miércoles, 30 de marzo de 2022

EL MERCADO SEMANAL DE TORRELAVEGA

 

EL MERCADO SEMANAL DE TORRELAVEGA /1

 

 


            El jueves, 4 de julio de 1.799, tuvo lugar el primer mercado semanal que se celebró en nuestra ciudad.

 

            Pronto se van a cumplir doscientos años y nos parece oportuno recordarlo, no solo por el valor económico que ha venido representando y continúa representando este renglón comercial para Torrelavega, sino también para traer a la memoria de los vecinos actuales el esfuerzo que supuso el lograr la concesión de este mercado, esfuerzo que nos habla, desde los doscientos años de distancia, de las singularidades de aquellos vecinos de entonces que con un dinamismo digno del mejor recuerdo, se nos presenta al mundo local actual como ejemplo a tener en cuenta. Volver la vista atrás con esta orientación, no dejará de ser provechoso como base y muestra para proyectar hacia el futuro el Torrelavega de hoy, en lo que todos estamos empeñados.

 

            No resultó fácil para aquellos antepasados nuestros llegar a poner en pie el mercado semanal. Como consideración importante a tener en cuenta en este sentido pensemos que si bien la Real Cédula del Rey Carlos III por la que se concedió a la entonces villa la realización de este mercado lleva la fecha de 1 de septiembre de 1.767, iban a pasar más de treinta años en gestiones hasta que fuera una realidad.

 

            Todo se había iniciado con una petición formal que por parte de los “Oficiales y vecinos de la villa” fue elevada al Rey, alegando que “...con el motivo de hallarse [Torrelavega] en el comedio de lo mejor de dicha Montaña y su terreno y situación en el camino que por ella pasaba desde Castilla a Santander y desde Asturias a Bilbao y otras partes... siendo por lo mismo tránsito preciso para el alojamiento de Regimientos que de ordinario pasaban por ella... en la que regularmente hacían descanso por su buena situación... se hallaban sus naturales oprimidos y cargados, tanto por lo que se les incomodaba en alojar dichos Regimientos, cuanto por los bagajes que se les pedía continuamente, perdiendo tiempo de acudir a sus labranzas para poderse mantener”.

 

            Otro argumento de referencia en este escrito hablaba de las obras de reparaciones que se veían obligados a realizar con relativa frecuencia en los caminos y tierras “fructíferas”, por los daños que causaban los ríos cuando sus aguas se desbordaban, labores en las que se obligaba a los vecinos a intervenir, “sin tener más arbitrios para hacer soportables estos perjuicios”. Sobre ello se añadía otra justificación que parece fue de gran peso:  las villas comarcanas, que sobre no estar grabadas con las presiones que la de Torrelavega, tenían muchos días de feria en el año y ninguno nuestra villa. Parece que fue importante esta consideración, pues fue recogida así textualmente en la Real Cédula: “destinando el producto que de él [el mercado] saliese para subvenir a los reparos y pensiones con que se hallaba grabada, mediante no tener en todo el año otra feria ni mercado alguno, como lo tenían los más inmediatos”.

 

            El que tuvieran que transcurrir más de treinta años entre la fecha de la concesión y su puesta en servicio, tuvo su justificación en la escasa fuerza económica de aquel reducido número de vecinos, pero quizás la razón más poderosa estuvo centrada en la presión de otros núcleos de población próximos en los que se venían celebrando mercados, que iban a verse amenazados en sus resultados económicos.

 

            En la Primera Guía de Santander, publicada el año 1.793, fecha tan próxima a la de la iniciación de nuestro mercado, se citan los que tenían lugar entonces, entre los que aparece mencionado con mayor frecuencia, el de Santillana del Mar, localidad que por su proximidad a Torrelavega podría verse afectada desfavorablemente por el nuevo mercado que se pretendía. El de Santillana gozaba ya entonces de merecida fama, pues su vida tenía una antigüedad de cien años, pero ningún contrincante es pequeño.

 

            Dejemos para un próximo escrito otras dificultades que surgieron antes de conseguir que el nuestro se hiciera realidad, que nos van a confirmar el tesón y el buen sentido con que fueron vencidas.

 

Publicado en: El diario montañés, 11 de marzo de 1999

 

 

EL MERCADO SEMANAL DE TORRELAVEGA / y 2

 

            En mis comentarios anteriores sobre este tema (ver DM 11-3-99), ya se hacía referencia a cómo se habían conseguido vencer las dificultades iniciales que se presentaron al tratar de poner en marcha este mercado. Dificultades a las que seguirían otras que exigieron la misma tenacidad y buen tino empleados para vencer aquellas anteriores.

 

            Ya he aludido a que en algunos de los pueblos cercanos se venían celebrando mercados como el que se pretendía para Torrelavega. Con los más próximos se abrieron negociaciones con el fin de llegar a un acuerdo por el cual se diera al mercado un carácter común, de manera que los vecinos de estos pueblos limítrofes acudieran todas las semanas a Torrelavega para poner a la venta los productos propios. Esto requirió llegar a un convenio, que se confirmó por escrito, redactando un reglamento de actuaciones al que se llamó “Escrito de Concordia”.

 

            Aceptaron el compromiso Cartes, Viérnoles, Polanco y Miengo, obligándose Torrelavega a repartir con ellos los beneficios que se pudieran obtener mediante los oportunos arbitrios. El concejo de Cohicillos se agregó a Cartes y los de Cudón, Bárcena, Gornazo y Cuchía a Miengo. Torrelavega se personaba con Barreda, La Montaña, Lobio, Sierrapando, Campuzano, Dualez, Ganzo, Tanos y Torres.

 

            En el “Escrito de Concordia” quedaron comprometidos sus firmantes a que los vecinos de cada uno de estos lugares “contribuyan a fomentarle [el mercado] concurriendo con comestibles y potables”.

 

            El acuerdo se presentó en una amplia y minuciosa puntualización, que en once capítulos fijaba las normas a que había de atenerse el desarrollo del mercado en todos sus aspectos. En primer lugar, se fijó el día de la semana en que tendrían lugar. En la Real Cédula de concesión se señalaban los lunes, pero teniendo en cuenta que este día tenía lugar el de Reinosa y los miércoles el de Los Corrales, se acordó como día más apropiado el jueves. En sucesivos capítulos de indica el lugar (“la plazuela fronteriza a la Casa-Mesón de la Villa”); que el mercado “ha de ser libre y franco para todo” y en caso de rendir algún producto repercutiría en utilidad común de todos los pueblos y lugares participantes; que los “tinglados, soportales y techados han de ser públicos y comunes”. También se fijaban “raseros y medidas” para los artículos que se pondrían a la venta.

 

            De todo se había dado oportuna cuenta a los vecinos cuyos pueblos estaban incluidos en el acuerdo, mediante la divulgación de un anuncio en el que se detallaban las condiciones pactadas y que “estos se hagan fijar en los sitios más públicos y pueblos numerosos de estas Montañas y en las provincias de Castilla, León, Vizcaya y Principado de Asturias...”.

 

            La instalación inicial debió de ser muy rudimentaria. En una Memoria que el año 1.892 presentaron al Ayuntamiento los maestros de obras Pablo Piqué y José Varela, acompañando a un plano urbano de Torrelavega, se hablaba así de ello: “ A principios de este siglo era [Torrelavega], una pequeñísima aldea, de tan escasos recursos, que para fundar el mercado... tuvo que unirse a los Ayuntamientos de [citados anteriormente], para reunir fondos y adquirir un pequeño terreno y levantar en él un pobre portal de pequeña área sobre cuatro pies derechos, el que sirvió de punto de contratación y exposición de frutos puestos a la venta”.

 

            En el mismo escrito comentaban sus autores que “el mercado es el primero de la provincia, teniendo resonancia en muchos pueblos de la nación, surtiéndose de él hasta la plaza de Madrid en algunos artículos...” Tomo esta referencia tal y como está escrita en la memoria citada, pero me ha quedado siempre la duda de si no era una expresión más del entusiasmo de los vecinos. Puede encontrarse una justificación en la expansión y fuerza del mercado, que en la segunda década del siglo XIX ya tuvieron que recurrir a la habilitación de nuevos espacios: lo que se llamaría “Plaza del Grano”, en la actual de Baldomero Iglesias y la del “3 de noviembre” para ganado de cerda, próxima al cruce de Quebrantada.

 

 

Publicado en: El Diario Montañés, 11 de marzo de 1999

 


Editados en un tríptico por el Ayuntamiento de Torrelavega con motivo de la celebración de los 200 años del primer mercado semanal


lunes, 21 de marzo de 2022

DÍA DE LA POESÍA

 

REVISTAS ESPAÑOLAS DE POESÍA

 

 


 

            La inclusión en estas Jornadas de Poesía del tema de las revistas, es una prueba más del interés que han despertado de cara a una mejor comprensión de la literatura poética de los últimos 50 años. Los estudiosos del tema han llegado a la conclusión de que sin el conocimiento de estas publicaciones, quedaría marginada la fuente más importante de datos de que disponemos para este fin; y a1 escudriñar sus páginas se han encontrado con una realidad sorprendente: las revistas poéticas del periodo de la guerra civil y posguerra, al cual me voy a referir, fueron herramientas imprescindibles en el desarrollo de la poesía de entonces. El interés de aquellas publicaciones, hoy prácticamente inencontrables en el mercado habitual,  a llegado incluso a propiciar su edición facsimilar que, a pesar de su elevado costo, son absorbidas ávidamente por el público. Estas reproducciones -algunas muy fieles-, y los estudios que se vienen haciendo apoyados en la serenidad que reportan ya los años transcurridos, nos sitúan en condiciones para valorar con un cierta rigor la poesía de la posguerra y al mismo tiempo reconocer la aportación que han supuesto las revistas.

 


            Nuestro reciente Premio Nobel, Vicente Aleixandre, refiriéndose a ellas, destacó ya en 1951, en la publicación gerundense Ámbito, que era un "fenómeno que había que analizar algún día para apreciar su cabal sentido y significación." Y el profesor Víctor García de la Concha afirma en su libro La poesía española de posguerra que "todo intento de comprensión crítica del proceso evolutivo de la poesía de la posguerra española, ha de cimentarse en un estudio detallado y riguroso de las revistas publicadas entonces." Fanny Rubio insiste en el libro Las revistas poéticas españolas: “Es imposible -dice- acercarse a la historia literaria de nuestra guerra sin considerar en profundidad el material y documentación que permanece encerrado en esas publicaciones periódicas.”

 

            Como ustedes ven, se ofrece ante nosotros un mundo apasionante, en el que hemos de adentrarnos siempre que pretendamos conocer en toda su dimensión esa época poética de nuestra literatura. Una época que las circunstancias en que transcurrió y los poetas que la vivieron, la llenan de valioso contenido.

 

*  *  *

 

            En mis palabras de esta tarde, me voy a referir únicamente a las revistas de poesía -o literarias en general con dedicación de alguna manera a lo poético-, que aparecieron en los años comprendidos entre 1936 y 1950, como les he dicho al principio. Son quince años que habría que analizar, en todos los aspectos, con el anteojo de la razón vital de Ortega. Ustedes, a pesar de su juventud, conocen la inmensa tragedia que encerraron para los españoles de entonces; este conocimiento me permite saltar por encima de las circunstancias, con todo el respeto que nos merecen, con el fin de ceñirnos más al tema que nos hemos propuesto, aún cuando sin perderlas de vis, lo que nos permitirá abreviar min intervención para bien de todos.

 

            Dando pues por conocido ese mundo y teniéndole siempre presente en nuestra mente, entremos en el argumento de hoy, para lo que voy a dividir el periodo que me he fijado, en dos etapas: la primera, la de los años de la guerra, de 1936 a 1939, y la segunda, la de la inmediata posguerra, hasta 1950. Los dos periodos es preciso subdividirlos a su vez en otros dos; en el primero el de las dos zonas en que quedó partida España durante la guerra; en el segundo será necesario distinguir la labor de los españoles del interior de la de los españoles trasterrados. Como ven, siempre las dos Españas propicias en el verso de Antonio Machado a helar el corazón de los españolitos que lleguen al mundo. Quizás fuera preciso tener en cuenta también, entre los españoles del interior, las intenciones y creencias de los que militaron en uno y el otro bando, que obligaría a volverlo a dividir, pero esto nos llevaría lejos de nuestro propósito de hoy y no cabría ya en el tiempo que nos ha sido señalado.

 

            De las dos zonas geográficas en que permanece separada España desde 1936 a 1939, nadie puede negar hoy, en un estudio objetivo del problema, que en la España franquista contaron muy poco, por no decir nada, las revistas de poesía; la única que se puede citar es Isla, la publicación de Pérez-Clotet,  en Jerez de la Frontera, en su segunda época, de 1937 a 1940. Si a esto le añadimos las libros de poesía que aparecieron en esos años en una y otra zona, quedaría suficientemente claro de que lado se iba a inclinar la balanza. De tal modo que, a cuarenta años vista y teniendo en cuenta que nos encontramos en el desarrollo de unas jornadas poéticas, se puede decir, cuidando de que esto no se interprete como una frivolidad, que si los ejércitos franquistas ganaron las batallas militares, las poéticas fueron ganadas por los hombres de la Republica. Recordemos que del lado del gobierno de Madrid habían quedado los más prestigiosos poetas del momento, y que de su empeño y entrega iban a nacer unas publicaciones periódicas y unos libros de excepcional categoría.

 

            Veamos la primera parte, la centrada en 1936-1939.

 

            Cundo parecía que las horas que se vivían no daban más que para pensar en la lucha despiadada en que nos habíamos visto envueltos, en uno de los dos campos de batalla, en el que permanecía leal al gobierno legalmente constituido, no cesa la inquietud intelectual, más bien se acrecienta; los hombres del espíritu se agrupan en la Alianza de Intelectuales Antifascistas, que se encarga de canalizar la mayor parte de las actividades culturales de la zona. Al frente de la Alianza, como elementos más destacados, Rafael Alberti y su mujer, María Teresa de León, con Manolo Altolaguirre. A la labor de este grupo se uniría la desarrollada por el servicio de cultura creado en el Quinto Regimiento y la de la Casa de la Cultura en Valencia y Barcelona; ésta última entidad buscando un nivel intelectual más elevado.

 

            En este periodo y en esta zona es imprescindible citar tres revistas: Hora de España, El Mono Azul y Madrid, cuadernos de la Casa de la Cultura.

 

            El Mono Azul fue una publicación singular, que tuvo una orientación netamente popular; estaba dirigida al lector ocasional de las trincheras, poco habituado a este tipo de lecturas y pretendió recoger la obra poética, o seudopoética, de los combatientes, arropada entre romances de los poetas consagrados.

 

            Madrid fue una publicación de gran empaque; buen papel, buenas reproducciones y buenos propósitos, pero quizás fuera de la realidad que se estaba viviendo. Si no se tomara la expresión en sentido despectivo, me atrevería a recordar aquí el slogan tan repetido y tan acertado, que circulaba por Santander cuando nuestra provincia se mantenía todavía al lado del gobierno de Madrid y que decía: "menos cerveza y más fortificaciones". A la revista Madrid se le podría aplicar la frase, pues en las fechas de su publicación existían unas necesidades militares perentorias que la presencia de esta revista de lujo parecía olvidar.

 

            He dejado para el final Hora de España, para detenerme un poco más. Nunca antes y ni posiblemente después, se ha publicado en nuestro país una revista de semejante categoría intelectual. Sin el lujo de Madrid pero con una primorosa calidad tipográfica y de contenido, Hora de España será ejemplo siempre del bien hacer en este tipo de publicaciones. En todos los aspectos está de manifiesto de forma clara la mano de Manuel Altolaguirre, el artesano maravilloso de Litoral, la revista malagueña. El contenido, de los 23 números que llegaron a publicar es de imprescindible lectura para el cabal conocimiento de la poesía de la guerra civil; en ella se nos ofrecen las primicias de algunos de los libros de poesía más importantes este siglo XX, como España en el corazón, de Neruda; De un momento a otro, de Alberti; Llanto en la sangre, de Emilio Prados, o España aparta de mí este cáliz, de Vallejo. Una poesía de acentuadas resonancias guerreras o elegiacas, propias de la ocasión en que se crea. La mayor parte de los poemas que aparecieron en Hora de España, a pesar de responder a exigencias muy circunstanciales y por lo tanto estar expuestas a reflejar unas vivencias momentáneas, se mantienen en una lectura de hoy con un rango verdaderamente excepcional.

 

            De la zona franquista ya he hecho referencia a la nula presencia de revistas poéticas con la excepción de Isla.

 

            Indudablemente en el bando de Burgos existían intelectuales que podían haber desarrollado una labor aceptable en éste sentido; no olvidemos los nombres de los hermanos Panero, Dionisio Ridruejo, Luis Rosales, Vivanco, Tovar, Laín -los hombres de la generación de 1936-; nuestro Gerardo Diego y Manuel Machado y hasta José María Pemán (no estoy estableciendo una tabla comparativa con los del otro bando), pero fue una zona en la que lo intelectual quedó subordinado totalmente al objetivo prioritario de ganar la guerra. ¿Romanticismo en un lado y pragmatismo en el otro?... No me atrevo a calificarlo.

 

            No tenemos tiempo para extendernos más en este primer periodo que hemos considerado. Pasemos al segundo, al de la posguerra, que hemos convenido en limitar a los años cuarenta, pues de otra manera habríamos de resumir en exceso. Por otra parte, esos diez años constituyeron una base de partida importantísima para lo que vino después, y que en ellos tuvo su apoyo.

 

            Hemos hablado al principio de que esta segunda parte también había que dividirla en dos: por un lado hay que considerar lo que se ha llamado la España interior, vivida por los hombres que por unas u otras razones se quedaron sobre el suelo patrio; por el otro, la de los españoles que se vieron obligados a buscar raíces fuera de la geografía hispana; los trasterrados, en frase feliz de Juan Larrea. Y aun dentro de estos grandes grupos sería preciso matizar algo más, pues como dije antes refiriéndome a la España interior, ésta estuvo tipificada por dos posturas: la de los vencedores y la de los vencidos, aferrados ambos a las ideas y creencias que habían defendido en los tres años de lucha. Esto propició el que el bando de los vencidos se sintiera totalmente afín con los exiliados, hasta el extremo de considerarse, de alguna manera, como el exilio interior.

 

            En cuanto a los trasterrados, si bien en un principio estuvieron unidos en una cohesión de defensa humanamente normal, pasados los años se produjeron colisiones no menos humanas a las que lleva la necesidad material de sobrevivir... Pero antes ya apunte que siguiendo este camino nos íbamos a ir demasiado lejos del tiempo previsto. Únicamente quiero insistir en que ya poseemos la suficiente perspectiva histórica para desterrar la tajante opinión sin matizar, de que los que se quedaron fueron los malos y los que se marcharon los buenos o viceversa, como en una película de cow-boys. Hay que verlo todo "a la altura de las circunstancias" como quería don Antonio Machado.

 

            Entre los exiliados, con la imagen de España todavía próxima a los ojos y la seguridad de una vuelta pronta, surgieron importantes publicaciones, un poco como continuación de lo que habían hecho en el periodo anterior, en las que se repiten los nombres de los colaboradores. Si bien las revistas que surgieron en la esperanzada ausencia del exilio, no fueron eminentemente poéticas, es preciso señalar que la poesía estuvo siempre presente en ellas. Sin perder apenas comba, un grupo de españoles que se trasladan por vía marítima desde Francia a Méjico, editan una revista; se llamaba Sinaia, como el barco en el que iban, y estuvo a cargo principalmente de Manuel Andujar. La tirada era en multicopista y en ella apareció un poema a México de Pedro Garfias.

 

            Ya en Méjico, la primera publicación literaria de los hombres del exilio fue España Peregrina, bajo la dirección de José Bergamín (a quien se debe el título) y de Josep Carner, Juan Larrea y Eugenio Imaz, a quienes se incorporaría más tarde León Felipe. El primer número se abrió con un Manifiesto que pretendía ser la respuesta cultural de la emigración a la dictadura franquista y que yo tuve la suerte de oír de labios de Juan Larrea, en Méjico, hace unos años, en una lectura pública nostálgica y apasionada. “Consumada la tragedia que ha padecido nuestro pueblo español…”

 

            A España Peregrina seguirían en orden cronológico, Romance. Uno de sus fundadores, Antonio Sánchez Barbudo, escribió: "Queriamos que el intelectual se acercase al pueblo y viceversa. Hacer una revista de masas, que a la vez fuese culta."

 

            Después vendría Litoral, en su segundo empeño; el primero fue el glorioso de Málaga. No fueron más que tres números los que publicaron en Méjico, dedicados con preferencia a la poesía, destacando también las prosas de grandes poetas.

 

            En octubre de 1946 apareció una nueva revista, con el título de Las Españas, al cuidado de Manuel Andujar y José Ramón Arana, de la que daré cuenta únicamente de su primera etapa, que comprendió desde octubre de 1946, fecha del número primero, hasta agosto de 1950. Merece especial mención a propósito de esta revista, el que a su alrededor te creo el grupo de “Amigos de Las Españas”, del que procedería más adelante el Ateneo Español en México.

 

            Tiene una larga y atrayente historia La Española después de 1950, pero se sale de fecha para nosotros y hasta del tema.

 

            En la imposibilidad de comentar otras revistas del exilio, las citaré por lo menos, como homenaje al esfuerzo y la dedicación de aquellos hombres, que pusieron en ellas todo su empeño y saber: en Méjico, Ultramar, 1947, Presencia, Clavileño, en 1948. En Colombia, Espiral, 1944; En Cuba, Nuestra España, 1939; en Argentina, Cabalgata, 1946; en Francia, Revista de Catalunya, continuación de la que se había venido publicando en Barcelona con este mismo nombre. Sin una destacada presencia de lo poético, no faltan sin embargo en cada una de ellas, con frecuencia, poemas importantes.

 

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            Los años cuarenta en la España interior, desde un punto de vista poético, fueron de singular transcendencia, como ha quedado apuntado en renglones anteriores, y en ellos destacaron las revistas con inusitada fuerza. En el número doce de La Estafeta Literaria, de fecha 10 de setiembre de 1944, apareció una historia de parte de estas revistas de poesía que veían la luz en aquel momento, escrita por colaboradores de las propias revistas. Salió bajo el profético titulo de "He aquí a la literatura de mañana" y constituye un vivo documento para la iniciación del estudio de esta parcela de la literatura. Digamos de paso que La Estafeta llevó a cabo una labor divulgadora de nuestra poesía muy oportuna, resultando de gran interés el conocimiento de los cuarenta números que publicó en esta primera época. En el número doce que he citado, se hacían ya la pregunta de “qué dirá la historia de nuestra poesía actual” Y afirmaban a continuación: “Si difícil es profetizarlo, no lo tanto prever que bien pudieran considerar este periodo los futuros profesores de literatura, como uno de los más fecundos en tentativas y experimentos poéticos.” Fíjense que hablaban de tentativas y experimentos que se iban encauzando par las revistas sin transformarse en libros precipitadamente. Lo que si se puede insistir es en que constituyó un periodo de aprendizaje importante, que, cuando se llegó a traducir en libros, dio lugar a una serie de obras que se mantienen hoy dignamente en nuestras bibliotecas.

 

            En un análisis estadístico de los que cita Poesía Española en el número especial que dedicó a las revistas de poesía o en muy estrecha relación con la poesía en los primeros sesenta años del siglo, aparecen nada menos que 64 publicaciones como nacidas en la década de los cuarenta, cifra impresionante y significativa.

 

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            Hemos dicho al principio que consideramos suficientemente conocida la situación socio-política y económica de la época, lo que nos permite avanzar en nuestro comentario sin tener que referirnos a ello, para evitar que el tema se alargue en exceso.

 

            Quizás el primer intento de agrupar a los poetas que escribían entonces, fue el del suplemento SI, del diario Arriba, que apareció el 19 de abril de 1942. Adolece, como cabía esperar, de que la nómina que reúne está muy mediatizada por unos condicionados que dejan fuera de ella nombres de los que normalmente no se hubiera podido prescindir. "Pretendemos ofrecer -decía el editorial del suplemento-, un panorama literario lo más completo posible del tiempo que aproximadamente brota de nuestra guerra." Siguen poemas de Manuel Machado, que abre el número con un soneto publicado a toda pagina y con todos los honores; y en páginas sucesivas van los hermanos Panero, Alfaro, Vivanco, Garciasol, Foxa, Muelas, Rosales, Ridruejo, García Nieto y otros poetas más o menos menores. La selección, como ustedes pueden ver, está marcada, en cuanto a la casi totalidad de los nombres, por una orientación determinada. Destaquemos como ausencias a tener en cuenta, Gerardo Diego, Vicente Aleixandre y Dámaso Alonso. La explicación del criterio con que está hecha la selección podemos buscarla en otros párrafos del mismo editorial, cuando alude al tipo de poesía que se venía haciendo en España después de la guerra: "Representa -escriben- el paso de la llamada poesía pura a la que pudiéramos denominar poesía viva. Hoy vuelven a buscarse en el campo de la experiencia vital, en el conocimiento que deja el acontecer sobre la sangre, lo que antes se espigaba en una pura actividad del intelecto o del ingenio." El soneto, que habría de adquirir su máximo auge inmediatamente, con la revista Garcilaso, no está muy representado todavía en esta selección, o por lo menos no lo está tanto como pudiera esperarse.

 

            En este mundo de 1942, la poesía española está derramada en varios frentes. Por un lado, la fracción más importante de los hombres que habían publicado poesía antes de 1936, ha marchado al exilio. De este grupo de cabeza habían quedado en el país, los tres poetas que acabo de citar hace un momento, Diego, Aleixandre y Dámaso Alonso; de los tres, únicamente el último publicaría un libro en el que se reflejaría de alguna manera “el acontecer sobre la sangre” que pedían desde Arriba. Aludo a Hijos de la ira, de 1944, que años más tarde se pudo decir que en él “están muchos de los antecedentes, muchas de las causa que justificaron la llamada poesía social, el tremendismo, y la dramatización de los problemas del hombre como individuo y como colectividad.” Fuera de esa línea quedaban Ángeles de Compostela y Alondra de Verdad, aparecidos en 1940 y 1941, y en cierto modo Sombra del Paraíso, de Vicente Aleixandre, también de 1944.

 

            Cuando en este año de 1944 La Estafeta nos da su número 12 con la información a que he aludido, se asoman a sus páginas las siguientes revistas: Cauces, de Jerez de la Frontera; Corcel, de Valencia; Garcilaso, de Madrid; Intimidad poética, Tabarca y Sigüenza, de Alicante; Proel, de Santander; Espadaña, de León; Entregas de Poesía, de Barcelona y Lazarillo, de Salamanca. No son todas las que salían aquel año, pero entre ellas están las que han tenido una mayor resonancia. Cada una tiene unas características propias: Las de Garcilaso las fija Felix Grande diciendo que "aparece y avanza amamantándose en el retroceso"; Espadaña se define así misma en un editorial, diciendo "nacimos proyectados por los hombres y por las cosas -que son vida- y en ella nos reintegramos, quizás sintiendo que le debemos parte muy principal de nuestra fuerza creadora."

 

            En la colección de Espadaña podemos ver como esta revista va a conseguir, con una nómina de colaboradores muy distinta a la que reunía Arriba en su suplemento, una aproximación a los objetivos que este periódico pretendía al decir que lo que ellos querían era ofrecer el paso de la llamada poesía pura a lo que se podría denominar poesía viva. Claro que Espadaña con muy distintos planteamientos, pues en el número 39 de la revista “asomó un húmero de Cesar Vallejo” como muy gráficamente comenta Félix Grande. La polémicas en defensa de las propias posturas éticas y estéticas, se sucedieron. En el numero 40, Espadaña se siente muy viva, aun cuando ya iba de cara al final de su existencia y trata de provocar a las demás en forma airada: “Vivimos una época de luchas tremendas -dicen- de polémicas gesticulantes y gritos desaforados. Y como si fuese un paraíso poblado de evadidos del mundo circundante, el campo de la poesía española no conoce la lucha ni hierve en la polémica.”

 

            Esta polémica buscada constantemente por los de Espadaña, ya aparecía encendida en La Estafeta Literaria que bajo la inteligente orientación de Juan Aparicio desde la Dirección General de Prensa, procuraba fomentar las discusiones en este terreno que, al fin y al cabo, nunca podrían hacer llegar la sangre al rio. Todavía la poesía en España no estaba cargada de futuro, por lo menos en el sentido que apuntaría más tarde Gabriel Celaya. Sería momento de recoger aquí algunos aspectos de este encono, con la intervención de Pedro Caba y Jesús Juan Garces en La Estafeta, pero no podemos detenernos en ellos. ¡Qué importante fue para la poesía de los años cuarenta este ambiente que ayudó a depurar los conceptos y las formas, en muchas ocasiones! Esta polémica que dejo apuntada nada más, tuvo lugar, precisamente, en ese año1944, en el que se iba a producir el gran salto adelante de la poesía española de la posguerra.

 

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            Sobre este breve mosaico de introducción al mundo de las revistas poéticas de la década de los cuarenta, sin duda muy desdibujado por la necesidad de abreviarle, veamos, como final, en forma también muy resumida, algunos aspectos de las más significativas revistas de entonces, con lo que pretendo redondear el tema hasta donde ello sea posible.

 

            Empecemos por Corcel, la revista valenciana que fundó y dirigió Ricardo Blasco con la colaboración importante de Jorge Campos y José Luis Hidalgo, y empezamos por ella porque fue la primera en el tiempo, ya que su número uno apareció en noviembre de 1942. Aún a riesgo de que pueda parecer a alguno de que es propaganda, no tengo más remedio que decirles que para un conocimiento más amplio de lo que fue esta revista pueden recurrir al número 6 de Peña Labra, que dedicamos íntegramente a Corcel. La publicación de Ricardo Blasco pudo alcanzar gran independencia gracias a que no tuvo más protección económica que la que le proporcionaban los suscriptores, pues a ellos estaban destinados los 300 ejemplares que tiraban. También Corcel tuvo su manifiesto o "Propósito", como su director le llamó: "servir a la poesía -decía- y que por tal entiende toda defensa y aliento de la verdad poética. O sea: de la expresión vital, suprema y humana, de lo que, enraizado e inexpresable en el corazón del poeta, toma curso, como la sangre, libre de todo encasillado o moda." Como ven otra vez aparece la sangre en una definición poética.

 

            Una anécdota de esta revista nos permite comentar las dificultades de todo genero que representaba la censura en aquella época. Cuando intentaron publicar una colección de poemas de José Luis Hidalgo, los que este recogería después con el título de Los Animales, el censor prohibió la inclusión del titulado "Caballo" por entender que era una blasfemia el verso que decía "tratando a Dios de Tu como un hermano". Es una muestra más indicativa do los escollos con los que tropezaban los animosos creadores de publicaciones de este tipo.

 

            Garcilaso nació en mayo de 1943. Desde el primer momento fue objeto de duros ataques y no menos vioentas defensas, desde todas las direcciones poéticas, cosa que pienso que resultó sana para los fundadores y colaboradores habituales. Eugenio de Nora, cofundador más tarde de Espadaña, escribió en la revista Cisneros, que los sonetos que publicaban los garcilasistas eran puro virtuosismo, y ya sabemos con que intención era empleado el termino, y no vaciló Nora en llamar a la poesía que aparecía en Garcilaso, engolada, sin sangre, presumida, de mal gusto. En El Español se publicó entonces un artículo en el que al referirse a esta revista se decía que lo que se nos venía encima con estos versos era peor que un neoromanticismo, era la cursilería integral.

 

            Es difícil encontrar una publicación de este genero que haya tenido que aguantar mayor cantidad de agrias censuras. Contra esta avalancha se defendieron sus colaboradores y José García Nieto, director de la revista, escribió entonces con serenidad y elegancia: "Tiempo al tiempo, por favor" y creo que tuvo razón, pues hoy, desde la altura que proporcionan los años es preciso reconocer el interés poético que se encierran en sus 36 números. ¿Por qué esta irritación tan violenta? Aparte de razones de otro tipo que pudieron influir en ello, como las políticas, ya que fue una revista que gozo de la protección de la Dirección General de Prensa, creo que la orientación que la pretendió dar su director contribuyó a ello, pues pecó de una excesiva devoción hacia un libro que había influido sobremanera en él. Me refiero a Abril, de Luis Rosales. El acento de este libro, la perfección formal, la elegancia de la expresión, todo parece haberse pasado con armas y bagaje a Garcilaso, lo que dio lugar a ese empalago provocado por tanto soneto que se tradujo en un cansancio natural y en una reacción lenta, pero firme, hacia la poesía que "fluía del acontecer de la sangre"

 

            Por las páginas de Garcilaso pasaron prácticamente todos los que hacían poesía entonces en la España interior: Aleixandre, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Alfaro, Alonso Alcalde, Azcoaga, Ricardo Blasco, Bousoño, Cano, Cela, Carmen Conde, Crémer, Gaos, Garciasol, Hidalgo, Hierro, Maruri, Manuel Machado, Panero, Ridruejo, Valverde, Vivanco y un larguísimo etcétera de cerca de 200 autores.

 

            Proel, la revista santanderina de la década de los cuarenta, nació realmente sin un criterio de grupo definido. Se trataba de hacer una publicación para recoger la producción de los vates locales, sin más pretensiones iniciales; pero por el entusiasmo de sus fundadores y el apoyo decidido de su mecenas, Joaquín Reguera Sevilla, y del director, Pedro Gómez Cantolla, pronto se les marchó de las manos, hasta llegar a convertirse, sobre todo en la segunda época, en una de las distinguidas. Realmente no llegó a crear un estado de opinión y esto no se debe achacar a la dependencia económica a que estaba sujeta la revista, como podría pensarse, ya que tanto su mecenas, como el director, fueron hombres de un abierto sentido liberal. Lo siento, pero nuevamente me veo obligado a hacer autopropaganda citando Peña Labra pues el número 8 le dedicamos a estudiar testa revista desde los años de hoy.

 

            Como dentro de breves días les va a hablar a ustedes José Manuel González Herrán de la poesía cántabra de posguerra y estoy seguro de que les dará cabal cuenta de Proel, yo no insisto en ello.

 

            En mayo de 1944 se publicó en León el primer número de Espadaña, la revista de Nora, Crémer y Lama, que ha sido, posiblemente, la que ha provocado más estudios y más importantes que cualquier otra de las de su época. Como hemos visto en lo que les he dicho anteriormente, nació para la polémica. Cremer, que fue alma y vida de la misma hasta su final, escribió en uno de los números: "Va a ser necesario gritar nuestro verso actual contra las cuatro paredes o contra los catorce barrotes soneteriles con que jóvenes tan viejos como el mundo, pretender cercarle, estrangularle." Está clara la contestación a Garcilaso. Pero Espadaña, como podría parecer por lo que llevo dicho, no llega hasta la poesía social que se iba a imponer unos años más tarde: "se queda en un plano teórico dentro de una línea de corte clásico", dice Víctor de la Concha; postura que Gabriel Celaya les echaría en cara escribiendo que la realidad es maravillosa, aunque sea impura, brutal y hasta sucia. Esto no quita para que Crémer, ya en el número 46 (el último fue el 48), proclamara su deseo de que la poesía de ellos fuera recogida por el pueblo.

 

            Espadaña fue una revista que ejerció en forma contundente y seria la crítica, con provecho notable para la poesía de aquellos días. Aun cuando en cierta ocasión fue calificada como órgano del tremendismo poético, hoy, con la perspectiva que proporcionan los años y el desarrollo sufrido por nuestra poesía, nos parece que lo fue más en la forma que en el fondo.

 

            Entregas de poesía nació en Barcelona, en enero de 1944, al cuidado de Juan Ramón Masoliver, Fernando Gutiérrez y Diego Navarro (Insisto en la transcendencia del año 1944 para la poesía española). La circunstancia de tener su residencia en la capital catalana, la proporcionó un carácter más cosmopolita que a las demás. La proximidad de Francia ha concedido siempre a Cataluña la primacía como ventana cultural de España, abierta hacia la Europa que queda detrás de los Pirineos, y la revista Entregas de Poesía respondió a esta circunstancia. En su "manifiesto" (llamado así a una hoja de presentación que repartieron a los posibles suscriptores), escribieron que no venían a poner orden ni a arremeter contra los demás grupos. "Nuestro propósito -decían-, es brindar material de estudio a los poetas y buena poesía a quienes gustan de las letras". A pesar de estos propósitos iniciales, uno de los directores, Fernando Gutiérrez, no deja de aprovechar la ocasión que le brinda La Estafeta Literaria, al hablar de su revista, para meterse con Garcilaso, diciendo de la tremenda infección de soneto y de la décima, a los que califica de fuegos de artificio. "Nuestra guerra primero -comenta- y luego la demás, no permiten ya estas cosas, que suenan a falso." La preocupación por la poesía que se hacia fuera de nuestras fronteras, es uno de los signos más destacables de esta revista, como lo fue también, en cierta manera, de Corcel. En este mismo terreno no debe debemos olvidar que Proel editó un volumen de su colección de libros recogiendo una amplia antología de la poesía francesa, en versión debida al conocimiento y a la sensibilidad poética de Leopoldo Rodríguez Alcalde.

 

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            No debo terminar estas notas sobre las revistas de poesía de la posguerra, sin citar una que nos llega también muy cerca. Me refiero a La Isla de los Ratones, que a partir de 1948 y hasta 1955 nos ofreció 26 números, publicados a sus expensas por el montañés de adopción Manuel Arce. La nómina de sus colaboradores a lo largo de esos 26 meros que alcanzó de vida, fue amplia e importante. Junto a nombres ya consagrados, aparecieron en ella los de otros que iniciaban entonces su andadura poética. Fue un esfuerzo meritorio, imprescindible de recordar siempre que se hable de las revistas de poesía de aquellos años.

 

            Pienso que con lo que queda expuesto se ha dado un repaso a lo que fue el mundo de las revistas de poesía publicadas durante la guerra civil y en la década de los cuarenta. Un repaso breve, quizás demasiado breve, pues no quedaba opción para otra cosa. Creo que han podido ver que el tema es amplísimo, pero yo debo terminar aquí pues me parece que he abusado de su paciencia.





lunes, 7 de marzo de 2022

Una pequeña flor para Rosita

 

Una pequeña flor para Rosita, la compañera inseparable

 

Flora de Tenerife

 


         Alejandro de Humbolt, el sabio geógrafo y naturalista alemán, viajó por el mundo entero recogiendo datos científicos relacionados con sus especialidades. De la amplitud de estos viajes nos dará una idea el que hayan sido necesarios treinta volúmenes para hacerlos llegar al público. Pues bien, cuando el barón de Humbolt llegó a la isla de Tenerife. en 1.799, se asomó a lo que hoy es el mirador que lleva su nombre, sobre el valle de La Orotava, y aseguran que la emoción le hizo postrarse de rodillas. Aquel hombre, que conocía toda la superficie de la tierra, quedó sobrecogido ante el espectáculo que estaba contemplando. A pesar del tiempo transcurrido y del turismo, que está modelando el paisaje a su capricho en lucha implacable contra la naturaleza, el valle de La Orotava continúa siendo singular.

 

         Podemos fijar en él nuestro punto de partida para realizar esta visión panorámica, y forzosamente resumida, en la que queremos presentar a nuestros lectores la riquísima vegetación tinerfeña, ascendiendo desde las plataneras, junto al mar, hasta la cima del Teide, el monte más alto de España (3.707 metros), trazando una serie de estratos botánicos, para asentar sobre ellos su vegetación.

 

         En un trabajo que se publicó hace unos años en la revista “Montes”, que nos ha servido a nosotros como base técnica para confeccionar estas notas, se divide la isla en cinco zonas, atendiendo a su altitud, que es precisamente lo que da lugar a la distribución y diversificación botánica en tan corto espacio de superficie. Para una contemplación total de la isla a estos efectos, habríamos de tener en cuenta las dos hermosas masas arbóreas en lo que se llama la espina dorsal de Tenerife: el bosque de las Mercedes, al norte de Santa Cruz, en el que se pueden encontrar especies rarísimas, y el de la Esperanza, al sur de La Laguna, Sería preciso señalar todavía una tercera zona, pero esta a efectos negativos en cuanto a vegetación: la zona sur de la isla, de una aridez casi absoluta, sobre la que se están construyendo hermosas urbanizaciones turísticas.

 


         La primera de las cinco zonas a que hemos aludido es la llamada zona baja, cálida y seca, pero regada con notables esfuerzos. Produce plantas crasas con potentes tallos carnosos, merced a los cuales se defienden en las épocas de sequia. Es la zona que linda con el mar, donde abundan las chumberas y todo genero de cactus, que en la época de la floración dan lugar a una extraordinaria variedad de flores. Entre las chumberas y los cactus surge un paraíso de jardines, en los que a las bellas plantas autóctonas se han ido adaptando otras de origen tropical. Pero la planta reina de la zona baja es la platanera, producto de importación procedente del Caribe, que ha arraigado prodigiosamente y constituye una de las riquezas de la isla. Mención aparte hemos de hacer del árbol conocido con el nombre de “drago”, que a su posible longevidad y aparatosa forma une una serie de leyendas sobre las virtudes de su savia, que es de color rojizo. Merece la pena ver el que se conserva en Icod de los Vinos, encuadrado en bellos jardines, Esta zona baja llega hasta los 500 metros de altitud.

 

         De los 500 a los 1.500 metros entramos en la zona de las nieblas, con monte verde, caracterizada por la espectacularidad que presenta frecuentemente, al estar envuelta en un mar de nubes, por entre el que podemos observar, si la suerte nos acompaña, a través de un claro, el panorama del valle de La Orotava desde una cota más alta que Humbolt. Viñedos, patatas, maíz y bosques de castaños, pero, sobre todo brezos, que llegan a constituir auténticos bosques, se presentan a nuestros ojos en esta zona. Con un poco de suerte también podemos encontrar algún mocán, botánicamente muy cerca del te y de las camelias, con cuyos frutos fabricaban los guanches su mejor golosina.

 

         A partir de los 1.500 metros, y hasta los 2.000, es lo que podemos llamar la zona del pino, con abundancia de jaras, tomillos y escobones adaptados a esta altitud, en la que se desarrollan solamente plantas de este tipo.

 

         La ultima zona de vegetación es la de la retama (de los 2.000 a los 2.600 metros). Entre las grandes extensiones de “malpais” (escorias de lava petrificada) crece la retama del pico. Su florescencia en primavera proporciona a esta zona alta de la isla, conocida por las Cañadas del Teide, una belleza que no es fácil de olvidar. La retama, en su lucha con el medio en que vive, ha adquirido una fortaleza y vigor sorprendentes.

 

         A partir de los 2.600 metros estamos en el cono del volcán. La retama y todo vestigio de vegetación han desaparecido; atrás han quedado también las Cañadas, con su preciosa zona de Los Azulejos y el incomparable llano de Ucanca. Estamos alcanzando la máxima cota, y si llegamos a las grietas del mismo cráter podemos comprobar la persistencia de los gases sulfurosos. Todo es piedra y arena. Pero si la ascensión se realiza en agosto y nuestra curiosidad botánica nos lleva a rastrear entre las piedras, podemos recibir la sorpresa de encontrar, agazapada entre ellas, la preciosa violeta del Teide. Ni hierbas, ni hojarasca; solo lava y, alguna vez, esta modesta y delicada flor, tan apetecida por los botánicos para sus colecciones.

 


 

Publicado en: La revista “Sniace. Nuestra vida social” nº 135

marzo – abril de 1973