lunes, 21 de febrero de 2022

Tiempo y Memoria

 

Tiempo y Memoria

 

 

            Se trata de una memoria que no puede remontarse muchos años atrás. La técnica que lo permite se empezó a conocer solo hace siglo y medio. Para Torrelavega el tiempo que lo limita es más corto; en torno al año 1880. Bernardo Riego nos ha hablado del año 1879 para fechar la llegada a la villa del primer fotógrafo, Justo V. Blanco, “y quizás antes, el ambulante Bernardo Ruíz, que procedía de Oviedo, [ ... ] tuvo un gabinete instalado en Mártires, 7”. Más adelante, en el mismo libro, precisa el autor citado que el primer fotógrafo establecido de manera permanente en Torrelavega, fue Alfonso Redón “que debió comenzar en 1883; su estudio estaba situado en el pasaje de Saro”.

 

            Es corta esta fidedigna memoria recogida en las placas fotográficas de entonces, pero suficiente para ensanchar la imaginación por los caminos pisados por nuestros antepasados. Instantes conservados en el viejo baúl de la abuela, mezclados con objetos de un uso ya agotado, en revuelto orden que el tiempo ha dispuesto. Aroma de años lejanos, de fechas que aún tenían futuro. Tiempos fijados para siempre en estas imágenes; pasado y presente que también se nos antojan nuestros.

 

            Es tiempo también que nuestros ascendientes hicieron realidad para nosotros, incorporándolo con sus recuerdos a la memoria con que los vivimos hoy. Pasear la mirada por este libro puede dar lugar a que la recuperemos humedecida. Nombres desaparecidos, sitúan lugares que la añoranza busca inútilmente: Tras la Torre, el Majuelo, la Puebla; o el Regato, el Nogal, la Calleja... y unidos a estos nombres, el de hombres y mujeres que vivieron aquella existencia. De la mano de la historia, que también por estos recuerdos pasa, nuevos nombres de calles y lugares fueron sustituyendo a aquéllos, incorporándolos a la vida más cercana: el Cantón, la Confianza, Herrerías, Tudescos ...

 

            Cuando llegó la fotografía ya transitaban por algunas de estas calles las diligencias. La Quebrantada, el Comercio, la Plaza Mayor, el Mortuorio, eran camino obligado a Santander. La Quebrantada estaba formando sus "Cuatro Caminos". Desembarcaban de las diligencias los viajeros ante el curioso mirar de los vecinos; atuendos extraños para los nativos; baúles con el misterio de su contenido. Y allí, la oportuna cámara del fotógrafo que todavía ignora que está trabajando para la historia. Junto a los carruajes, y humildes edificios, con establecimientos que orientan su actividad hacía el mundo que allí se recrea: talleres de carros para atender las posibles averías; coches de alquiler, para prolongar el viaje a puntos no comprendidos en la ruta trazada; hospedajes, herreros, ... ¿De dónde este nombre de Quebrantada?, se preguntan los viajeros. ¿Qué parte de nuestra historia recuerda? ¿Fue don Diego Hurtado de Mendoza quien dejó huella con sus batallas en este lugar yen el del Mortuorio? La historia lejana parece afirmarlo así.

 

            Cuatro Caminos va alargando sus brazos, delineando su cruce; la carretera que lleva a Asturias está siendo modelada por las ruedas de las diligencias. Las viviendas que allí se construyen atraen también el objetivo del fotógrafo que nos deja constancia de ellas.

 

            Nacía entonces el tejido viario de la todavía villa pero pronto ciudad. La calle del Comercio, ampliando sus actividades, confirmaba así el nombre, que perdería en 1911 cuando recibe el de José María de Pereda. Era el enlace entre Cuatro Caminos y la Plaza Mayor. Obligado tránsito en los días de mercado para las mercancías que llegaban a los rústicos tejadillos en que se ofrecían al público en la plaza. Sobre el no menos rústico empedrado y suelo de tierra, la cerámica doméstica ocupaba la mayor parte de su superficie. Campo abierto los más de los días para solaz de los vecinos, donde ya se encuentran muestras de pretenciosos edificios que se levantaban en sus márgenes con soportales corridos y varias alturas de pisos. Los maestros de obra Pablo Piqué y José Varela introducían con ellos nuevas maneras. Empezaban a asentarse en estos soportales, con la prudencia de su etnia, los comercios pasiegos. Tímido y retraído en personas y mercancías, pero decididamente anclado en modestos huecos y amplia trastienda.

 

            Pronto extendieron su diligente actividad a la mayor parte del pueblo, sentando así una de las bases de la prosperidad económica local, a la que contribuiría muy eficazmente el dinero de los indianos que llegaba de América.

 

            El empuje de unos y el dinero de otros, concurren a la apertura de nuevas calles. Una de ellas con el nombre inicial de " Camino de la estación", que en 1876 pasaría a ostentar oficialmente el de "Calle de Julián Ceballos". Por aquí se fue extendiendo la villa hasta la estación del ferrocarril de Isabel II. En sus márgenes levantaron pronto la vivienda familiar Genaro Perogordo, Crespo Quintana, Argumosa... Un cronista de la época hablaría así en 1880 de la vía recién abierta: ... entre prados multiplicados de un eterno verdor, llegamos a la estación de Torrelavega De aquí parte, hasta la villa, una nueva y recta carretera, festoneada ya por ambas bandas con chopos y plátanos frescos y frondosos, que apenas hace recordar que median pocos años que era todo este trazado un monte áspero y despoblado [..] Casi todas sus construcciones son obra de los que por la necesidad o el ejemplo, han sabido lograr en lejanas tierras una regular fortuna, saliendo pobres y volviendo más que ricos, con el opulento nombres de indianos.

 

            El "Camino de la estación" fue lugar de expansión para el comercio. Un nuevo núcleo urbano se apoya en su trayecto, con el nombre de calle Consolación. En los primeros años fue conocida como "la calle de los Pasiegos", sobrenombre que se utilizó durante mucho tiempo, con justificado origen en los abundantes comercios de tejidos que abrieron también aquí los inmigrantes que llegaban de las villas pasiegas.

 

            En la confluencia de esta calle con el camino que conducía a la estación del ferrocarril, manaba una fuente, la de la Ribera,... vulgarmente conocida por la de los Cuatro Caños, que sólo arroja agua por tres de ellos y en tan escasa cantidad que en vez de chorros sólo eran unas cuantas gotas lo que cada uno producía, como dijo de ella el año 1878 el ingeniero Eduardo Miera. Agora torrelaveguense, punto neurálgico de citas y reuniones, escribe Serafin Escalante, lugar por donde ( ...) sin distinción de clase, a una u otra hora del día, transitaban todos sus habitantes. Cuando el "Camino de la estación" quedó abierto al tránsito rodado, fue punto de partida para los carros de caballos que cubrían el trayecto a la estación del ferrocarril.

 

            El llamado Pasaje de Saro unía este lugar de Cuatro Caños con otro de los espacios urbanos: la antigua Plaza del Grano. Aquí el recuerdo se agranda, coge más vuelo. En uno de sus lados, los restos de los edificios de lo que un día fue Palacio de la Casa de la Vega, nos hablaban de historias primeras; de fosos de defensa inundados por el río Sorravides; de jardines con naranjos, limoneros y parrales... todo desaparecido hoy. Años e historias en los que sus hechos habían pasado ya a los libros. Unido a aquellos restos, se conserva la vieja iglesia parroquial, derribada en 1937, cuyo origen estaba en la Capilla del Palacio. Era este un antes que había escapado al objetivo de las máquinas fotográficas y que se guardaba en la cámara oscura de la memoria, perpetuándose de generación en generación. El mismo Fernández Escalante citado, llamó al conjunto Aristocrático barrio torrelaveguense, a fines del siglo XIX... y árboles y bancos para el paseo y  descanso en una elevada zona central, enlosada, trataban de embellecer el lugar.

 

            Rodrigo Amador de los Ríos se refirió a ella diciendo que era una espaciosa plaza, plantada de arboles, en la que se hallaba la Casa Consistorial, edificada en 1855 sobre porches.

 

            La añoranza mitifica los recuerdos y endulza asperezas. Las costumbres y anécdotas contadas por los abuelos, aparecen en la memoria con nitidez de días claros y perfección de formas.

 

            Han transcurrido los veinte años finales del siglo XIX. La memoria gráfica se multiplica. Se acercan con ella abundantes imágenes, que se nos antoja vividas por nosotros. Pero nada más que en la ilusoria existencia que provoca la nostalgia... En las viejas calles vemos congeladas siluetas de ayer y de hoy; establecimientos comerciales, en los que cremas reconocer a sus dueños. La calle Ancha, la Estrella, la Avenida de la estación del Cantábrico... Pero no, no eran tiempos nuestros. Sería años más tarde cuando para nuestra juventud primera, todas las calles llevaban a la Plaza Mayor. Como llevaban al ferial de la Llama, cuando éste se llenaba de ganado y tratantes y de figones en los que acababan las conversaciones de compra y venta.

 

            En el campo de Pomar, próximo al ferial, se construye una nueva iglesia. El dinero de los vecinos pudientes y el denodado empuje del párroco, don Ceferino Calderón, hicieron realidad un proyecto arquitectónico ambicioso.

 

            Cuando Torrelavega entra en el nuevo siglo parece salir de la adolescencia y pasar a la madurez. Una vida económicamente en marcha ascendente colabora en el sosiego de sus habitantes. Se crean asociaciones de recreo y culturales; se consolida la presencia de periódicos nacidos unos años antes; nace la Escuela de Artes y Oficios. Ahora ya es ciudad, titulo que colma el orgullo de los vecinos. Pero desaparecen lugares y nombres que los habían identificado: el Pradejón, los Corrales, el Hoyo, y el callejón de Sal-si-puedes...

 

            De estos años quedan otros instantes de la memoria. Por delante, una vida nueva que las cámaras fotográficas han ido recogiendo en mayor abundancia. Vida densa en hechos y en ambición colectiva y privada, en la que hoy nos encontramos inmersos.

 


 


 

Publicado en: El libro “Instantes de la Memoria” (Torrelavega en sus fotos)

Ayuntamiento de Torrelavega, 1996

 

El diario Montañés el 21 de febrero de 1997

 

domingo, 13 de febrero de 2022

A JULIO SANZ SAIZ

 

PALABRAS EN HOMENAJE A JULIO SANZ SAIZ


 

 


 

 

            La vida de Julio Sanz Saiz aparece con claridad en mi memoria a partir del año 1953, cuando se inicio la publicación en Torrelavega de la revista Dobra. Julio fue en ella un colaborador asiduo y destacado desde el número uno, en el que se le presentaba como director artístico, hasta octubre de 1955 en que desapareció esta publicación. Su última colaboración fue una bella prosa a la que tituló Acuarelas otoñales.

 

            En aquel número primero que llevaba la fecha de junio de 1953, ya nos ofreció una visión emocionada de nuestra comarca en la que sonaba su alma de poeta, con la misma pasión con que lo iba a hacer siempre.

 

            En un escrito reciente de Juan José Crespo resaltaba su autor, con pleno conocimiento, las cualidades, las muchas buenas' cualidades que adornan a Julio, de las que entre otras cosas “tiene vocación de hacerse necesario” y en renglón siguiente habla de “su extraordinaria facilidad para recuperar la capacidad de maravillarse y abandonarse luego en los amorosos brazos de la vida”.

 

            Cuánta verdad se encierra en el artículo de Crespo, sobre la vida de, Julio Sanz Saiz y qué bellamente escrito.

 

            Pero aquel mundo literario pronto se le iba a quedar pequeño a Julio y su espíritu lírico se extendió por toda Cantabria: La Liébana (1976); El Valle de Cabuérniga (1983); El Vállle de Torrelavega (1983); El Real Valle de Reocín (1989); Tudanca y el Nansa (1990) al que subtituló Evocaciones y paisajes, con el que saltan a sus páginas las amistades que cultivó en La Casona de José María de Cossío, principalmente con su propietario; Ríos de Cantabria (1991)... En todos ellos trascienden impresiones líricas que han deslumbrado a nosotros, sus lectores.

 

            Todo este mundo de nuestra Cantabria por el que Julio ha pasado y del que hemos disfrutado con su lectura cuantos nos hemos acercado a sus páginas, nos hará contar siempre con estos testimonios. Y en especial en lo referente a la vida de nuestra comarca de Torrelavega que ha dejado marcada con su personalidad, su obra artística, su poesía y las amarguras circunstanciales de su vida familiar, que en todo momento nos han salpicado a todos como propias.

 

 


 

Publicado en:

El Diario Montañés y en el Alerta con distinto titular.

13 de mayo de 2002.

jueves, 3 de febrero de 2022

José Luis Hidalgo

  75 AÑOS HACE DE LA MUERTE DE

JOSÉ LUIS HIDALGO

Por ello traemos a este humilde blog dos escritos de su amigo; uno, cuando le recordaba a los veinticinco años; y el otro, a los cincuenta año del luctuoso acontecimiento


25 ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE JOSÉ LUIS HIDALGO

 

  Estas notas que voy a leer a continuación, están dedicadas a la memoria de Don Gabino Teira, y también, a Alfredo Velarde y Pedro Lorenzo, mentores de José Luis desde la Biblioteca Popular, en los años de adolescencia.

 

            A las diez y media de la noche de hoy, se cumplirán veinticinco años de la muerte de José Luis Hidalgo.

 

             Cuando un hombre muere, la memoria que nos queda de él se valora por sus obras o por su personalidad y la amplitud de la onda de su permanencia, nos dice claramente de su categoría. Lo normal es que las dos -obra y personalidad-, sean del mismo orden y que a mayor personalidad correspondan obras más importantes, si es que la personalidad ha llegado a dar sus frutos. Una obra transcendente, que nos arrastre tras de ella, tiene detrás, sin duda, un creador de altura paralela.

 

            De que Hidalgo, en su breve paso por la vida, dejó proyectada su personalidad en una obra de interés, damos testimonio nosotros aquí, con nuestra presencia, pues ella nos convoca. Un puñado de versos ha sido suficiente para que aquella onda de que hablábamos se haya ensanchado hasta rebasar los límites de lo nacional. Pero lo que yo quiero trae hoy ante Vds., como pórtico a una lectura de sus poemas, no es la obra de Hidalgo, sino su personalidad. Quien ahora me interesa es el hombre que está detrás de sus libros, su autor, pero no como autor, sino como hombre; me interesa el hombre que hay detrás del autor, la personalidad que fue capaz de llegar a concebir y trasladar a signos inteligibles para nosotros, los hondos, los tremendos problemas que se plantean en sus libros, de manera especial en el titulado Los muertos.

 

            ¿Cómo era ese hombre? ¡Cómo se comportó ante los demás hombres y que reflejo de él quedó en nosotros? !Qué tema más tentador si dispusiéramos del tiempo necesario para desarrollarle! Pero forzosamente he de ser breve, porque nos espera el goce de sus versos y por eso, para contestar a esas preguntas sin que el tiempo se me vaya de las manos y porque con esta decisión saldrán ganando Vds. y el homenajeado, voy a leer la semblanza que nos dejó de el un altísimo poeta; una semblanza lírica y emocionada, que brotó de la pluma de Vicente Aleixandre y que nos contesta a las preguntas que nos hemos planteado. Muchos de Vds. la conocen, pero merece la pena recordarla en esta ocasión, como prologo a los poemas que nos esperan.

 

* * *

            Hoy se cumplen veinticinco años de la muerte de este hombre. Paso a paso, año tras año, recordándole siempre, hemos llegado a este veinticinco aniversario. Paso a paso, sí; latido a latido, hemos vivido estos cinco lustros, construyendo con nuestro homenaje de cada día, el monolito dedicado a su memoria. La trágica coincidencia de su muerte y de sus muertos en aquel febrero de 1947, produjo en nuestro espíritu un escalofrío que vuelve en esta ocasión envuelto en la neblina de los años.

 

            Nosotros, sus amigos, hemos creído que la mejor manera de homenajear a Hidalgo, como a cualquier poeta, es volver a leer sus versos; volver sobre sus versos, porque en ellos está todo él. Está su vida y está la proyección de ésta. Leer otra vez los poemas iniciales de Raíz, adolescentes, pero llenos de atisbos; los hallazgos jugosos de Los animales y los trágicos endecasílabos de Los muertos; esos versos secos y rotundos, con la innegable belleza de una poesía hecha dolor y muerte, tristeza y desesperanza. Con esta lectura podemos llegar a una íntima comunión con su persona de ayer y de siempre, entrando en su poesía, por la que, a veces, parece escapar un hilo de futuro, que es vencido enseguida, inflexiblemente, por la dolorosa certidumbre de la nada. Una poesía dentro de la nea de nuestra lírica eterna, desde Jorge Manrique hasta Unamuno, pasando por el mejor Quevedo.

 

            Ricardo Blasco, el amigo entrañable de Hidalgo en el último lustro de su vida, me decía en una carta reciente: “No puedo acercarme a los poemas de José Luis sin que estos se levanten todavía ante mí, sin que los años compartidos con él, años de esperanza y rebeldía, de interrogación y desafío, de temor y de hambre, no se agolpen otra vez, impidiéndome toda perspectiva. La amistad, el recuerdo, pueden más y en cada verso que leo, leo otras muchas cosas que no están allí escritas.”

 

            !Para que añadir más a esta ternura de que están llenas las palabras de Blasco, que todos los amigos suscribimos!

 

            Empecemos a leer otra vez esta noche. Escuchemos sus versos en estas voces que nos van a sacar de ellas todo su encanto expresiva y la madurez de su pensamiento. Después, mañana, y pasado, y siempre, en la intimidad, volvamos a abrir sus libros y dejemos que nos guíen hasta la suprema belleza de las cosas que no se ven.

Leído en el Colegio José Luis Hidalgo de Torrelavega. 3 de febrero de 1972


Recuerdo emocionado

 

 

            Han transcurrido cincuenta años desde la muerte de José Luis Hidalgo. Para los que fuimos amigos de Hidalgo, para los que estuvimos a su lado en tan corto paso suyo por la tierra, resulta difícil sustraerse a la atracción que produce esta fecha redonda del aniversario. Son años que el tiempo se ha encargado de ir dorándolos con la pátina del recuerdo emocionado. Cincuenta años en los que la poesía que nos dejó José Luis Hidalgo, ha ido creciendo sobre el corazón y la mente de los hombres que se han acercado a su obra; cincuenta años en los que su poesía se ha extendido incansablemente.

 

            La coincidencia de la muerte del autor con la aparición del libro que tituló Los muertos, sólo separado por unas horas, llevó a pensar entonces en la relación muerte/Los muertos. El tiempo, que se encarga de decantar las fantasías y coloca inexorablemente cada hecho en su estrato, nos ha mostrado que el tema que se desarrolla en los versos de este libro no tiene nada que ver con las circunstancias que concurrieron en la hora de su aparición, aun cuando cuesta separar la muerte del autor del contenido del libro. Cuesta quitar del pensamiento de sus lectores la creencia de que entre uno y otro hecho existió una cierta relación; que el libro contiene una premonición. No hubo premonición; no hubo escape del mundo por la escala de la poesía. Que esto fue así nos lo confirma el que Hidalgo venía trabajando en estos poemas desde 1944, con el título provisional de La llanura de los muertos, nacido de la confrontación bélica en nuestra guerra civil.

 

            Todo el contenido del libro es un enfrentamiento de su inquietud religiosa con el tremendo hecho de la muerte; un enfrentamiento unamuniano con la Divinidad, en busca de respuesta a problemas y cuestiones relacionados con la vida y la muerte del ser humano y la trascendencia que ello encierra. En él van surgiendo preguntas que, al final del libro, se precipitan hacía la nada; hacia ese poema último que tituló "La belleza", donde muestra sus manos vacías después de tan dura búsqueda.

 

            Si en algún momento se pudo pensar que Hidalgo había dejado reunidos en los tres libros que publico, Raíz, Los animales y Los muertos, lo que consideraba mejor de su producción lírica, se puede desechar esa idea a la vista de la colección completa de su obra. Sólo el orden que se impuso al publicarlos o la limitación material que por algunas razones exigieron las respectivas ediciones, le pudo obligar a dejar fuera de estos libros poemas que no desmerecen en nada respecto a los que vieron la luz en su día. Véanse, por ejemplo, para pensarlo así, el intento de "diario poético" (¿Unamuno?), que se apunta en los poemas reunidos bajo los títulos de "Marzo" y "Abril".

 

            Hidalgo no será sólo "el poeta de los muertos" y se comprenderá el por qué la autorizada voz de Juan Ramón Jiménez dijo de él. "Era quizá el poeta más natural y espontáneo de estos años. Muy conseguido. Algo así como un Bécquer de nuestra época, de otra época [...] es el más cercano a Becquer de cuantos después de este hicieron poesía".

 

Publicado en: El Diario Montañés, 31 de Enero de 1.997