PREGÓN
Cuando se me invitó a tomar parte en este acto, con acento y palabras a los que resultaba muy difícil negarse, invitación que agradezco muy sinceramente, vinieron a mi memoria los años de la ya lejana adolescencia, en los que por primera vez subí al Pico Dobra y desde aquella altura, y sus proximidades, contemplé el valle que se extendía ante mis ojos. Recuerdo ahora que mi patriotismo local sintió entonces una especie de celos, que permanecieron en mi mente muchos años, al descubrir que la “Vega de Esmeralda”, nombre con el que bautizó Vicente de Pereda al valle de la Vega, de donde yo procedía, no era única, como yo creía o pretendía que fuera. Se desvelaba para mi desde aquel lugar privilegiado, otra vega esmeralda, en la que para que nada faltara en la construcción que hacia mi imaginación comparativa, también emergía en ella el humo de altas chimeneas que cubría en parte las praderas próximas.
Desde entonces y por diversas circunstancias, he venido, o pasado , por este valle de Buelna. Hoy me toca hacerlo en momentos de gozosas fiestas para vosotros; en esta vuelta anual a la festividad de San Juan, que renueva hoy aquella primera de hace cien años que un decidido grupo de vecinos puso en marcha en 1892.
Fue un reto al que sus descendientes habéis sabido responder con la dignidad que requería, luchando, algunos años, contra adversidades propias de la época que se vivía, pero consiguiendo siempre, con decidida entrega, a que la antorcha del entusiasmo pasara a nuevas manos deseosas de elevar el nivel de lo hecho anteriormente. De esto es ejemplo las fiestas que hoy se inician, de lo que os podéis sentir orgullosos cuantos tomáis parte en ello.
* * *
Dije al comenzar que la primera vez que contemple este hermoso valle, lo hice en los primeros años de mi adolescencia.
Me asomaba al mundo en aquel momento con la emoción del neófito, pues mis pasos nunca habían ido tan lejos, y aprendí que, además del valle en que yo vivía, existía otro semejante, a cuyo descubrimiento habría de añadir, muy poco después, que más allá, en Iguña, existía otro de características iguales. Mi campo de conocimientos geográficos se ensanchaba y mis ojos todavía casi infantiles vivían una autentica aventura y sufrían una fuerte sorpresa con aquella realidad. Eran tres valles, el de Iguña, el de Buelna y el de la Vega, que estaban enhebrados por las aguas del mismo río, el Besaya. En lo recóndito de la creación de la tierra que me rodeaba, siempre difícil de comprender para una cabeza que empezaba a plantearse preguntas de no fácil respuesta, quedaba oculto el origen de la formación de estos tres valles, similares en la forma, separados entre si por abruptas hoces.
La persona que me había llevado hasta aquella altura me ilustró explicándome que, el panorama próximo que abarcaba mi vista, era el valle de Buelna y que aquel humo que aparentemente dormido se cernía sobre el paisaje, procedía de una fabrica donde se hacia alambre y derivados de ella. Fue mi primera información puntual sobre vuestro valle.
Recuerdo que al día siguiente lo comenté con mi maestro de la Escuela de Artes y Oficios, D. Hermilio Alcalde del Río, quien me dijo que, muy próximo a donde yo me había encontrado, estaba la cueva de Hornos de la Peña, en la que el hombre que había pisado estas tierras por primera vez, dejó la huella de su paso en rudimentarias muestras artísticas. No me dijo, con una modestia admirable, que en el año 1903 fue el quien había sacado a la luz, para las futuras generaciones, tales manifestaciones primitivas de vida.
El escolar que yo era en esos años pronto pudo confirmar personalmente, en un viaje colectivo con otros compañeros que me trajo a estas tierras vuestras, que la fábrica de donde salía aquel humo que yo había visto, se conocía con el nombre de Las Forjas de los Corrales de Buelna; que se trataba de tres fabricas o tres grandes secciones de una misma y según pude informarme por un cronista que había escrito sobre ella a finales del siglo pasado, allí se fabricaba alambre, que sufría diversos tratamientos y de la que por último salían las llamadas puntas de París. Aprendí también que todo había tenido principio en lo que en el siglo XVIII se conocía con el nombre de “El molino de la Aldea”, propiedad del mayorazgo de los Quijano, uno de los treinta y cuatro artilugios de esta clase que existían en la comarca, y que la fabrica en que se había transformado aquel molino, por voluntad y tesón de D. José María de Quijano el año 1873, producía diariamente, ya a finales del siglo XIX, cerca de veinte toneladas de alambre y seis de puntas.
Aquella realidad que mis ojos comparaban cuantas veces subí después al Pico Dobra, se ofrecía meridianamente clara: el mismo o parecido paisaje con industrias que manchaban con su humo el cielo. Si acaso, mi valle, el de la Vega, se distinguía por su feliz terminación en el mar, que se contemplaba al norte como telón de fondo; lo que por otra parte me llevaba a preguntarme, con la natural curiosidad, por lo que podría haber tras los montes que cerraban por el sur el valle de Buelna, y como el poeta Evaristo Silió, tan próximo a vosotros por su nacimiento, me preguntaba con sus versos,
¿A dónde irán los viajeros
que trasponen las montañas?”
No acababa aquí mi preocupación comparativa. Supe entonces que el río Besaya no era el solo hilo de unión entre mi valle y el vuestro. Al remontarme en mis lecturas a siglos a lo largo de la historia, me encontré con otro motivo también común. Hacia 2.000 años que los romanos habían construido un camino para bajar desde Juliobriga hasta la costa, dejando con ello trazado un itinerario próximo a Buelna, que iba a ser no solo el paso en aquellas fechas para las dominadoras legiones romanas, sino que, ya para siempre, marcaría la orientación preferida para cuantos querían, o necesitaban, llegar hasta la mar; de manera pacífica, en algunos casos, como paso de las harinas castellanas, o con ánimos bélicos cuando se produjo la invasión de Cantabria por Napoleón. Este viejo camino fue asimismo, y fundamentalmente, vía de enlace entre vuestro valle y el mío. Por el comenzamos a entendernos y gracias a él a convivir, a través de la herida orográfica que el Besaya había producido en el paso de Las Caldas.
Otra historia posterior también resultaba comparable. A la presencia en el siglo XI en el valle de la Vega del marquesado de Santillana, la vuestra me respondía con la no menos egregia del Infantado de Covarrubias, representado por doña Urraca, la hija del Conde de Castilla García Fernández, como dueña y señora de vidas y haciendas de estas tierras, “trozo bellísimo de la perla del Cantábrico, espejo de Castilla”, como escribió un cronista al aludir a este valle de Buelna.
En mi memoria iban sonando nombres de vuestros mayores, en algunos casos de remotos pasados, como los Campo de la Rasilla, los Bustamante Quijano, los Ceballos Guerra, los Gutiérrez de la Mata, don José Melchor de Quijano, los Gutiérrez de Quijano, los Díaz de Vargas... Al referirse a ellos un cronista eminente de nuestra historia pudo escribir con justeza: “Creo inocente advertir que todas las casas que van descritas y otras muchas del pueblo estaban tres y cuatro veces blasonadas, con lo que solo en el barrio de la Rasilla, se juntaban más yelmos que en la Real Armería”.
Y cuando en mi recorrido me acerqué al barrio de Llano, ya en San Felices, buscando la Torre de Pero Niño, primer conde de Buelna, Almirante de Castilla, me sentí más unido a estos valles al saberle descendiente de la casa de la Vega. Torre “o más bien su vestido externo de paredes”, como escribió José María de Cossío. “Refuerzo más que vivienda fue sin duda aquella torre, cuadrada y casi ciega de huecos, a la que parece converger la confianza de los pobladores todos de Buelna”, en palabras del mismo Cossío.
¿Para que seguir por este camino que conocéis muy bien? Hemos de volver los ojos a los años recientes para que se posen en la realidad vivida por vosotros. En la realidad tan cambiante que habéis conocido, en la evolución de aquella primitiva fabrica de alambre y de puntas que con su designación técnica de “puntas de París” añadía, a mi imaginación infantil, un nombre que por su lejanía y desconocimiento personal contribuía en cierto modo a hacer para mi vuestro valle de Buelna distinto al mío de la Vega.
Pasados los años pude vagar en más de una ocasión por entre vuestras mieses y caseríos, tratando de hacer realidad el ensueño de la primera visión de los años de adolescencia. Ahora añadía en la práctica, lo que mi afán de conocimiento de vuestra historia había aprendido de la teoría. Palacios y Casonas iban confirmando la información adquirida y sus piedras me contaban, desde el sueño de los años, historias de feudales y banderizos; historias que yo forjaba a veces en mi mente, imaginando una posible visita de dona Urraca y su cortejo, asombro y temor de los nativos.
Historia reciente es la evolución que sufrieron aquellas Forjas de los Corrales cuando pasaron a llamarse “Nueva Montaña Quijano” a la de aquellas otras empresas como la Authi, ya desaparecida o las que aquí también se asentaron con el nombre de Mecobusa, Fundimotor o Bendibérica, en las que vuestros hombres y mujeres han sido ejemplo de laboriosidad, de entrega sin descanso a la dura realidad de cada día, a lo que han sabido añadir, con envidiable sabiduría, el cultivo del espíritu, de lo que es singular ejemplo, entre otros, vuestra Coral, nacida y renacida, a la que deseo y auguro muy notables éxitos.
Os deseo también mucha felicidad en estas fiestas; que olvidados de las fatigas de cada día sean para vosotros de alegría y de confraternización. Que Los Corrales de Buelna sigan esa marcha sana y ambiciosa de prosperidad, que el destino se me antoja que os ha marcado con la generosidad que merecéis.
No debo cansaros más. Me queda agradeceros muy sinceramente que os hayáis acordado de mi para este acto, en la fecha en que celebráis el centenario de vuestras fiestas de San Juan. Y también la paciencia que habéis mostrado al escuchar mis palabras que no han sido más que un monólogo apasionado, que debiera haber guardado para mí mismo, en ese rincón de la memoria en el que encuentran cobijo los recuerdos inolvidables.
A vosotras, jóvenes y bellas representantes de las mujeres de esta tierra, tendría que dedicaros el párrafo de elogio que merecéis, pero éste necesitaría partir de pluma más sensible que la mía, por lo que renuncio a ello. Perdonadme que solo sepa deciros que me parecéis la muestra más digna que se ha podido elegir para representar a las corraliegas en esta fecha tan significativa.
Leído en el cine Lido de Los Corrales de Buelna el 13 de junio de 1992
No hay comentarios:
Publicar un comentario