lunes, 27 de febrero de 2023

En memoria del escultor Muro Muriedas, poeta de la gubia y la madera

 

En memoria de Muriedas

            Hace unos días me comunicaba mí amigo el poeta Julio Sanz Saiz, que estaba preparando la fiesta anual de la poesía, y que este año iba a ser dedicada al escultor Mauro Muriedas. ¡Qué entrega la de Julio a este acto todos los años y qué buena idea la de recordar al inolvidable Mauro, gran poeta de la gubia y la madera!

            A mí memoria vino un artículo que publiqué hace más de un cuarto de siglo, el día de la poesía de entonces, mientras se mostraba al público una exposición de la obra de Mauro “No, no es pura coincidencia que después de tantos años, una exposición de Mauro Muriedas nos haya llegado al mismo tiempo que la primavera y la poesía”. Así empezaba aquel artículo, en el que en otro párrafo continuaba: “Yo he estado viendo, durante cerca de cuarenta años, cómo a Muriedas los árboles que tocaba con su gubia se le convertían en poesía... Antes de que el árbol soñara con ser escultura, sólo y nada menos que cuando todavía era árbol, cuando los ojos de Muriedas acariciaban el tronco predestinado, las manos recias, pero siempre tiernas del escultor ya sentían la morbidez de la madera. En este ir del árbol a la poesía que son sus esculturas, han transcurrido estos largos años de su vida”, cortados dolorosamente hace una década, cuando ya era entonces solo el hombre derrumbado, pidiendo un hueco, para siempre, entre las criaturas que habían salido de su mano, cuya imagen se agolpaba, en aquella hora de su muerte, en mí memoria.

            Fue el momento en el que el recuerdo imperecedero volvía a la mente. Cuando el escultor cesaba en sus golpes con la gubia en la madera, entornaba los ojos; ya había un atisbo en la obra proyectada, empezaba a oírse la poesía.  “Calla como si escuchara, pero no escucha porque toda la música la lleva dentro”, escribí entonces, empujando el recuerdo. “Como Fray Angélico, sentirá la necesidad de arrodillarse ante su obra, se humillará, pedirá perdón por haberla creado, porque teme por sus criaturas”.

            El recuerdo se une ahora al homenaje. Su vida fue una curva de circunstancias en las que se iba proyectando una teoría de amarguras, desde un temple único que nacía de la fe en sí mismo y en un derroche de fuerza plástica y de amor a los demás.

            Cuando le vi por última vez, dormitando tendido sobre la cama Mauro estaba tallando en ese momento, para la eternidad, con la humildad acostumbrada, su propia figura, en un silencio irrepetible, en el que el golpe de la maza sobre la gubia era ya tan sólo cosa de ángeles.

            Gracias, Julio Sanz Saiz, por este recuerdo que ahora nos traes, del gran poeta de la gubia y la madera, en la fiesta anual de la poesía.

Este artículo se mandó a la prensa con el título: 

En memoria del escultor Muro Muriedas, poeta de la gubia y la madera

Publicado en:

El Diario Montañés, 27 de febrero de 2001

 


 

martes, 14 de febrero de 2023

La poesía española de postguerra

 

La poesía española de postguerra

 

 


 

         La literatura española contemporánea presenta tres momentos singulares, que monopolizan prácticamente todos los estudios literarios aparecidos en lo que va de siglo: el correspondiente a los escritores de la generación del 98. el de los poetas del 27 y el de la poesía española de posguerra. Los tres han provocado una extensa bibliografía muy difícil de abarcar ya en su conjunto. Pero, es posible que, de las tres épocas citadas, sea relativamente la más amplia la que se refiere a la última. Las trágicas circunstancias que la precedieron y las no menos dolorosas en que se movió, la proporcionan un interés humano, al margen del propiamente literario, que es preciso no perder de vista al enjuiciar su importancia. No pretendemos con este comentario rebajar la categoría literaria de la poesía de los años cuarenta, que fue mucha; simplemente, queremos llamar la atención sobre una situación que ha contribuido a acrecentar su interés. Estarnos convencidos de que transcurridos los años necesarios, cuando los valores humanos dejen de provocar un eco emocional en los lectores, porque estos no sintonicen ya aquellas vivencias, su valor poético se destacará con la luz propia y potente que tiene.

 

         La poesía española de posguerra ha sido un goteo constante en las librerías y en las publicaciones periódicas. En los años cuarenta son las revistas especializadas las que se encargan de ir preparando las bases para los estudios que vendrán después. Las puramente poéticas (más de cincuenta se pueden contar en esa década) y las de literatura en general, como "La Estafeta Literaria", "Escorial", "Cuadernos de Literatura Contemporánea", "Ínsula", etcétera, recogen ensayos y artículos que van dando cuenta, sobre la marcha, de la poesía que está viendo la luz a partir de nuestra guerra civil y se producen encendidas y saludables polémicas. Los años siguientes nos traen nuevos poetas y nuevas maneras de hacer y entender la poesía, y, sobre todo, el necesario sosiego para ir entendiendo lo que se dijo o lo que se dejó de decir en los años anteriores; es el momento en que la poesía de posguerra empieza a entrar en la historia. La serie de libros que miran ya desde esa altura la poesía española de los años cuarenta, se cierra hoy con un libro del profesor Víctor G. de la Concha, que acaba de publicar Ediciones Prensa Española. Su autor corona con él una entrega entusiasta de muchos años de labor, cuyo resultado con quinientas páginas de documento, agudo y riguroso estudio.

 

         Aun cuando, como hemos indicado en líneas anteriores, los libros sobre la poesía de postguerra son numerosos, pocos como este del profesor De la Concha han llegado a reunir crítica e historia en una necesaria interrelación, para ofrecer una visión completa de la época. Su autor no vacila en recurrir a la anécdota para recuperarla y dándola la necesaria categoría, incorporarla a la historia. Panorama poético de la preguerra; poetas ante las ruinas; refugiándose en la intrahistoria; "si Garcilaso volviera"; los espadañistas, son otros tantos títulos de algunos de los capítulos del libro, en los que, al lado de juicios certeros sobre los diversos movimientos poéticos, nos ofrece datos de primera mano relativos a algunos de los personajes y situaciones del momento. Alrededor de ellos, encontrará el lector toda la historia de nuestra poesía inmediata a la guerra civil, seriamente documentada, comentada por un agudo crítico y analizada con rigor científico.

 

         Queremos destacar el último capítulo del libro, en el que su autor estudia la "Quinta del 42", centrándose en los poetas montañeses José Luis Hidalgo, José Hierro y Julio Maruri, a los que Leopoldo Rodríguez Alcalde había dedicado ya unas páginas de su libro "Vida y sentido de la poesía actual" (1956). El profesor De la Concha se introduce en "la metafísica sensorial de José Luis Hidalgo", en "el realismo existencial de José Hierro" y en "la engañosa ternura de Julio Maruri" y de una manera magistral va ofreciéndonos una clara y profunda interpretación de los tres autores montañeses, dejando constancia de la parte que les corresponde a los tres en la rehumanización de la poesía española de posguerra.

 

         En resumen, un libro indispensable, tanto para el conocedor del tema, como para los que quieran iniciarse en el mismo, en el que encontrarán pistas seguras y debidamente desbrozadas.

 

 

Publicado en: El diario Alerta, 14 de febreo 1974Macintosh HD:Users:nacho:Desktop:books.jpgMacintosh HD:Users:nacho:Desktop:books.jpg

domingo, 5 de febrero de 2023

El General Castañeda

 

Don Ramón de Castañeda, el general romántico

Cien años de su muerte

 

 


 

         De nuestros años de adolescencia, de nuestras horas pasadas en la Biblioteca Popular de Torrelavega, recordamos los comentarios que oímos en diversas ocasiones a los que entonces la regían, hablando del archivo del general Castañeda. La Biblioteca era depositaria de este archivo, que nosotros no llegamos a conocer y de un traje del general que nuestros ojos infantiles veían con asombro. Un grabado de la época en el que se representaba a Castañeda en el campo de batalla, contribuía a llenar la leyenda de aquel personaje. ¿Quién era el general Castañeda? ¿Por Qué se le distinguía conservando sus recuerdos y papeles?

 

         Por lo pronto, se trataba de un general del siglo XIX; de un general que había tomado parte activa en las luchas civiles que ensangrentaron el sueño de España. Esto era más que suficiente para nuestro espíritu romántico. Las aventuras vividas por carlistas y liberales nos eran conocidas por las novelas de Baraja y Valle Inclán, y Castañeda se convirtió así para nosotros, en un personaje de carne y hueso de los libros que leíamos. Además, había nacido en Torrelavega. Teníamos reunidos todos los ingredientes precisos para hacer de él nuestro héroe.

 

         (Pisano, el pintor, quería hacer un retrato del conserje de la Biblioteca vestido con el traje de don Ramón de Castañeda, pero no, no podía ser -decía Pisano- porque Isidoro, el conserje, tenía aspecto de general carlista y Castañeda había sido liberal).

 

         Así vimos al general Castañeda en nuestra adolescencia; a través del misterio de unos papeles encerrados en una caja - ¡qué dirían aquellos papeles! -; deslumbrados por su traje y un poco envidiosos ante aquella apuesta planta varonil del grabado.

 

         Pasaron los años y Pablo del Río Gatóo nos desveló el misterio; buceó en los intrigantes papeles y nos fue dando noticias fehacientes del romántico general.

 

         Don Ramón de Castañeda y Fernández había nacido en Torrelavega, en la casa solariega de la calle de Herrerías, el 12 de abril de 1788. Sus padres eran don Francisco de Castañeda y Cornejo y doña Ana María Fernández de Palazuelos. La infancia del futuro genera transcurrió en nuestra vieja puebla, en la casa en que nació, vecina del solar del duque del Infantado, señor de la Vega. Cuando cumple los 20 años ingresa en el batallón de Tiradores de Castilla y empiezan sus vicisitudes bélicas. Napoleón ha invadido España y sus tropas llegan a nuestra provincia. Don Ramón de Castañeda es nombrado teniente de infantería por el presidente de la Junta de Armamento de Santander y a las órdenes del brigadier Juan Díez de Porlier interviene en diversas acciones, que se extienden a la provincia limítrofe de Vizcaya, donde es herido. Cuando terminan las luchas de la guerra de Independencia, ostenta la graduación de capitán.

 

         En junio de 1836 es ascendido a coronel y en octubre del mismo año a brigadier. En 1839 se libra una encarnizada batalla en la zona de Ramales, de la que salió victorioso en su nuevo cargo de mariscal de campo que le sirve para que un año antes de su muerte, en 1871, le fueran premiados los servicios en aquella acción con el título de conde de Udalla. En 1854 llegó a dignidad de teniente general.

 

         Castañeda era un hambre de sólida formación liberal, de la que no abjuró en ningún momento lo que le hizo vivir las vicisitudes y vaivenes de los Gobiernos de la época. Fue uno de los hombres fuertes de Espartero y cuando don Juan Prim desde el exilio, preparaba su venida a España, nombró a don Ramón de Castañeda general en jefe de todas las fuerzas que pudieran ponerse en pie de guerra en Castilla la Vieja.

 

         El 11 de marzo de 1872 dejó de existir, a los ochenta y tres años de edad, en la misma casa de Torrelavega en la que había nacido. Pablo del Río nos dijo de él en reciente trabajo, que hizo público en un diario de la provincia: «Hemos de considerarlo como hombre de visión romántica que siguió el itinerario del viento de la época, derramando su sangre generosa cuantas veces la patria lo necesitó; prototipo de los militares sanos y valientes de su tiempo y portador de las virtudes del hidalgo montañés de rancio linaje, a quien tocó compartir activamente la desgarrada historia nacional del siglo XIX.

 


         Hace pocos años todavía se conservaba la puerta de acceso al Palacio de los Castañeda que durante mucho tiempo fue después alojamiento del cuartel de la Guardia Civil de Torrelavega. Sobre la puerta había dos leones que sostenían con su zarpa los escudos de la familia, uno estaba totalmente destrozado, pero el otro se conservaba prácticamente intacto. Cuando se derribó esta puerta un gesto romántico nos llevó a recoger este resto de la historia de uno de los hijos ilustres de Torrelavega. Su pueblo natal va a recordarle ahora en el centenario de su muerte con un acto académico.

 


 

Publicado en:

El diario Alerta el 5 de febrero de 1972