El 1 de noviembre de 1980 se inauguraba en la Sala de Exposiciones de la Caja de Ahorros de Santander y Cantabria, organizada por el Ayuntamiento de Torrelavega, una exposición del pintor local Ciriaco Párraga. En aquel acto inaugural, Aurelio García Cantalapiedra leía estas palabras:
CIRIACO PÁRRAGA VUELVE A TORRELAVEGA
Por fin Torrelavega tiene la oportunidad de conocer la obra de Ciriaco Párraga, el pintor sobre el que ya creíamos que pesaba un maleficio que impedía el que su arte fuese admirado en el pueblo natal. La sensibilidad y el entusiasmo de las autoridades que rigen hoy el municipio y la buena disposición de la familia del artista, han hecho el milagro. Porque milagro nos parece a quienes de alguna manera tuvimos algo que ver con Párraga y su arte, el ver reunido aquí, bajo el amparo generoso de la Caja de Ahorros y el patrocinio del Ayuntamiento, esta colección de cuadros que a tantos ha de sorprender. Reconozcamos, quienes pudimos contemplarla recientemente en el Museo de Pinturas de Santander, que las condiciones para la exhibición de la obra son inferiores a las que ofrece la sala de aquel Museo, pero agradezcamos a quienes lo han hecho posible, el esfuerzo, la intención y el cariño que han puesto para conseguir esta realidad emocionante de la vuelta de Ciriaco Párraga a su Torrelavega. Aquí está su obra para quien tenga ojos para ver puedan contemplar en ella al hombre que la realizó, pues tras de cada uno de estos cuadros se esconden las duras, y a veces muy duras anécdotas que jalonaron la vida del pintor. Toda la obra de este artista, uno a uno cada cuadro, puesto en orden cronológico, nos irían contando de sus afanes y desventuras, de sus andanzas y ambiciones, guiados por un norte inevitable que le llevó en todo momento en busca de la perfección.
Su presencia real en Torrelavega fue muy corta. Aquí nació un 23 de diciembre de 1902 y aquí, entre sus familiares y convecinos, empezó el asombro ante sus excepcionales facultades como dibujante, en las que enseguida destacó como alumno de la Escuela de Artes y Oficios, bajo el magisterio de don Hermilio Alcalde del Río, el querido y viejo profesor a quien Párraga recordaría siempre con agradecimiento. Además de ser el alumno más joven de la Escuela, pues cuando ingresó no tenía más que ocho años de edad, pronto se convirtió en uno de los más distinguidos en la interpretación de la figura humana, tema al que dedicaría las muy apasionadas horas de su vida artística.
Como veis, cuando se presenta la necesidad de hablar de los hombres de nuestro pueblo que empezaron a ser mozos en la segunda década del siglo, y que de alguna manera han destacado en actividades relacionadas con el arte, surge, inexorablemente, la Escuela de Artes y Oficios. Para las que nuestras aficiones nos han llevado por estos caminos de la cultura y hemos mantenido los ojos abiertos hacia nuestro pasado, buscando en él razones para ciertas vivencias actuales, la Escuela de don Hermilio aparece como institución moldeadora de la sensibilidad, y creadora de un alto concepto de la ciudadanía del que todavía se está recogiendo la cosecha. Lo he comentado muchas veces y no me cansaré de hacerlo. ¡Qué labor tan importante la de esta Escuela! A aquellos que no vivieron esos años y les puede sonar a chovinismo, yo les invito a que se desprendan por un momento de su visión actual de la ciudad; que traten de reducir imaginativamente sus límites geográficos y demográficos a la décima parte de lo que, es hoy, y se encontrarán con la presencia a lo sumo de un par de cafés donde matar las horas, y media docena escasas de tabernas, y piensen en la vida que les hubiera esperado a nuestros convecinos de esos años con alguna inquietud espiritual se la Escuela de Artes y Oficios no hubiera existido. El desarrollo industrial y comercial pudo colmar en este sentido las aspiraciones de los más exigentes, pero en el aspecto espiritual, que es lo que hoy nos puede interesar en la inauguración de esta exposición, no presentaría un avance paralelo si no hubiéramos tenido la suerte de que el año 1891 llegara a Torrelavega Hermilio Alcalde del Río con su título reciente adquirido de Graduado en la Escuela de Pintura, Escultura, Grabado y Arquitectura, de Madrid, con la firme decisión de ponerle al servicio de los demás.
No quiero insistir en todo esto porque sería repetirme sobre lo que he comentado en otras ocasiones, y si lo traigo hoy a colación nuevamente es porque en esta Escuela, como he dicho antes, empezó Ciriaco Párraga a disciplinar su vocación y precocidad dibujística. En esta Escuela, bajo la mirada experta de don Hermilio, gastó sus primeros carboncillos.
En 1918 marchó Párraga a Madrid, en una aventura. fascinante en la que contrastaron la enorme ilusión por el arte y la falta de recursos económicos con que mantenerla. Allí asistió como alumno libre a las clases de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando; conoció y trató amistosamente a otros hombres que, como él, sentían el tirón del arte: los escultores Victorio Macho y Emiliano Barral y el pintor Cristóbal Ruiz… Fueron un par de años llenos de dificultades, pero también repletos de hondas satisfacciones. La contemplación de las colecciones del Museo del Prado consumió entonces lo mejor de su hacienda. Regresa a Torrelavega, pero su inquietud desbordada se siente constreñido en el pueblo natal y busca en Bilbao un campo más ancho para sus nobles ambiciones artísticas. Un nuevo paso en 1930, París y en él el Museo de los Impresionistas, hasta 1932 en que regresa a Bilbao donde fija su domicilio para siempre. Es el momento en que empieza el largo peregrinaje artístico y vivencial, en el que le guiaría siempre su convencimiento de que el arte debe cumplir una misión social y humana: la guerra civil y sus consecuencias, persecuciones y condenas; exposiciones y viajes que le llevan a Valencia, Zaragoza (donde contrae matrimonio), Mallorca, Barcelona, Madrid… Y Bilbao, siempre Bilbao como lugar de refugio de inquietudes y sinsabores y también de horas de dicha compartida con la familia y los amigos. En la capital vizcaína moriría el 23 de setiembre de 1973.
Los amigos, que en ocasiones teníamos la suerte de encontrarle en Bilbao, podíamos confirmar los versos que le dedicara el poeta Blas de Otero: “pinta despacio, habla despacio, nuestro Velázquez encendido”. Párraga sonreía con los labios ligeramente apretados ante los comentarios que podía escuchar de nosotros, que le llevábamos algo del aliento del pueblo natal que ya le sonaba lejano. Mi último encuentro con él creo que fue en la Galería Arteta, de Bilbao, en 1972, con motivo de la exposición homenaje a otro gran pintor montañés desaparecido, Rufino Ceballos, a la que concurrió Párraga con tres obras y en la que también estuvieron presentes otros dos paisanos suyos, y por lo tanto nuestros, Mauro Muriedas y Jesús Otero.
Ciriaco Párraga ¿pintor vasco o pintor montañés? ¿Por qué hacerse esta pregunta? Yo diría Ciriaco Párraga pintor, y basta; pintor nacido en Torrelavega, en este pueblo al que vuelve hoy después de más de medio siglo de ausencia, a ofrecernos lo mejor que un hombre puede poner a la disposición de los demás, su obra, traída por la mano entrañable y devota de su mujer y de su hijo, para que podamos confirmar lo que tanto habíamos oído y leído de ella. Aquí, ante nuestros ojos, tenemos hoy “el gran retratista que es Párraga”, según frase escrita por el profesor Camón Aznar; el “pintor de la luz y del hombre”, como le calificó el crítico Raúl Chávarri. Aquí está la obra de quien dejó constancia escrita de su credo estético, definiéndole como la huida de una absurda preocupación formalista que no tiene nada que ver con la finalidad esencial de la pintura.
Aquí están hoy, dichosamente, sus cuadros y ellos nos explicarán mejor que todas las palabras, el mensaje artístico y humano que el autor dejó a nuestra admiración.
Leído en:
Sala de Exposiciones de la Caja de Ahorros de Torrelavega
1 de noviembre de 1980
Incluido en el libro: Torrelavega. Érase una vez el arte… los artistas y el mundo que les rodea. Editado por el Ayuntamiento de Torrelavega 1999. Salvo la parte escrita en cursiva
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