viernes, 30 de julio de 2021

Ricardo Gullón

                            Recuerdo de Ricardo Gullón en Santander

                         A propósito de un número especial de “Ínsula”

 

 


 

         La prestigiosa revista literaria de Madrid "Ínsula" ha dedicado a Ricardo Gullón su número del mes de junio. Es un digno homenaje que la propia revista justifica con estas palabras: "Este número no es sólo un recuerdo de gratitud al amigo y al colaborador fiel a lo largo de tantos años. Es también, sobre todo, homenaje al escritor, al gran crítico y ensayista que desde hace quince años trabaja y crea su obra fuera de España... ". Las colaboraciones de Ildefonso M. Gil, recordando lo pasos comunes con el homenajeado en las revistas literarias de anteguerra; la de Martínez Palacio narrándonos los años de Gullón profesor en las Universidades americanas; las de Gustavo Agrait, Nilita Ventós, Francisco Ayala, Andrés Amorós, Antonio Núñez, Pablo Beltrán de Heredia y Rodríguez Ramos, son nombres y textos que nos dan una idea clara y cálida del gran critico y del gran hombre que es Gullón.

 

         En estos trabajos hay alusiones a los años de Gullón en Santander. Ellas nos han traída el recuerdo de su paso por esta ciudad, en la que tantos y buenos amigos tiene, […] entre éstos, los que con mejores […] motivos que el que esto escribe, puedan hablarnos de su vida entre nosotros; solamente el afecto me ha impulsado a hacerlo yo, para recordar algunos momentos de entonces, que han surgido en mi memoria al leer los trabajos aparecidos en "Ínsula". Sé que estas líneas llevan también la adhesión de los demás amigos.

 

Tremenda honestidad

 

         Ricardo Gullón llegó a Santander en 1941, a ocupar una plaza de fiscal de la Audiencia Provincial. Como recuerda Beltrán de Heredia en su trabajo de la revista madrileña, refiriéndose a la ciudad en el momento de la llegada de Gullón... “apenas le quedaba a Santander otra cosa que la belleza inmarchitable”; hacía muy poco que el incendio devastador de aquel año había destruido una parte de la ciudad.

 

         Gullón encara su función fiscal con una tremenda honestidad y un gran sentido humano. Yo soy testigo de su descorazonamiento ante la imposibilidad de hacer frente a un caso de atropello de una menor. El mismo nos cuenta en "Ínsula" su criterio sobre este cargo: “La función fiscal, tal y como yo la entiendo y la entienden mis compañeros, consiste en la defensa de la ley, y a ley no suele ser imperfecta. Tiende a favorecer al débil, al ciudadano indefenso. Estoy hablando de lo que podríamos denominar "leyes normales". Estoy excluyendo a las leyes de excepción, a las dictadas con intención política”.

 

Autoridad crítica

 

         Ricardo era entonces, para unos pocos iniciados, el colaborador de "Revista de Occidente" en los años anteriores a la guerra; el fundador de la revista "Literatura" en 1934 y el animador de empresas literarias durante los años treinta y tantos. Esto creaba en nosotros, los más jóvenes que él, un clima de respeto y admiración que siempre se preocupó de borrar con gran tacto.

 

         Consiguió que no nos sintiéramos incómodos junto a él, sentados en los divanes de los cafés "La Mundial" o "La Austriaca", en las tardes de los domingos, cuando nos reuníamos a su alrededor para comentar las novedades de la semana. En un artículo que publicó Marcelo Arroita-Jáuregui en ALERTA, el 5 de febrero de 1957, queda una expresión de esta devoción y gratitud, en frase que todos los amigos podemos suscribir: “Allí conocí la autoridad crítica de Ricardo Gullón y su incitación a lecturas para siempre ligadas a mi existencia”. De entonces son nuestras lecturas de libros que él nos iba comentando: "Eminencia gris" de Huxley; "El otoña de la edad media", de Huizinga, los novelistas ingleses contemporáneos, sobre cuyo tema publicó un libro Gullón en 1945; los alemanes Wasserman y Wiechert... Cada uno y su libro, tenían el oportuno comentario en el verbo del crítico que teníamos la suerte de tener a nuestro lado por lo menos una vez a la semana.

 

Colaborador de “Alerta”

 

         Pronto Gullón empezó a colaborar en las páginas de ALERTA. El 17 de septiembre de 1944 aparece en este periódico un comentario suyo sobre las antologías "Los pájaros en la poesía española" y "Las flores en la poesía española". A partir de este momento no falta un artículo suyo por lo menos una vez a la semana. Antes, en 1945 había publicado en la Editora Nacional su libro "Vida de Pereda", primero de los suyos después de la guerra. En este mismo año 1944 toma contacto con los componentes del grupo "Proel". En un trabajo aparecido en ALERTA del 20 de septiembre, comenta la aparición del número cuatro de la revista: "En general, la voz de estos jóvenes es todavía poco definida... Pero por encima de todo queremos destacar el encanto de esta revista en donde al amante de la poesía le espera la delicia de la sorpresa, el placer del hallazgo, del encuentro con almas arrebatadas, generosas, de corazones que publican en secreto, de ese afán adolescente por la belleza, que es una de las más envidiables prendas de la mocedad".

 

Gullón y “Proel”

 

         En una entrevista que se publica en el número de “Ínsula” que vengo citando, le pregunta Antonio Núñez por su intervención en “Proel” Gullón se excusa elegantemente: «No, no; los chicos de “Proel” no necesitaban nada. La revista la hicieron entre otros, Carlos Salomón, José Luis Hidalgo, Julio Maruri, Enrique Sordo y cuando llegó a Santander, Pepe Hierro». Pero los que vivimos aquellos años alrededor de “Proel” sabemos de la importancia de su magisterio. Entonces se conocen Ricardo Gullón y José Luis Hidalgo y se crea entre ellos una entrañable amistad. Cuando Hidalgo se encuentra hospitalizado en Madrid, en el verano de 1946, recibí de Gullón una carta desde Miyares, Asturias, donde estaba pasando el verano. Entre otras cosas me decía: “Estoy con deseoso de tener alguna noticia y sin saber qué hacer; no me atrevo a escribirle a él porque dos veces lo he intentado y me faltan fuerzas para lo que –necesariamente- ha de ser una falacia”.

 

         Cuando poco después organizamos en la biblioteca de Torrelavega una exposición con algunas obras de Hidalgo, Gullón se brindó a ilustrar la inauguración con una conferencia. En aquellos mismos días luchábamos él y yo, y Pedro Cantolla, para tratar de editar en la colección “Proel” el libro "Los muertos", pero la precaria situación económica de la revista no nos permitió tener la satisfacción de que la primera edición de este libro viera la luz entre los queridos volúmenes que componían la colección. Unos años más tarde me escribió Gullón desde la Universidad de Puerto Rico y me decía: "El mes próximo voy a hablar del pobre José Luis Hidalgo en una conferencia sobre recuerdos de escritores españoles".

 

Las semanas de arte

 

         Poco después, en 1949, son Gullón y Pablo Beltrán de Heredia, los creadores de las Semanas de Arte de la Escuela de Altamira. El patrocinio del incomparable mecenas que fue Joaquín Reguera Sevilla, hizo posible que se celebrasen dos semanas de conferencias y coloquios: una en 1949 y otra en 1950, con la asistencia de importantes artistas y críticos nacionales y algunos extranjeros, que se prolongó con una valiosa colección de libros sobre arte.

 

         Todo lo que de alguna importancia literaria y artística tuvo lugar en Santander entre los años 1941 y 1953, años de su vida en Santander, tenía el sello, el entusiasmo y el consejo valiosísimo de Ricardo Gullón. Julio Maruri ha podido decir de él: "Ricardo Gullón -el inolvidable- decoraba Santander", según nos ha comentado Beltrán de Heredia en su articulo de "Ínsula", quien apostilla la frase de Maruri diciendo: “Ricardo Gullón fue un tiempo el decoro de Santander”. Sus amigos recordamos no solamente al escritor, sino también al hombre generoso y abierto siempre a los buenos vientos de la amistad y del afecto.

 


 Publicado en:

El diario Alerta, el 30 de julio de 1971




 

jueves, 22 de julio de 2021

Gregorio Prieto y José Luis Hidalgo

                               GREGORIO PRIETO Y JOSÉ LUIS  HIDALGO

ENCUENTRO EN TORRELAVEGA

 

 


 

         Tengo que pedir disculpas a ustedes por el comentario que he escrito para el catálogo que acompaña a esta exposición. Cuando el matrimonio Terán-Berrazueta me enseñó una nota de Gregorio Prieto en la que les decía que escribiera yo una cuartilla para incluirla en él, me causaron gran preocupación, porque no sabía cómo corresponder a aquella generosa solicitud. En los catálogos es habitual insertar elogios a la obra del expositor, además de una breve mención a su vida. En cuanto a los elogios, ¿qué podía yo añadir a las hermosas palabras de Unamuno, de Alberti, de Cernuda, de Lorca, de Aleixandre, de Hierro, que se reproducen? Imperdonable osadía por mi parte el intentar hacerlo. Y por lo que se refiere a sus vivencias personales, no se pueden seguir los caminos habituales cuando el expositor es Gregorio Prieto, pues sería redundar en lo que todos conocen.

 

         Hay artistas para los que esto sobra. Cuando un pintor tiene tras él una larga vida y esta larga vida está colmada de triunfos, resulta un insulto repetirlo en letras de imprenta. De la obra que tenemos hoy la suerte de poder contemplar, se ha dicho todo, porque esta pintura y su autor están también de vuelta de todo. Decir que es un hombre de la generación del 27, de la gloriosa generación del 27; de sus premios y medallas; de su obra esparcida por los mas importantes museos del mundo; de su permanencia largo tiempo en Italia, en Grecia, en los países escandinavos, en Estados Unidos; de sus años de Inglaterra, donde vuelve a encontrarse con el poeta Luis Cernuda; de su pasión por la Mancha nativa… no sería más que volver sobre la anécdota repetida. Entonces, ¿qué camino me quedaba para complacer al pintor? La pregunta no tuvo para mi más que una contestación: seguir la misma senda, con los debidos respetos, por la que han transitado cuantos me han precedido en este menester: dejar la tierra para ir a habitar el mundo de las estrellas. ¿Acaso no es esto lo que hace Gregorio Prieto en su obra? A pesar de la sensualidad del color y del barroquismo de algunos de sus temas -o quizás por eso mismo,- ¿no observan cómo se nos escapa de lo cotidiano, del mundo vulgar que nos toca vivir a los demás mortales, para ascender por la escala de lo sublime? En la obra hay como una suerte de requerimiento para seguirle en su vuelo hasta ese límite que a cada uno nos está impuesto por los grados de nuestra sensibilidad. !Qué gran esfuerzo nos está pidiendo en esa aproximación apasionadamente deseada!

 

         Si ante sus óleos nos sentimos atraídos por la belleza arrancada a temas que a veces pueden antojarse triviales, donde nos deleita la exuberancia de las formas y la rica interpretación que hace de ellas, sus dibujos ya no dejan respiro para lo material. Es el triunfo de lo lírico en la forma mas bella que han podido imaginar los hombres. Y aquí estamos ya explicando, en cierta manera, mi nota del catálogo; estamos ante una de las claves para interpretarla, pues los dibujos de Gregorio Prieto son poesía en línea, como dijo el poeta. Y en ellos, siempre presentes las manos y, sin embargo, como ausentes de tan sutiles, de tan sugerentes: tan cerca y tan lejos del tacto de la materia. Manos que se mueven silenciosas, temerosas de mover el aire. Esas manos que a veces vagan como perdidas, entre vegetales soñados o en torno a delicadas formas humanas, buscando realidades que a veces no existen más que en la imaginación del pintor-poeta. He aquí otro de los grandes secretos recluidos en cada una de sus obras. ¡Cuánto misterio detrás de cada una! ¡Cuánta vida fuera de la anécdota que el espectador cree apresar!

 

* * *

 

         Gregorio Prieto ha querido unir estas manos, aquí, en Torrelavega, a las de José Luis Hidalgo. A esas manos que tienen también una presencia constante en la obra de nuestro poeta. Manos que no se conocieron, pero que para Hidalgo siempre estuvieron presentidas, desde aquellos años treinta y tantos en que leía en la Biblioteca Popular de Torrelavega, ávidamente, como el Pachico de don Miguel de Unamuno, los libros de los poetas del 27, de los poetas con quienes convivía Gregorio, a quienes pintaba Gregorio. Por esta poesía llegaba Hidalgo hasta el pintor, pero mientras sus manos buscaban ásperas piedras en un intento de tacto dolorido, mientras sus manos buscaban anhelantes entre los hombres muertos o por las noches sin estrellas, las de Prieto se movían por el claro mediterráneo: Taormina, Delfos, Pompeya, Roma… acariciando capiteles derribados, columnas truncadas, entre ruina doradas por el sol, en espacios muertos para la historia.

 

Como nos ciegos pájaros

que no te conocieran,

. . . . . . . . . . .

y en lo oscuro te buscan

creciendo a las estrellas.

 

         De pronto, en el cielo, brilló paro el poeta una mano ardiendo. Era la mano de Dios, pero pudo haber sido la de Gregorio Prieto. A aquella visión lírica, a aquella llamada ¿responde hoy este encuentro, aquí, en Torrelavega? La muerte y sus misteriosas razones, personaje ausente de la obra del pintor y amargamente derrochado en la del poeta, ¿qué papel estaba jugando?

 

* * *

 

         Pienso que ahora puede estar claro lo que escribí para el catalogo.

 

         A ti, Gregorio, gracias en nombre de todos por honrarnos con tu presencia y con la de tus cuadros; gracias, muchas gracias por mi parte, por haberme pedido que sea testigo de tu encuentro con José Luis Hidalgo, aquí, en Torrelavega, por encima del tiempo y de la muerte.

 

 


 

Torrelavega, 22 julio 1.980

 


 

 

viernes, 16 de julio de 2021

Julio Maruri

 

Hoy hace 101 años, nacía en Santander el poeta Julio Maruri

                            Julio Maruri: Algo que canta sin mí



Con este título ha visto la luz recientemente, en San Sebastián de los Reyes, una antología de la obra poética de Julio Maruri, editada por la Universidad Popular de la citada localidad.

 

La aparición de este libro nos ha hecho pensar, desde el primer momento, que ese algo que canta sin nuestro poeta es Cantabria, a quien hoy  le falta su voz insustituible. Quizás podamos decir en un intento de dulcificar la queja, que quien canta en el olvido de Julio Maruri, es la España lírica actual. Aún cuando la poesía de nuestro país ya está acostumbrada a que esto sea así. Siempre España ha tenido que escuchar, desde la distancia, los versos de algunos de sus mejores poetas. Reciente está la historia en este sentido, de autores egregios, y remontando la historia propia, se encuentran otros ejemplos que lo confirman.

 

Pero esta recuperación de la poesía de Julio Maruri nos alcanza a tiempo. Para quienes hemos tenido la suerte de poder seguir sus pasos poéticos desde aquellos primeros versos en la revista PROEL, confirmados en el alto nivel de sus libros Las aves y los niños, Los animales, Entre Laredo y Holanda, o en las colecciones reunidas en ejemplares antologías publicados hace ya muchos años, este encuentro con Algo que canta sin mi llega como una recuperación anunciada. Refresca y rejuvenece nuestra memoria. Recupera, del tiempo pasado, una de las figuras literarias con mayor  personalidad de los años de esplendor cultural del medio siglo santanderino. Nos llega este libro para celebrar con su lectura, y con su autor, desde su ya larga ausencia en París, el cincuentenario de una época que quedó marcada en la vida literaria de Santander con la tinta indeleble de los libros que se editaron entonces.

 

En aquellas fechas fue su primera exposición, en el Saloncillo de Alerta (1948), y diez años más tarde, en la librería Fernando Fe, en Madrid y en la Galería Sur, de Santander. Maruri ya se había instalado en Francia y hasta el año 1983 en que la Fundación Santillana presentó en su Torre de Don Borja una colección de su última pintura, ésta había desaparecido de nuestra vista.

 

La primera, con la exhibición de una parte importante de su más reciente pintura; la segunda, con este libro a que nos hemos referido. Preguntamos ¿No podrían venir, una y otra, a este Santander suyo, para conocimiento y goce, y reconocimiento, de quienes aún ignoran la calidad artística de su pintura y la belleza de sus poemas?. Aún cuando la presentación del libro tuviera que ser una presentación-bis, por habérsenos adelantado un pueblo, al que, por este hecho, el mundo cultural santanderino tiene que darle las gracias.

 

La Universidad Popular de San Sebastián de los Reyes ha querido mostrar al público ahora la doble vertiente artística de Julio Maruri, pintor y poeta.

 

Terminemos con sus mismas palabras: "... mis poemas o pinturas significan lo que mis solos medios de expresión -palabra o materia- transparentan para el que quiera mantenerse un instante -y a su vez libre y solo- en la posición de recibirlos".

 


Publicado en:

El Diario Montañés, el 9 de diciembre 1993

 

miércoles, 7 de julio de 2021

Certamen Literario Peña Labra

 En 1974 el Grupo de Montaña “Los Águilas”, de Aguilar de Campoo, convocó el Certamen Literario Peña Labra. La entrega de galardones se llevó a cabo en La Venta de Pepín, al pie de Peña Labra. En este evento fue invitado como mantenedor Aurelio García Cantalapiedra que leyó el siguiente escrito.

 


            En los días primeros de la creación, una mano emocionada alzó estas montañas que nos rodean, modeló estas laderas y recortó estos picos. Esa misma mano, que ya pensaba en este día do hoy, dejó escrito en la semilla del mundo, en código imborrable, la necesidad de vuestra presencia aquí, Corte hermosa de esta fiesta que nos reúne. La creación cerraba así en rima perfecta. Vosotros, Grupo Montañero “Los Águilas”, receptores de aquel mensaje, habéis venido a ofrecer a las cimas el sacrificio incruento de tanta belleza, depositando en la falda del ara de Peña Labra el mejor tesoro de vuestra casa, de vuestro solar, adornándole con la poesía seleccionada en este certamen literario. A partir de hoy, podéis estar seguros, el Dios de las montañas, ese Dios que os sigue en vuestros caminos, incansable como vosotros, vigilante de vuestras pisadas, tutelar de vuestros esfuerzos, extenderá con mayor diligencia la capa de su protección, porque vuestro sacrificio ha tenido que ser grato a las alturas. Este ramo de amapolas arrancado de vuestros trigales, depositado a los pies de Peña Labra, os protegerá.

 

            Porque, ¡qué hermosa rima habéis creado! Junto a la belleza de las montañas, le belleza de las montañeras. Ahora ya podéis entraros, sin temor, en la verticalidad de la Liébana; hollar con vuestra firme pisada las veredas y las cimas: Portillo da la Reina, Posada de Valdeón; a la izquierda Peña Santa, más allá la “Santina” asturiana. La senda del Caras, sueño realizable del incipiente montañero, donde el virus de la altura se adentra en la sangre para siempre. Vega Urriello y el Naranjo, temido y atrayente, Dios deseado y deseante de los montañeros; Pico Tesorero, unión de las tres provincias hermanas; la majestad del Llambrión; Peña Vieja, accesible y generosa para el escalador. Vuestros pasos, dominando las alturas, irán bautizando con la belleza de la palabra sorprendida, cada sendero, cada lugar que haga vibrar vuestra lírica intimidad. En la soledad, os sentiréis poetas y así nacerán nombres como Hoyo Sin Tierra, Campodaves, La Cuchilla del Alba.

 

            Después, la canal de la Genduda, herida derramada en el farallón de Fuente De, os acercará al reposo, que no será más que el reposo del guerrero. Allí, en Lebeña, en la paz del monasterio, podréis reponer fuerzas. San Beato mirará complaciente. Él también, en su cima teológica, os comprenderá, pues fue uno más entre los vuestros. Era un águila del medievo. Dejadle ahora, frente a su atril, escribiendo. Nos espera San Glorio, donde el oso del escultor Otero sueña milenios de soledad pétrea. Y Peña Prieta y el Curavacas; Puerto de Sejos, Pico Tres Mares, el Cuchillón y el Campoo hermano del vuestro. Dejadme entra en él de la mano de un campurriano de excepción: “El fervor, casi la locura -escribió García Guinea- que yo he tenido y tango por las montañas, por los montes cargados de robles, por los hayedos que yo descubría en tardes inenarrables, se debe casi en su totalidad, al contacto íntimo, continuo, directo y hasta enervante, con este mundo natural.”

 

            Para vosotros, montañeros, astas palabras sé que no os traen novedades, porque también lo habéis vivido así, lo vivís cada día en vuestras marchas, pero dejarme recordarlas. Serán remanso y paz en este día: “… los ríos -sigue Guinea-, este río Hijar que oiría despeñarse desde su misma cuna, el fervor de lo limpio, de lo salvaje y puro; los hayedos solitarios y húmedos. por donde el sol entra apenas tamizado de luces, la tranquilidad suficiente para pensar en el misterio del mundo; la nieve, compañera puntual en las citas invernales; el blanco sosiego que huye de las iras y asperezas humanas.”

 

            Estamos en Campoo, mirando desde el alto el llano incomparable de vuestras mieses; desde el otro Campoo, desde el Campoo hermano. Desde este Campoo que hace dos mil años soportaba los asaltos de ejércitos enemigos que acampaban allá abajo, en tierras fraternas también sometidas. Este Campoo en el que los Cántabros daban ejemplo de salvaje independencia y amor a la libertad. Desde este Campoo miramos ahora, admirados, vuestras tierras. Antes de bajar al llano, recordemos; recordemos lo que fueron estas praderas, estos caminos entonces poco transitados.

 

            Se ha deslizado la vida por Braña Vieja y ha posado en el campo apacible, en el bosque milenario. Aquí vivían los Cántabros refugiados, indómitos, conocedores, como vosotros, de las cumbres, como vosotros recios; aquí pastoreaban sus rebaños en la paz bucólica de estas tierras, hasta que se vieron obligados a la lucha con los romanos. Las sendas de la cordillera tampoco guardaban secretos para ellos. También eran montañeros, pues habían nacido en las montañas y las montañas fueron su refugio y sustento. Pero un día fueron vencidos, sometidos, quedaron esclavos del hombre extranjero. Pasaron los años, pasaron nuevos pueblos y pudieron otra vez bajar al llano vuestro. Las dos Campoo se unieron. Las calzadas romanas se tornaron en caminos de paz y las mieses volvieron a dar cosechas. Otra vez había amapolas rojas en los campos.

 

            Aguilar de Campoo, canto dorado sobre el Pisuerga, piedras recias, escudos de nobleza.

 

Aguilar de mi credo y de mi espera

en piedra universal mirando al cielo

 

escribió hace poco el poeta. Por vuestras tierras he visto correr los años primeros de mis hijos; he vista sus ojos nuevos sorprendidos con la mirada primera de la historia: los lienzos de vuestro Castillo en ruinas, otro día otero de defensa de la villa que extendía amoroso sus murallas para protegerla, con las puertas de la Barbacana, del Paseo Real… Colegiata de San Miguel, sepulcro del Arcipreste; Monasterio de Santa María la Real, soñando antiguas glorias, con muros en los que la hiedra escribía entonces leyendas; Santa Cecilia, hoy bellamente reconstruida; los palacios de Velarde, de los Marqueses de Aguilar… Todo es historia en voz alta en la viejo villa. Los soportales, mirando indiferentes el rodar de los años que pasan bajo sus bóvedas; las eras, la Cascajera... No dejéis que os estropeen vuestra Cascajera. Que junto a la necesaria modernización que todo lo asola, se conserve la Cascajera. Con sus álamos y sus sendas y el río deslizándose entre ellas. Con tantos recuerdos… Que quede un lugar por donde pasear la añoranza, romántica y tierna.

 


 


La Venta de Pepín, Piedrasluenguas. 7 de julio de 1974