domingo, 24 de septiembre de 2023

Palabras para abrir un libro de versos - RESRRECCIÓN - Luis Díaz González-Viana

 

Palabras para abrir un libro de versos

 

 

         Yo conocí a Luis Díaz poco después de haber leído este libro. Vivió en mi casa unos días. Sus palabras fueron nada más que suave soplo, silencio apoyado en frágiles nubes. Palabras y silencio que no presagiaban vientos violentos. Sin embargo, de aquel hondo callar, tierno, delicado, habían surgido estos duros versos. Pensé entonces que algo estaba roto dentro; quise averiguarlo, preguntar, profundizar con mi palabra en su silencio para poder decir algo concreto.

 

Me contestó el poeta: ahí están mis versos.

 

         Volví a leerlos. ¿Tanto dolor que redimir, tanto amor que resucitar, tanta muerte?, ¿todo dentro de tanto silencio?

 

Insistió el poeta: ahí están mis versos.

 

         Todo esto es lo que puedo decir de Luis Díaz. Si le conocierais, sabríais por qué lo afirmo. Si leéis el libro, comprenderéis, por lo menos, lo que hay en sus versos. Lo demás son palabras y silencio.

 


Publicado en:

Prologo al libro “Resurrección” de Luis Díaz. Edición de autor en 1971

 


domingo, 17 de septiembre de 2023

CASIMIRO SAINZ Y AMANUEL SALCES

 

NOTAS DE APROXIACIÓN A

CASIMIRO SAINZ Y AMANUEL SALCES

 


            Vuestro Alcalde ha tenido la gentileza de invitarme a ocupar esta tribuna, en los momentos de las fiestas patronales de la ciudad y yo no he vacilado en aceptar, preparando un trabajo que pienso que pueda resultar grato a los oídos de los habitantes de Reinosa. Se trata de unas notas de aproximación a Casimiro Sainz y a Manuel Salces y están concebidas como homenaje de admiración hacia el pintor Ramón Muñoz Serra, cuya magnífica exposición acabamos de inaugurar.

 

            No he vacilado en aceptar, como os decía, en primer lugar porque creo que nadie debemos negarnos a una llamada que tenga carácter cultural y en segundo termino, porque la invitación partía de Rodríguez-Cantón y esto para mi implicaba ya una obligación ineludible a la que era preciso hacer frente. Hace años que conozco a Cantón y se de su dedicación entusiasta y de su preocupación por todo aquello que esté relacionado con la cultura de Reinosa. He estado al corriente de su labor en este sentido, que tendría también la proyección siempre fatigante, y en ocasiones ingrata, de hacer una revista periódica. Son méritos que yo se que se reconocen en él, pero me creo en el deber de resaltarlos porque es justo y a veces necesario. Les aseguro que este esfuerzo de Reinosa en las últimas décadas, ha trascendido más allá de vuestras hermosas montañas; el Ebro y el Besaya no solo han bajado agua por sus cuencas: con ella ha bajado también el eco de este quehacer espiritual y en la brecha de tan encomiable actividad, siempre se ha reconocido la mano del que hoy es vuestro Alcalde.

 

            Ese entusiasmo que le desborda, ha sido, sin duda, el que le ha llevado a invitarme a hablar en esta Casa de Cultura, sin meditar debidamente el que pueda haber algún mérito por mi parte para hacerlo en tan señalada ocasión. Pienso, en mi descargo, que todos y cada uno de nosotros podemos, recíprocamente, enseñarnos algo, aun cuando venir a hablar aquí de Casimiro Sainz y de Manuel Salces resulte un poco como aquello de llevar hierro a Bilbao. Yo les ruego que tomen mis palabras como el deseo ferviente de provocar el que Vds. y yo dediquemos un tiempo de estas fiestas a recordar a los dos maestros del paisaje. De todas las maneras, vayan sobre las anchas espaldas de Rodríguez-Cantón los minutos más o menos pesados que les voy a proporcionar.

 

* * *

 

            Cuando desde las tierras bajas de la provincia, de las que vengo, se sube en el otoño en busca de la meseta y se acerca uno a Campoo, hay un momento en que el paisaje cambia totalmente, no solo en cuanto a color, sino también cuanto a los elementos que le componen. Se dora la luz y la naturaleza se torna en amarillo; una mano misteriosa limpia el aire y todo resulta estremecedoramente transparente. Entramos de pronto, en el reino del paisaje, de la claridad sorprendente; los árboles son arboles y las veredas, veredas. Canta el sol con fuerza y el gris desaparece. El horizonte se alarga, surgen los álamos y unas montañas lejanas, azules, cierran el contorno. Por esto, la retina de los hombres de Campoo aprende, desde que se abre al mundo, que aquí la luz es luz en todo su esplendor y en toda su belleza. Lamentamos que nuestra opinión en este sentido difiera de la de nuestro buen amigo José Simón Cabarga, quien en el meritorio libro que dedicó hace unos años a Manuel Salces, decía que la retina campurriana está habituada a la luz gris. Aun cuando lleváramos nuestro comentario al invierno, sería preciso reconocer la fuerza luminosa de lo blanco resplandeciente que envuelve, también en esa época, a estas tierras.

 

            Si pensamos que esto es así, si pensamos en la singularidad de vuestros campos, ¿qué de extraño tiene que consideremos al campurriano como un ser consustancial con su paisaje? Los hombres somos esclavos de la geografía. El mar, dicen que hace marinos; ascetas, la meseta; la montana, soñadores; el gris de las nieblas, hombres melancólicos. Allí donde la luz es reina, nacen los hombres del paisaje. Campoo es paisaje y sus hombres obedecen a esta regla que les modela. Ved, sino, una página escrita por un campurriano de pro, por uno de los vuestros, en el que el paisaje ha pesado hondamente; Miguel Ángel García Guinea, a quien me refiero, escribió un día estas líneas: “El fervor, casi la locura, que yo he tenido y tengo por las montañas, por los montes cargados de robles, por los hayedos que yo descubría en tardes inenarrables, se debe, casi en su totalidad, al contacto íntimo, continuo, directo y hasta enervante con este mundo natural…” Y más adelante: “… los ríos, este río Hijar que oiría despeñarse desde su misma cuna, el fervor de lo limpio, de lo salvaje y lo puro; los hayedos solitarios y húmedos, por donde el sol entra apenas tamizado de luces, la tranquilidad suficiente para pensar en el misterio del mundo…”

 

            Estas palabras son solo una muestra, pero distinguida, de cómo un hombre de Campoo siente el paisaje; una demostración de lo consustancial que es la devoción por él en los habitantes de estas tierras. Podríamos, incluso, llegar a decir que de tal manera se vive aquí el paisaje, que sus habitantes se sienten parte de él; que el hombre de Campoo es paisaje en su paisaje.

 

            Después de escritas estas notas, ha llegado a mis manos el magnífico programa de fiestas que ha editado el Ayuntamiento de Reinosa y he podido ver, con satisfacción, la confirmación de estas palabra en algunos de los trabajos que se publican en el mismo. Saturnino Diez, por ejemplo dice… (leerlo)

 

            Habéis escuchado antes que leíamos esta frase “por donde el sol entra apenas tamizado de luces”; con ella hemos añadido un nuevo elemento en este andar forzosamente apresurado que nos hemos propuesto. ¿No quiere decir esto impresionismo? Cuando el maestro Ortega define el impresionismo, dice que el mundo con él se convierte en una superficie de valores luminosos. “Las cosas que empiezan aquí -leemos a Ortega- y acaban allá, son fundidas en un portentoso crisol y comienzan a fluir las unas por dentro de los poros de las otras.” Joaquín de la Puente, uno de los más concienzudos historiadores que tenemos hoy del arte, escribió que el impresionismo capta la luminosidad atmosférica en vibrantes materias pictóricas y sus seguidores pintan, por encima de todo, paisaje.

 

            Con las palabras que anteceden, tenemos ya ante nosotros el paisaje y la forma impresionista del paisaje. Pero antes de seguir adelante, hagámonos una nueva consideración, de pasada, como tantas cosas que hemos de tocar hoy sin poder extendernos en ellas. ¿Por qué en nuestro tiempo, con tanta insistencia, el paisaje en la pintura? ¿Por qué no aparece claramente, cómo tema único del cuadro, hasta hace poco más de un siglo? Cuando el hombre sensible empezó a notarse acosado por la máquina y sus consecuencias, no le quedó más opciones que retornar a la naturaleza. Si hoy volvemos la mirada alrededor, a las proximidades nuestras, comprenderemos mejor  la necesidad del paisaje. Cuando todo lo que nos rodea es asfalto y cemento, se hace más necesario el aire libre. “Pintar, sentir, contemplar y vivir paisajes, es realidad muy de nuestro siglo”. He recurrido nuevamente a Joaquín de la Puente con esta cita para testimoniar mis palabras. Tan poco es preciso entrar  en la  historia de la pintura para confirmarlo; el paisaje esta ahí desde hace un siglo y poco más. Su comienzo está al alcance de la mano.

 

* * *

 

            A fuerza de resumir en exceso, pienso que haya podido quedar un tanto confuso lo comentado hasta el momento. El tema es amplio y no es posible otra cosa en el tiempo que nos hemos fijado, por lo que me van a permitir que vuelva sobre ello con un pequeño esquema en el que apoyarnos para seguir adelante con más comodidad.

 

Primero:

Hemos hablado de Campoo, calificándolo de reinado del paisaje.

 

Segundo:

Nos hemos referido al hombre de Campoo, de quien hemos dicho que era

consustancial con su paisaje.

 

Tercero:

Hemos dicho también que la luz hace el paisaje de Campoo y que la luz en el paisaje hace de este una realidad impresionista.

 

            Pues bien, en la conjunción de estas tres coordenadas tenemos situados a nuestros dos pintores, Casimiro Sainz y Manuel Salces, que nacen y se alimentan de ellas; Podemos decir en este momento que les tenemos fijados en el espacio. Para completarlo, vamos a situarlos ahora en el tiempo.

 

1.853:

Nace Casimiro Sainz

1.857:

Carlos de Haes se hace cargo de su cátedra de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, de Madrid

1.861:

Nace Manuel Salces.

 

            Entre el nacimiento del uno y del otro pintor, se nos ha colado, como de rondón, una fecha (1857) y un nombre (Carlos de Haes). Este año y este nombre habrían de ser el punto de arranque para la pintura española del paisaje. “La pintura montañesa -dice José Hierro- inicia su despegue y afirma su personalidad, después del magisterio de Carlos de Haes.” Todos habéis oído hablar de él. Había nacido en Bruselas y muy joven le trasladaron a Málaga; era, pues, un bruselés recriado en Andalucía, con portentosas dotes de pintor y sobre todo, de maestro. Unos años de estudio en el extranjero le permitieron traer a España un nuevo concepto del paisaje, triunfante entonces en Inglaterra y en Francia. El paisaje académico -piensen en pórticos y columnatas, en musas y deidades-, había prescrito en Europa ante el empuje de Turner, interprete apasionado del natural. Haes nos trajo este paisaje nuevo y sus alumnos bebieron en sus fuentes. Descubridor del paisaje español, fue el primero que con sus discípulos y su caja de colores, se adentró por los Picos de Europa. Entre estos alumnos sobresalió Casimiro Sainz, quien siguiendo el camino aprendió de él, realiza sus obras al aire libre, convirtiéndose en un impresionista verdadero, aunque sin las exaltaciones cromáticas del impresionismo francés, pero siempre dentro de un sensible lirismo y amor y respeto por la naturaleza.

 

            En la Historia de la Pintura Española, de Lafuente Ferrari, podemos leer que Casimiro fue uno de los pocos discípulos de Haes de quien podemos decir que superó al maestro.

 

            Si exceptuamos a José de Madrazo, montañés nacido en Santander en 1781, podemos decir con toda exactitud, que Casimiro es el iniciador de la pintura montañesa del paisaje y a José de Madrazo podemos dejarle al margen con toda tranquilidad, visto desde este ángulo, porque fue un pintor de corte y cortesanos; eso si, un gran pintor. Retratista de príncipes y personales de su época y aún cuando en esto es maestro, e incluso digno continuador de la gran escuela española del retrato, su vinculación a esos temas y a la herencia de los pintores españoles que le precedieron, le excluye de la particular montañesa del paisaje.

 

            Pero aquí nos salta otra pregunta: ¿Se puede hablar de una escuela montañesa de pintura en el amplio sentido que ello arrastra? El profesor Lafuente Ferrari dice que en puridad no, pero añade: “de lo que no tengo duda es de que los pintores montañeses tienen entre si rasgos comunes que permiten su agrupación y dan valor a la consideración del conjunto.” Y a continuación nos habla de como se dan en ellos ciertas notas de fantasía y auténtica originalidad, que llegan a veces al rango de genial. “Lo que me parece que puede ligar a estos hombres -escribe Lafuente- es más que una tradición escolástica inexistente, la insobornable personalidad, su brava independencia -cántabros, al fin-, su escasa voluntad de conformismo.”  Citemos nuevamente a José Hierro, quien al definir el arte montañés como el resultado de someter la realidad a depuración, dice textualmente: “Todo ellos (los artistas), quedan agrupados en dos grandes zonas, en una entrarán los que como Casimiro Sainz, conciben la pintura como un menester en el que interviene, sobre todo, la retina y en la otra podemos incluir a cuantos piensan que la pintura es ante todo, cosa mental.”

 

            A nuestro Casimiro Sainz podemos encajarle perfectamente dentro de la línea que fija el profesor Lafuente Ferrari; ya hemos visto como le cita José Hierro como ejemplo de una de los dos vertientes en que el considera orientada nuestra pintura. Nosotros creemos que para este encasillamiento de Casimiro, han de tenerse en cuenta no solamente los cuadros que nos dejó, sino los atisbos, la anticipación a una pintura que no se hacía entonces y que el presentía. Es este un punto que no se suele tocar cuando se valora la pintura del de Matamorosa. Aun cuando parece que no es lícito hacer elucubraciones y sacar rotundas conclusiones sobre lo que hubiera podido ocurrir si su vida hubiera alcanzado una edad normal, creo que es oportuno dejar aquí constancia de ello, Ya Elías Ortiz de la Torre aludió a esto cuando escribió su importante trabajo sobre Agustín Riancho. Tengan en cuenta que el pintor de Entrambasmestas no fue el genial Riancho hasta los últimos decenios de su larga vida. No me resisto a la tentación de establecer una breve relación temporal entre los dos pintores, porque puede resumir y equiparar en justicia su obra.

 

            Riancho nació el año 1841 y murió en 1929; vivió, pues, 88 años. Sus paisajes, verdaderamente revolucionarios desde el punto de vista pictórico, no empezaron a salir de su paleta hasta 1888, cuando tenía ya 47 años; es la fecha en que regresa a su pueblo natal, desengañado del mundo. Casimiro, que hemos visto nació el año 1853, muere en 1898, de 45 años de edad; a estos 45 años de vida hemos de restarle por lo menos un decenio, en que su mente quedó anulada por la locura; es decir, su lucidez, alcanza solamente 35 años de existencia. Es más, Riancho no llega a ser el paisajista que hoy valoramos hasta los 60 años de edad, cuando consigue superar el realismos que le amarraba; antes de estos años, la notación detallada de sus obras no exenta de ciertas delicadezas, no va más allá de lo que había conseguido Casimiro Sainz con su dulce lirismo en casi la mitad de tiempo vital. Si se admitieran así las comparaciones, nos quedaría un salto grande de años a favor de Casimiro, que fue una de las más exquisitas sensibilidades pictóricas que se dieron en nuestra pintura del siglo XIX. Cuando Ortiz de la Torre se refiere a este aspecto en los dos pintores, escribió: “No creemos justo el paralelo que se ha hecho algunas veces entre Riancho y Casimiro Sainz, con desventaja para este último, sin tener en cuenta que el primero fue un hombre vigoroso y longevo, en tanto que el segundo vivió lleno de achaques y murió a los 45 años de edad. Para proceder con justicia, habría que comparar los cuadros de Casimiro con los que pinto Riancho en su juventud y de este juicio comparativo no saldría ciertamente victorioso el pintor de Entrambasmestas.”

 

            Mientras que Casimiro murió siendo un pintor del siglo XIX, Riancho saltó dentro del XX, con todas las consecuencias que ello implica en los dos casos.

 

            El hombre Casimiro Sainz, fue un poseso, un tocado por lo demoniaco en el sentido transcendente de la expresión: “El demonio -escribe Stlfan Zweig-, empuja al ser hacia lo peligroso, hacia el exceso, al éxtasis, a la renunciación y basta la anulación de si mismo.” Las sucesivas enfermedades que jalonan la vida de Casimiro desde el ataque de cólera a los dos años de edad, hasta la locura definitiva, van fijando su mente y dando forma a un espíritu que se agudiza hasta extremos inverosímiles, que lindan, al final, con la anulación del yo. Nuestro pintor puso el arte por encima de su vida y la poesía de su arte por encima de la realidad. “Solo lo raro -dice Zweig- ensancha nuestros sentidos, solo ante el sacudimiento crece nuestra sensibilidad. Por eso lo extraordinario es siempre la medida de toda grandeza.”

 

            Casimiro es el gran sensible. Las horas de inmovilidad forzosa a los quince años, cuando padece la dolencia de una pierna que le dejaría cojo, señalaron su futuro: contemplativo, reconcentrado, lector asiduo de la Biblia, se salvó por su espíritu ansioso de belleza y arte. En 1872, a los 20 años de edad, sufre el primer ataque de locura del que logra reponerse aparentemente, y a ello sigue un decenio de enfebrecido trabajo; concurre a las exposiciones nacionales, consigue algún premio y pinta, pinta con fiebre de tiempo que se le acaba.

 

            No son suficientes, normalmente, treinta y cinco años para hacerse un pintor. Ya lo hemos visto. Riancho precisa llegar a los cincuenta para empezar a encontrar su personalidad; hasta los 69 años no pinta el famoso cuadro “La Cagigona”. Casimiro el de “El nacimiento del Ebro” cuando todavía no ha cumplido los 35. En ambos cuadros queda resumida la obra de cada uno en su aspecto comparativo. A Riancho, como hemos comentado, le permitió la vida trabajar cerca de veinte años más.

 

            El final de Casimiro Sainz lo sabéis todos. El sanatorio del Dr. Ezquerdo, en Madrid, fue residencia para sus sueños enajenados y algunos pequeños brotes de lucidez. Otro hombre de los vuestros, Demetrio Duque y Merino, escribió en 1890, cuando el pintor arrastraba su locura en Chamartín: “Allí está satisfecho y alegre, sin recordar siquiera su profesión de artista.” Vean en esta frase la gran tragedia en todo su alcance. El genio que se había adueñado de su espíritu, le había hecho al final la gran jugada, abandonándole. Estaba “satisfecho y alegre”, sin recordar que era un artista. ¿Queréis mayor tragedia?

 

* * *

 

            El tiempo se nos va sin dejarnos apenas sitio para ocuparnos de Manuel Salces. También me voy a permitir aquí establecer un cierto paralelismo, esta vez entre Casimiro y Salces, que nos pueda llevar a resaltar las diferencias y afinidades entre uno y otro.

 

            Mientras que Casimiro, como hemos dicho, es un exaltado, un poseso, en el que la vida, al parecer por una circunstancia fortuita, se orienta decididamente hacia el arte, sin concesión de ninguna clase, en la trayectoria vital de Salces podemos encontrar un constante refrenarse frente a tentadores desmanes. Simplificando la expresión podemos decir, para entendernos mejor, que Casimiro fue un romántico y Salces un clásico; pero no tomen esta definición en su forma absoluta, porque en el fondo en los dos latía un espíritu romántico. Me estoy refiriendo a la forma en que ambos enfrentaron los problemas externos encontrados a su paso. Casimiro, si es preciso, los salta; Salces, se detiene y se resigna.

 

            La vida de Manuel Salces, en principio, es la de un campesino de su tiempo. Como a Casimiro, le sugestiona la naturaleza, pero su espíritu más equilibrado que el de su paisano -de aquí lo de clásico-, le permite dominarla. Salces nació en Suano en 1861; es pues, 8 años más joven que Casimiro. Cumple el servicio militar, es labrador, cantero y carpintero. Se casa, tiene hijos. De carácter tímido, refugia sus ilusiones y sus sueños en las pequeñas tablas que va pintando y en los dibujos que llenan sus horas de descanso de las jornadas de panllevar. Pero no podemos olvidar que es un espíritu sensible, que envuelto en la rudeza de una vida de trabajo, enfajada en un orden establecido por una familia que ha constituido y que respeta, precisa, sin embargo, desahogarse. Surge la dualidad. En la biografía de Salces que escribió Simón Cabarga, podemos encontrar numerosos comentarios documentados, que dibujan con claridad esta manera de ser del pintor. En una de sus páginas leemos: “Nada puede afirmarse con certeza sobre el origen y el curso del hondo proceso espiritual; mas parece natural admitir como una de sus causas principales, sino única, del hecho, el poder de la sugestión de la naturaleza que le rodeaba cayendo como una gran claridad sobre su espíritu elegido.” Observemos cómo enlaza esta opinión del autor citado con nuestros comentarios iniciales. La naturaleza, con toda su fuerza, operando sobre el espíritu, modelando el alma; en este caso, actuando, sin duda, sobre un hombre hipersensibilizado, potenciándole. Pero Salces es un reprimido, ya lo hemos dicho; su biografía es una lucha dolorosa entre el deber cercano, acuciante, y el sueño. Los hallazgos que su paleta va descubriendo en el lienzo con sobria y sabia maestría, le dicen que hay algo más allá que la prosa que le rodea, pero renuncia. Gracias a los amigos que le empujan, se decide a exponer en Madrid en la nacional de 1897 y después en las de l899 y 1901, que le proporcionan menciones y comentarios muy favorables. Estas salidas también le procuran una clientela que le permite ver la vida con más tranquilidad. Es posiblemente su época más serena y placida. No necesita más. Casimiro sin duda hubiera roto con estos lazos invisibles y cómodos y hubiera pedido más y más a su demonio; no sabemos si refugiándose en la soledad de su pintura, como Riancho, o luchando abiertamente en el mundo del arte. Salces se conforma. Vive en la capital de la Montaña, asiste a tertulias, se siente admirado y escuchado en el circulo provinciano. En 1914 expone nuevamente en Madrid y repite la suerte en 1919. Es el momento en que se produce el hecho transcendental en su vida, de abandonar Campoo, la provincia, para asentarse en Madrid. No me atrevo a aventurar razones para esta decisión tan fuerte, pero me supongo que tuvo que haberlas muy sólidas.

 

            En el verano, Salces vuelve siempre a su Campoo natal, donde hace acopio de apuntes que desarrollará más tarde en el sosiego del estudio madrileño. Y pinta al aire libre, en las afueras de la capital. La luz de Madrid es también luz de meseta y el aire es limpio como el de su tierra. Casimiro y Salces se debieron de sentir muy a gusto pintando allí, pasando al lienzo paisajes que les recordarían, en cierta manera, los campurrianos. El día uno de diciembre de 1932 murió con la misma serenidad con que había vivido.

 

            Hombre de fina sensibilidad, nos dejó reflejada en sus cuadros la naturaleza con minuciosidad y primor. Si volvemos a ese paralelismo vital del que hemos abusado un poco, intentando situar a Riancho, Casimiro y Salces en las tablas de la pintura, podemos resumir diciendo que entre Riancho y Casimiro se nos interponen los cortos años de vida de este último para establecer una comparación correcta, pero no deja de observarse en Casimiro signos de genialidad y fuerza que permiten apreciar una ruta imaginaria posiblemente muy cercana a la del maestro de Emtrambasmestas. Salces, con una vida larga, mantiene en sus obras una dignidad constante, sin sobresaltos, sin que se produzca en ella la evolución que se aprecia en la de Riancho, lo que le deja un poco fuera de lugar en la historia de la pintura de este inquietante siglo XX que estamos viviendo. Lafuente dijo de él que: “incorporó a su obra conquistas del impresionismo, sin servil discipulado, para seguir cantando la tierra natal o los aledaños de Madrid en cuadros de intimidad delicada y efusiva, de suaves verdes y finos grises.”

 

            Me resisto a creer que Salces no conoció la pintura de Casimiro, como se viene afirmando con frecuencia. El pintor de Matamorosa fue figura sobresaliente en la vida de Reinosa y no faltaría gente enterada que pusiera ante los ojos de Salces algunos de los cuadros que aquél pintó.

 

            No debo cerrar estas notas de aproximación a los dos artistas campurrianos, sin resaltar que con estos dos excelsos pintores no se ha agotado la serie de intérpretes de nuestro paisaje. La escuela paisajística montañesa no se ha perdido, a pesar de que las corrientes modernistas en el arte parecen alejarse por otros caminos. Yo creo que, en realidad, este alejamiento ha sido más aparente que real. La no figuración o la figuración subjetiva, lo que han hecho es aportar nuevas calidades y nuevas maneras de representación del paisaje, cosa que siempre es sana. Recordemos cómo hace unos minutos hablábamos de la revolución que impuso Turber en el hacer europeo del paisaje. Hemos hablado del Riancho de la primera y de la última época y de la distancia que media entre los dos desde el punto de vista plástico. En el arte, como en las demás actividades del espíritu, el hombre precisa seguir adelante; y seguir adelante no es continuar siempre por el mismo camino. Antonio Machado nos dijo: “se hace camino al andar”. Aún cuando suene a sacrilegio artístico, digamos que la perfección repetida, la perfección constante, no solamente hastía, sino que los años la hacen perder categoría de tal. En cada época de la historia se produce una conjunción de circunstancias que la modelan y la hacen distinta a la anterior; ni mejor ni peor; ni más bella ni menos; simplemente distinta. Y ay de aquél que no sea capaz de comprenderlo.

 

            La escuela paisajista montañesa continua y se ha adaptado a la sensibilidad del hombre de hoy, que es complejo, desasosegado, acostumbrado a vivir en un planeta en el que la sorpresa surge cada día. Al compararle con el de los años de Casimiro y Salces, saltará inmediatamente la diferencia que los condiciona. Julio de Pablo, por citar un ejemplo de paisajistas montañeses actuales, se ha planteado el problema desde esta orilla; los bellos paisajes marinos de Muñoz Serra, cuya exposición acabamos de inaugurar, también están dentro de la concepción de hoy, responde a la sensibilidad del hombre actual. Por otra parte y concretándonos a Campoo, podemos decir que cada ve que un hombre de  estas tierras se ha visto impulsado por el demonio del arte a coger los pinceles en la mano, se ha podido comprobar como la constante hombre-paisaje persiste. Me estoy acordando ahora, especialmente, de una exposición que tuvo lugar en Torrelavega el año 1949. Eran tres campurrianos los que ofrecían al publico casi las primicias de su arte; Enrique García Guinea, Manolo Ortiz y Balbino Pascual, y recuerdo perfectamente cómo cantaba la luz en sus cuadros. En una nota impresa en el catálogo de 1a exposición, escrita por Luis Landinez, se leía: “Pues Campoo y, concretamente, Reinosa, tiene ya tradición pictórica. Paisajes. Presidida, iniciada, por Casimiro Sainz.” De los tres, solamente hemos visto después cómo se ha ido desarrollando la obra de Balbino Pascual, en una línea ascendente de dominador del paisaje. ¡Cuántas veces hemos comentado con él la ausencia del mundo artístico de los otros compañeros!



Leído en la Casa de Cultura “Sánchez Díaz” de Reinosa

19 de septiembre de 1974


 

domingo, 10 de septiembre de 2023

Sócrates Quintana

 

Sócrates Quintana, en la sala Espí

 

         Cuando entráis en la sala de exposiciones y os dicen "ven te voy a presentar al pintor" y os acercan a Sócrates Quintana, instintivamente volvéis la cabeza hacia las paredes, porque una cierta duda se apodera de vosotros. Estáis ante un hombre de edad avanzada (aunque eso sí de aspecto deportivo) y en los cuadros que están ante vuestros ojos el color salta con aires de juventud primera. No será vuestra única sorpresa, porque os sorprenderán los dibujos y sobre todo, las xilografías.

 

         Después sabréis que Sócrates Quintana, además de pintor, ha sido muchas cosas en esta vida, pero se nos antoja que en esto de la pintura ha ido refugiándose él, en cada cuadro, en cada paisaje honradamente conseguido, la verdad de sus años; lo otro, el trabajo habitual, los deportes practicados con que nos sorprende en su anecdotario, han sido la realidad necesaria de la que ha estado en constante huida, para refugiarse en estas delicadas tablas en las que se intuyen momentos de sosiego.

 

         Pero, ¿para qué seguir nosotros hablando de su pintura si ya lo hizo, con su indiscutible autoridad, el profesor Lafuente Ferrari? Leamos un párrafo de su comentario escrito hace ya unos años, pero que refleja también la verdad de ahora, de esta exposición que nos ofrece el pintor en su envidiable “juventud”. “Los cuadros de Sócrates Quintana -escribió Lafuente-, son de una pureza sin aliño poco frecuente; ellos, con su finura de color, su delicadeza y su alegría, representan, para mí, la continuación de una línea de paisaje, interrumpida entre nosotros, pero definida por un gran maestro, al que no se ha hecho todavía justicia: don Aureliano de Beruete. Sócrates, como Beruete, enamorado de la luz milagrosa y aérea de la meseta castellana, posee la virtud esencial del pintor ante la naturaleza, o sea, lo que podríamos llamar el sentido reverencial del paisaje; es decir, el deseo de profundizar en su fisonomía y en su luz, la voluntad respetuosa de salvar la peculiar personalidad de cada paisaje."

 

         Este es también el Sócrates Quintana de hoy, respetuoso ante el paisaje, colorista por excelencia y maestro de dibujantes, como lo ha sido toda la escuela española del paisaje, desde Carlos de Haes hasta nuestros días.

 


Publicado en:

El diario Alerta, el 10 de septiembre de 1974


 

 

domingo, 3 de septiembre de 2023

Onomástica prerromana en la epigrafía cántabra

 

“Onomástica prerromana en la epigrafía cántabra”,

de José Manuel Iglesias Gil

 


         Ha aparecido estos días en las librerías un nuevo libro editado por la Institución Cultural de Cantabria, con el título de "Onomástica prerromana en la epigrafía cántabra". Su autor es un joven investigador montañés, el profesor don José Manuel Iglesias Gil. El texto constituye su memoria de licenciatura por la Universidad de Salamanca.

 

         Para aquellos especialistas que por su profesión siguen de cerca las publicaciones relacionadas con la lingüística, el nombre de Iglesias Gil no les resultará nuevo. En la revista "Zephirus" de dicha Universidad, han aparecido trabajos suyos de notable calidad, que presagiaban una obra del interés y la categoría científica como esta que nos ofrece ahora. Está muy reciente también su lección en el X Curso de Prehistoria y Arqueología organizado por el Seminario Sautuola, de la Institución Cultural de Cantabria, en Santander, en el que ha alternado muy dignamente con las primeras autoridades nacionales en estas ramas de la historia. Iglesias consumió su turno en este curso con indudable categoría de maestro.

 

         El libro que nos ocupa es el resultado de unos años de investigación, en los que su autor derrochó esfuerzo, paciencia y conocimiento, permitiéndole desentrañar el misterio de algunos textos de aras votivas y estelas, al mismo tiempo que rectificar, en aquellos casos en que era necesario, la lectura que, anteriormente habían hecho de ellas los autores que le precedieron. Sólo esta labor de proporcionarnos una lectura correcta, hubiera sido ya meritoria. Si pensamos en las dudas que se han planteado a lo largo de los años para la interpretación de las numerosas inscripciones que él ha estudiado, podremos valorar en la debida medida el esfuerzo y los conocimientos del autor. Pero no está solamente aquí el interés de este libro; la sólida formación lingüística del investigador, en que se apoya toda la obra, le ha permitido ir más allá en su labor, sacando importantes conclusiones. Con esta base ha podido introducirse, por ejemplo, en el arduo problema de los límites de la Cantabria romana y de su poblamiento, aportando a este difícil estudio inéditas interpretaciones.

 

         El trabajo es modelo en su género: rigor científico en la búsqueda y exposición de datos; claridad en las deducciones y honradez para dejar en el aire aquello que no ha podido ser visto con la seguridad y certeza que preside todo el texto. Acompaña al mismo la reproducción fotográfica de las 98 piezas estudiadas y una amplia bibliografía.

 

         No sabemos si estaremos ya ante una nueva escuela montañesa de prehistoria y arqueología, pero libros como este del profesor Iglesias Gil nos hacen pensar que, por lo menos, hemos entrado en el camino que puede conducir a ella. la labor del "Seminario Sautuola", de la Institución Cultural de Cantabria, paciente y callada, pero sin pausa, que trasciende al público en el mes de agosto con los cursos estivales que se celebran en el Museo, puede ser el lugar donde se está fraguando esa escuela, que soñamos ver un día como núcleo importante de nuestra futura Facultad de Filosofía y Letras.

 


Publicado en:

El diario Alerta, el 1 de septiembre de 1974