El día 9 de mayo 1984 fallecía en Londres el pintor santanderino Antonio Quirós. El día 12 del mismo mes, publicaba el diario Alerta el artículo de Aurelio García Cantalapiedra:
En mi recuerdo
El privilegio que otorga la edad, me permite hablar del «otro» Quirós, del Antonio Quirós anterior a los bigotes blancos que concedieron después a su rostro una plasticidad característica. Estas líneas, surgidas como consecuencia de una solicitud que se me ha hecho, son el reflejo público del homenaje que, desde la noticia de su muerte, mi corazón le estaba haciendo en silencio.
Yo conocí a Quirós en enero de 1936, y le pude conocer muy bien porque junto a él conocí su obra. En la recoleta sala de exposiciones de la Biblioteca Popular de Torrelavega había reunido en aquella fecha una colección de su mejor pintura hasta entonces. Allí estaban los retratos de Acha y de Pío Muriedas, impresionantes sobre un áspero soporte de arpillera. Ocupaban la pared del fondo de la sala. Durante mucho tiempo, aquella pared fue recordada, por los asiduos a la Biblioteca, como la de los dos retratos de Quirós. También durante mucho tiempo, cuando entre los amigos surgía el comentario sobre pintura de retratos, la conversación se iba hacia el recuerdo de aquellos dos. Los ojos inquisitivos del de Pío seguían mirándonos; aún los veo, con la pupila perturbadora sobre una mancha de blanco puro. Como veo los pastosos verdes del de Acha. Y todo sobre la violencia que ejercía sobre el espectador la cruda arpillera, que con su rudeza hacía más violenta la materia pictórica. El recuerdo permanecía. En una carta que recibí de José Luis Hidalgo, años más tarde, cuando en sus andanzas impuestas por la guerra civil cruzaba los campos andaluces, ante los verdes que ofrecían aquellas tierras, decía: «Me recuerdan aquellos de la cabeza del señor Acha que pintó Quirós tan formidablemente».
Junto a los dos obsesionantes retratos pudimos disfrutar de unos primorosos gouaches subrealistas, apoyados, en sus temas, en la obra de García Lorca. ¡Qué delicia el titulado «Prendimiento de Antonio el Camborio»! Y el óleo del cajista tan cercano en su construcción a la pintura de su prima María Blanchard...
Cuando no hace mucho tiempo tuve la oportunidad de hablar de esto con él, en Santillana del Mar, entre el cuadro del cajista y un retrato a lápiz de José Hierro, que nos traían ecos nostálgicos de entonces, Antonio sonreía ante el recuerdo. Sin embargo, no quedaba rastro en su memoria del paso de algunas de aquellas obras por las paredes de la modesta escuela del pueblecito de Ganzo, próximo a Torrelavega, donde quizá el número de cuadros era superior al de vecinos.
Vino la guerra y con ella el exilio para Antonio, como para tantos otros, con sus tragedias y añoranzas del mundo perdido. De las primeras hablaría después poco; de las añoranzas yo conservo el reflejo emocionado plasmado en una carta que escribió a José Luis Hidalgo el 30 de enero de 1940. Está fechada en Moulins (Francia): «Con profunda alegría en mi poder tu cariñosa carta, sabiendo de mis queridos amigos Maruja (Lanza), Luis (Corona) y Pepín Hierro. Cuántos momentos en el curso de estos últimos tiempos (en estos fatales últimos tiempos), en los cuales sufrí con tanta intensidad la espantosa tragedia en que todos nos encontramos envueltos, permanecisteis en mi pensamiento con los gratos recuerdos de las horas pasadas juntos... Mis horas son tristes, precisamente por esto, por vosotros, por la nostalgia de vuestro recuerdo constante».
Antes del exilio, cuando convivíamos ilusionados en la aventura frustrada de la FUE, Antonio aportó también su arte a aquella labor. Queda como recuerdo un folleto editado con motivo del asesinato de García Lorca, con dibujo de Quirós alusivo a la muerte del poeta.
Publicado en:
El diario Alerta, el 12 de mayo de 1984
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