viernes, 14 de enero de 2022

ORIGEN Y SUCESIVAS AMPLIACIONES DEL CEMENTERIO DE TORRELAVEGA

 

 Hoy hace 11 años que falleció Aurelio García Cantalapiedra, quien escribiese en marzo de 1981 cosas como esta.

 

ORIGEN Y SUCESIVAS AMPLIACIONES DEL CEMENTERIO DE TORRELAVEGA

 


En la historia de Torrelavega, aunque breve -ya dijo de ella Víctor de la Serna que cabía en el dorso de un sobre-, existen una serie de “puntos oscuros” que es necesario tratar de aclarar. Y cuanto primero mejor, porque el paso da los años lo va haciendo más difícil, sobre todo, se va perdiendo interés por las personas y los hechos que nos precedieron. Las nuevas generaciones y los nuevos vecinos -que ya no son “vecinos'” sino “habitantes”-, no sienten apenas deseo de conocerlos.

 

Uno de estos puntos oscuros es el origen y sucesivas ampliaciones del cementerio de la ciudad, tema que ahora se ha puesto de relieve al proponerse el municipio la creación de uno nuevo. Si se lleva a efecto este proyecto, el actual desaparecerá en un periodo de tiempo más o menos largo, lo que añadirá desinterés y dificultades para la investigación.

 

Ya teníamos conciencia hace tiempo de que se desconocía el lugar donde se construyó el primer cementerio de Torrelavega, pues los más viejos del lugar, a quienes habíamos preguntado, buscando una orientación que nos pudieran facilitar por lo que hubieran podido oír a sus mayores, no daban contestación satisfactoria alguna. En el plano que confeccionó en 1852 don Hilarión Ruiz Amado no se señala la posición del cementerio y esto nos hacia pensar que, en esa fecha, a pesar de la prohibición de los enterramientos en las iglesias por Ordenes del 28 de junio de 1804 y 17 de octubre de 1805, aquí se seguía haciéndolo, lo que parecía limitar la investigación a años posteriores a 1852. Si se le añade que la puerta de acceso que hoy existe en el cementerio fue construida en 1859, todo hace suponer, en principio, que ésta podía ser la fecha buscada, pero resultaba muy improbable que se hubiera burlado la ley durante cincuenta años. Por otra parte, una rústica puerta que hoy se encuentra tapiada en una de las paredes laterales, hacia pensar en la posibilidad de que podía haber existido otro anterior a éste, en el mismo lugar.

 

En estas averiguaciones tuvimos la suerte de encontrar un croquis, confeccionado en 1855 por Juan Alonso Astúlez,, que nos proporcionó los datos que andábamos buscando. En este croquis, muy rudimentario y hasta con error en la señalización de la orientación geográfica, se acota una parcela con el nombre de “Campo Santos antiguo de 1809” y por las líneas trazadas en él se desprende que estaba situado en la zona del cementerio actual ocupada por el grupo de nichos en el que está el deposito de cadáveres. La fecha fue confirmada por un escrito que presentaron al Ayuntamiento en julio de 1843 las hermanas María Antonia, Rita y Ramona San Andrés, vecinas de Santillana. del Mar, que habían sido propietarias del terreno y que todavía, después de catorce años, estaban tratando de cobrarle. En este escrito se dice que la finca fue vendida en 1810.

 

Este fue el cementerio primitivo, con un cuadro de unos 22 metros por 25, posiblemente habilitado con urgencia para cumplir las ordenes establecidas. En poco tiempo se impuso la necesidad de la construcción de otro más adecuado, (sobre el que hemos encontrado antecedentes) en una reunión que tuvo lugar en el Ayuntamiento con ocasión de una visita del jefe político de la provincia. El 2 de junio se había desbordado el “río de la Cárcel” (el Sorravides), y los daños que había causado eran de tal importancia que motivaron la presencia de la autoridad provincial para examinarlos, ocasión que aprovecharon los miembros de la corporación local para plantearle las necesidades más apremiantes que tenía la villa, señalándose entre las prioritarias la “echura (sic) de un nuevo cementerio más acomodado a la población”. El primer paso se dio con una ampliación inmediata del existente en dirección hacia la puerta principal actual, lo que proporcionaba una superficie total de aproximadamente el doble de la que se disponía, autorizándose entonces la construcción de “monumentos en obsequio de los individuos de la familia que fallezcan”, con una dimensión de cuatro pies al ancho y ocho de largo y con un canon de mil reales que les daba la propiedad por cincuenta años. Así se construyeron los primeros panteones por don Pedro Alcántara Díaz Lavandero y don Ramón de Castañeda, entre otros.

 

A pesar de las órdenes circuladas sobre el particular, todavía en 1852 se ve obligado el Ayuntamiento a oficiar al Cabildo Eclesiástico local en el sentido de que “bajo su responsabilidad no consienta deposito de ningún cadáver en la Iglesia” Este enfrentamiento del Ayuntamiento con el Cabildo en torno al cementerio se prolongaría durante bastantes años, como se desprende de un acta municipal del 5 de setiembre de 1858 en la que se lee: “Proyecto de mejorar las condiciones del cementerio de esta villa con arreglo al plano levantado, con la oposición del Obispado”. Litigio que se refleja aún en documentos de 1863 y que, como veremos, no concluyó hasta 1884.

 

Las gestiones realizadas con el apoyo del jefe político de la provincia, se concretan en una nueva ampliación, que se sigue considerando provisional, realizada en 1855, por la que se añaden 15 metros en su frente, a todo lo largo de los 54 que tenía el cementerio que se venía utilizando, más un triángulo de terreno que quedaba en el lado opuesto a la puerta, en las cercanías del río Indiana, que configuraría de forma definitiva esa parte. En 1859 quedaba todo cerrado con pared de “cal y canto” y se construía la ornamental puerta de acceso que hoy existe, según planos realizados por el perito Vicente Manuel de Quijano. (En el plano general de … de 1886 conserva esta misma superficie)

 

En febrero de 1880 propone el concejal Sr Pérez Carral que “debe procederse a construir un pequeño cementerio para los que fallezcan separados del gremio católico”. Era una cuestión que había sido regulada por una Real Orden del 7 de enero de 1879 y a finales de ese año 1880, después de muy lavoriosas discusiones, se tomó el acuerdo de que las obras a realizar se reduzcan a las paredes en número de tres”, lo que nos indica que quedó adosado por uno de sus lados a la pared del cementerio católico, sin que hayamos podido determinar todavía en qué lugar de éste.

 

En agosto de 1881 se suscita por el concejal señor Fuentevilla la necesidad de “adoptar alguna resolución enérgica respecto al estado deplorable en que se encuentra el cementerio público”, de lo que se harían eco en noviembre del mismo año un grupo de vecinos que se dirigieron al Ayuntamiento pidiendo que “en atención al mal estado en que se encuentra el cementerio y a la poca capacidad del mismo, se sirvan proceder, sin levantar mano y con preferencia a otras obras, primero a dictar las medidas que correspondan para la decencia del mismo, reforma y buena administración y después al ensanche indispensable en relación con el aumento de habitantes que ha experimentado la población en pocos años.”

 

Pero las dificultades con la Iglesia continuaban y entorpecían la posibilidad de realizar la obra. No se había llegado a un acuerdo sobre la propiedad y autoridad de quién dependía el cementerio; los concejales Ruiz Tagle y Fuentevilla, que formaban parte de la comisión encargada de conferencias con el Cabildo con el fin de estudiar de común acuerdo el problema del nuevo cementerio, “dan cuenta de haberlo hecho con el Ilmo. Sr. Obispo de la Diócesis y el Párroco de esta villa, habiéndoles manifestado el primero que está dispuesto a construir un nuevo cementerio con sus propios fondos, como también a indemnizar al municipio de la propiedad que representa en el actual, no queriendo mezcla en este asunto con las autoridades civiles.”

 

La Iglesia fundamentaba su derecho en la Ley primera, título tercero de la Novísima Recopilación legal, en la que se le reconocía que correspondía a la Iglesia construir los cementerios para los católicos, a cuya actitud respondieron algunos concejales que, si se mantenía ese criterio por parte del clero, el Ayuntamiento debería construir otro con fondos municipales. En principio pensó en hacerle en el “Alto de San Bartolomé”, en el lugar que hoy ocupan los viejos depósitos de agua de la subida al “Alto de las Cruces”, pero fue desechada porque implicaba un gasto al que no se podía hacer frente y un tiempo para su construcción del que no se disponía, porque en opinión del peón-sepulturero, en oficio elevado al Ayuntamiento, se manifestaba que “era de primera necesidad. la ampliación, por donde sea posible, pues apenas queda terreno para sepulturas… y se daba el caso de no tener donde sepultar,” lo que alarmó a la corporación, pues se estaban dando focos de viruela que hacían temer una epidemia.

 

Las diferencias con la Iglesia quedaron concluidas por una R.O. del 15 de julio de 1884 que desestimando el recurso interpuesto por el párroco don Ceferino Calderón, daba vía libre al Ayuntamiento para seguir adelante con su proyecto de nuevo cementerio, en el que se perderían todavía algunos años, pues hasta 1892· no se tomó el acuerdo definitivo de amplia el provisional a base de una finca de cuarenta carros de superficie que habían adquirido en 1890 unos convecinos para donársela al Ayuntamiento con este fin. Entre estos convecinos figuraba en primer lugar don Ceferino Calderón quien hasta entonces había estado defendiendo la posición de la Iglesia, posiblemente por imposición del obispado. Los demás donantes fueron Pedro Ruiz Tagle Guardamino, Francisco Antonio Rodríguez González, José Fernández Hontoria, Justo Alonso Astúlez, Santiago Gervasio Herrero González, Joaquín Ruiz de Villa González, Valentín García Corona, Joaquín Hoyos Fernández, Pedro Sañudo Abascal, Guillermo Gómez Ceballos y Nicolás González Camino, los mismos, en su mayor parte, que en 1892 formaban parte de la junta pro construcción de una iglesia parroquial, de la que se puso la primera piedra el 25 de setiembre del mismo año. Estos señores se reservaban el derecho a una parcela que les permitiera construir un panteón familiar.

 

De los cuarenta carros de tierra que constituían su propiedad y que habían puesto a la disposición del Ayuntamiento, éste utilizó en principio unos diez, quedando los restantes sin ocupar hasta 1898 en que se procedió a una nueva ampliación.

 

El 9 de enero de 1903 dirigió don Demetrio Herreros González un escrito al Ayuntamiento, en nombre propio y en el de sus hermanos don Luciano y don Federico, solicitando que “dado el deplorable estado en que se halla el cementerio civil de esta población” se les permita construir uno nuevo por su cuenta para cedérsele después al pueblo, lo que fue aceptado procediéndose a su construcción en una finca de su propiedad próxima al cementerio católico, quedando entonces entre éste y el que se construyo una parcela propiedad de don Eufrasio Saiz Crespo, que fue adquirida por el Ayuntamiento el año 1929, con lo que quedaba cerrado todo el perímetro en su situación actual. El año 1931 fue derribada la tapia que separaba a los dos cementerios, el católico y el civil.

     

 


 

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