El castro de Coaña en Navia (Asturias)
El estudio de cualquier yacimiento arqueológico presenta normalmente una serie de problemas que en muchas ocasiones se quedan en interrogantes sin contestación concreta. A pesar de los progresos que se han realizado en las últimas décadas, en las que se ha conseguido fijar con profundo rigor científico una serie importante de los problemas con que se enfrenta el arqueólogo, quedan aún muchos por dilucidar. Quizá sea éste uno de los encantos de la arqueología y el que origina que vaya en aumento el número de estudiantes que se dedican a tan atrayente especialidad.
La mayor seguridad con que pisamos cada día en el mundo, en el que todo va adquiriendo la frialdad de los números exactos, de los parámetros rigurosos, de las máquinas sin error y sin duda, posiblemente precise de esa incertidumbre con que en ocasiones se enfrentan los arqueólogos en sus investigaciones. El universo se está convirtiendo poco a poco en algo muy aburrido; dentro de pocos años no va a quedar nada por descubrir, ni nada tampoco sobre lo que dudar. Al hombre se le está agotando el misterio, y por eso vuelve su cabeza hacia atrás, hacia los años pretéritos, que con la ayuda de la arqueología está tratando de saber cómo fueron.
En este otear el pasado desde nuestra realidad de hoy, traemos a estas páginas, para nuestros lectores, el comentario sobre un interesantísimo poblado antiguo, cuya situación es de relevante actualidad para los que componemos la familia Sniace. Nos referimos al Castro de Coaña, ubicado en una zona muy próxima a la ocupada por la fábrica de celulosa que ha montado Ceasa en Navia. Parte del personal de Sniace que se ha desplazado a aquélla fábrica con motivo de la puesta en marcha ya ha visitado los restos que se conservan del poblado. Uno de ellos, don Eusebio Gutiérrez, nos ha facilitado las fotografías que reproducimos y que hablan elocuentemente de la importancia e interés de este poblado.
El Castro de Coaña, o «El Castrillón», como le llaman los nativos, es uno de los muy numerosos poblados de este tipo que se extendieron por la región asturgalaica en la segunda mitad del primer milenio antes de Cristo, en una época que, para la zona geográfica citada, los estudios designan con el nombre de Cultura de los Castros. Con este nombre se pretende identificar un tipo de vida con unas características propias, en las que es actor un pueblo primitivo, descendiente posiblemente del hombre de Neanderthal, asentado desde tiempo inmemorial en el noroeste de la Península, y otro pueblo que se superpone a éste, que entró en España procedente de alguna región de Europa, a los que se ha dado el nombre de celtas.
Cuando estos invasores llegan a lo que es hoy Asturias y Galicia, llevan ya siglos de un lento peregrinar desde sus oscuros orígenes, en el que han ido dejando atrás generaciones y generaciones de hombres de su raza y han ido adquiriendo costumbres y enriqueciendo su «civilización», al mismo tiempo que han intercambiado sus formas de vida con los otros pueblos que encontraron a su paso.
Si queremos, ya podemos empezar a plantearnos las primeras interrogantes a que aludíamos al principio: ¿cuál es el origen de este pueblo celta que es combatido primero por los naturales de la región, se le respeta después y más tarde se le acepta? Como dice un autor especializado en el tema, dejémoslo en el aire y sigamos, porque a ésta tendremos que añadir más.
Parece que cuando los invasores llegaron al noroeste de España se encontraron con un pueblo de civilización inferior a la suya, muy rudimentaria, que vivían en chozas construidas con ramajes, que buscaban en la caza su única forma de alimento y que ya conocían el fuego. Los celtas imponen sus costumbres, que, aun cuando no distaban mucho de las de los aborígenes, fueron suficientes para variarlas en ciertos aspectos. El éxodo durante tantos siglos les ha hecho aglutinarse en grandes familias o colectividades, que al pasar a una vida sedentaria se traduce en la construcción de importantes aglomeraciones urbanas. Sin embargo, estas ruinas que ahora podemos contemplar en «El Castrillón» parece que no proceden de entonces. Los celtas no han tenido dificultades mayores para sojuzgar al pueblo primitivo y no precisan de grandes ni fuertes edificaciones para defenderse. Quizá el origen de estas murallas, de estos edificios circulares de piedra, tengamos que buscarlo en épocas de enfrentamiento, y entonces encontremos la explicación de su origen en la invasión romana y en su cruenta lucha con los cántabros y astures a finales de la era anterior a Cristo (años 29-19 a. de C.).
La defensa del territorio contra un enemigo fuerte y bien pertrechado requiere unos medios adecuados. ¿Está aquí el nacimiento de las murallas cuyos restos podemos hoy contemplar? Nueva pregunta sin respuesta autorizada. Sea cual fuere el origen de este castro, ahí están sus restos para hablarnos de un mundo antiguo en el que también se vivía, se amaba y se moría; en el que unos hombres semejantes a nosotros construyeron la base sobre la que está asentada nuestra civilización en sus primeros escalones.
Nos abstenemos de describir este poblado porque no tenemos espacio para ello y porque el curioso visitante encontrará en él un guarda-cicerone que se lo explicará. Allí, sobre el terreno, le irán asaltando más preguntas sin contestación concluyente: ¿qué objeto tenía lo que hoy se llama, para entenderse, «casa matriarcal»? Y el «recinto sacro», ¿para qué servía? Las piedras con agujeros de cierta profundidad y diámetro, ¿eran molinos para triturar las bellotas de que se alimentaban abundantemente. urnas cinerarias o altares domésticos? ¿Fueron realmente celtas sus habitantes?
Dejemos estas preguntas a los arqueólogos y dediquémonos a visitar el poblado, dejando que cada uno de nosotros arranque el eco poético de lo misterioso.
Publicado en:
La revista “Sniace. Nuestra vida social” Nº 140
Enero-Febrero 1974