Este año 2021 El Colegio Cervantes de Torrelavega cumple 90 años. En él, cuando se llamaba Colegio del Oeste, estudió sus primeras letras Aurelio García Cantalapiedra
Los primeros pasos en el “Colegio del Oeste”
El Grupo del Oeste se inauguró el 19 de enero 1931 y fue destinado a los alumnos que acudíamos a las clases que se impartían en los bajos del edificio construido el pasado siglo para alojar las dependencias del Ayuntamiento. Torrelavega había contado hasta ese día con un solo Grupo Escolar decente, el actual de «Menéndez Pelayo», que se había inaugurado en 1926, y creo recordar que con el nombre de «Alfonso XIII».
La construcción de este segundo grupo fue un paso importante para la escolarización total, que los periodistas destacaron con profusión. El Cantábrico del día 10 de enero decía: «El grupo del Oeste es magnífico; mucha luz, mucha ventilación y salones amplios y soleados». En otro párrafo, el corresponsal local del periódico añadía: «Nosotros, que no hace mucho tiempo decíamos con orgullo que Torrelavega podía muy bien titularse la ciudad de los maestros, estamos obligados a decir, en honor de los Ayuntamientos que se han preocupado de este problema, que Torrelavega es también la ciudad de las escuelas». Esta afirmación magnífica del corresponsal estaba respondiendo al espíritu colectivo del pueblo. No olvidemos que pocos años atrás habían nacido la Coral y la Biblioteca Popular; que la Escuela de Artes y Oficios se mantenía en su mayor esplendor; que ya se estaba pensando en la creación del Grupo escolar número 3; que en la mente de todos estaba la necesidad de un centro de segunda enseñanza, cuya concesión se consiguió en los primeros meses de la República ... No hacía mucho tampoco que Víctor de la Serna, inspector de primera enseñanza en esos años, había cantado públicamente las cualidades del pueblo y de sus habitantes ... Todo era propicio para la euforia cultural y del espíritu.
Ha pasado medio siglo desde la inauguración de este Colegio, y cincuenta años son muchos para buscar detrás de ellos sin que la imagen se deforme. Creo que una de las actitudes más arriesgadas que puede tener un hombre es volver la cabeza hacia su pasado para hablar o escribir de él. Aun cuando pongamos en la acción todos nuestros sentidos para separar el mundo real que nos tocó vivir del que soñábamos estar viviendo, no resulta fácil conseguirlo. Las horas lúcidas del día se doraban entonces con las del sueño, y el paso del tiempo ha acumulado sobre ellas las de la nostalgia. No es fácil, no, cerciorarse de si lo que rememoramos son las vivencias reales o las realidades que soñábamos.
Para todos los que tomamos parte en aquella aventura infantil de inaugurar una nueva escuela, limpia, alegre, con grandes ventanales por los que entraba el sol y desde los que veíamos las nubes y hasta volar los vencejos, pienso que puede ser éste el mejor y más claro recuerdo que guardemos de aquellos días. Veníamos, la mayor parte, de las sórdidas aulas de la Plaza de Baldomero Iglesias, en las que don Jorge, don Francisco, don José ... habían derrochado paciencia y sabiduría con nosotros. Veníamos de unas escuelas en las que las ventanas no sólo eran angostas, sino que estaban, además, cerradas con rejas de hierro, como las del edificio de la Cárcel, próximo a ellas.
Nuestros jóvenes años no eran suficientes, como hubo ocasión de que ocurriera poco después, para permitirnos relacionar unas ventanas con las otras; sólo veíamos que eran iguales, y las nuevas ventanas que íbamos a disfrutar dejaron huella en nosotros.
Al volver ahora la memoria para tratar de recuperar estos recuerdos, me doy cuenta de que quizás la impresión más nítida y real que quedara adherida a mis afecciones de entonces sea este cambio de las ventanas, que en el nuevo colegio iluminaban unos amplios pasillos, por los que podíamos correr y hasta oír las carreras que en los pasillos de arriba provocaban las niñas de nuestra misma edad, lo que, indudablemente, estaría añadiendo emoción a la vida que estrenábamos en la nueva escuela.
No se pueden pedir recuerdos de una vida que no había hecho más que empezar. Y éste de las ventanas me parece que puede ser el más real, por lo que hay en él más de ensueño que de realidad.
La publicación realizada por el Colegio Cervantes de Torrelavega con motivo de su cincuentenario. 1981.
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