El correr hacia la vida de Pepe Hierro
La trayectoria humana del último Premio Nacional de las Letras
Tuve la fortuna, la inmensa fortuna, de que muchas de las horas de la época de Proel, y también en años anteriores a ellas, las pasara junto a José Hierro. En la biografía que escribí de José Luis Hidalgo quedó testimonio de esto en las cerca de sesenta citas en las que aparece su nombre. Años de vino y rosas fueron aquellos; años primeros de juventud en los que no faltaron las espinas, pero a los que nosotros supimos dorar con la poesía. Y no es retórica esta expresión, porque la poesía vivida en común fue camino que hicimos entonces. El propio Hierro lo confirmó así en una conferencia suya, en 1958: "Piensen ustedes -dijo-, que esto ocurría en torno a la guerra española, en un momento en que la poesía andaba total, absolutamente, aislada; no pertenecía en verdad a la vida real. Nosotros teníamos necesidad de hacer versos -continúo leyendo a Hierro-, tratábamos de hacerlos. Teníamos para nosotros una biblia que nos pasábamos, que comentábamos, que discutíamos sobre ella, que era la Antología de Gerardo Diego
Todo esto estaba sucediendo en los angustiosos años de la guerra civil. Recuerdo el día primero que me encontré con José Hierro; la fecha exacta no importa, pero sé que fue en el otoño de 1936, después de que las fuerzas militares del general Franco hubieran conquistado San Sebastián.
El estudio del fotógrafo Duomarco, la casa de Pepe Hierro y los arenales y jardines de El Sardinero en la capital montañesa, serían enseguida escenario de lectura de poemas, de discusiones pictóricas y de los más divertidos proyectos. Fueron los tiempos en que Hierro conoció a José Luis Hidalgo, "en ocasión -escribió más tarde-, de haber escrito yo unos versos que él leyó". Tiempos de amistad con Luis Corona y Jesús Cancio y con el pintor Antonio Quirós.Desde la cárcel, Hierro iba a sentir pronto, en años muy jóvenes, la brutalidad de aquella separación impuesta que a todos nos había dispersado, y temía que, cuando nos volviéramos a ver otra vez, no coincidiéramos en nuestras apreciaciones, y que la amistad sería "puro cuerpo muerto y forzado", como le decía a Hidalgo en una carta.
Eran los años en que Hidalgo escribía los poemas que después iban a incorporarse a su libro primero Raíz, y Hierro alternaba sus sueños de "raquero" en el muelle de Maliaño con la poesía y con la estancia en la cárcel. ¡Cómo los amigos de entonces podemos olvidar esos años! ¡Cómo olvidar las horas en la casa de Pepe, en la santanderina calle de Vargas, en aquél cuarto piso del número nueve de la calle de Vargas! ¡Qué comuna aquella! Cuánta hambre nos quitó doña Esperanza la madre de Pepe, con inconcebibles pucheros de alubias en los que todos los que llegábamos teníamos derecho a meter la cuchara. Qué bien nos sabía aquel horrendo café de recuelos que nos servía de postre. Allí llegaban en los primeros años de relación José Luis Hidalgo, Manolo Concha, Eduardo Rincón...nómina que más tarde se ampliaría a los amigos del grupo Proel.
En septiembre. de 1938 pareció que todo esto había llegado a su fin. Una decisión política llevó a la cárcel a una parte de aquel grupo de amigos. El día 13 ingresó Pepe Hierro en la prisión Provincia, permaneciendo detenido, en ésta y en otras prisiones, hasta los primeros meses de 1944, con algunas breves salidas temporales intermedias. Cuando quedó en libertad definitivamente fijó su residencia en Valencia, junto a Hidalgo que vivía allí. José Campos, el otro gran amigo de todos, muerto repentinamente después de sufrir la tragedia de su inesperada ceguera, escribió así de la llegada de Hierro a la ciudad levantina: "Poco más equipaje traía que unos versos, una novela inédita y un acordeón". No necesitaba más para emprender una nueva vida; para adaptarse a un ambiente en el que Hidalgo, representaba la continuidad recuperada. Pronto sería reconocido por El rudo cántabro e impuso enseguida su ley de cordialidad, de dinamismo, de la fuerza imparable que tiempos después llevó a Ricardo Gullón a preguntarse en un acto público¨ ¿A dónde corres Pepe Hierro?". Este correr hacia la vida, o huyendo de la muerte, como le contestó el poeta, ha sido su genuina manera de ser.
De estos años de Valencia vino la amistad con Jorge Campos, ya citado, con Ricardo Blasco, con la familia Ribes, con Pedro Caba, con Ricardo Zamorano, con Vicente Gaos, con Eusebio García Luengo, con Carmelo Pastor...
Años valencianos de bohemia, de dificultades, de añoranza de Santander en versos. Después vendrían unos años santanderinos, tras la muerte de José Luis Hidalgo en febrero de 1947; quizás los años vividos más apasionadamente por Pepe en su Santander. Se van a suceder los tiempos de la generosa y protectora amistad con Pedro Cantolla dentro del Grupo Proel donde vio publicado su primer libro Tierra sin nosotros, que yo no puedo leer, a pesar del tiempo transcurrido, sin que sus versos me emocionen. Aquel grupo donde se añadieron nuevas y buenas amistades: Julio Maruri, Marcelo Arroita-Jaúregui, Leopoldo Rodríguez Alcalde, Carlos Salomón. Enrique Sordo, Ángel de la Hoz, Manuel Arce, Víctor Fernández Corujedo, Joaquín de la Puente. Emilio Arija... Son los años de la amistad con Pancho Cossío, de exposiciones y conferencias en de Proel; de las primeras críticas de arte en ALERTA... Los años en que se inicial la buena amistad con Ricardo Gullón y Pablo Beltrán de Heredia, con quienes participa en las reuniones de la Escuela de Altamira.
Hasta que un día Pepe tuvo que irse a Madrid con su mujer y los hijos para emprender un nuevo camino en donde hoy rumia nostalgias de aquellos años.
Publicado en:
El diario Alerta, el 3 de junio de 1990
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