En memoria de Muriedas
Hace unos días me comunicaba mí amigo el poeta Julio Sanz Saiz, que estaba preparando la fiesta anual de la poesía, y que este año iba a ser dedicada al escultor Mauro Muriedas. ¡Qué entrega la de Julio a este acto todos los años y qué buena idea la de recordar al inolvidable Mauro, gran poeta de la gubia y la madera!
A mí memoria vino un artículo que publiqué hace más de un cuarto de siglo, el día de la poesía de entonces, mientras se mostraba al público una exposición de la obra de Mauro “No, no es pura coincidencia que después de tantos años, una exposición de Mauro Muriedas nos haya llegado al mismo tiempo que la primavera y la poesía”. Así empezaba aquel artículo, en el que en otro párrafo continuaba: “Yo he estado viendo, durante cerca de cuarenta años, cómo a Muriedas los árboles que tocaba con su gubia se le convertían en poesía... Antes de que el árbol soñara con ser escultura, sólo y nada menos que cuando todavía era árbol, cuando los ojos de Muriedas acariciaban el tronco predestinado, las manos recias, pero siempre tiernas del escultor ya sentían la morbidez de la madera. En este ir del árbol a la poesía que son sus esculturas, han transcurrido estos largos años de su vida”, cortados dolorosamente hace una década, cuando ya era entonces solo el hombre derrumbado, pidiendo un hueco, para siempre, entre las criaturas que habían salido de su mano, cuya imagen se agolpaba, en aquella hora de su muerte, en mí memoria.
Fue el momento en el que el recuerdo imperecedero volvía a la mente. Cuando el escultor cesaba en sus golpes con la gubia en la madera, entornaba los ojos; ya había un atisbo en la obra proyectada, empezaba a oírse la poesía. “Calla como si escuchara, pero no escucha porque toda la música la lleva dentro”, escribí entonces, empujando el recuerdo. “Como Fray Angélico, sentirá la necesidad de arrodillarse ante su obra, se humillará, pedirá perdón por haberla creado, porque teme por sus criaturas”.
El recuerdo se une ahora al homenaje. Su vida fue una curva de circunstancias en las que se iba proyectando una teoría de amarguras, desde un temple único que nacía de la fe en sí mismo y en un derroche de fuerza plástica y de amor a los demás.
Cuando le vi por última vez, dormitando tendido sobre la cama Mauro estaba tallando en ese momento, para la eternidad, con la humildad acostumbrada, su propia figura, en un silencio irrepetible, en el que el golpe de la maza sobre la gubia era ya tan sólo cosa de ángeles.
Gracias, Julio Sanz Saiz, por este recuerdo que ahora nos traes, del gran poeta de la gubia y la madera, en la fiesta anual de la poesía.
Este artículo se mandó a la prensa con el título:
En memoria del escultor Muro Muriedas, poeta de la gubia y la madera
Publicado en:
El Diario Montañés, 27 de febrero de 2001