jueves, 22 de julio de 2021

Gregorio Prieto y José Luis Hidalgo

                               GREGORIO PRIETO Y JOSÉ LUIS  HIDALGO

ENCUENTRO EN TORRELAVEGA

 

 


 

         Tengo que pedir disculpas a ustedes por el comentario que he escrito para el catálogo que acompaña a esta exposición. Cuando el matrimonio Terán-Berrazueta me enseñó una nota de Gregorio Prieto en la que les decía que escribiera yo una cuartilla para incluirla en él, me causaron gran preocupación, porque no sabía cómo corresponder a aquella generosa solicitud. En los catálogos es habitual insertar elogios a la obra del expositor, además de una breve mención a su vida. En cuanto a los elogios, ¿qué podía yo añadir a las hermosas palabras de Unamuno, de Alberti, de Cernuda, de Lorca, de Aleixandre, de Hierro, que se reproducen? Imperdonable osadía por mi parte el intentar hacerlo. Y por lo que se refiere a sus vivencias personales, no se pueden seguir los caminos habituales cuando el expositor es Gregorio Prieto, pues sería redundar en lo que todos conocen.

 

         Hay artistas para los que esto sobra. Cuando un pintor tiene tras él una larga vida y esta larga vida está colmada de triunfos, resulta un insulto repetirlo en letras de imprenta. De la obra que tenemos hoy la suerte de poder contemplar, se ha dicho todo, porque esta pintura y su autor están también de vuelta de todo. Decir que es un hombre de la generación del 27, de la gloriosa generación del 27; de sus premios y medallas; de su obra esparcida por los mas importantes museos del mundo; de su permanencia largo tiempo en Italia, en Grecia, en los países escandinavos, en Estados Unidos; de sus años de Inglaterra, donde vuelve a encontrarse con el poeta Luis Cernuda; de su pasión por la Mancha nativa… no sería más que volver sobre la anécdota repetida. Entonces, ¿qué camino me quedaba para complacer al pintor? La pregunta no tuvo para mi más que una contestación: seguir la misma senda, con los debidos respetos, por la que han transitado cuantos me han precedido en este menester: dejar la tierra para ir a habitar el mundo de las estrellas. ¿Acaso no es esto lo que hace Gregorio Prieto en su obra? A pesar de la sensualidad del color y del barroquismo de algunos de sus temas -o quizás por eso mismo,- ¿no observan cómo se nos escapa de lo cotidiano, del mundo vulgar que nos toca vivir a los demás mortales, para ascender por la escala de lo sublime? En la obra hay como una suerte de requerimiento para seguirle en su vuelo hasta ese límite que a cada uno nos está impuesto por los grados de nuestra sensibilidad. !Qué gran esfuerzo nos está pidiendo en esa aproximación apasionadamente deseada!

 

         Si ante sus óleos nos sentimos atraídos por la belleza arrancada a temas que a veces pueden antojarse triviales, donde nos deleita la exuberancia de las formas y la rica interpretación que hace de ellas, sus dibujos ya no dejan respiro para lo material. Es el triunfo de lo lírico en la forma mas bella que han podido imaginar los hombres. Y aquí estamos ya explicando, en cierta manera, mi nota del catálogo; estamos ante una de las claves para interpretarla, pues los dibujos de Gregorio Prieto son poesía en línea, como dijo el poeta. Y en ellos, siempre presentes las manos y, sin embargo, como ausentes de tan sutiles, de tan sugerentes: tan cerca y tan lejos del tacto de la materia. Manos que se mueven silenciosas, temerosas de mover el aire. Esas manos que a veces vagan como perdidas, entre vegetales soñados o en torno a delicadas formas humanas, buscando realidades que a veces no existen más que en la imaginación del pintor-poeta. He aquí otro de los grandes secretos recluidos en cada una de sus obras. ¡Cuánto misterio detrás de cada una! ¡Cuánta vida fuera de la anécdota que el espectador cree apresar!

 

* * *

 

         Gregorio Prieto ha querido unir estas manos, aquí, en Torrelavega, a las de José Luis Hidalgo. A esas manos que tienen también una presencia constante en la obra de nuestro poeta. Manos que no se conocieron, pero que para Hidalgo siempre estuvieron presentidas, desde aquellos años treinta y tantos en que leía en la Biblioteca Popular de Torrelavega, ávidamente, como el Pachico de don Miguel de Unamuno, los libros de los poetas del 27, de los poetas con quienes convivía Gregorio, a quienes pintaba Gregorio. Por esta poesía llegaba Hidalgo hasta el pintor, pero mientras sus manos buscaban ásperas piedras en un intento de tacto dolorido, mientras sus manos buscaban anhelantes entre los hombres muertos o por las noches sin estrellas, las de Prieto se movían por el claro mediterráneo: Taormina, Delfos, Pompeya, Roma… acariciando capiteles derribados, columnas truncadas, entre ruina doradas por el sol, en espacios muertos para la historia.

 

Como nos ciegos pájaros

que no te conocieran,

. . . . . . . . . . .

y en lo oscuro te buscan

creciendo a las estrellas.

 

         De pronto, en el cielo, brilló paro el poeta una mano ardiendo. Era la mano de Dios, pero pudo haber sido la de Gregorio Prieto. A aquella visión lírica, a aquella llamada ¿responde hoy este encuentro, aquí, en Torrelavega? La muerte y sus misteriosas razones, personaje ausente de la obra del pintor y amargamente derrochado en la del poeta, ¿qué papel estaba jugando?

 

* * *

 

         Pienso que ahora puede estar claro lo que escribí para el catalogo.

 

         A ti, Gregorio, gracias en nombre de todos por honrarnos con tu presencia y con la de tus cuadros; gracias, muchas gracias por mi parte, por haberme pedido que sea testigo de tu encuentro con José Luis Hidalgo, aquí, en Torrelavega, por encima del tiempo y de la muerte.

 

 


 

Torrelavega, 22 julio 1.980

 


 

 

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