martes, 26 de enero de 2021

Gracias, Eulalio Ferrer

 





GRACIAS, EULALIO FERRER

 

            En uno de esos viajes cargados de nostalgia que Eulalio Ferrer realiza entre su México de adopción y su Santander de nacimiento, nos dejó recientemente en Torrelavega una pieza de arte representativa de la figura de don Miguel de Cervantes, obra del escultor Santiago de Santiago, que desde entonces comparte protagonismo con don Marcelino Menéndez Pelayo en la Avenida que lleva el nombre del ilustre polígrafo montañés.

 

            La puesta en escena en el acto del descubrimiento de este monumento sobre el pedestal que le realza, careció de la notoriedad que a nuestro juicio merecía dicho acto, debido quizás a la hora que tuvo lugar. Parte importante de los vehículos y público, que ajenos a lo que allí estaba ocurriendo, circulaban por las calles que circundan el jardín donde la escultura quedó instalada a penas sin enterarse; a veces las personas volvían la cabeza impulsados por una relativa curiosidad, pero sin alcanzar con su mirada el interés de lo que estaba sucediendo, posiblemente por no haberse anunciado de la forma suficiente.

 

            Torrelavega contaba ahora, entre sus calles, con una obra de arte de las que no está muy sobrada; Eulalio Ferrer había traído hasta la ciudad una muestra de su generosidad para con nosotros. Las autoridades locales allí presentes eran conscientes del desprendimiento y afecto con que nos trata este cántabro, ilustre por tantos motivos, que un día se vio forzado, por causa de nuestra guerra civil, a formar parte de la abundante expedición que, pasando primero por los campos de concentración de Francia, (desde donde Eulalio “respiraba Santander a pleno pulmón de añoranza”, según confesión propia), le llevó a conocer lo que era la ruta del Golfo de Vizcaya hasta el Golfo de México “anclaje de mí destino” en expresión también personal, donde empezó a sentir el deslumbramiento y la magia de aquel país.

 

            Momento este, en Torrelavega, en que hemos recordado las palabras susurradas junto a él por una indita mexicana cuando hizo donación de su colección privada del “Museo Iconográfico del Quijote” al pueblo de Guanajuato, que le dijo “gracias por haber traído a Guanajuato a nuestro señor Don Quijote”.

 

            Aquí, desde este rincón de Cantabria, parafraseamos aquella frase de la indita de Guanajuato para decirte: “Gracias Eulalio, por habernos traído a esta ciudad a nuestro señor Don Miguel de Cervantes”.

 



 

 

Publicado en:

El Diario Montañés el 15 de diciembre de 2002




jueves, 14 de enero de 2021

90 años del Colegio Cervantes de Torrelavega

 Este año 2021 El Colegio Cervantes de Torrelavega cumple 90 años. En él, cuando se llamaba Colegio del Oeste, estudió sus primeras letras Aurelio García Cantalapiedra

Los primeros pasos en el “Colegio del Oeste”

 

 

            El Grupo del Oeste se inauguró el 19 de enero 1931 y fue destinado a los alumnos que acudíamos a las clases que se impartían en los bajos del edificio construido el pasado siglo para alojar las dependencias del Ayuntamiento. Torrelavega había contado hasta ese día con un solo Grupo Escolar decente, el actual de «Menéndez Pelayo», que se había inaugurado en 1926, y creo recordar que con el nombre de «Alfonso XIII».

 

            La construcción de este segundo grupo fue un paso importante para la escolarización total, que los periodistas destacaron con profusión. El Cantábrico del día 10 de enero decía: «El grupo del Oeste es magnífico; mucha luz, mucha ventilación y salones amplios y soleados». En otro párrafo, el corresponsal local del periódico añadía: «Nosotros, que no hace mucho tiempo decíamos con orgullo que Torrelavega podía muy bien titularse la ciudad de los maestros, estamos obligados a decir, en honor de los Ayuntamientos que se han preocupado de este problema, que Torrelavega es también la ciudad de las escuelas». Esta afirmación magnífica del corresponsal estaba respondiendo al espíritu colectivo del pueblo. No olvidemos que pocos años atrás habían nacido la Coral y la Biblioteca Popular; que la Escuela de Artes y Oficios se mantenía en su mayor esplendor; que ya se estaba pensando en la creación del Grupo escolar número 3; que en la mente de todos estaba la necesidad de un centro de segunda enseñanza, cuya concesión se consiguió en los primeros meses de la República ... No hacía mucho tampoco que Víctor de la Serna, inspector de primera enseñanza en esos años, había cantado públicamente las cualidades del pueblo y de sus habitantes ... Todo era propicio para la euforia cultural y del espíritu.

 

            Ha pasado medio siglo desde la inauguración de este Colegio, y cincuenta años son muchos para buscar detrás de ellos sin que la imagen se deforme. Creo que una de las actitudes más arriesgadas que puede tener un hombre es volver la cabeza hacia su pasado para hablar o escribir de él. Aun cuando pongamos en la acción todos nuestros sentidos para separar el mundo real que nos tocó vivir del que soñábamos estar viviendo, no resulta fácil conseguirlo. Las horas lúcidas del día se doraban entonces con las del sueño, y el paso del tiempo ha acumulado sobre ellas las de la nostalgia. No es fácil, no, cerciorarse de si lo que rememoramos son las vivencias reales o las realidades que soñábamos.

 

            Para todos los que tomamos parte en aquella aventura infantil de inaugurar una nueva escuela, limpia, alegre, con grandes ventanales por los que entraba el sol y desde los que veíamos las nubes y hasta volar los vencejos, pienso que puede ser éste el mejor y más claro recuerdo que guardemos de aquellos días. Veníamos, la mayor parte, de las sórdidas aulas de la Plaza de Baldomero Iglesias, en las que don Jorge, don Francisco, don José ... habían derrochado paciencia y sabiduría con nosotros. Veníamos de unas escuelas en las que las ventanas no sólo eran angostas, sino que estaban, además, cerradas con rejas de hierro, como las del edificio de la Cárcel, próximo a ellas.

 

            Nuestros jóvenes años no eran suficientes, como hubo ocasión de que ocurriera poco después, para permitirnos relacionar unas ventanas con las otras; sólo veíamos que eran iguales, y las nuevas ventanas que íbamos a disfrutar dejaron huella en nosotros.

 

            Al volver ahora la memoria para tratar de recuperar estos recuerdos, me doy cuenta de que quizás la impresión más nítida y real que quedara adherida a mis afecciones de entonces sea este cambio de las ventanas, que en el nuevo colegio iluminaban unos amplios pasillos, por los que podíamos correr y hasta oír las carreras que en los pasillos de arriba provocaban las niñas de nuestra misma edad, lo que, indudablemente, estaría añadiendo emoción a la vida que estrenábamos en la nueva escuela.

 

            No se pueden pedir recuerdos de una vida que no había hecho más que empezar. Y éste de las ventanas me parece que puede ser el más real, por lo que hay en él más de ensueño que de realidad.

 

 


 

La publicación realizada por el Colegio Cervantes de Torrelavega con motivo de su cincuentenario. 1981.




 

viernes, 8 de enero de 2021

In Memoriam de Mauro Muriedas

 Hoy hace 30 años que nos dejó Mauro Muriedas. No están los tiempos para actos grandilocuentes. No podemos reunirnos en torno a su obra todos lo que lo desearíamos. Pero no podemos olvidar al hombre humilde que todos recordamos y que nos gustaría que su legado artístico y humano perdurase en el tiempo. Valgan estas líneas para avivar nuestra memoria.

 

MAURO MURIEDAS:

UNA SALA DE EXPOSICIONES PARA

NO OLVIDAR SU MENSAJE

 



            Hace ya casi treinta años que Mauro Muriedas expuso su obra en la Galería Sur, de Santander. Era entonces tiempos de primavera, que siempre lo son de poesía. Yo sentí, como lo siento ahora, que la primavera era una época propicia para Mauro, y escribí:

 

            “No, no es pura coincidencia que una exposición de Mauro Muriedas haya llegado al mismo tiempo que la primavera. Yo he estado viendo, durante cerca de cuarenta años, como a Muriedas los árboles que tocaba se le convertían en poesía, en una metamorfosis contradictoria llena de dolor por un lado y por el otro de alegría; de esperanza y desilusión; de entrega y abandono. Antes de que el árbol soñara con ser escultura, solo y nada menos que cuando todavía era árbol, cuando los ojos de Mauro acariciaban el tronco predestinado, las manos recias, pero siempre tiernas del escultor, ya sentían la morbidez de la madera. En este ir del árbol a la poesía que son sus esculturas, han transcurrido estos largos años de su vida”. Y añadía: “Cuando Muriedas se enfrenta con el tronco aun sin desbastar, tiene un cierto aire adusto: el entrecejo cerrado, la maza golpea fuerte, saltan gruesas briznas que van llenando el taller con el olor de la madera”, pero su espíritu, como el de “Fray Angélico, sentirá la necesidad de arrodillarse ante la obra; se humillará, pedirá perdón por haberla creado porque teme por sus criaturas. A la alegría de la creación seguirá el dolor del parto y el miedo a la vida ... parece que la misma obra se va a volver contra él, que le va a recriminar la ternura de que la ha dotado ... ¡Sus criaturas! Sí, demasiada poesía para tanta desgracia”.

 

            Los amigos cercanos, empujados por escritos de otro hombre del mismo temple, Manuel Llano, íbamos tejiendo en nuestra memoria lo que sería recuerdo imperecedero, que se iba a transformar en biografía propia reflejada.

 

            Mauro Muriedas como muchos artistas de aquellos años, a quienes hirió el hacha de la guerra, se refugiaron en su obra para lanzar al mundo gritos contra el egoísmo y contra la injusticia. Gritos humanos, muy humanos. Toda una teoría de lucha y de trabajo, de hambre y de miseria, quedó reflejada en sus relieves y esculturas, para que sintamos ante ellos la angustia de nuestra experiencia y la necesidad de erradicarlos del mundo.

 

            Con la creación de esta sala municipal de exposiciones, que el Ayuntamiento ha tenido el acierto de titular con el nombre de Mauro Muriedas, se van a mantener vivos para siempre, en nuestra ciudad, el espíritu y la grandeza de este hombre.

 



El Diario Montañés, 7 de mayo de 1999