domingo, 24 de octubre de 2021

Día de las Bibliotecas

LA BIBLIOTECA POPULAR DE TORRELAVEGA

( Su aportación  a la vida artística local )

 

 


 

            En una publicación reciente aseguraba yo que “hasta el día 13 de noviembre de 1927, fecha en que abrió oficialmente sus puertas la Biblioteca Popular, los artistas locales no habían tenido posibilidad de mostrar públicamente sus obras en la ciudad”. Y en el mismo escrito manifestaba que el 4 de diciembre de ese mismo año se inauguraba  en este centro cultural una exposición del torrelaveguense Jesús Varela y Varela, con la que se iniciaban las actividades relacionadas con el arte.

 

            La junta directiva que guiaba la vida de la Biblioteca Popular no solamente se volcó en la consecución de una abundante y selecta biblioteca, sino que desde el primer momento estaba decidida a que en sus dependencias hubiese siempre hueco para el arte.

 

            Este importante criterio pronto se iba a convertir en un punto de apoyo para quienes se habían iniciado por este camino del arte en la Escuela de Artes y Oficios, bajo la guía de  don Hermilio Alcalde del Río, fundador de esta Escuela el año 1892,  que encontraron en la Biblioteca Popular no solamente un lugar donde mostrar sus obras, sino también la posibilidad de conocer la de artistas forasteros y con ello aumentar sus conocimientos en este terreno,  que para la mayor parte no resultaba asequible. Iniciativa que se pondría en marcha muy pronto, pues al año siguiente,  el 1 de diciembre tuvieron a su alcance una copiosa colección de la pintura de Ricardo Bernardo y en 1929 una interesante colectiva con obras de José Gutiérrez Solana, Cristobal Ruiz, Roberto Domingo y Joaquín Sunyer.

 

            Había comenzado este centro cultural partiendo de una “Sociedad Pro Cultura Popular de Torrelavega”, que al iniciar su labor en la fecha indicada más arriba, el 13 de noviembre de 1927, ya cambió su nombre por el de Biblioteca Popular, iniciando sus actuaciones con una conferencia a cargo del escritor Víctor de la Serna, en la que, entre otras brillantes expresiones sobre nuestra ciudad dijo: “Uno de los lujos modernos y nobles que vosotros  os habéis permitido con vuestro dinero, es el de hacer una biblioteca, esta biblioteca para el pueblo”. Y a continuación ofreció un canto muy inteligente al libro, que iba a ser recordado durante mucho tiempo por los asistentes al acto.

 

            Pronto darían los directivos del centro muestra de sus intenciones fundamentales,  abriendo paso a lo que consideraban sus propósitos principales, inaugurando el 15 de octubre de 1929 la “1ª Exposición de Artistas Locales”, en la que reunieron obras de trece participantes: Aurora Sañudo Ruiz-Capillas, Fernando Sañudo, Tomás González Charines, Federico A. Herreros, Valentín Obregón, Eduardo López Pisano, Carlos Barquín, Cándido R. Diestro,  Tomás Cordero, Enrique Dacal, Tomás Cañas, José Obregón y Antonio Díaz-Terán.

 

            De este grupo, con fuerte inclinación artística, continuarían con esta actividad González Charines, Cándido R. Diestro, Eduardo López Pisano, José Obregón y Antonio Díaz-Terán, cuya obra se pudo ver en nuevas exposiciones; dos colectivas de artistas locales que tuvieron lugar el 29 de diciembre de 1930 y el 25 de diciembre de 1931, en las que repitieron Eduardo López Pisano,  que destacaría muy meritoriamente en otras dos, esta vez en solitario, el 27 de enero de 1933 y el 20 de marzo de 1936, en la misma sala de la Biblioteca Popular.

 

            Un nuevo nombre se uniría a los citados en la que tuvo lugar en 1931, el del escultor Teodoro Calderón y en otra también colectiva en octubre de 1933, se pudo ir apreciando la calidad artística que estaban alcanzando Eduardo L. Pisano, Teodoro Calderón y Francisco G. Charines, con la sorprendente presencia de la obra de Mauro Muriedas. Tres mujeres aparecían así mismo en esta exposición: María Luisa Fernández, Candela Ruiz y María Luisa Herreros.

 

            Mauro Muriedas, en julio de 1932,  había expuesto, conjuntamente con Eduardo López Pisano, en el Ateneo de Santander.

 

            Antes de que fuera clausurada la Biblioteca Popular, tuvieron ocasión de mostrar su obra en ella Francisco Modinos (septiembre de 1930); José Luis Hidalgo y Balbino Pascual (enero de 1936).

 

            Pero la Biblioteca Popular no limitó su labor a este apoyo a los artistas locales ya formados o en vías de formación. Con la colaboración de la sección “Amigos del Arte”, constituida en febrero de 1935, se realizaron exposiciones de arte infantil en las que tomaron parte con un gran entusiasmo jóvenes promesas. La primera tuvo lugar en abril de 1935 con la participación de doce expositores, a la que dieron carácter de concurso, en la que se distinguen los trabajos de Daniel López, Eduardo Deza, José Pozueta, Ramón Fernández, Ángel Díez Cuevas y Luis López, a la que siguió otra el 25 de diciembre del mismo año, con un destacado número de participantes, que llegan en esta ocasión a 69. Se distinguieron los dibujos presentados por José Mª Bárcena, José Pozueta, Eduardo Deza, Ricardo Lorenzo y Manuel Martínez.

 

            Complemento de esta labor entorno al arte fueron las numerosas conferencias que tuvieron lugar durante los años que tuvo vida esta institución, en torno a los más diversos temas que provocaban el lleno del aforo de que disponían.

 

            La vida de la Biblioteca Popular  terminó en agosto de 1937 al ser clausurado este centro cultural a la entrada del ejército franquista en la ciudad, no sin antes ocupar su sala de exposiciones, en sucesivas muestras, Mauro Muriedas, Cándido F. Rodríguez Diestro, Eduardo López Pisano, Francisco G. Charines, así como la IV de artistas que cerró este tipo de actividades, no sin antes haber podido disfrutar de la admirable obra que expuso Antonio Quirós en enero de 1936 que fue una importante aportación de la Biblioteca para el goce artístico de los artistas y público local.

 

            Qué importante  fueron para nosotros, los hoy ya octogenarios, aquellos años que vivimos en torno a la Biblioteca Popular, en los que personalidades como don Gabino Teira, don Pedro Lorenzo y don Alfredo Velarde, entre otros, contribuyeron de manera determinante a nuestra formación. De este último es el texto reproducido en el catálogo de la exposición de José Luis Hidalgo, en el que se leía: “... todas estas inquietudes sueltas, desperdigadas, tuvieron un punto de unión en Amigos del Arte, título amplio y soñador, un poco en discordia con los años que corren, en los que los niños y los hombres juegan imprudentemente a ponerse uniformes y a elogiar excesivamente las armas de fuego. Amigos del Arte significaba para aquellos muchachos  un paso espléndido en su vida de hombres: deseaban crear y no matar, producir y no destruir ; un cuadro, un verso o una talla, eran valores supremos...”

 

            Era el mejor exponente de lo que supuso para la ciudad la actividad intelectual y cívica de la Biblioteca Popular.

 

 

 

Publicado en: El diario Montañés, 23 de octubre de 2001 





domingo, 10 de octubre de 2021

El poeta montañés José Luis Hidalgo

En 1954, aparecieron las primeras publicaciones que hacía sobre José Luis Hidalgo su amigo Aurelio García Cantalapiedra. La primera ya ha sido publicada en este blog, la siguiente es esta que publicamos hoy coincidiendo con la fecha de su nacimiento.


EL POETA MONTAÑÉS JOSÉ LUIS HIDALGO

 

 


 

         Cuando un poeta español llega con su obra a interesar al público lector de toda la nación española, sin duda su órbita debe de proyectarse a las naciones americanas que habla nuestro mismo idioma, pues allí también encontrará eco su poética. Y cuando, además de ser poeta de ámbito peninsular, es nacido en Santander, en “La Montaña”, su nombre y sus obras harán latir más agitadamente el corazón de todos los montañeses de ultramar.

 

         Por estas razones, queremos hacer llegar a nuestros paisanos de México, a través de la Revista de la Asociación, el nombre de José Luis Hidalgo y algunos datos de su vida y de sus libros.

 

         Por nuestra razón de íntimos amigos de él, no quisiéramos que estas líneas fueran una fría enumeración de datos y sí que de ellas trascendiera, en cada renglón, el cariño con que obligaba él a corresponder en vida, a cuantos se le acercaban. Un cariño generoso, sin trabas ni dobleces, que siempre parecía que llegaba desde un hombre de más años, por el afecto paternal con que le entregaba. Siendo de nuestra misma edad, siempre tuvimos que reconocer en él la experiencia que solo dicta la madurez.

 

         Nació en Torrelavega, en octubre de 1919. De una inteligencia y facultades excepcionales, pronto se distinguió entre sus compañeros de años, por la seguridad en los juicios y la precisión con que los exponía.

 

         Su vida, hasta la guerra civil española es una continua lectura, alternada con los incipientes pinceles. Todo balbuceos, si se quiere, pero allá dentro iban quedando Ortega y Gasset, Unamuno, Azarín, Miró, Juan Ramón, etcétera, revueltos, pero formando poso. De aquella época es una conferencia muy atrevida sobre la poesía contemporánea, en la Biblioteca Popular de Torrelavega, algunos carteles, uno de ello dio la vuelta a España con motivo de unas elecciones, dibujos y un primer libro de poesías que luego le haría sonreír cada vez que le comentábamos.

 

         La Biblioteca Popular, bajo la Dirección de don Gabino Teira y del inolvidable Alfredo Velarde, chileno de nacimiento y de residencia hoy, pero torrelaveguense de corazón -Villamojadense, amigo Alfredo?-, influyeron profundamente en él. Poco tiempo antes de su muerte, ya en el Sanatorio donde habría de fallecer, comentaba con el que esto escribe, el agradecimiento que debíamos a aquella institución.

 

         Durante la guerra, adquiere su carácter una seriedad alarmante. A la alegría con que se posaba en las cosas y en las personas, ha su- cedido una tristeza infinita, un cansancio solo vencido por el trabajo en sus libros y en sus obras pictóricas. Como si una prisa enterrada en su subconsciente, le fuera empujando a volcar en el exterior todo lo que llevaba en su cabeza, con el ánimo de que la pérdida a su muerte, fuera menos pérdida.

 

         “Leo y escribo hasta la madrugada y a veces me olvido de cenar”, nos decía en una carta desde Valencia.

 

         Así, en el dolor por la alegría de su obra, se fueron formando los tres libros que publicó: “Raíz”, “Los animales” y “Los muertos”. Todo ello mezclado con colaboraciones en los principales periódicos de España, donde trataba de los más variados temas: pintura, cine, poesía, filosofía... Retratos y dibujos y conferencias.

 

         Valencia y Madrid son su s residencias en. el invierno. En el verano viene a Santander donde el cariño de su familia y el sol del Cantábrico, consiguen hacerle recuperar las fuerzas consumidas con tanta avidez.

 

         La vuelta de José Luis Hidalgo a Santander, representaba la revitaliación de las jornadas literarias en el grupo de amigos que se reunió alrededor de la revista “Proel”, que tan generosamente fundara el Excelentísimo señor Gobernador Civil, don Joaquín Reguera Sevilla. De este grupo surgirían después valore nacionales muy estimables: José Hierro, Premio Nacional de Poesía 1953; Julio Maruri, Carlos Salomón, Marcelo Arroita-Jauregui, Manuel Arce, Eduardo Rincón, etc.

 

         Pero el verano siempre era corto para los que le rodeábamos y en octubre marchaba nuevamente a Valencia. Allí cursó la carrera de Profesor de Dibujo, que terminó brillantemente y allí expuso sus óleos por primera vez. Otras exposiciones sucederían a aquélla en Madrid, Santander y Torrelavega. Y en Valencia enfermó: en abril de 1946, una fuerte afección pulmonar le obligó a guardar cama y en vista del curso grave de la enfermedad es trasladado a Madrid con el ánimo de hacerle seguir a Torrelavega, pero no es posible la continuación y le ingresan en un Sanatorio de Chamartín de la Rosa, donde falleció el 5 de febrero de 1947, tras de una alucinante carrera con su libro “Los muertos” , que llegó a sus manos, de la imprenta, el mismo día de su muerte.

 

         España había perdido en ese momento el más profundo de los poetas de la generación presente y la Montaña uno de los hijos más ilustres en el campo de las letras.

 

         El primer libro que publicó, “Raíz”, vio la luz en Valencia, el año 1944, editado por Ediciones Cosmos. En él reúne lo que considera como salvaje de su producción hasta esa fecha. Es un libro donde queda impresa desde la huella de sus lecturas de poesía vanguardista, hasta el Gerardo Diego más académico, pero todo ya con una marcada personalidad. Libro primerizo y tímido, pero que le valió una mención de honor en el concurso de “Adonais”.

 

         En 1945, le publica “Proel”, en Santander “Los animales”, una reunión de impresiones poéticas en una animalogía extraordinaria, plena de bellísimas metáforas.

 

         Y en 1947, el mismo día de su muerte, como hemos dicho, aparece “Los muertos”; una de las obras poéticas fundamentales de nuestros. tiempos. Lo edita “Adonais”, con la dolorosa certidumbre ya de que habría de quedar virgen la página donde cariñosamente habría de verter él sus afectos para los amigos. A los dos meses de aparecer el libro, quedó agotada la edición y una segunda, hecha este otoño por “Ediciones Cantalapiedra”, de Torrelavega, lleva el mismo camino.

 

         Sirvan estas notas de prólogo a la breve selección que a continuación se inserta de sus poemas y que esta selección disculpe por sí la intromisión del que suscribe en esta Revista.

 

 


 

Publicado en:

La Montaña. Revista de la Asociación Montañesa de México, S.C.

15 de Diciembre de 1954




 

sábado, 2 de octubre de 2021

Marcelo Arroita-Jauregui

 Hoy hace 99 años que nacía en La Hermida Marcelo Arroita-Jautegui, de quién en el nombramiento como Profesor Honorario del Colegio Publico “José Luis Hidalgo” de Torrelavega, Aurelio García Cantalapiedra diría:

 



Sobre Marcelo Arroita-Jauregui

 

 

            Cuando el claustro de este colegio acordó nombrar profesor honorario del mismo a Marcelo Arroita-Jáuregui, tenía ya conocimiento de que su salud era delicada, pero no podía pensar, ni ellos, ni nosotros, los amigos de Arroita, que entre la fecha del acuerdo y la fijada para materializar el hecho del nombramiento, se iba a producir su muerte. Un fallo cardíaco inesperado dio lugar al fallecimiento.

 

            El Colegio ha perdido a quién pudo ser un profesor honorario distinguido, y todos, la posibilidad de escuchar en este acto, una brillante lección que iba a enriquecer el conocimiento que tenemos de la vida y la obra de José Luis Hidalgo.

 

            Tuve noticia particularmente, de la satisfacción que le había producido tal designación y también de su preocupación ante la necesidad de escribir unas cuartillas para leerlas en el acto de entrega del título. Alegaba su estado de ánimo, muy deprimido en los últimos meses, que según él le iba a impedir hacerlo con el acierto preciso. Le preocupaba no poder quedar debidamente en un momento que consideraba importante en su vida.

 

            La relación de Arroita-Jáuregui con Hidalgo, justificación del nombramiento, no pudo ser larga en el tiempo a causa de la muerte temprana de este último. Sí lo fue en el recuerdo y en la atención que dedicó más tarde a su memoria y a los escritos del poeta. No fue larga en relación personal; no pasó de dos años. Se conocieron en el mes de agosto de 1944 con ocasión de una estancia temporal de Hidalgo en Santander cuando residía en Valencia. Para esta fecha ya se habían publicado cuatro números de la revista «Proel», nacida en Santander en abril de aquel mismo año y de la que Marcelo Arroita fue, desde el primer momento, uno de sus más destacados y entusiastas creadores y a la que José Luis Hidalgo se sumó enseguida de su llegada a Santander.

 

            Cuando José Manuel Pérez Carrera escribió su tesis de licenciatura dedicada al estudio de «Proel» y sus circunstancias, comentó: «La fuerte personalidad de José Luis va adentrándose en los jóvenes proelistas, su afán de sinceridad, su voluntad de renuncia a todo virtuosismo innecesario, cala pronto en sus recobrados amigos. Su espíritu de trabajo le lleva a colaborar enseguida en «Proel», cuyo volumen quinto aparecería embellecido por una viñeta del poeta pintor».

 

            Si tenemos en cuenta que, como he dicho antes, Arroita formaba parte principal del grupo que se movía en torno a «Proel», nos será fácil suponer la relación entre ambos y la particular motivación que provocó en ella ese afán de sinceridad y voluntad de renuncia a todo virtuosismo innecesario, prendas que los amigos reconocíamos también en Macelo Arroita.

 

            La incorporación de José Luis Hidalgo al grupo «Proel» lo fue con una inusitada actividad: colaboró en la preparación del número 5-6 que se estaba gestando entonces, vigiló la impresión, corrigió pruebas... y en esta labor estaba a su lado Artoita, con quien se veía diariamente en las tertulias de tarde y noche en el bar Namur y en las semanales de los domingos por la tarde en la cafetería La Austriaca. La preocupación y atenciones que requería la revista fueron anudando fuertemente aquella amistad. Cuando Hidalgo expuso su obra artística en el Ateneo de Santander, en el mes de octubre de este año 1944, Arroita-Jáuregui publicó un artículo en el diario «Alerta» con el título «José Luis Hidalgo y la juventud», en el que algunos de sus párrafos son una confirmación de esta amistad que se había creado entre ellos.

 

            En agosto del año siguiente se encontraba de nuevo Hidalgo en Santander, donde permaneció hasta el 16 de diciembre. Fueron las fechas de su último encuentro personal con los amigos que tenía aquí, a las que sucederían enseguida las de la enfermedad y la muerte. Marcelo Arroita comentaría así aquellas horas en un artículo publicado algunos años más tarde: «Recuerdo la despedida en el tren, en la última salida que hizo de Santander, la última partida, antes de enfermar en Valencia, para morir finalmente. Charlamos mucho aquella noche, en aquel compartimento de tercera».

 

            Durante el tiempo en que transcurrió la enfermedad de Hidalgo, la inquietud de los amigos se reflejaba en las cartas que nos cruzábamos. En una que me escribió Arroita-Jáuregui se traslucía la preocupación que le causaba el estado del enfermo: «... espero que se mantenga la mejoría», decía. Una mejoría que no existía realmente pero que todos celebrábamos a la más mínima noticia que parecía positiva; mejoría que anhelábamos y hasta nos llegábamos a creer a veces, a pesar de la triste realidad que lo desmentía día a día. Y continuaba la carta: «Le das recuerdos míos cuando le escribas. Ya sabes que yo me he puesto a hacerlo muchas veces, pero me falta siempre no sólo el estilo, sino el tema. ¿Qué y cómo voy a decirle? »

 

            Cuando después de la muerte de Hidalgo la revista valenciana «Corcel», dedicó un número en su homenaje, Arroita publicó en ella un poema con el título «Elegía de amigo»:

 

«Mi corazón, sin voz, escucha la voz que se ha perdido

en un mundo de muertes que está al sur de las voces.

Es hora de volverse y acariciar recuerdos.

(Rozaba levemente el mundo, era profundo,

era el amigo joven con gravedad de padre) ».

 

            Son versos del poema a que me he referido, que nos hablan hondamente y con amargura, de aquella amistad rota por la muerte, que había arraigado entre los dos de manera tan fuerte, en tan breve tiempo, y que denuncian en su contenido, el conocimiento de la personalidad de José Luis Hidalgo.

 

            Nos hemos perdido, como dije al principio, lo que podría haber sido una lección magistral sobre nuestro poeta, sobre el poeta de este Colegio.

 

 


 

Leído en:

Colegio Público “José Luis Hidalgo” de Torrelavega, 7 de febrero de 1992 en el acto de nombramiento de Marcelino Arriota-Jauregui como Profesor Honorario del Colegio.

 

Publicado en:

El Diario Montañés, el 13 de febrero de 1992