martes, 23 de marzo de 2021

In Memoriam de Francisco Modinos

 Hoy es el cincuentenario del fallecimiento de Francisco Modinos. De una exposición suya, celebrada en la Galería Puntal-2 de Torrelavega, escribió Aurelio García Cantalapiedra la siguiente reseña en la revista Arteguía (nº 46 febrero-marzo 1979)

 

FRANCISCO MODINOS

 

 


 

         Cada vez que la obra que dejó Modinos sale del rincón donde está almacenada, la indiferencia del contemplador superficial se ruboriza y se va dejando ganar por la pintura de este artista que después de sus años parisinos se refugió humildemente en el pueblo. Y a los habitantes del pueblo dedicó lo mejor de sus realizaciones, en las que fue reflejando las más tristes escenas en figuras humanas acordes con la temática de cada cuadro. Cerca de Solana y de Mateas, pero sin perder la personalidad atormentada que le caracterizó en su vida, Modinos tuvo la virtud de no dejarse llevar por el halago fácil del posible comprador o del presunto visitante.

 

En otra exposición de Modinos escribió:

 

Hace ya cerca de una década, pudimos ver reunida en una sala de la Caja de Ahorros de Torrelavega, una treintena de cuadros de Paco Modinos, que nos proporcionó entonces una interesante visión del conjunto de su obra.

 

Todavía estaba el autor entre nosotros, aún cuando ya herido mortalmente. Sus convecinos tuvimos por primera vez ante los ojos una abundante colección de sus pinturas, que nos abrió puertas interiores del alma de su autor. Modinos había sido siempre reacio a la presentación de su obra, a la curiosidad de los visitantes, y en aquella ocasión, comprendimos el porqué; era demasiado evidente todo lo que decía su pincel. Recordamos algunos títulos de sus cuadros: “Labrador”, “Viejo pescador”, “Familia pobre”, “Saltimbanquis”, “Estibadores”, “Peones”, “Ciegos”, “Carnaval”, “Dolor”..., dolor; quizás sea éste último, el que nos señale la pista más certera de su obra y nos permita ascender por la escala de su arte. En toda la muestra que nos presentaba, reinaba el dolor. Era un dolor destilado en la alegría de la creación que lo sublimaba.

 

Una parte importante de aquella obra es la que ahora nos ofrece la Casa de Cultura de Torrelavega, en la inauguración de sus renovadas instalaciones, en una retrospección de homenaje al artista y su memoria. Como entonces lo hizo, hoy vuelve a sacudir, con la violencia de sus pinceles, las aburguesadas conciencias de los hombres. Paco Modinos no es un pintor grato para esta clase de visitantes; él lo sabía cuando pintaba sus cuadros y cuando se le hablaba en este sentido sonreía irónicamente, con aquella mueca peculiar que le imponía su defecto físico. «Una de las condiciones del arte -escribió un día- es la de que tiene que ser humano; todo en el hombre lo es hoy más que en épocas pretéritas; lo es la cultura, lo es la educación del pueblo...». Siendo un hombre de extensa cultura, había sabido imponer barreras a las consecuencias que ello podía imponer en su arte y, disciplinadamente, siguió una senda realista entroncada con la mejor escuela española. Nosotros le recordamos en las reuniones de la Escuela de Altamira, en los años 1949 y 1950, escuchando con devoción a los críticos y artistas que se juntaron en Santillana del Mar en el otoño de esos años. La línea “aperturista” que se sembró en estas dos semanas de arte, no le cogían desprevenido, pues él ya la venía pulsando desde sus años de París. Continuó acercándose, con serenidad “apasionante”, a los problemas de los hombres humildes, sabiendo que “junto al mundo de la realidad -con el arte-, se crea otro mundo” (son palabras suyas).

 


El diario Montañés, 2 de enero de 2003

 

domingo, 21 de marzo de 2021

Día de la POESÍA

 

MAURO MURIEDAS

21 DE MARZO: DIA DE LA POESIA

 

 


 

         No, no es pura coincidencia que después de tantos años, una exposición de Mauro Muriedas nos haya llegado al mismo tiempo que la primavera y la poesía.

 

         Yo he estado viendo, durante cerca de cuarenta años, cómo a Muriedas los árboles que tocaba se le convertían en poesía, en una metamorfosis contradictoria llena de dolor por un lado y por el otro de alegría; de esperanza y desilusión, de entrega y abandono. Antes de que el árbol soñara con ser escultura, sólo y nada menos que cuando todavía era árbol, cuando los ojos de Mu­riedas acariciaban el tronco predestinado, las manos recias, pero siempre tiernas del escultor ya sentían la morbidez de la madera. En este ir del árbol a la poesía que son sus esculturas, han transcurrido estos largos años de su vida.

 

         De entonces es la primera impresión del escritor Manuel Llano ante la obra del escultor: “Rostros de madera que parecen rostros de carne, con sus melancolías, con sus meditaciones, con las indiferencias, con las ansias. Vidas de estado de ánimo. El sentimiento, el reposo, la tristeza, el hastío...”

 

         Primero fue en aquel estudio de la galería de cristales de Campuzano; ahora en el reducido taller de una buhardilla, pero siempre ha sido el mismo. Siempre la misma mirada, el mismo amor el mismo regusto por la obra, por la delicada herramienta con la que guedeja a guedeja va arrancando su mejor latido a los problemas que se plantea.

 

         Cuando Muriedas se enfrenta con el tronco sin desbastar, tiene un cierto aire adusto; el entrecejo cerrado la maza golpea fuerte, saltan gruesas briznas que van lle­nando el taller con el olor de la madera. Apenas si se detiene a meditar el próximo golpe; golpea, golpea y la madera cede su misterio. A cada incisión de la gubia un color distinto; el oscuro, casi negro, de la corteza, va palideciendo, se acerca al rosado, como una herida. El escultor cesa en sus golpes, entorna los ojos: ya hay un atisbo; empieza a oírse la poesía. Calla como si escu­chara; porque toda la música la lleva él dentro. Sonríe, nuevamente. golpea, ahora más seguro, los golpes son más rápidos, ya presiente la forma; quizás en este momento esté dando el toque definitivo a una mano. Puede equivocarse, pero no lo piensa, los golpes siguen, modelan. Se siente cansado, se para. La luz del taller ya es otra. Mañana seguirá con la misma fe, con la misma fuerza, y pasado, y pasado, hasta ver surgir la cabeza inclinada, adolescente; pechos suaves, apenas iniciados, formas dulces. Cuando llegue ese momento, Muriedas, como fray Angélico, sentirá la necesidad de arrodillarse ante la obra; se humillará, pedirá perdón por haberla creado, porque teme por sus criaturas. A la alegría de la creación seguirá el dolor del parto y el miedo a la vida. De su gubia ha surgido una vez más figura delicada, demasiado delicada seguramente para enfrentarse con tantas cosas. Parece que la misma obra se va a volver contra él, que le va a recriminar la ternura de que la ha dotado. Los ojos del escultor se humedecen. ¡Sus criaturas! Sí, demasiada poesía para tanta desgracia. Los mineros tienen las manos callosas y la mirada dura, pero el corazón abierto; el cargado; lleva su gesto resignado por el mundo, pero Muriedas le ha impregnado de una actitud noble nacida de su resignación Los animales son sumisos... ¡Cuánta biografía propia reflejada a lo largo de estos cuarenta años de labor!

 

         Hay muchos premios y medallas en su vida, pero no empañan la pulcra trayectoria que se va prolongando en la lenta y continua labor de cada día, en las largas horas del verano o en las cortas del invierno en la franciscana buhardilla. Es una curva de constancia en la que una necesidad vital ve proyectando toda una teoría de amarguras desde un temple único que nace de una fe incontenible en si mismo y en un derroche de fuerza plástica.

 

         Volvamos a Manuel Llano: “Mis ojos conversaron con su arte, con las sienes de sus creaciones, con los trazos estéticos, armoniosos, finos que fue dejando su herramienta, que obedece dócilmente, contenta, desenvuelta, a una técnica calentada con sensibilidad, con talento, con candelas de corazón y de ingenio".

 

         No, no es pura coincidencia que Mauro Muriedas haya vuelto al público con su exposición ahora, al iniciarse la primavera.

 

  

Publicado en:

El diario Alerta, el 21 de marzo de 1972

 

jueves, 18 de marzo de 2021

Por una muerte digna. Carlos Gómez Blázquez

 Hoy, 36 años tarde, llega a nuestra legislación la ley de eutanasia. Nos trae el recuerdo de un amigo, de un gran luchador infatigable por una muerte digna. Nos trae al recuerdo el escrito que Aurelio hizo "al hilo de tu muerte"

 

Carlos Gómez Blázquez

 (al hilo de tu muerte)

 

 


 


         Ya lo ves, Carlos, si los amigos no salimos al paso, te van a convertir en símbolo, o, a lo peor, en caricatura. No saben los que escriben de ti, que lo de hacerte popular en «Si yo fuera Presidente», fue a pesar tuyo. No dicen que reclamabas el derecho a morir dignamente no solo para ti, sino para los demás también. Ignoran los que esto escriben y los que puedan leerlo, que tu vida era mucho más que eso; que tras la fachada que sin querer te han creado, existía un corazón enorme; que lo demás, lo que se veía desde fuera, constituía una parte mínima de tu capacidad de amar a los semejantes.

 

         Todo empezó en Torrelavega, donde fuiste niño perdido por sus calles. Nosotros, los mayores que tú, temíamos por tus años futuros. Nunca hablamos de esto tú y yo, cuando mucho después nos encontramos. No era necesario tampoco. Habían dado ya muchas vueltas las noches y los días. Llegaste a mi amistad hombre hecho, con unos limpios ojos azules, la voz ligeramente ronca y la leucemia en tu cuerpo. De esto tampoco era preciso hablar. Reías en las reuniones de amigos, compartías penas, dabas alivio. A veces, tu decir era irónico, como corres­ponde a hombre inteligente, pero siempre generoso, humano. Alguna vez la enfermedad te traicionaba y te hacía exclamar: «¡La soledad de una UVI!». No era más que la significación de una soledad más profunda, que un grupo de amigos y amigas te hacía olvidar. —¿Recuerdas, Carlos, una reunión con ellos en mi casa?; un grupo maravilloso—.

 

         Cuando escribo estas líneas no sé cómo han sido tus últimas horas en este accidente que es vivir. No sé si has conseguido morir de tu muerte o te han impuesto otra. Confío en que en el último trance habrás podido decir: «Al fin muero de mi muerte». A todos tus amigos nos hubiera gustado oírlo para saberte feliz. Todo ha pasado ya, Carlos; los que quedamos, los que te hemos querido, te seguiremos queriendo y nuestro recuerdo será siempre memoria de la tuya.



Se publicó en el diario Alerta el día el 10 de junio de 1985. 
El diario hizo una serie de variaciones, si consultar, que no fueron del agrado del autor, quien manifestó su malestar por carta al director del diario.
Posteriormente hizo una edición no venal de este escrito. También forma parte del libro póstumo: Obituario, Ed. Imprenta Bedia 2010. Y anteriormente (1988) en un libro editado por un grupo de amigos de Carlos titulado: Carlos Gómez Blázquez
 


domingo, 7 de marzo de 2021

In Memoriam de Rosa Soto

 


Rosita era la primera persona que leía siempre estos escritos. En su recuerdo traemos al blog éste, que habla del amor de Leonor y Antonio Machado. Amor que los dos evocaron aquel día, paseando por el camino de San Polo y San Saturio

 

 

 

Un día de agosto en la vida de Antonio Machado

(después de un viaje a Soria)




 

 

 

Desde el roquedal ve el autor los álamos del camino de San Polo y San Saturio junto al Duero. Próximo, el alto Espino fija el recuerdo.

 

 



 

 

 

 

         Cuando Antonio Machado escribe a Soria

 

Palacio, buen amigo,

……………………..

en una tarde azul, sube al Espino,

al alto Espino donde está su tierra ...

 

había transcurrido ya casi un año desde aquel otro mes de agosto que hoy evocamos. Todo fue, apenas, la luz inesperada del relámpago que ciega y el rudo trueno que nos trae a la realidad. Un paréntesis entre dos fechas: 20 de julio de 1909 (matrimonio de Antonio y de Leonor), 1 de agosto de 1912 (muerte de Leonor). Breve plazo tres años para el corazón del poeta. Luna de miel en Soria; después, Bergson en París. Desde “las tierras altas por donde traza el Duero su curva de ballesta”, al College de France del gran saber. En seguida, Soria otra vez, pues Leonor ha enfermado. El clima castellano, piensa el poeta, aliviará la enfermedad.

 

         Paseos por San Polo y San Saturio, con Leonor en una silla de ruedas; largas charlas de novicio enamorado, de las que iban a quedar escasas resonancias en su poesía de entonces.

 

Mi corazón espera

también hacia la luz y hacia la vida,

otro milagro de la primavera.

 

         Mimos, dolor contenido, serenidad.

De pronto, en un agosto agosto como éste, en la que recordamos en Santander su centenario, cuatro versos para la posteridad:

 

Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.

Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.

Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.

Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.

 

 


 

Diario Alerta el 19 de agosto de 1975.