domingo, 24 de noviembre de 2019

Otoño y poesía



En los años sesenta, el 24 de noviembre se conmemoraba en el santoral a San Juan de la Cruz, el cual había sido proclamado Patrono de los Poetas en Lengua Española en 1952. En tal día de 1968, Aurelio García Cantalapiedra publicó este artículo:



Otoño y poesía en la escultura de Jesús Otero
En la festividad de San Juan de la Cruz, Patrón de los poetas


         El taller de Otero, en Santillana, está abierto al otoño. Las hojas doradas inquietas, entran en el taller. Hay hojas de roble, de encina, de nogal, entre los bloques de piedra. El escultor retrocede unos pasos y tropieza con ellas. Suenan entre sus pies, le advierten de su presencia y sus manos van de la piedra a las hojas. Las hojas y la piedra dejan de ser materia.

         En el gran bloque que ocupa todo el taller, está apareciendo una «Piedad». Sobre el regazo apenas esbozado de una figura femenina el cuerpo caído, en extraño escorzo, de Cristo. También es otoño en esta impresionante figura. A la primavera fulgurante ha sucedido el otoño sin apenas verano. El cuerpo de Cristo no le tuvo. El cincel del escultor quiere que no muera totalmente y retenerle así, en este trance. No le deja transformarse en invierno. Es hoja dorada, ya madura, que quedará en este gesto para siempre, con la tranquilidad de la misión cumplida.

         Más hojas entran en el taller. Nuevamente los robles., van echando sus hojas sobre la “Piedad” que está a punto de concluirse.

         El escultor vuelve su cabeza hacia el otoño. Allá en Fontibre, otras hojas estarán en este momento haciendo la alfombra de noviembre a los pies del monumento al Ebro. Aquí ya son álamos blancos, chopos de la meseta. Las hojas menudas, a veces de plata, a veces de oro, se posan en la piedra. El toro ibérico y el río que mueve España, sienten un estremecimiento. Cerca, en Reinosa, el busto de Sánchez Díaz vuelve al otoño su noble cabeza de piedra.

         El escultor se va acordando de todas sus criaturas. Los recientes osos, en La finca de Heras, eternizados en su actitud de escucha. Sienten caer las hojas sobre sus lomos de piedra. Son hojas de árboles cuidados. Hojas que parecen cortadas a mano y que duran poco sobre la hierba para no mancharla. El dorado de las hojas y el dorado de la piedra. (“¿También en la piedra es otoño?”, piensa el escultor). Surge la poesía. Las cabezas de Cancio y de Hidalgo. Ambas soñaron con primaveras y con otoños. Quedaron en la Casona de Cumbrales y en el parque del Sardinero.

         Al escultor le gustaría ahora estar allí. Junto a la cabeza de Hidalgo habrá muchas hojas secas. Los árboles del parque tienen ya justificado el otoño; dejan caer sus hojas lentamente, cada día unas pocas. Cada día alguna pareja jugará con sus pies en ellas. Levantarán la cabeza, mirarán al poeta. El poeta les mirará desde su infinita tristeza.

         El escultor se siente satisfecho: él ya dejó su obra hecha.



Publicado en
El diario Alerta el 24 de noviembre de 1968
Incluido en el libro Cuatro Amigos, Editado en 1969

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