Clausura del Curso del Conservatorio de Música de Torrelavega
Hace pocos días, tomando notas en los periódicos de la época para un trabajo sobre la Biblioteca Popular de Torrelavega, leía yo en las crónicas de los corresponsales locales el interés con que nuestro pueblo había recibido la idea de la creación de aquel centro cultural. Era en los años 1926 y 1927. Posiblemente colaboró en ello el que nuestro pueblo no tenía planteadas grandes necesidades materiales; preocupaba, por ejemplo, el paso a nivel del ferrocarril del Norte, que traía de cabeza a la Cámara de Comercio, y poco más. La gran crisis económica mundial estaba en puertas, pero todavía no había descargado; además, se arrastraba la cola de los beneficios que; en muchos aspectos, y en bastantes hogares, habían reportado los negocios más o menos lícitos hechos a la sombra de la segunda (¿primera?) guerra europea. Por otra parte, y esto es significativo para la parcela de la vida de la cual vamos a hablar, estaba tocando fondo la persecución de la cultura, que tan sañudamente se había llevado a cabo en los años próximos anteriores a las fechas citadas y esto, normalmente, produce en los humanos una reacción de signo contrario.
Los vecinos de Torrelavega se identificaron con el grupo de intelectuales que se proponían la creación de una biblioteca para ponerla a disposición del pueblo; acogieron la idea con satisfacción y la secundaron con entusiasmo. De este entusiasmo en la base y de la inteligente disposición de los organizadores, surgió un centro cultural modelo en su género, que durante diez años fue guía y norte certero para la orientación de la mente de los habitantes de la localidad.
Cito esta circunstancia por la que atravesó Torrelavega hace cincuenta años, para traerla aquí como ejemplo. Ya sé que la situación económica no es la misma; que las preocupaciones materiales son hoy mayores, me atrevería a decir que tremendamente mayores: entre nosotros conviven hombres que no tienen trabajo, que pasan necesidades; las paredes de nuestro pueblo, y todas las de España, están gritando en estos momentos eslóganes políticos por uno de los cuales hemos de decidirnos dentro de breves días, en una jornada que puede resultar histórica. Parece que no queda tiempo para la cultura; parece que hablar hoy de ejercicios del espíritu está fuera de lugar. La cultura ha quedado marginada y solamente oímos de ella su sordo ralentí; río Guadiana de la civilización se sumerge y aflora según las circunstancias: se hace nítidamente visible o queda oculta tras el velo momentáneo de otras realidades más perentorias, pero siempre estará de manifiesto en la mente viva de los hombres, que precisan seguir cultivándola en el curso de la historia.
Esta historia que no se hace solo con los sucesos de hoy; que es el resultado de la suma de los de hoy y de los de mañana y tiene su base en los de ayer. Que en un suceder lento, pero sin pausa, va devorando los acontecimientos y avanza inexorable, incontenible también. La obligación de los seres humanos consiste en que el vector medio que se logre en cada generación, sea más idóneo que el anterior; que, si la perfección absoluta no existe, la tengamos por lo menos como ideal a conseguir, aun cuando sea una utopía, porque sin las hermosas utopías en las que se empeña el hombre las civilizaciones no habrían progresado en su camino positivo.
Y si enfocamos con más precisión las palabras que anteceden, para llevarlas al terreno que hoy nos ocupa, aparecerá en nuestro campo visual el gran protagonista de la fiesta de hoy y de siempre; el que justifica todos los esfuerzos por duros y a destiempo que parezcan. Me refiero a los niños, concretamente, en este momento, a los alumnos del Conservatorio de Música de Torrelavega. Ellos no pueden esperar a que los mayores decidamos nuestros litigios o resolvamos nuestros problemas. Ellos nacen, crecen y exigen. Exigen lo que es suyo: que se cultive en forma debida y en su tiempo su espíritu virgen, apto para todas las buenas obras. No pueden, no deben esperar. Nosotros, sus mayores, estamos obligados a saber alternar las preocupaciones ciudadanas, muy sagradas -sin duda-, con las que ellos nos imponen, porque de la buena orientación que demos a estas depende su futuro y depende su felicidad y, por lo tanto, el futuro y la felicidad de la humanidad. Hay que abrir hermosos caminos para mañana, para que ese mañana sea habitable; el fomento de la cultura se proyecta siempre en la consecución de una vida más civilizada.
En este campo de lo cultural ocupa un lugar preferente la música. Y de que ustedes lo entienden también así, es buena muestra la necesidad que sienten de que sus hijos la cultiven, enviándoles para ello al Conservatorio, con lo que están contribuyendo a la construcción de ese mundo más civilizado de que hemos hablado.
La música es una de las bellas artes más cerrada. Así como en una exposición de pintura, por ejemplo, todos nos atrevemos a dar nuestra opinión, aunque en un gesto de hipócrita humildad añadamos ese "yo no entiendo, pero... ", ante la música esto no es frecuente. Nos asusta la técnica con la que se la construye y se produce en el espectador un cierto respeto que limita la osadía del juicio banal. Este arcano que encierra la música, la hace resultar más deseada por el ser humano y cuando se consigue alcanzar su dominio las satisfacciones son más hondas; la entrega del espíritu es total.
En una Enciclopedia de pedagogía hemos podido leer: "Desde el punto de vista formativo, la música posee en la actualidad una acusada importancia, acrecentada, si cabe, por las inmensas posibilidades que ofrecen los modernos medios de comunicación social.” Este es el bello camino que han escogido ustedes para que sus hijos se inicien en él.
Vuelvo al principio de estas notas. Hace cincuenta años el pueblo de Torrelavega prestó su más entusiasmado apoyo para la creación de la Biblioteca Popular y existen una serie de signos en la vida de los años que siguieren, que muestran la óptima cosecha recogida. Ahora ha de ocurrir lo mismo con el Conservatorio de Música; hemos de aprovechar, lo mismo que entonces, la inteligente y entregada dedicación del hombre que lo ha propiciado, en este caso de Nobel Sámano, su director, para poder sacar adelante este centro de cultura. No podemos defraudar a los niños, que dejando a un lado horas que para ellos podrían ser de asueto, las entregan aquí, las ponen a la disposición del director en busca de algo que, aunque todavía no lo comprenden en su total dimensión, lo intuyen y nos juzgarán en el futuro por nuestro comportamiento.
Si hace cincuenta años Torrelavega se volcó en la Biblioteca Popular, ahora tiene que hacerlo con el Conservatorio de Música. Y cuando digo Torrelavega quiero decir también sus autoridades, responsables en mayor medida que los hombres y las mujeres que la habitan. Que las cosas no se queden, como desgraciadamente sucede con frecuencia, en un acto al que asistimos por cortesía, sin ánime de continuación. Es preciso que el Conservatorio consiga una instalación digna y que cuente con el calor de todos, porque sin esto estamos expuestos a que desaparezca. Y no nos podemos permitir el lujo de perderle por segunda vez.
Leído en la Clausura del curso del Conservatorio de Música de Torrelavega el 7 de junio de 1977