jueves, 24 de junio de 2021

Conservatorio de Música de Torrelavega

 

Clausura del Curso del Conservatorio de Música de Torrelavega

 

 

Hace pocos días, tomando notas en los periódicos de la época para un trabajo sobre la Biblioteca Popular de Torrelavega, leía yo en las crónicas de los corresponsales locales el interés con que nuestro pueblo había recibido la idea de la creación de aquel centro cultural. Era en los años 1926 y 1927. Posiblemente colaboró en ello el que nuestro pueblo no tenía planteadas grandes necesidades materiales; preocupaba, por ejemplo, el paso a nivel del ferrocarril del Norte, que traía de cabeza a la Cámara de Comercio, y poco más. La gran crisis económica mundial estaba en puertas, pero todavía no había descargado; además, se arrastraba la cola de los beneficios que; en muchos aspectos, y en bastantes hogares, habían reportado los negocios más o menos lícitos hechos a la sombra de la segunda (¿primera?) guerra europea. Por otra parte, y esto es significativo para la parcela de la vida de la cual vamos a hablar, estaba tocando fondo la persecución de la cultura, que tan sañudamente se había llevado a cabo en los años próximos anteriores a las fechas citadas y esto, normalmente, produce en los humanos una reacción de signo contrario.

 

Los vecinos de Torrelavega se identificaron con el grupo de intelectuales que se proponían la creación de una biblioteca para ponerla a disposición del pueblo; acogieron la idea con satisfacción y la secundaron con entusiasmo. De este entusiasmo en la base y de la inteligente disposición de los organizadores, surgió un centro cultural modelo en su género, que durante diez años fue guía y norte certero para la orientación de la mente de los habitantes de la localidad.

 

Cito esta circunstancia por la que atravesó Torrelavega hace cincuenta años, para traerla aquí como ejemplo. Ya sé que la situación económica no es la misma; que las preocupaciones materiales son hoy mayores, me atrevería a decir que tremendamente mayores: entre nosotros conviven hombres que no tienen trabajo, que pasan necesidades; las paredes de nuestro pueblo, y todas las de España, están gritando en estos momentos eslóganes políticos por uno de los cuales hemos de decidirnos dentro de breves días, en una jornada que puede resultar histórica. Parece que no queda tiempo para la cultura; parece que hablar hoy de ejercicios del espíritu está fuera de lugar. La cultura ha quedado marginada y solamente oímos de ella su sordo ralentí; río Guadiana de la civilización se sumerge y aflora según las circunstancias: se hace nítidamente visible o queda oculta tras el velo momentáneo de otras realidades más perentorias, pero siempre estará de manifiesto en la mente viva de los hombres, que precisan seguir cultivándola en el curso de la historia.

 

Esta historia que no se hace solo con los sucesos de hoy; que es el resultado de la suma de los de hoy y de los de mañana y tiene su base en los de ayer. Que en un suceder lento, pero sin pausa, va devorando los acontecimientos y avanza inexorable, incontenible también. La obligación de los seres humanos consiste en que el vector medio que se logre en cada generación, sea más idóneo que el anterior; que, si la perfección absoluta no existe, la tengamos por lo menos como ideal a conseguir, aun cuando sea una utopía, porque sin las hermosas utopías en las que se empeña el hombre las civilizaciones no habrían progresado en su camino positivo.

 

Y si enfocamos con más precisión las palabras que anteceden, para llevarlas al terreno que hoy nos ocupa, aparecerá en nuestro campo visual el gran protagonista de la fiesta de hoy y de siempre; el que justifica todos los esfuerzos por duros y a destiempo que parezcan. Me refiero a los niños, concretamente, en este momento, a los alumnos del Conservatorio de Música de Torrelavega. Ellos no pueden esperar a que los mayores decidamos nuestros litigios o resolvamos nuestros problemas. Ellos nacen, crecen y exigen. Exigen lo que es suyo: que se cultive en forma debida y en su tiempo su espíritu virgen, apto para todas las buenas obras. No pueden, no deben esperar. Nosotros, sus mayores, estamos obligados a saber alternar las preocupaciones ciudadanas, muy sagradas -sin duda-, con las que ellos nos imponen, porque de la buena orientación que demos a estas depende su futuro y depende su felicidad y, por lo tanto, el futuro y la felicidad de la humanidad. Hay que abrir hermosos caminos para mañana, para que ese mañana sea habitable; el fomento de la cultura se proyecta siempre en la consecución de una vida más civilizada.

 

En este campo de lo cultural ocupa un lugar preferente la música. Y de que ustedes lo entienden también así, es buena muestra la necesidad que sienten de que sus hijos la cultiven, enviándoles para ello al Conservatorio, con lo que están contribuyendo a la construcción de ese mundo más civilizado de que hemos hablado.

 

La música es una de las bellas artes más cerrada. Así como en una exposición de pintura, por ejemplo, todos nos atrevemos a dar nuestra opinión, aunque en un gesto de hipócrita humildad añadamos ese "yo no entiendo, pero... ", ante la música esto no es frecuente. Nos asusta la técnica con la que se la construye y se produce en el espectador un cierto respeto que limita la osadía del juicio banal. Este arcano que encierra la música, la hace resultar más deseada por el ser humano y cuando se consigue alcanzar su dominio las satisfacciones son más hondas; la entrega del espíritu es total.

 

En una Enciclopedia de pedagogía hemos podido leer: "Desde el punto de vista formativo, la música posee en la actualidad una acusada importancia, acrecentada, si cabe, por las inmensas posibilidades que ofrecen los modernos medios de comunicación social.” Este es el bello camino que han escogido ustedes para que sus hijos se inicien en él.

 

Vuelvo al principio de estas notas. Hace cincuenta años el pueblo de Torrelavega prestó su más entusiasmado apoyo para la creación de la Biblioteca Popular y existen una serie de signos en la vida de los años que siguieren, que muestran la óptima cosecha recogida. Ahora ha de ocurrir lo mismo con el Conservatorio de Música; hemos de aprovechar, lo mismo que entonces, la inteligente y entregada dedicación del hombre que lo ha propiciado, en este caso de Nobel Sámano, su director, para poder sacar adelante este centro de cultura. No podemos defraudar a los niños, que dejando a un lado horas que para ellos podrían ser de asueto, las entregan aquí, las ponen a la disposición del director en busca de algo que, aunque todavía no lo comprenden en su total dimensión, lo intuyen y nos juzgarán en el futuro por nuestro comportamiento.

 

Si hace cincuenta años Torrelavega se volcó en la Biblioteca Popular, ahora tiene que hacerlo con el Conservatorio de Música. Y cuando digo Torrelavega quiero decir también sus autoridades, responsables en mayor medida que los hombres y las mujeres que la habitan. Que las cosas no se queden, como desgraciadamente sucede con frecuencia, en un acto al que asistimos por cortesía, sin ánime de continuación. Es preciso que el Conservatorio consiga una instalación digna y que cuente con el calor de todos, porque sin esto estamos expuestos a que desaparezca. Y no nos podemos permitir el lujo de perderle por segunda vez.





Leído en la Clausura del curso del Conservatorio de Música de Torrelavega el 7 de junio de 1977

sábado, 19 de junio de 2021

En recuerdo de Manuel Teira

 

A Manuel Teira, en el otro lado de la historia

 


 

Fueron tus palabras finales, a solas para mi: "Estoy viviendo los últimos días". Intentaste alargar  la mano en gesto de despedida; los tubos conectados a las venas lo limitaban; la voz era sólo un susurro.

 

Retuve entre las mías un instante aquella mano, pero nada más que un instante. Eran demasiados recuerdos los que pasaban por ellas, de un corazón al otro y el hilo que los conducía resultaba débil para soportarlos.

 

Tu mirada parecía ver sólo hacia dentro. ¿Buscaba en la memoria?, ¿supo encontrar algo? ¡En la mía se agolpaban tantos recuerdos! Se perfilaba con claridad aquel día en que visitamos juntos las ruinas de Julióbriga. Paseábamos entre las piedras y me paraste: "Escucha, escucha cómo se oye aquí la historia". Era uno de nuestros temas de conversación, la historia.

 

He vuelto al cementerio hasta tu tumba. A mi paso la vida de Torrelavega se iba levantando en el recuerdo. Lápidas con el nombre de familias que la habían ido construyendo; generaciones que se fueron sucediendo en el mismo amor al pueblo. Tú ahora entre ellos, convertido ya en protagonista de esa eternidad. Yo aquí, en este otro lado de la historia donde nos has dejado huérfanos.

 

 


Publicado en:

El Diario Montañés, 24 de Junio de 1.995

domingo, 13 de junio de 2021

Fiestas de San Juan en Los Corrales de Buelna


 

PREGÓN

 

 

            Cuando se me invitó a tomar parte en este acto, con acento y palabras a los que resultaba muy difícil negarse, invitación que agradezco muy sinceramente, vinieron a mi memoria los años de la ya lejana adolescencia, en los que por primera vez subí al Pico Dobra y desde aquella altura, y sus proximidades, contemplé el valle que se extendía ante mis ojos. Recuerdo ahora que mi patriotismo local sintió entonces una especie de celos, que permanecieron en mi mente muchos años, al descubrir que la “Vega de Esmeralda”, nombre con el que bautizó Vicente de Pereda al valle de la Vega, de donde yo procedía, no era única, como yo creía o pretendía que fuera. Se desvelaba para mi desde aquel lugar privilegiado, otra vega esmeralda, en la que para que nada faltara en la construcción que hacia mi imaginación comparativa, también emergía en ella el humo de altas chimeneas que cubría en parte las praderas próximas.

 

            Desde entonces y por diversas circunstancias, he venido, o pasado , por este valle de Buelna. Hoy me toca hacerlo en momentos de gozosas fiestas para vosotros; en esta vuelta anual a la festividad de San Juan, que renueva hoy aquella primera de hace cien años que un decidido grupo de vecinos puso en marcha en 1892.

 

            Fue un reto al que sus descendientes habéis sabido responder con la dignidad que requería, luchando, algunos años, contra adversidades propias de la época que se vivía, pero consiguiendo siempre, con decidida entrega, a que la antorcha del entusiasmo pasara a nuevas manos deseosas de elevar el nivel de lo hecho anteriormente. De esto es ejemplo las fiestas que hoy se inician, de lo que os podéis sentir orgullosos cuantos tomáis parte en ello.

 

* * *

 

            Dije al comenzar que la primera vez que contemple este hermoso valle, lo hice en los primeros años de mi adolescencia.

 

            Me asomaba al mundo en aquel momento con la emoción del neófito, pues mis pasos nunca habían ido tan lejos, y aprendí que, además del valle en que yo vivía, existía otro semejante, a cuyo descubrimiento habría de añadir, muy poco después, que más allá, en Iguña, existía otro de características iguales. Mi campo de conocimientos geográficos se ensanchaba y mis ojos todavía casi infantiles vivían una autentica aventura y sufrían una fuerte sorpresa con aquella realidad. Eran tres valles, el de Iguña, el de Buelna y el de la Vega, que estaban enhebrados por las aguas del mismo río, el Besaya. En lo recóndito de la creación de la tierra que me rodeaba, siempre difícil de comprender para una cabeza que empezaba a plantearse preguntas de no fácil respuesta, quedaba oculto el origen de la formación de estos tres valles, similares en la forma, separados entre si por abruptas hoces.

 

            La persona que me había llevado hasta aquella altura me ilustró explicándome que, el panorama próximo que abarcaba mi vista, era el valle de Buelna y que aquel humo que aparentemente dormido se cernía sobre el paisaje, procedía de una fabrica donde se hacia alambre y derivados de ella. Fue mi primera información puntual sobre vuestro valle.

 

            Recuerdo que al día siguiente lo comenté con mi maestro de la Escuela de Artes y Oficios, D. Hermilio Alcalde del Río, quien me dijo que, muy próximo a donde yo me había encontrado, estaba la cueva de Hornos de la Peña, en la que el hombre que había pisado estas tierras por primera vez, dejó la huella de su paso en rudimentarias muestras artísticas. No me dijo, con una modestia admirable, que en el año 1903 fue el quien había sacado a la luz, para las futuras generaciones, tales manifestaciones primitivas de vida.

 

            El escolar que yo era en esos años pronto pudo confirmar personalmente, en un viaje colectivo con otros compañeros que me trajo a estas tierras vuestras, que la fábrica de donde salía aquel humo que yo había visto, se conocía con el nombre de Las Forjas de los Corrales de Buelna; que se trataba de tres fabricas o tres grandes secciones de una misma y según pude informarme por un cronista que había escrito sobre ella a finales del siglo pasado, allí se fabricaba alambre, que sufría diversos tratamientos y de la que por último salían las llamadas puntas de París. Aprendí también que todo había tenido principio en lo que en el siglo XVIII se conocía con el nombre de “El molino de la Aldea”, propiedad del mayorazgo de los Quijano, uno de los treinta y cuatro artilugios de esta clase que existían en la comarca, y que la fabrica en que se había transformado aquel molino, por voluntad y tesón de D. José María de Quijano el año 1873, producía diariamente, ya a finales del siglo XIX, cerca de veinte toneladas de alambre y seis de puntas.

 

            Aquella realidad que mis ojos comparaban cuantas veces subí después al Pico Dobra, se ofrecía meridianamente clara: el mismo o parecido paisaje con industrias que manchaban con su humo el cielo. Si acaso, mi valle, el de la Vega, se distinguía por su feliz terminación en el mar, que se contemplaba al norte como telón de fondo; lo que por otra parte me llevaba a preguntarme, con la natural curiosidad, por lo que podría haber tras los montes que cerraban por el sur el valle de Buelna, y como el poeta Evaristo Silió, tan próximo a vosotros por su nacimiento, me preguntaba con sus versos,

 

¿A dónde irán los viajeros

que trasponen las montañas?”

 

            No acababa aquí mi preocupación comparativa. Supe entonces que el río Besaya no era el solo hilo de unión entre mi valle y el vuestro. Al remontarme en mis lecturas a siglos a lo largo de la historia, me encontré con otro motivo también común. Hacia 2.000 años que los romanos habían construido un camino para bajar desde Juliobriga hasta la costa, dejando con ello trazado un itinerario próximo a Buelna, que iba a ser no solo el paso en aquellas fechas para las dominadoras legiones romanas, sino que, ya para siempre, marcaría la orientación preferida para cuantos querían, o necesitaban, llegar hasta la mar; de manera pacífica, en algunos casos, como paso de las harinas castellanas, o con ánimos bélicos cuando se produjo la invasión de Cantabria por Napoleón. Este viejo camino fue asimismo, y fundamentalmente, vía de enlace entre vuestro valle y el mío. Por el comenzamos a entendernos y gracias a él a convivir, a través de la herida orográfica que el Besaya había producido en el paso de Las Caldas.

 

            Otra historia posterior también resultaba comparable. A la presencia en el siglo XI en el valle de la Vega del marquesado de Santillana, la vuestra me respondía con la no menos egregia del Infantado de Covarrubias, representado por doña Urraca, la hija del Conde de Castilla García Fernández, como dueña y señora de vidas y haciendas de estas tierras, “trozo bellísimo de la perla del Cantábrico, espejo de Castilla”, como escribió un cronista al aludir a este valle de Buelna.

 

            En mi memoria iban sonando nombres de vuestros mayores, en algunos casos de remotos pasados, como los Campo de la Rasilla, los Bustamante Quijano, los Ceballos Guerra, los Gutiérrez de la Mata, don José Melchor de Quijano, los Gutiérrez de Quijano, los Díaz de Vargas... Al referirse a ellos un cronista eminente de nuestra historia pudo escribir con justeza: “Creo inocente advertir que todas las casas que van descritas y otras muchas del pueblo estaban tres y cuatro veces blasonadas, con lo que solo en el barrio de la Rasilla, se juntaban más yelmos que en la Real Armería”.

 

            Y cuando en mi recorrido me acerqué al barrio de Llano, ya en San Felices, buscando la Torre de Pero Niño, primer conde de Buelna, Almirante de Castilla, me sentí más unido a estos valles al saberle descendiente de la casa de la Vega. Torre “o más bien su vestido externo de paredes”, como escribió José María de Cossío. “Refuerzo más que vivienda fue sin duda aquella torre, cuadrada y casi ciega de huecos, a la que parece converger la confianza de los pobladores todos de Buelna”, en palabras del mismo Cossío.

 

            ¿Para que seguir por este camino que conocéis muy bien? Hemos de volver los ojos a los años recientes para que se posen en la realidad vivida por vosotros. En la realidad tan cambiante que habéis conocido, en la evolución de aquella primitiva fabrica de alambre y de puntas que con su designación técnica de “puntas de París” añadía, a mi imaginación infantil, un nombre que por su lejanía y desconocimiento personal contribuía en cierto modo a hacer para mi vuestro valle de Buelna distinto al mío de la Vega.

 

            Pasados los años pude vagar en más de una ocasión por entre vuestras mieses y caseríos, tratando de hacer realidad el ensueño de la primera visión de los años de adolescencia. Ahora añadía en la práctica, lo que mi afán de conocimiento de vuestra historia había aprendido de la teoría. Palacios y Casonas iban confirmando la información adquirida y sus piedras me contaban, desde el sueño de los años, historias de feudales y banderizos; historias que yo forjaba a veces en mi mente, imaginando una posible visita de dona Urraca y su cortejo, asombro y temor de los nativos.

 

            Historia reciente es la evolución que sufrieron aquellas Forjas de los Corrales cuando pasaron a llamarse “Nueva Montaña Quijano” a la de aquellas otras empresas como la Authi, ya desaparecida o las que aquí también se asentaron con el nombre de MecobusaFundimotor o Bendibérica, en las que vuestros hombres y mujeres han sido ejemplo de laboriosidad, de entrega sin descanso a la dura realidad de cada día, a lo que han sabido añadir, con envidiable sabiduría, el cultivo del espíritu, de lo que es singular ejemplo, entre otros, vuestra Coral, nacida y renacida, a la que deseo y auguro muy notables éxitos.

 

            Os deseo también mucha felicidad en estas fiestas; que olvidados de las fatigas de cada día sean para vosotros de alegría y de confraternización. Que Los Corrales de Buelna sigan esa marcha sana y ambiciosa de prosperidad, que el destino se me antoja que os ha marcado con la generosidad que merecéis.

 

            No debo cansaros más. Me queda agradeceros muy sinceramente que os hayáis acordado de mi para este acto, en la fecha en que celebráis el centenario de vuestras fiestas de San Juan. Y también la paciencia que habéis mostrado al escuchar mis palabras que no han sido más que un monólogo apasionado, que debiera haber guardado para mí mismo, en ese rincón de la memoria en el que encuentran cobijo los recuerdos inolvidables.

 

            A vosotras, jóvenes y bellas representantes de las mujeres de esta tierra, tendría que dedicaros el párrafo de elogio que merecéis, pero éste necesitaría partir de pluma más sensible que la mía, por lo que renuncio a ello. Perdonadme que solo sepa deciros que me parecéis la muestra más digna que se ha podido elegir para representar a las corraliegas en esta fecha tan significativa.

 




 Leído en el cine Lido de Los Corrales de Buelna el 13 de junio de 1992

 

miércoles, 2 de junio de 2021

Hermilio Alcalde del Río

 Hace 47 años que fallecía en Torrelavega don Hermilio Alcalde del Río, así lo recordó Aurelio García Cantalapiedra cuando habían pasado 25 años de dicho luctuoso acontecimiento


Son Hermilio Alcalde del Río, gran maestro y folklorista

 

 



         Los aniversarios redondos, referidos a personas con las que tuvimos alguna relación, o a quienes simplemente conocimos, tienen la virtud de provocar en nuestro recuerdo imágenes y situaciones que se nos presentan, en ese momento, con más fuerza que de ordinario. Así, este veinticinco aniversario de la muerte de don Hermilio Alcalde del Río, que hoy se cumple, ha convocado en mi memoria una serie de remembranzas que, en parte, estaban dormidas en ese rincón en el que vamos acumulando todo lo que constituye lo más hermoso del bagaje de nuestra vida y que es por lo tanto digno de ser guardado.

 

         Sin pretenderlo, instintivamente estos recuerdos se criban y en el cedazo quedan los aspectos más singulares. Ahora, al volver hoy sobre la figura de Alcalde del Río se me presentan dos imágenes muy claras. La primera referida a su persona física. Fue la última vez que tuve la ocasión de saludarle. Cruzaba don Hermilio la calle de Consolación. en Torrelavega, en dirección a su casa, procedente de la Escuela de Artes y Oficios. Era un recorrido que hizo durante muchos años sin darle importancia a aquella lanzadera inteligente y constante, que iba de casa a la Escuela y de la Escuela a casa, con ejemplar dedicación, dejando en el telar de sus alumnos una de las obras más importantes y de mayores consecuencias espirituales y morales que se han dado en Torrelavega.

 

CIERTO AIRE BOHEMIO

 

         De aquella última y breve conversación, recuerdo muy bien su atuendo. A pesar de los ochenta años ya cumplidos, continuaba preocupado por el aspecto exterior de su persona que tantas veces me había llamado la atención; un cuello alto, almidonado, recortaba una cabeza inquieta, que parecía haber sido modelada por un cerebro en continua y plena preocupación intelectual. La corbata de lazo que llevaba le daba un cierto aire bohemio, pero ¡cuidado!, de una bohemia pulcra y cuidadosamente vestida. Su figura, menuda, llamaba la a tención precisamente por esto. El paso de los años, que todo lo difumina, puede ser que haya desdibujado y hasta idealizado para mí la figura de don Hermílio, pero ésta es 1a estampa que guardo de él en mi imaginación.

 

 

JAMAS LA RUTINA

 

         El otro aspecto de que quiero hablar es muy anterior. Yo era un niño y como muchos niños del Torrelavega de entonces de mi misma condición económica pasé por la Escuela de Artes y Oficios. No sé si mis escasos conocimientos de dibujo fueron los que aprendí allí. Lo que sí recuerdo con certeza es la presencia del profesor a mis espaldas, cuando yo me encontraba frente al tablero, tratando de dibujar con un carboncillo las hojas que aparecían como tema en alguna lámina. Ante mi torpeza, don Hermilio cogía el carbón y corregía mi trazo; pero no se detenía ahí. Su entusiasmo ante el dibujo a reproducir y ante el alumno, a pesar de las muchas veces que a lo largo de los años y de los discípulos lo había repetido, le hacía dejar prácticamente terminada la lámina. Esto se lo vi repetir en numerosas ocasiones. Tuvo el mérito extraordinario, lo que jamás fue para él una rutina ni cada curso ni siquiera cada tablero. Su entrega a la labor que se propuso desde 1892, no sufrió el más mínimo desmayo.

 

LA IMPORTANCIA DE UN OFICIO

 

         El magisterio de don Hermilio Alcalde del Río, no ha sido reconocido con la debida notoriedad. Se ha hablado de él, y no mucho tampoco, como del gran prehistoriador que fue, del folklorita auténtico que salvó para el futuro diversos aspectos etnográficos de nuestra provincia, pero de este magisterio a través de la Escuela de Artes y Oficios de Torrelavega, no se ha dicho bastan, fuera del agradecido recuerdo privado que, en cuantas ocasiones tienen, le dedican los que fueron alumnos suyos.

 

         Torrelavega pudo contar durante muchos años, con un sobresaliente plantel de profesionales, auténticos maestros en su oficio, gracias al esfuerzo de don Hermilio y de sus colaboradores. Pero unos maestros en su profesión muy singulares, y en esto quiero insistir: las enseñanzas de la Escuela dotaban al albañil, al cantero, al ebanista, al ajustador, hasta al confitero (que más de uno acudió a ella), de un concepto muy elevado sobre la importancia de su oficio, que les llevaba a convertirle en una delicada labor de artesanía, en ocasiones rayana con el arte. No olvidemos que la historia del arte, cuando aún no se estudiaba como disciplina obligatoria en los Institutos y en las Universidades, fue asignatura que frecuentaron los alumnos que pasaron por esta Escuela.

 

         No preciso citar nombres; sé que en la mente de algunos de los que me lean aparecerán una serie de personas que acudieron a este centro y que fueron modelo de profesionales y ciudadanos. Al recordarles ahora, sin duda pensarán también que una gran parte de esta formación se la debieron a la Escuela de Artes y Oficios y a su director, don Hermilio Alcalde del Río.

 

 


 

Publicado en:

El diario Alerta, el 2 de junio de 1972