MAURO MURIEDAS
21 DE MARZO: DIA DE LA POESIA
No, no es pura coincidencia que después de tantos años, una exposición de Mauro Muriedas nos haya llegado al mismo tiempo que la primavera y la poesía.
Yo he estado viendo, durante cerca de cuarenta años, cómo a Muriedas los árboles que tocaba se le convertían en poesía, en una metamorfosis contradictoria llena de dolor por un lado y por el otro de alegría; de esperanza y desilusión, de entrega y abandono. Antes de que el árbol soñara con ser escultura, sólo y nada menos que cuando todavía era árbol, cuando los ojos de Muriedas acariciaban el tronco predestinado, las manos recias, pero siempre tiernas del escultor ya sentían la morbidez de la madera. En este ir del árbol a la poesía que son sus esculturas, han transcurrido estos largos años de su vida.
De entonces es la primera impresión del escritor Manuel Llano ante la obra del escultor: “Rostros de madera que parecen rostros de carne, con sus melancolías, con sus meditaciones, con las indiferencias, con las ansias. Vidas de estado de ánimo. El sentimiento, el reposo, la tristeza, el hastío...”
Primero fue en aquel estudio de la galería de cristales de Campuzano; ahora en el reducido taller de una buhardilla, pero siempre ha sido el mismo. Siempre la misma mirada, el mismo amor el mismo regusto por la obra, por la delicada herramienta con la que guedeja a guedeja va arrancando su mejor latido a los problemas que se plantea.
Cuando Muriedas se enfrenta con el tronco sin desbastar, tiene un cierto aire adusto; el entrecejo cerrado la maza golpea fuerte, saltan gruesas briznas que van llenando el taller con el olor de la madera. Apenas si se detiene a meditar el próximo golpe; golpea, golpea y la madera cede su misterio. A cada incisión de la gubia un color distinto; el oscuro, casi negro, de la corteza, va palideciendo, se acerca al rosado, como una herida. El escultor cesa en sus golpes, entorna los ojos: ya hay un atisbo; empieza a oírse la poesía. Calla como si escuchara; porque toda la música la lleva él dentro. Sonríe, nuevamente. golpea, ahora más seguro, los golpes son más rápidos, ya presiente la forma; quizás en este momento esté dando el toque definitivo a una mano. Puede equivocarse, pero no lo piensa, los golpes siguen, modelan. Se siente cansado, se para. La luz del taller ya es otra. Mañana seguirá con la misma fe, con la misma fuerza, y pasado, y pasado, hasta ver surgir la cabeza inclinada, adolescente; pechos suaves, apenas iniciados, formas dulces. Cuando llegue ese momento, Muriedas, como fray Angélico, sentirá la necesidad de arrodillarse ante la obra; se humillará, pedirá perdón por haberla creado, porque teme por sus criaturas. A la alegría de la creación seguirá el dolor del parto y el miedo a la vida. De su gubia ha surgido una vez más figura delicada, demasiado delicada seguramente para enfrentarse con tantas cosas. Parece que la misma obra se va a volver contra él, que le va a recriminar la ternura de que la ha dotado. Los ojos del escultor se humedecen. ¡Sus criaturas! Sí, demasiada poesía para tanta desgracia. Los mineros tienen las manos callosas y la mirada dura, pero el corazón abierto; el cargado; lleva su gesto resignado por el mundo, pero Muriedas le ha impregnado de una actitud noble nacida de su resignación Los animales son sumisos... ¡Cuánta biografía propia reflejada a lo largo de estos cuarenta años de labor!
Hay muchos premios y medallas en su vida, pero no empañan la pulcra trayectoria que se va prolongando en la lenta y continua labor de cada día, en las largas horas del verano o en las cortas del invierno en la franciscana buhardilla. Es una curva de constancia en la que una necesidad vital ve proyectando toda una teoría de amarguras desde un temple único que nace de una fe incontenible en si mismo y en un derroche de fuerza plástica.
Volvamos a Manuel Llano: “Mis ojos conversaron con su arte, con las sienes de sus creaciones, con los trazos estéticos, armoniosos, finos que fue dejando su herramienta, que obedece dócilmente, contenta, desenvuelta, a una técnica calentada con sensibilidad, con talento, con candelas de corazón y de ingenio".
No, no es pura coincidencia que Mauro Muriedas haya vuelto al público con su exposición ahora, al iniciarse la primavera.
Publicado en:
El diario Alerta, el 21 de marzo de 1972
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