texto del libro, que faltan nombres; nombres importantes. Circunstancias de muy diverso tipo dieron lugar a que en su momento y ocasión en que lo pude hacer, no llegué a publicar comentario alguno sobre su persona y su obra, sin que esto quiera decir que no me hayan acompañado en mis vivencias y en mi admiración. Las podría haber escrito ahora, pero esto habría falseado la intención con que se han preparado las páginas de esta publicación. Por otro lado, soy consciente de que las palabras que yo podía haberles dedicado no iban a añadir nada importante a lo que representa su obra artística y humana, de todos conocida y por todos valorada.
El recuerdo de nuestros artistas mayores, como me permito llamarles a Eduardo Pisano y a Mauro Muriedas al hablar de una exposición conjunta de los dos, puso en marcha estas páginas. Mi relación con ellos en años de formación intelectual, fue para mí decisiva.
En la última parte, que he titulado “El mundo que les rodeaba”, se hace referencia de manera muy resumida, y por lo tanto en cierta forma parcial, a cómo empezó a fraguarse esta vida artística en Torrelavega.
En las primeras páginas del libro que dediqué en 1988 a la historia de la Biblioteca Popular de Torrelavega, comentaba: “Hasta el 13 de noviembre de 1927, fecha en que abrió oficialmente sus puertas la Biblioteca Popular, los artistas locales no habían tenido posibilidad de mostrar públicamente sus obras en la ciudad”. Fue de gran importancia esta fecha en ese aspecto, en la vida local. El artista necesita el estímulo de la confrontación de su obra con el mundo en el que se desenvuelve, y hasta entonces los artistas, que se estaban formando desde el año 1892 en la Escuela de Artes y Oficios de la mano de su director, don Hermilio Alcalde del Río, tuvieron muy escasas ocasiones para ello; las únicas y en forma colectiva, las exposiciones de fin de curso en la propia Escuela.
Con ocasión del recuerdo público que se dedicó a Alcalde del Río con ocasión del XXV aniversario de su muerte, me permití valorar esta labor de la Escuela de Artes y Oficios como de primordial interés para la vida artística local, ya que no solamente se atendían en ella a la formación técnica de los alumnos en sus propios oficios, sino, colateralmente, a lo que podía derivarse de ellos en el sentido artístico. Recordemos cómo algunos de los nombres que aparecen en las páginas de este libro pasaron en algún momento de su vida por esta Escuela.
¿Cuántas exposiciones con la obra de nuestros artistas de aquellos años se habían visto en Torrelavega hasta que abrió su sala la Biblioteca Popular? Fue una pregunta que me hice en el libro citado antes, que dediqué a esta institución. Tenía la casi certeza de que la que colgó en sus paredes el pintor Jesús Varela el 4 de diciembre de aquel año 1927, fue la primera o una de las primeras.
Se puede buscar esta ausencia de exposiciones en la falta de lugares adecuados que permitieran realizarlas con la continuación oportuna. Jesús Varela, que había nacido en Torrelavega en 1895, se había formado en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid. En 1918 ya había mostrado su obra en una colectiva en el Ateneo de Santander. Fue un auténtico privilegiado de la vida artística local. Los que iban a venir detrás lo harían, fundamentalmente, y en su mayoría con el apoyo de la Escuela de Artes y Oficios y de la Biblioteca Popular.
Esta última entidad programó una serie de exposiciones colectivas con carácter anual, dedicadas a los artistas locales, de las que la primera se inauguró el 15 de octubre de 1929.
El primer tercio del siglo había transcurrido dentro de una etapa de inquietudes artísticas que dieron sus frutos en esta colaboración de la Biblioteca Popular y la Escuela de Artes y Oficios. Con aquellas exposiciones anuales de artistas locales, se alternarían otras que iban a proporcionar al público visitante un destacado complemento. Así el 25 de agosto de 1929 se pudo ver la obra más reciente de Gutiérrez Solana, Cristóbal Ruiz, Roberto Domingo y Joaquín Sunyer; el año anterior había expuesto Ricardo Bernardo.
En estos primeros años ya nos encontramos con el nombre de Eduardo Pisano, en exposiciones colectivas e individuales, así como de Mauro Muriedas. Juntos habían participado en otra en Santander.
La relación de la Escuela de Artes y Oficios y la Biblioteca Popular fue carismática. Los alumnos de aquélla llegaron a las actividades que se desarrollaron en la Biblioteca imbuidos en las consecuencias pedagógicas que había desarrollado en ella su Director, volcadas en el cultivo del espíritu de cada uno y en su preocupación por dotarles de unos conocimientos que se salían muy favorablemente de los que estaban en uso en los centros oficiales. Teniendo en cuenta el origen obrero de los alumnos, nos puede llevar a pensar en las consecuencias de todo orden que tuvo para la vida local; alumnos que adquirieron un profundo sentido humano de la vida y de la proyección colectiva del arte. En otra ocasión similar a esta, destaqué la importancia que iba a tener este sentido humano de la vida en parte importante del mundo obrero local, en los duros y difíciles años que se avecinaban para España entera.
Si a aquellas exposiciones de artistas locales de que he hablado les añadimos las que tuvieron lugar en la misma Biblioteca con el nombre de “Exposiciones colectivas infantiles”, también con carácter anual, a partir de diciembre de 1935, tendremos la total medida de lo que supuso esta labor en pro del arte.
En el prólogo que Manuel Teira escribió para mi libro citado sobre la historia de la Biblioteca, comenta que esta institución “... no vino a llenar un hueco, sino que creó su propio espacio en el pueblo, en el que hizo una labor inmensa. Aquella pequeña población en la que sólo había tres o cuatro escuelas elementales y una de artes y oficios, halló, de pronto, un manantial de saber, donde todas las clases sociales acudían y hallaban el ambiente propicio y las personas adecuadas, para empujar o encauzar esas ganas de saber”.
La Biblioteca Popular fue clausurada el año 1937 después de la entrada en la ciudad de las tropas de ocupación de Franco. El Ayuntamiento volvió a reanudar la labor el 19 de marzo de 1946, con los mismos fondos bibliográficos que habían sido incautados a la Biblioteca Popular, instalándolos en un nuevo local, al que también dotaron de una sala de exposiciones, que fue abierta al público el 19 de julio de 1946 con obra de José Gutiérrez Solana, a la que siguió otra de Jesús Varela y más tarde de Manuel Liaño y José Luis Hidalgo, como en un intento de enlace entre los años primeros de actividad artística representado por Varela y los de dos nombres de la nueva generación.
Pero estas fechas ya se salen de la intención temporal con que han sido preparadas las páginas del libro, reflejado en ese “érase una vez” del título, que, dejando aparte su tono de principio de un cuento infantil, lleva su contenido a tiempos pretéritos.
Algún día habrá que intentar el recorrido artístico desde aquellas fechas hasta la actual Escuela Municipal de Artes, pero eso queda para otra ocasión.
Leído en Presentación del libro con este título el 26 de mayo de 1999 en la Sala Municipal de exposiciones “Mauro Muriedas” de Torrelavega