Balbino Pascual, muchos años después
Cuando Balbino Pascual expuso por primera vez en Torrelavega, era un hombre joven, apenas recién estrenado en el arte de la pintura. Pero si sus cuadros delataban entonces la bisoñéz en las pinceladas, duras e ingenuas, hasta violentamente realistas a veces, en las manchas de color se podía encontrar ya la presencia de una retina atenta, aún cuando sorprendida todavía ante el paisaje campurriano que nos mostraba y que turbaba su inmadura sensibilidad.
Había en aquella obra un intento de aproximación a la pintura de Manuel Salces, exento de premeditación, provocado por la luz que para los dos iluminaba aquel paisaje.
Balbino Pascual huía de su pintura de la rutina que suponía la labor diaria del pan de cada día; se refugiaba, con esfuerzo, pero con deleite, en la perspectiva de los álamos del camino, en las luces quebradizas del agua en los arroyos, en el color cambiante de las hojas de los árboles al ser agitadas por el viento. Luchaba, con la inocencia primera, con un paisaje que se presentaba distinto, a cada momento, a su mirada. ¡Qué gran esfuerzo para su retina y que gran escuela para modelarla! Casimiro, a lo lejos; Salces, más cercano. ¡Cómo afligían al artista las dificultades para acercarse a ellos!
Han pasado muchos años desde aquellas fechas hasta esta exposición de hoy en la Sala Espi. Balbino Pascual vuelve la vista atrás, desde la altura y el sosiego de los ochenta años, y su recuerdo se encuentra ante las primeras pinceladas que él adjudicaba con humildad a algún maestro cercano a su entorno. Y sonríe. Muestra a los amigos estos cuadros y hoy con la misma inocencia primera. El pincel que se mueve entre las mismas ramas de árboles, se ha aligerado; las manchas de color que se posan sobre ellas, alcanzan en ocasiones una deliciosa delicadeza poética. Ya no hay, en estos cuadros formas duras que afeen la anécdota que nos muestra. Hay más poesía; la expresión es más sensible; y más segura la mano madurada por los daños para su encuentro incansable con el paisaje.
Publicado en:
El Diario Montañés,
20 de febrero de 1992
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